Los acontecimientos actuales, vuelven a traer a la actualidad unas reflexiones de hace no mucho tiempo; basta cambiar territorios y políticos pero la esencia de las cuestiones empleadas es la misma.
RES
El DIARIO DEAVILA 20 de octubre de 2002 o DOMINGO
TRIBUNA LIBRE
GAUDENCIO HERNÁNDEZ
Algunas apostillas al proyecto de Ibarretxe
T ODO político tiene una gran dificultad para ver el mundo. su mundo bajo otra , bajo otra perspectiva que no sea la suya. Es normal. ¿,Quién les votaría, si no muestran firmeza y convicción en sus proyectos? Para ellos, sólo su visión es la verdadera. Sin embargo, a la realidad humana de los pueblos, nos dice Ortega y Gasset, solamente nos acercamos a ella desde distintas perspectivas. La realidad vasca, vista por Ibarretxe, no es la misma que la contemplada por Iturgaiz. Y naturalmente la visión que tiene del problema vasco una persona que lo ve desde Ginebra, no es la misma que la que tiene uno que mira desde Madrid. Entonces, ¿qué hacer'.' ¿Quién posee la verdad'.'
La democracia ha encontrado la respuesta: los pueblos libres y bien informados se acercan a ella. Y yo añadiría: con la cabeza fría v sin miedo; con una cierta perspectiva del pasado y porvenir de dicho pueblo. Sabernos lo que piensa el lehendakri y la respuesta del presidente del Gobierno español. No sabemos lo que piensa y dirá el pueblo vasco y lo que le responderán los otros pueblos de España. Desde lejos, desde otro punto de vista (Suiza), voy a dar una otra visión.
I °. No hay democracia ni posibilidad de recurrir al pueblo para que se “autodeterminen” mientras en Euzkadi exista la violencia política En toda democracia sana no se puede aceptar que unta parte de la población y sus dirigentes gocen de libertad para lanzar y aprobar la proposición que les venga en gana; y, por el contrario, otra gran parte de dicho pueblo no pueda responder con una contraproposición por estar perseguidos y amenazados de muerte sus dirigentes. Dicha autodeterminación sería simplemente una imposición. Señor Ibarretxe, comience por suprimir la violencia, por convencer a ETA que deje de matar y entonces, sólo entonces, lance el referéndum que le venga en gana.
2°. Delimite, señor Ibarretxe, las proposiciones que directamente conciernen a su pueblo, y sólo a él, para que las vote (referéndum cantonal se llama en Suiza). No las mezcle con asuntos comunes que conciernen también a los otros pueblos de España. Digo esto porque habla usted de...
3º De una asociación libre" con el Estado Español (con los otros pueblos de España me parece más correcto: en democracia directa se habla de pueblos, no de estados). Su proposición de asociación es un tanto ilusa. Usted tiene un mandato para hablar en nombre del pueblo vasco; pero tratándose
de una relación-asociación con pueblos, a estos les corresponde también decir si están de acuerdo con dicha asociación o no. Podemos imaginar tres escenarios: a) Los pueblos restantes de España dicen sí a su proposición; habría conseguido todas las ventajas y ningún inconveniente con dicha unión. ¡Un sueño dorado! b) Pero conoce la respuesta; los partidos mayoritarios en dichas autonomías ya han dicho no a su programa.¿Entonces?, como buen deportista, cierra los ojos y se lanza hacia la independencia total. Tendrá fronteras en España y Navarra, en Euskadi-Norte y Francia y, lo peor. con toda Europa. ¡Un callejón sin salida: c) Hay el peligro de que a un general de esos que tienen la costumbre de los pronunciamientos en nuestra tierra, se lo hinchen la, narices. ""El ejército tiene la misión de salvaguardar la unidad de la patria; dice la Constitución. ¡Que Dios nos libre!
4". Si me permite, señor Ibarretxe, le propongo, como solución posible, que vuelva su mirada hacia Suiza (país de minorías en paz). Aquí se habla siempre después de un referendum cantonal de la decisión que ha tomado el pueblo soberano. ¿No es eso lo que usted pide para su pueblo? Pero no se olvide que para las decisiones de problemas comunes está el referéndum federal Si los pueblos están unidos entre sí, por "'libre" que sea la unión, no escapan a una autoridad común. Quisiera o no, habría intereses, derechos y obligaciones comunes. Le enumero algunos al voleo en un estado confederado (el que más lejos va en la descentralizaciones existentes): fronteras, aduanas, y pasaportes comunes; ejército y defensa (en Suiza no existe policía nacional); moneda y entidades financieras, ya que la unión hace la fuerza (¡y qué fuerza, la de los bancos suizos!); seguros sociales y pensiones de vejez (cuantos más miembros mejor, principio básico de las cajas); carreteras, trenes.. correos y otros servicios comunes; tribunal confederal para últimas instancias (contrariamente a lo que usted pide): participación a los gastos confedérales (impuesto que corresponde más o menos a su "cupo") ...Todos los demás (¿más poderes que los que usted tiene?) son de competencia y autoridad de los cantones.
Mire, sector Ibarretxe, aunque Arzallus hable de una solución a la '"irlandesa- (no muy brillante por lo que vemos), vuelva sus ojos a Suiza; las soluciones aquí no son proyectos sino realidades. —El que busca halla", dice el Evangelio.
martes, 21 de junio de 2011
Nostalgia helvética desde Castilla 7ª parte (Alain de Benoist)
Algunas referencias sobre el federalismo (Alain de Benoist)
Pregunta. Sus escritos demuestran que promueve una Europa federal, pero no se priva de criticar agudamente la actual construcción europea, sin embargo considerada como federalista. ¿Podría explicarlo?
