El sistema educativo y el valor de
los fogoneros del Titanic
Aquí, ni luces ni fogoneros: la izquierda los quiere suspensos e indisciplinados.
Hoy en la enseñanza prima más fomentar la homosexualidad que el esfuerzo
y el mérito. El sistema educativo premia valores como los de Schettino,
el capitán del Costa Concordia, que fue el primero en abandonar el barco.
Siendo Rajoy presidente, el ministro Wert fue muy criticado por su intención de implantar tres
evaluaciones al concluir cada ciclo escolar; le llamaron “la reválida del franquismo”. Ahora, en
campaña, Rivera pide una misma selectividad para toda España, aunque probablemente quede en
nada. Todo este asunto recuerda en parte al Titanic, un proyecto con las mejores expectativas y el
peor final posible. Ha pasado a la historia la épica muerte de su orquesta, que seguía tocando
Nearer, mu God, to Thee -“más cerca, oh Dios, de ti”– mientras el barco se hundía. Es menos
conocida, en cambio, la de sus 87 fogoneros, que siguieron alimentando la caldera hasta el fin.
El testimonio de los supervivientes es coincidente: el Titanic se fue a pique con las luces encendidas.
Gracias a ello, muchos pudieron salvar su vida. De no haber seguido en su lugar los fogoneros,
se habría agotado muy pronto la energía que permitió enviar los SOS e iluminar las vías de
escape de los pasajeros. Hay que decir que estos hombres sabían la suerte que corrían si
permanecían en su puesto y sin embargo ninguno de ellos vaciló. Aquí, ni luces ni fogoneros:
la izquierda los quiere suspensos e indisciplinados. Hoy en la enseñanza prima más fomentar
la homosexualidad que el esfuerzo y el mérito.
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Dicen que la fortuna sonríe a los audaces. Estando Ricardo Corazón de León en plena cruzada por
Tierra Santa, se le ocurrió salir de caza con sus caballeros más fieles. Mala idea. Los sarracenos
les tendieron una emboscada y, superiores en número, a punto estuvieron de acabar con todos.
Cuando Ricardo estaba a punto de ser apresado el otro caballero que aún conservaba su montura,
Guillermo de Pourcellet exclamó “¡Yo soy el rey!” Ni que decir tiene que los sarracenos fueron
raudos por él, mientras Ricardo Corazón de León conseguía escapar. Cuando le llevaron ante
Saladino se descubrió el embuste, pero éste, admirado por la lealtad del caballero inglés,
lo liberó en un canje de prisioneros.
Pese a todo, el compromiso de la infantería española fue en todo momento ejemplar. Conscientes de lo que les esperaba, seguían avanzando hacia el enemigo sin romper en ningún momento la formación
“En Flandes se ha puesto el sol”. No volvieron a verlo salir muchos integrantes de los Tercios españoles
que perdieron la vida en la batalla de Rocroi, por la que Francia empezó a imponer su hegemonía en
detrimento de España. Pese a todo, el compromiso de la infantería española fue en todo momento
ejemplar. Conscientes de lo que les esperaba, seguían avanzando hacia el enemigo sin romper en
ningún momento la formación. Cuando uno caía, otro ocupaba su lugar. Tan es así que el propio
comandante enemigo, el Príncipe de Condé, les dispensó un trato acorde con su heroísmo: respetó
la vida de los supervivientes y les permitió regresar a España con las banderas desplegadas
en formación y conservando sus armas.
Es muy probable que un niño de la ESO identifique Titanic con una película, asocie Flandes con un
postre que hace su abuela los domingos y pregunte en qué equipo juega ese tal Ricardo Corazón de
León. El esfuerzo por una buena causa siempre merece la pena, como hicieron los fogoneros del
Titanic. Ocurre que el actual sistema educativo premia valores como los de Francesco Schettino,
el capitán del Costa Concordia, que fue el primero en abandonar el barco cuando éste encalló,
dejando a los pasajeros a su suerte. En su defensa, afirmó que se había caído en un bote salvavidas
“por error”. Y así nos va