FEDERALISMO
según Rafael Gambra Ciudad
"Frente a ellos
existe un federalismo lógico y viable, complemento natural de patriotismo, que
definimos ya como un sentimiento radicalmente distinto del nacionalismo. Es el
federalismo que se concibe, no. como un postizo sistema de agrupar nacionalidades
ya hechas, sino como un modo natural de evolucionar y crecer la vida política
de los pueblos. Este federalismo no se refiere sólo a las relaciones
Internacionales, sino también al gobierno de los pueblos desde sus más pequeñas
células comunitarias. El proceso que a lo largo de la Edad Media creó las
actuales nacionalidades europeas fue un proceso profundamente federativo. Pero
puede decirse también que la vida y constitución interna de los pueblos fue
durante aquellos siglos, y desde sus orígenes, una coexistencia federal Cada
pueblo de España, por ejemplo, se concebía como una comunidad de familias o
vecinos, y tenía sus ordenanzas propias y una propiedad comunal que se
consideraba como patrimonio de todas esas familias, inalienable porque no
pertenecía sólo a la generación presente, sino también a las venideras. Cada
municipio tenía su organización jurídica y sus leyes propias, adaptadas a sus
costumbres y modos de vida. A lo largo de las luchas de la Reconquista todos los
pueblos se consideraban, como por un derecho natural, independientes en lo que
concernía al gobierno interior o municipal, pues los reyes y señores feudales
se limitaban a exigir los pechos o tributos y la aportación personal para la
guerra. El Estado, en el concepto moderno de una estructura nacional uniforme
de la que todo organismo inferior recibe una vida delegada, no existió en la
antigüedad ni en la Edad
Media. De aquí que los primeros tratados sobre el Estado
denomina-
sen Del Príncipe, porque la persona del rey era el único elemento coordinador
de aquella coexistencia de poderes autónomos, la fuente de una autoridad (la de
los alcaldes), que debía hacer justicia de acuerdo con las ordenanzas de cada
célula comunitaria. Puede deducirse de aquí que el federalismo ha sido
principio informador de la sociedad en que hoy se asientan los Estados
nacionales, sociedad que podía considerarse como una coexistencia federal de
comunidades autónomas, auténticamente sociales. Hasta bien entrado el siglo XIX
los valles navarros pirenaicos mantenían sus propias ordenanzas con un
contenido jurídico autónomo, de las que sólo subsisten ya leves vestigios, y
cada Junta de Valle hacía una declaración de guerra propia cuando el rey la
declaraba. Esta constitución interna de los pueblos se prolongaba en el exterior
con unas ilimitadas posibilidades de federación, que llegaron parcialmente a
realidad hasta que el proceso resultó truncado con el advertimiento del
constitucionalismo nacionalista. Federal fue la génesis de lo que hoy' llamamos
España -la unión voluntaria, histórica, de los pueblos españoles-, como federal
es su escudo, constituido por la agrupación de cuatro diferentes bajo una misma
corona. Esta federación se realizaba a veces a favor de la política matrimonial
de las casas reinantes; otras, a causa del proceso de homogeneización y
contacto que entre los pueblos se operaba y de sus consiguientes conveniencias
históricas. La no realización de alguno de estos dos factores dificultaba a
veces la federación; pero ésta, por uno y otro camino, se verificaba o podía,
al menos, verificarse. La condición general para que la sociedad tuviera esta
estructura y este dinamismo federalista fue la comunión de los espíritus en la
unidad superior y última de la Cristiandad. El que esta unidad o aglutinante
social tuviera trascendencia universal (para el mundo civilizado u occidental,
al menos), y que fuese de naturaleza espiritual y religiosa, hacía de la unidad
política un factor en cierto modo inesencial, algo moldeable por la Historia y ajustable a
los hechos.
Las unidades políticas que hoy llamamos naciones podían ampliarse a medida que
las distancias se acortaban o que las diferencias locales disminuían en un
proceso de unión federativa que no privaba a los pueblos de seguir gobernados
por sí y por sus leyes en aquello que sólo a ellos concernía.
Cuando la paz de
Westfalia reconoció la escisión religiosa, la unidad social de Europa dejó de
ser religiosa para convertirse en meramente jurídica y política ; la Cristiandad dejó de
existir como patria de todos los hombres para transformarse en una coexistencia
de poderes políticos propiamente nacionales. Entonces el carácter último e
inapelable -sagrado- que había tenido la Cristiandad, se traslada a lo que hoy llamamos
sinónimamente Nación o Estado. Estas realidades salen así del terreno de lo
histórico y cambiante, para pasar al de lo esencial e intangible; pasan del
campo de lo conversable al de lo dogmático.
Las sociedades políticas dejan de ser la convivencia federal, bajo una
autoridad de poderes locales e históricos anteriores en su origen a esa
autoridad y autónomos en su gobierno, y se convierten en estructuras uniformes
y centralizadas hacia el interior y cerradas hacia el exterior. Hablar de
federación será desde este momento un imposible teórico y práctico, porque no
existe ya un lenguaje superior al de las propias nacionalidades sobre el que
entenderse.
Cualquier proyecto de federación internacional sonará a blasfemia, como a un
creyente sonaría el hablar de una fusión de cristianismo y mahometismo mediante
una reducción a sus puntos coincidentes.
Sin embargo, el federalismo o régimen político abierto sigue siendo, como
radicado en la naturaleza de las cosas, algo necesario para la sociedad, y que
ésta reclama de mil modos diversos. Aun al margen del pensamiento católico y
tradicional, el federalismo ha resurgido continuamente, desde el antiguo
doctrinarismo federal de Pi y Margall hasta la actual proliferación de
movimientos federalistas. Pero todos estos modernos federalismos -verdades a
medias, fragmentos de un más amplio sistema- han pretendido restaurar aquel
viejo proceso federativo prescindiendo de la ya perdida unidad religiosa, es
decir, sobre bases meramente practicistas. Nunca han llegado, sin embargo, a
realizaciones, ni pueden llegar, porque hablan entre si lenguajes diferentes.
Una sociedad puede mantenerse en su organización política sin unidad religiosa,
es decir, sobre bases sólo practicistas, cuando las instituciones sociales y
autónomas .--,federales- no se han destruido, sino que han mantenido -por
inercia- su propia vida y dinamismo. Tal es el caso de los pueblos británicos.
Pero cuando la estructura social ha desaparecido bajo la acción uniformista de
los Estados unitarios no podrá reconstruirse una sociedad federal sin una
previa unidad religiosa y sin el respeto estricto a la realidad histórica que
conserve cada pueblo, a la propia espontaneidad de su vida social. Porque
pretender crear desde el Estado organismos infrasoberanos y autónomos es,
práctica y teóricamente, empresa contradictoria."
De "Eso que llaman Estado" Ed. Montejurra. Madrid, 1958
(Foro Carlista 2 Dic 2003)