Respuesta de Alain de Benoist. Pienso, en efecto, que el sistema federalista es el único que esta en condiciones de reconciliar los imperativos aparentemente contradictorios de la unidad, que es necesaria para la decisión, y de la libertad, que es necesaria para el mantenimiento de la diversidad y para el pleno ejercicio de la responsabilidad. Los que califican la Europa actual de Europa federal ponen de manifiesto por allí que no tienen ni la menor idea de lo que es el federalismo.
El federalismo se basa en el principio de subsidiariedad, competencia suficiente y soberanía compartida. Una sociedad federal se organiza, no a partir de arriba, sino a partir de la base, recurriendo a todos los recursos de la democracia participativa. La idea general es que los problemas estén regulados al nivel mas local posible, es decir los ciudadanos tengan la posibilidad de decidir concretamente de lo que les concierne, solo remontando a un nivel superior las decisiones que interesan a colectividades más extensas o que los niveles inferiores no tienen la posibilidad material de tomar. Un Estado federal es, pues, lo contrario de un Estado jacobino: lejos pretenderse omnicompetente y querer regular lo que pasa a todos los niveles, él se define solamente como el nivel de competencia más general, el nivel donde se trata exclusivamente lo que no puede tratarse en otra parte. Al querer inmiscuirse en todo (desde el diámetro de los quesos italianos, a la caza, a las aves migratorias en el Suroeste de Francia), al querer, no añadir, sino substituir a las autoridades públicas de las naciones y las regiones, las actuales instituciones europeas, esencialmente burocráticas, se conducen, no como un poder federal, sino como un poder jacobino.
Son, por añadidura, tan "ilegibles" para el ciudadano medio, que eligieron deliberadamente dar la prioridad a la ampliación de sus estructuras de competencia y no a la profundización de sus estructuras institucionales, que pretenden hoy dotarse con una Constitución sin haber creado un poder constituyente, y finalmente que los que las personifican no están obviamente de acuerdo ni sobre los límites geográficos de Europa ni sobre las finalidades de la construcción europea (extensa zona de libre comercio o potencia independiente, espacio transatlántico o proyecto de civilización), es desgraciadamente bien comprensible que muchos de nuestros conciudadanos observan como un problema suplementario lo que habría debido normalmente ser una solución.
Otros textos sobre federalismo, especial para prevenirso del jacobinismo pancastellanista y por una Castilla federal)
Contra el jacobinismo, por la Europa federal
La primera guerra de los Treinta Años, cerrada con los tratados de Westfalia, significó la consagración del Estado-nación como modelo dominante de la organización política. La segunda guerra de los Treinta Años (1914-45), por el contrario, ha señalado el comienzo de su disgregación. El Estado-nación, engendrado por la monarquía absoluta y el jacobinismo revolucionario, es hoy demasiado grande para administrar los problemas pequeños y demasiado pequeño para afrontar los problemas grandes. En un planeta mundializado, el futuro pertenece a los grandes conjuntos de civilización capaces de organizarse en espacios autocentrados y de dotarse de la suficiente fuerza para resistir la influencia de los otros. Así, frente a los Estados Unidos y a las nuevas civilizaciones emergentes, Europa está llamada a construirse sobre una base federal que reconozca la autonomía de todos sus componentes y organice la cooperación entre las regiones y las naciones que la constituyen. La civilización europea se construirá sobre la suma —que no sobre la negación— de sus culturas históricas, permitiendo así a todos sus habitantes tomar plena conciencia de sus orígenes comunes. La clave de bóveda de esta Europa debe ser el principio de subsidiariedad: en todos los niveles, la autoridad inferior no delega su poder hacia la autoridad superior más que en los terrenos que escapan a su competencia.
Contra la tradición centralizadora, que confisca todos los poderes en un sólo nivel; contra la Europa burocrática y tecnocrática, que consagra los abandonos de soberanía sin remitirlos hacia un nivel superior; contra una Europa reducida a espacio unificado de libre cambio; contra la "Europa de las naciones", simple suma de egoísmos nacionales que no nos previene contra un retorno de las guerras; contra una "nación europea", que no sería más que una proyección ampliada del Estado-nación jacobino, Europa (occidental, central y oriental) debe reorganizarse desde la base hasta la cima, y los Estados existentes han de ir federalizándose hacia adentro para así mejor federarse hacia afuera, en una pluralidad de estatutos particulares atemperada por un estatuto común. Cada nivel de asociación debe tener su función y su dignidad propias, no derivadas de la instancia superior, sino basadas en la voluntad y en el consentimiento de todos los que en él participan. Así, a la cúspide del edificio sólo han de llegar las decisiones relativas al conjunto de los pueblos y comunidades federados: diplomacia, ejército, grandes decisiones económicas, puesta a punto de las normas jurídicas fundamentales, protección del medio ambiente, etc. La integración europea es igualmente necesaria en determinados campos de la investigación, la industria y las nuevas tecnologías de la comunicación. Respecto a la moneda única, debe estar administrada por un Banco Central sometido al poder político europeo.
