Péñolas untadas
JUAN MANUEL DE PRADA
(ABC Sevilla 16 diciembre 2013)
Si Sancho hubiese sido uno de los lidereses que nos gobiernan hoy, habría dicho cínicamente: «¡Albricias que tenemos casas de juego en Barataria!»
YENDO de ronda nocturna por la ínsula Barataria, Sancho Panza tiene ocasión de comprobar los estragos que el juego causa entre sus pobladores, ante lo que dictamina: «Yo podré poco o quitaré esas casas de juego, que a mí se me trasluce que son muy perjudiciales». Aquí el buen Sancho habla con sentido moral que es el sexto sentido que distingue al noble de espíritu y como gobernante que encarna la Justicia, que es la potestad venida del cielo para defender a los débiles de la opresión de los poderosos (y ningún poderoso hay tan peligroso como el hombre de dinero). Si Sancho Panza hubiese sido uno de los lidereses que nos gobiernan hoy, gentes sin sentido moral y lambiscones de la plutocracia que llevan a los pueblos que gobiernan a la perdición, habría dicho cínicamente: «¡Albricias que tenemos casas de juego en Barataria, pues crean muchos puestos de trabajo y turismo a manos llenas!». Y habría seguido su ronda, entre el aplauso de todos los aduladores y coimeros de su séquito.
Al buen Sancho, cuando hace este juicio sobre las casas de juego, un escribano le lleva la contraria: «Esta [casa de juego], a lo menos, no la podrá vuesa merced quitar, porque la tiene un gran personaje (
). Contra otros garitos de menor cuantía podrá vuestra merced mostrar su poder». En la oposición de este escribano felón vemos el contubernio de los «grandes personajes» y las péñolas untadas frente al gobernante justo, que en esta época aciaga se ha convertido en colusión del dinero, los gobernantes inicuos y las péñolas untadas contra el pueblo. A estos escribanos de péñola untada que, como el de la ínsula Barataria, se llevaban coima de sus enjuagues, les dedica Quevedo una sabrosa letrilla: «El escribano recibe / cuanto le dan sin estruendo, / y con hurtar escribiendo / lo que hurta no se escribe». Y estas mismas péñolas untadas, cambiada la capilla de escribano por la corbatuela de tertuliano, son las que nos anduvieron aturdiendo, cantándonos las loas de Eurovegas, que ahora se han revelado embeleco, y de su promotor, más ladrón que Caco y más fullero que Andradilla, uno de esos buitres carroñeros que planean allá donde otean gobernantes mollares y plumíferos dispuestos al unte (siempre que no sea con tocino, pero con Adelson no corren ese riesgo).
¡La de lisonjas y lisuras que dijeron sobre Eurovegas! «¡Se crearán doscientos sesenta mil nuevos puestos de trabajo!», tremolaban. «¡Y nos visitarán cada año once millones de turistas!», babeaban en pleno éxtasis. Todo un ejército de tahúres de sofismas, fulleros de conceptos y entruchones de coimas apareció de repente, para cacarear estos y semejantes embustes y castillos en el aire, actuando como ganchos de palomos y alcahuetes de guillotes, que es como en las timbas de antaño se llamaba a los engañabobos; y en su logomaquia aturdidora consiguieron acallar incluso a algunos obispetes (aunque ya nos enseñó Quevedo que muchos clérigos se pierden por el juego), que hasta les prestaban micrófono, para que entonaran las loas de Eurovegas. Y si algún pobre desventurado osaba decir, como el buen Sancho, que las casas de juego son muy perjudiciales, enseguida arreciaba contra él pedrisco de salivazos (y, en acabándoseles la saliva, pedían prestados a las narices sus tuétanos), aunque lo dijera desde un ángulo oscuro, y se burlaban de él, llamándolo meapilas o filocomunista (porque, metidos en harina de vituperios, les da lo mismo una cosa que la contraria).
Y ahora que se ha sabido que todo era un embeleco, todas estas péñolas untadas se calan el chapeo, requieren la espada, miran al soslayo y se van, como si no hubiera pasado nada. Alguien, mientras se limpia todavía sus salivazos, tenía que recordarlo.