(Textos especiales para ilustrar de su necedad a los partidarios de la Gran Castilla de 254 provincias)
Contra el gigantismo, por las comunidades locales
La tendencia al gigantismo y a la concentración produce individuos aislados, y por ello vulnerables y desprotegidos. La exclusión generalizada y la inseguridad social son la consecuencia lógica de este sistema, que ha arrasado todas las instancias de reciprocidad y de solidaridad. Frente a las antiguas pirámides verticales de dominación, que ya no inspiran confianza, y frente a las burocracias, que cada vez alcanzan más rápidamente su nivel de incompetencia, hoy entramos en un mundo fluido de redes cooperativas. La antigua oposición entre una sociedad civil homogénea y un Estado-Providencia monopolístico está siendo superada poco a poco por la aparición en escena de todo un tejido de organizaciones creadoras de derechos y de colectividades deliberativas y operativas. Estas comunidades están naciendo en todos los niveles de la vida social, desde la familia al barrio, desde la aldea hasta la ciudad, desde la profesión hasta el terreno del ocio, etc. Es sólamente en esta escala local donde puede recrearse una existencia a la altura de los hombres, no parcelaria, liberada de los opresivos dictados de la rapidez, la movilidad y el rendimiento, apoyada en valores compartidos y fundamentalmente orientada hacia el bien común. La solidaridad no puede seguir siendo la consecuencia de una igualdad anónima (mal) garantizada por el Estado-Providencia, sino que ha de ser el resultado de una reciprocidad llevada a cabo desde la base por colectividades orgánicas que tomen a su cargo las funciones de protección, reparto y equidad. Sólo personas responsables en comunidades responsables pueden establecer una justicia social que no sea sinónimo de una mentalidad de individuo asistido.
La vuelta a lo local, que eventualmente puede ser facilitada por el tele-trabajo en común, tiende por naturaleza a devolver a las familias su vocación (también natural) de ser instancias de educación, socialización y ayuda mutua, permitiendo así la interiorización de reglas sociales hoy impuestas exclusivamente desde el exterior. La revitalización de las comunidades locales debe también ir a la par con un renacimiento de las tradiciones populares, que la modernidad ha borrado o, aún peor, mercantilizado. Las tradiciones, que cultivan la convivencialidad y el sentido de la fiesta, imprimen ritmos a la vida y proporcionan puntos de referencia; las tradiciones celebran las edades y las estaciones, los grandes momentos de la existencia y los periodos del año, y con ello alimentan el imaginario simbólico y refuerzan el lazo social. Nunca congeladas, viven en constante renovación.
Pregunta. Sus escritos demuestran que promueve una Europa federal, pero no se priva de criticar agudamente la actual construcción europea, sin embargo considerada como federalista. ¿Podría explicarlo?
Respuesta de Alain de Benoist. Pienso, en efecto, que el sistema federalista es el único que esta en condiciones de reconciliar los imperativos aparentemente contradictorios de la unidad, que es necesaria para la decisión, y de la libertad, que es necesaria para el mantenimiento de la diversidad y para el pleno ejercicio de la responsabilidad. Los que califican la Europa actual de Europa federal ponen de manifiesto por allí que no tienen ni la menor idea de lo que es el federalismo.
El federalismo se basa en el principio de subsidiariedad, competencia suficiente y soberanía compartida. Una sociedad federal se organiza, no a partir de arriba, sino a partir de la base, recurriendo a todos los recursos de la democracia participativa. La idea general es que los problemas estén regulados al nivel mas local posible, es decir los ciudadanos tengan la posibilidad de decidir concretamente de lo que les concierne, solo remontando a un nivel superior las decisiones que interesan a colectividades más extensas o que los niveles inferiores no tienen la posibilidad material de tomar. Un Estado federal es, pues, lo contrario de un Estado jacobino: lejos pretenderse omnicompetente y querer regular lo que pasa a todos los niveles, él se define solamente como el nivel de competencia más general, el nivel donde se trata exclusivamente lo que no puede tratarse en otra parte. Al querer inmiscuirse en todo (desde el diámetro de los quesos italianos, a la caza, a las aves migratorias en el Suroeste de Francia), al querer, no añadir, sino substituir a las autoridades públicas de las naciones y las regiones, las actuales instituciones europeas, esencialmente burocráticas, se conducen, no como un poder federal, sino como un poder jacobino.
Son, por añadidura, tan "ilegibles" para el ciudadano medio, que eligieron deliberadamente dar la prioridad a la ampliación de sus estructuras de competencia y no a la profundización de sus estructuras institucionales, que pretenden hoy dotarse con una Constitución sin haber creado un poder constituyente, y finalmente que los que las personifican no están obviamente de acuerdo ni sobre los límites geográficos de Europa ni sobre las finalidades de la construcción europea (extensa zona de libre comercio o potencia independiente, espacio transatlántico o proyecto de civilización), es desgraciadamente bien comprensible que muchos de nuestros conciudadanos observan como un problema suplementario lo que habría debido normalmente ser una solución.
Otros textos sobre federalismo, especial para prevenirso del jacobinismo pancastellanista y por una Castilla federal)
Contra el jacobinismo, por la Europa federal
La primera guerra de los Treinta Años, cerrada con los tratados de Westfalia, significó la consagración del Estado-nación como modelo dominante de la organización política. La segunda guerra de los Treinta Años (1914-45), por el contrario, ha señalado el comienzo de su disgregación. El Estado-nación, engendrado por la monarquía absoluta y el jacobinismo revolucionario, es hoy demasiado grande para administrar los problemas pequeños y demasiado pequeño para afrontar los problemas grandes. En un planeta mundializado, el futuro pertenece a los grandes conjuntos de civilización capaces de organizarse en espacios autocentrados y de dotarse de la suficiente fuerza para resistir la influencia de los otros. Así, frente a los Estados Unidos y a las nuevas civilizaciones emergentes, Europa está llamada a construirse sobre una base federal que reconozca la autonomía de todos sus componentes y organice la cooperación entre las regiones y las naciones que la constituyen. La civilización europea se construirá sobre la suma —que no sobre la negación— de sus culturas históricas, permitiendo así a todos sus habitantes tomar plena conciencia de sus orígenes comunes. La clave de bóveda de esta Europa debe ser el principio de subsidiariedad: en todos los niveles, la autoridad inferior no delega su poder hacia la autoridad superior más que en los terrenos que escapan a su competencia.
Contra la tradición centralizadora, que confisca todos los poderes en un sólo nivel; contra la Europa burocrática y tecnocrática, que consagra los abandonos de soberanía sin remitirlos hacia un nivel superior; contra una Europa reducida a espacio unificado de libre cambio; contra la "Europa de las naciones", simple suma de egoísmos nacionales que no nos previene contra un retorno de las guerras; contra una "nación europea", que no sería más que una proyección ampliada del Estado-nación jacobino, Europa (occidental, central y oriental) debe reorganizarse desde la base hasta la cima, y los Estados existentes han de ir federalizándose hacia adentro para así mejor federarse hacia afuera, en una pluralidad de estatutos particulares atemperada por un estatuto común. Cada nivel de asociación debe tener su función y su dignidad propias, no derivadas de la instancia superior, sino basadas en la voluntad y en el consentimiento de todos los que en él participan. Así, a la cúspide del edificio sólo han de llegar las decisiones relativas al conjunto de los pueblos y comunidades federados: diplomacia, ejército, grandes decisiones económicas, puesta a punto de las normas jurídicas fundamentales, protección del medio ambiente, etc. La integración europea es igualmente necesaria en determinados campos de la investigación, la industria y las nuevas tecnologías de la comunicación. Respecto a la moneda única, debe estar administrada por un Banco Central sometido al poder político europeo.
(Textos especiales para ilustrar de su necedad a los partidarios de la Gran Castilla de 254 provincias)
Contra el gigantismo, por las comunidades locales
La tendencia al gigantismo y a la concentración produce individuos aislados, y por ello vulnerables y desprotegidos. La exclusión generalizada y la inseguridad social son la consecuencia lógica de este sistema, que ha arrasado todas las instancias de reciprocidad y de solidaridad. Frente a las antiguas pirámides verticales de dominación, que ya no inspiran confianza, y frente a las burocracias, que cada vez alcanzan más rápidamente su nivel de incompetencia, hoy entramos en un mundo fluido de redes cooperativas. La antigua oposición entre una sociedad civil homogénea y un Estado-Providencia monopolístico está siendo superada poco a poco por la aparición en escena de todo un tejido de organizaciones creadoras de derechos y de colectividades deliberativas y operativas. Estas comunidades están naciendo en todos los niveles de la vida social, desde la familia al barrio, desde la aldea hasta la ciudad, desde la profesión hasta el terreno del ocio, etc. Es sólamente en esta escala local donde puede recrearse una existencia a la altura de los hombres, no parcelaria, liberada de los opresivos dictados de la rapidez, la movilidad y el rendimiento, apoyada en valores compartidos y fundamentalmente orientada hacia el bien común. La solidaridad no puede seguir siendo la consecuencia de una igualdad anónima (mal) garantizada por el Estado-Providencia, sino que ha de ser el resultado de una reciprocidad llevada a cabo desde la base por colectividades orgánicas que tomen a su cargo las funciones de protección, reparto y equidad. Sólo personas responsables en comunidades responsables pueden establecer una justicia social que no sea sinónimo de una mentalidad de individuo asistido.
La vuelta a lo local, que eventualmente puede ser facilitada por el tele-trabajo en común, tiende por naturaleza a devolver a las familias su vocación (también natural) de ser instancias de educación, socialización y ayuda mutua, permitiendo así la interiorización de reglas sociales hoy impuestas exclusivamente desde el exterior. La revitalización de las comunidades locales debe también ir a la par con un renacimiento de las tradiciones populares, que la modernidad ha borrado o, aún peor, mercantilizado. Las tradiciones, que cultivan la convivencialidad y el sentido de la fiesta, imprimen ritmos a la vida y proporcionan puntos de referencia; las tradiciones celebran las edades y las estaciones, los grandes momentos de la existencia y los periodos del año, y con ello alimentan el imaginario simbólico y refuerzan el lazo social. Nunca congeladas, viven en constante renovación.
Nostalgia helvética desde Castilla. 6º parte.(Denis de Rougemont. Cultura y Federalismo )
La idea de que habría en Europa un cierto número de culturas nacionales, bien distintas y autónomas, cuya adición constituiría la cultura europea , es una simple ilusión de óptica escolar. Se disipa como broma al sol a la luz de la Historia. La cultura europea no es y no ha sido jamás una adición de culturas nacionales. Es la obra de todos los europeos que han pensado y creado desde tres mil años, independientemente de los estados naciones que dividen hoy día Europa, y que la mayor parte (no los menores) tiene a lo más cien años de existencia: es preciso admitir se había constituido antes que ellos.
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Es preciso pues comenzar por hacer violencia a las realidades lingüísticas si se las quiere llevar a coincidir aproximadamente con las fronteras de una de nuestras naciones modernas.. Pero hay más. La lengua no sabría por ella sola definir una cultura: ella no es casi más que uno de los elementos de la cultura en general, por muy esencial que sea. Todos los otros: religión, filosofía , moral, bellas artes, folklore, ciencias, técnica y arquitectura, son largamente o completamente independientes de las lenguas modernas , y no son , con toda evidencia, reducibles a cuadros nacionales.
¿ Que tienes tu que no hayas recibido? Puede pues decir la cultura europea a cada uno de los 25 Estados-naciones que han recortado y desgarrado mucho tiempo el cuerpo de nuestro continente.
Ahora se encuentra con que los suizos están preservados – o deberían estarlo mejor que los otros- de la ilusión de las culturas nacionales, por el solo hecho de la composición lingüística de su estado..Están en medida de saber mejor que otros que la vida cultural de sus ciudades no depende de entidades nacionales en tanto que tales, sino que se liga directamente al complejo cultural europeo, de la misma forma que las ciudades libres de la Edad Media y los tres cantones primitivos fueron declarados “inmediatos al Imperio”, y esto era la franquicia y garantía de libertad frente a los príncipes de la época- hoy diríamos: contra los Estados-naciones.
La verdadera unidad de base de la cultura estando de esta suerte identificada, la cuestión que se plantea es la de saber como ciertas ciudades o ciertas regiones llegan entonces a diferenciarse, a individualizarse sobre este fondo común.
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De donde la densidad cultural de este pequeño rincón del país –educación en tres grados, letras y artes, ciencias y técnicas-. Densidad superior sin ninguna duda a la de un tramo cualquiera de un millón y medio de habitantes, elegidos en una de las grandes naciones vecinas. Y esto no es un elogio de la pequeñez en si, ni de las pequeñas dimensiones materiales o morales, sino al contrario de la pluralidad de dimensiones y de la variedad de los vasallajes posibles, los unos locales o regionales y los otros universales, tales como el federalismo los implica y permite componerlos.
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Es preciso pues comenzar por hacer violencia a las realidades lingüísticas si se las quiere llevar a coincidir aproximadamente con las fronteras de una de nuestras naciones modernas.. Pero hay más. La lengua no sabría por ella sola definir una cultura: ella no es casi más que uno de los elementos de la cultura en general, por muy esencial que sea. Todos los otros: religión, filosofía , moral, bellas artes, folklore, ciencias, técnica y arquitectura, son largamente o completamente independientes de las lenguas modernas , y no son , con toda evidencia, reducibles a cuadros nacionales.
¿ Que tienes tu que no hayas recibido? Puede pues decir la cultura europea a cada uno de los 25 Estados-naciones que han recortado y desgarrado mucho tiempo el cuerpo de nuestro continente.
Ahora se encuentra con que los suizos están preservados – o deberían estarlo mejor que los otros- de la ilusión de las culturas nacionales, por el solo hecho de la composición lingüística de su estado..Están en medida de saber mejor que otros que la vida cultural de sus ciudades no depende de entidades nacionales en tanto que tales, sino que se liga directamente al complejo cultural europeo, de la misma forma que las ciudades libres de la Edad Media y los tres cantones primitivos fueron declarados “inmediatos al Imperio”, y esto era la franquicia y garantía de libertad frente a los príncipes de la época- hoy diríamos: contra los Estados-naciones.
La verdadera unidad de base de la cultura estando de esta suerte identificada, la cuestión que se plantea es la de saber como ciertas ciudades o ciertas regiones llegan entonces a diferenciarse, a individualizarse sobre este fondo común.
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De donde la densidad cultural de este pequeño rincón del país –educación en tres grados, letras y artes, ciencias y técnicas-. Densidad superior sin ninguna duda a la de un tramo cualquiera de un millón y medio de habitantes, elegidos en una de las grandes naciones vecinas. Y esto no es un elogio de la pequeñez en si, ni de las pequeñas dimensiones materiales o morales, sino al contrario de la pluralidad de dimensiones y de la variedad de los vasallajes posibles, los unos locales o regionales y los otros universales, tales como el federalismo los implica y permite componerlos.
Nostalgia helvética desde Castilla. 5º parte.(Denis de Rougemont. El Cantón y la Federación )
¿Pero que son hoy día los cantones en derecho público?. Son estados soberanos “ en la medida en que su soberanía no está limitada por la Constitución federal, gozan como tales de todos los derechos que no son atribuidos al poder federal” (art. 3 de la constitución)
La exasperación de los nacionalismos modernos hace que muchos de nuestros contemporáneos juzguen extraña y casi contradictoria en los términos la noción de soberanía limitada. No obstante , un siglo de experiencia feliz ha vuelto esta noción familiar a los suizos..- Ellos no olvidan nunca que sus comunidades cantorales – sus verdaderas patrias- son anteriores a la Confederación, que ha resultado de sus alianzas progresivamente cerradas. Pero ven claramente por otra parte, que la garantía de las autonomías cantorales no sabría prácticamente residir más que en la puesta en común de sus fuerzas. La centralización que aceptan , en ciertos dominios estrictamente definidos, no es a sus ojos más que la salvaguardia de su modo de existencia propio y de su independencia en todos los otros dominios.
(Denis de Rougemont, La Suisse ou la histoire d’un peuple heureux, libraire Hachette, 1965 p 106)
Un natural de la comuna Annemasse pertenece al cantón de Ginebra, y por tanto a Suiza y en principio, a menos que esté con extranjeros, no dirá nunca que es un suizo de Annemasse, que sonaría bastante extravagante y cómico.
No hay grandes sociedades posibles, pues no hay más “societas” verdaderas cuando los “socii” cesan de sentirse tales. Solo les encuadran entonces la ideología y la policía del estado, sin unirlos ni organizarlo verdaderamente.
(O.C.p 285)
'soy suizo no porque hable la misma lengua, ni tenga la misma religión, ni la misma opinión política y social que los demás suizos, ni tampoco porque los ame, ni tan siquiera porque los conozca o les entienda, sino porque pertenezco a un país llamado Suiza que me permite a la vez ser suizo y como yo quiero ser' que también podría resumiese en el lema 'cada uno para sí y la Confederación para todos'
Son Suizos no a causa de alguna cualidad común sea natural, sea cultural (lengua, raza , confesión, carácter, etc.) que justamente les falta, sino porque están situados en el mismo conjunto que se ha bautizado con el nombre de Suiza, y porque lo aprueban. En cuando se ha comprendido bien esto, se ha comprendido el federalismo.
(O.C.P 112)
El federalismo no es solamente una fórmula jurídica –por tanto estática por definición- fijando las competencias respectivas de los miembros y del organismo común que ellas se dan. Su principio dinámico es asegurar un máximo de autonomía local, gracias a la puesta en funcionamiento de instrumentos colectivos para todas las tareas que superan las posibilidades de una comunidad aislada. En un sistema federalista, cada comunidad tiene el deber –tanto como el derecho- de administrase como ella lo entienda. Pero cuando empujada por la necesidad o por espíritus creadores, emprende ciertas actividades cuya amplitud supera sus medios (culturales, financieros o físicos) está llevada a asociarse para perseguirlos con otras comunidades.
(O. C. P 161)
Pero los grandes trabajos y las carreteras, la protección de los monumentos y de la naturaleza, y de una manera general, todas las empresas públicas cuyo financiamiento es demasiado pesado para un cantón, son objeto de negociación entre “el cantonal” y “el federal” como se dice en nuestra jerga.
.........................
Pues la Federación no es el todo del que los cantones no serían más que las subdivisiones, ni el poder Augusto del que ellos serían los sujetos. Concebida para permitir a los cantones realizar en común las tareas que superan sus fuerzas aisladas, está a su servicio y no ellos al suyo. No habiendo sido nunca personificado por un monarca, un dictador, o el jefe de un partido federador; sin aura de prestigio o de majestad; casi anónimo en tanto más eficaz, es solo un instrumento de cooperación.
A decir verdad , los cantones no tienen nada de otro. Es sorprendente constatar que estos pequeños Estados, que ninguna frontera visible separa, se ocupan en definitiva muy poco de sus vecinos. “Cada uno para si, y la Confederación para todos” bien parece ser su divisa
(O.C. P 111-112)
Los suizos saben bien que no se hace marchar un reloj con argumentos sonoros, sino al precio de un aplicación sostenida y de finos retoques. Ahora las ruedas de su Estado, bizarramente ajustadas según las reglas de eficacia y no de la lógica abstracta, sugieren la imagen de un reloj de precisión, justamente con toda la tolerancia precisa para que el mecanismo marche. Esta tolerancia no es solamente moral, este “juego” está previsto por las leyes. Son los derechos de iniciativa y sobre todo de referendum quienes lo rigen. Gracias a ellos, el pueblo suizo tiene menos que otros la impresión de que los poderes delegados a sus elegidos se le escapan. “El se reserva siempre para decir la última palabra por el referéndum, y eventualmente el primero por la iniciativa”(André Siegfried La Suisse démocratie témoin). Nada de lo que pasa en Berna es irremediable. Es por el recurso frecuente a estos derechos populares que el régimen suizo debe ser calificado de democracia semidirecta.
( O.C. P124)
Referéndum legislativo federal 30.000 ciudadanos u ocho cantones (art 85)
Iniciativa legislativa federal (constitución) 50.000 ciudadanos
“La autoridad directorial y ejecutiva superior de la Confederación se ejerce por un Consejo Federal compuesto de siete miembros”, dice el artículo 95 de la constitución. Este colegio que cumple a la vez las funciones de un gabinete de ministros y un jefe de Estado, es sin duda la institución más original de Suiza. Sus miembros son elegidos por cuatro años por la Asamblea y son inmediatamente reelegibles. Cada uno de ellos dirige un ministerio o un departamento.. Uno de entre ellos es elegido cada año presidente de la Confederación. No puede ejercer este oficio dos años seguidos, y se ha establecido la costumbre de una rotación entre los siete consejeros: cada uno es presidente al menos una vez cada siete años, por orden de antigüedad en el colegio.
La exasperación de los nacionalismos modernos hace que muchos de nuestros contemporáneos juzguen extraña y casi contradictoria en los términos la noción de soberanía limitada. No obstante , un siglo de experiencia feliz ha vuelto esta noción familiar a los suizos..- Ellos no olvidan nunca que sus comunidades cantorales – sus verdaderas patrias- son anteriores a la Confederación, que ha resultado de sus alianzas progresivamente cerradas. Pero ven claramente por otra parte, que la garantía de las autonomías cantorales no sabría prácticamente residir más que en la puesta en común de sus fuerzas. La centralización que aceptan , en ciertos dominios estrictamente definidos, no es a sus ojos más que la salvaguardia de su modo de existencia propio y de su independencia en todos los otros dominios.
(Denis de Rougemont, La Suisse ou la histoire d’un peuple heureux, libraire Hachette, 1965 p 106)
Un natural de la comuna Annemasse pertenece al cantón de Ginebra, y por tanto a Suiza y en principio, a menos que esté con extranjeros, no dirá nunca que es un suizo de Annemasse, que sonaría bastante extravagante y cómico.
No hay grandes sociedades posibles, pues no hay más “societas” verdaderas cuando los “socii” cesan de sentirse tales. Solo les encuadran entonces la ideología y la policía del estado, sin unirlos ni organizarlo verdaderamente.
(O.C.p 285)
'soy suizo no porque hable la misma lengua, ni tenga la misma religión, ni la misma opinión política y social que los demás suizos, ni tampoco porque los ame, ni tan siquiera porque los conozca o les entienda, sino porque pertenezco a un país llamado Suiza que me permite a la vez ser suizo y como yo quiero ser' que también podría resumiese en el lema 'cada uno para sí y la Confederación para todos'
Son Suizos no a causa de alguna cualidad común sea natural, sea cultural (lengua, raza , confesión, carácter, etc.) que justamente les falta, sino porque están situados en el mismo conjunto que se ha bautizado con el nombre de Suiza, y porque lo aprueban. En cuando se ha comprendido bien esto, se ha comprendido el federalismo.
(O.C.P 112)
El federalismo no es solamente una fórmula jurídica –por tanto estática por definición- fijando las competencias respectivas de los miembros y del organismo común que ellas se dan. Su principio dinámico es asegurar un máximo de autonomía local, gracias a la puesta en funcionamiento de instrumentos colectivos para todas las tareas que superan las posibilidades de una comunidad aislada. En un sistema federalista, cada comunidad tiene el deber –tanto como el derecho- de administrase como ella lo entienda. Pero cuando empujada por la necesidad o por espíritus creadores, emprende ciertas actividades cuya amplitud supera sus medios (culturales, financieros o físicos) está llevada a asociarse para perseguirlos con otras comunidades.
(O. C. P 161)
Pero los grandes trabajos y las carreteras, la protección de los monumentos y de la naturaleza, y de una manera general, todas las empresas públicas cuyo financiamiento es demasiado pesado para un cantón, son objeto de negociación entre “el cantonal” y “el federal” como se dice en nuestra jerga.
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Pues la Federación no es el todo del que los cantones no serían más que las subdivisiones, ni el poder Augusto del que ellos serían los sujetos. Concebida para permitir a los cantones realizar en común las tareas que superan sus fuerzas aisladas, está a su servicio y no ellos al suyo. No habiendo sido nunca personificado por un monarca, un dictador, o el jefe de un partido federador; sin aura de prestigio o de majestad; casi anónimo en tanto más eficaz, es solo un instrumento de cooperación.
A decir verdad , los cantones no tienen nada de otro. Es sorprendente constatar que estos pequeños Estados, que ninguna frontera visible separa, se ocupan en definitiva muy poco de sus vecinos. “Cada uno para si, y la Confederación para todos” bien parece ser su divisa
(O.C. P 111-112)
Los suizos saben bien que no se hace marchar un reloj con argumentos sonoros, sino al precio de un aplicación sostenida y de finos retoques. Ahora las ruedas de su Estado, bizarramente ajustadas según las reglas de eficacia y no de la lógica abstracta, sugieren la imagen de un reloj de precisión, justamente con toda la tolerancia precisa para que el mecanismo marche. Esta tolerancia no es solamente moral, este “juego” está previsto por las leyes. Son los derechos de iniciativa y sobre todo de referendum quienes lo rigen. Gracias a ellos, el pueblo suizo tiene menos que otros la impresión de que los poderes delegados a sus elegidos se le escapan. “El se reserva siempre para decir la última palabra por el referéndum, y eventualmente el primero por la iniciativa”(André Siegfried La Suisse démocratie témoin). Nada de lo que pasa en Berna es irremediable. Es por el recurso frecuente a estos derechos populares que el régimen suizo debe ser calificado de democracia semidirecta.
( O.C. P124)
Referéndum legislativo federal 30.000 ciudadanos u ocho cantones (art 85)
Iniciativa legislativa federal (constitución) 50.000 ciudadanos
“La autoridad directorial y ejecutiva superior de la Confederación se ejerce por un Consejo Federal compuesto de siete miembros”, dice el artículo 95 de la constitución. Este colegio que cumple a la vez las funciones de un gabinete de ministros y un jefe de Estado, es sin duda la institución más original de Suiza. Sus miembros son elegidos por cuatro años por la Asamblea y son inmediatamente reelegibles. Cada uno de ellos dirige un ministerio o un departamento.. Uno de entre ellos es elegido cada año presidente de la Confederación. No puede ejercer este oficio dos años seguidos, y se ha establecido la costumbre de una rotación entre los siete consejeros: cada uno es presidente al menos una vez cada siete años, por orden de antigüedad en el colegio.
Nostalgia helvética desde Castilla. 4ª parte (William Rappard. El Cantón))
El cantón es para el suizo medio una realidad concreta , a veces la república para la defensa de la cual sus ancestros han luchado contra otras Suizas, lo más a menudo el lugar donde él ha nacido, el cuadro donde se ha desarrollado su infancia y su juventud, la ciudad en que él habla su idioma y su dialecto, y en que él conoce los magistrados, sus vecinos, y quizá sus amigos. Es por tanto el cantón mismo, es decir un conjunto de recuerdos históricos y de experiencias cotidianas , y no su constitución lo que es el objeto de su patriotismo. La Confederación por el contrario , más lejana, más joven, menos personal y más abstracta, vale por su estructura política más que por su realidad social. Este edificio elevado hace un siglo , le parece conformarse en todos los puntos a las exigencias de la vida nacional. Pero no será por consiguiente arrastrado a inmolar su pequeña patria en el altar del gran país más de lo que se está tentado ha vender un recuerdo de familia para poder comprar un refrigerador.
(Op cit p 110 tomado de William Rappard De la centralisation en Suisse, Revue FranÇaise de Science politique vol I 1951)
(Op cit p 110 tomado de William Rappard De la centralisation en Suisse, Revue FranÇaise de Science politique vol I 1951)
Nostalgia helvética desde Castilla. 3ª parte (Hermann Hesse)
Que la paz es mejor que la guerra y la reconstrucción que el rearme, y que un estado federal según el modelo suizo podría alumbrar una Europa pacífica....sobre todos estos puntos estoy de acuerdo no solo con usted, sino con la mayoría de los actuales estadistas. Pero ni los gobernantes , ni usted , ni yo tenemos la menor idea de cómo pueden realizarse estos deseos, es decir como convencer o forzar a los pueblos para llevar a cabo lo bueno y deseable.
Hermann Hesse . Cartas inéditas. Lecturas para minutos 2. Biblioteca Hesse. Alianza Editorial. Madris 2000. p.25
Hermann Hesse . Cartas inéditas. Lecturas para minutos 2. Biblioteca Hesse. Alianza Editorial. Madris 2000. p.25
Nostalgia helvética desde Castilla. 2ª parte.(La nación suiza.José A. Jaúregui. El Mundo 13-sept- 1994003)
JOSE A. JAUREGUI
El Mundo 13 sept 1994
La nación suiza.
QUE modelo estatal le gusta más: el suizo, el estadounidense, el alemán, el francés, el italiano, el británico?», pregunté a José Antonio Ardanza. «El suizo», me respondió, «porque se aproxima más a un modelo auténticamente federal» (EL MUNDO 7 de agosto de 1994). En esta misma entrevista le pregunté: «¿Es Castilla, León o Aragón una nación o nacionalidad histórica, o menos nación o nacionalidad histórica que Cataluña o Euskadi?». J.A. Ardanza: «Cuando se habla de la pluralidad nacional española, yo creo que es claro en el caso catalán: además la mejor garantía generalmente suele ser el idioma. Es claro en el caso vasco, al que naturalmente incorporo también a Navarra y a las regiones del norte que están en el sur francés».
Si leemos la Constitución Federal de la Confederación Suiza, encontramos un primer acto de fe nacional en el que se fundamentan todas las reglas del juego: «En nombre de Dios Omnipotente, la Confederación Suiza queriendo afirmar el vínculo entre los confederados, mantener y acrecentar la unidad, la fuerza y el honor de la nación suiza, ha adoptado la Constitución Federal siguiente».
Si JA Ardanza quiere adoptar para España el modelo suizo, debe revisar sus tesis antropológico-sociales sobre el significado de nación y de nacionalida, Otro tanto puede decirse del programa político de Jordi Pujol y sus «Paísos Catalans». Las Paísos Catalans, o sea, Cataluña, Valencia, Castellón, Alicante e Islas Baleares, si entiendo bien las tesis tanto antropológico-sociales como políticas de Jordi Pujol, forman y conforman la Nación Catalana y, «por consiguiente», -que diría FG- debería ondear su bandera nacional, la Senyera, en el edificio de Naciones Unidas. Pero los austriacos y los suizos que hablan el idioma de Goethe y de Marx no se sienten miembros de la «nación alemana» ni quieren bajo ningún concepto ver ondear cromo suya una bandera alemana en el «seno» o «concierto» de las Naciones Unidas. Felipe González, en una entrevista concedida a un periódico sensato, serio, razonable y, «por consiguiente», exento de conjuras «deslegitimizadoras» afirmó (El País, 4 de septiembre de 1994): «Que haya alguien que afirme solemnemente que España no sólo es un Estado sino una nación me parece una obviedad. Pues sí. Está en la primera línea del Preámbulo de nuestra Constitución». Que a FG se le escape como fugitivo el director general de la Guardia Civil, pase; que el Fiscal General del Estado y guardián de la Lex y del Ius sea nombrado ilegalmente, sea; que sólo se entere de toda la trama/trampa de Filesa por la prensa, y, además, por la prensa de la gran conjura, vale, pero, ¿no sabe el presidente del Gobierno de «la» nación que los nacionalistas que le mantienen en este puesto nacional, niegan y rechazan de plano es lo que FG califica como «obviedad»?
El Mundo 13 sept 1994
La nación suiza.
QUE modelo estatal le gusta más: el suizo, el estadounidense, el alemán, el francés, el italiano, el británico?», pregunté a José Antonio Ardanza. «El suizo», me respondió, «porque se aproxima más a un modelo auténticamente federal» (EL MUNDO 7 de agosto de 1994). En esta misma entrevista le pregunté: «¿Es Castilla, León o Aragón una nación o nacionalidad histórica, o menos nación o nacionalidad histórica que Cataluña o Euskadi?». J.A. Ardanza: «Cuando se habla de la pluralidad nacional española, yo creo que es claro en el caso catalán: además la mejor garantía generalmente suele ser el idioma. Es claro en el caso vasco, al que naturalmente incorporo también a Navarra y a las regiones del norte que están en el sur francés».
Si leemos la Constitución Federal de la Confederación Suiza, encontramos un primer acto de fe nacional en el que se fundamentan todas las reglas del juego: «En nombre de Dios Omnipotente, la Confederación Suiza queriendo afirmar el vínculo entre los confederados, mantener y acrecentar la unidad, la fuerza y el honor de la nación suiza, ha adoptado la Constitución Federal siguiente».
Si JA Ardanza quiere adoptar para España el modelo suizo, debe revisar sus tesis antropológico-sociales sobre el significado de nación y de nacionalida, Otro tanto puede decirse del programa político de Jordi Pujol y sus «Paísos Catalans». Las Paísos Catalans, o sea, Cataluña, Valencia, Castellón, Alicante e Islas Baleares, si entiendo bien las tesis tanto antropológico-sociales como políticas de Jordi Pujol, forman y conforman la Nación Catalana y, «por consiguiente», -que diría FG- debería ondear su bandera nacional, la Senyera, en el edificio de Naciones Unidas. Pero los austriacos y los suizos que hablan el idioma de Goethe y de Marx no se sienten miembros de la «nación alemana» ni quieren bajo ningún concepto ver ondear cromo suya una bandera alemana en el «seno» o «concierto» de las Naciones Unidas. Felipe González, en una entrevista concedida a un periódico sensato, serio, razonable y, «por consiguiente», exento de conjuras «deslegitimizadoras» afirmó (El País, 4 de septiembre de 1994): «Que haya alguien que afirme solemnemente que España no sólo es un Estado sino una nación me parece una obviedad. Pues sí. Está en la primera línea del Preámbulo de nuestra Constitución». Que a FG se le escape como fugitivo el director general de la Guardia Civil, pase; que el Fiscal General del Estado y guardián de la Lex y del Ius sea nombrado ilegalmente, sea; que sólo se entere de toda la trama/trampa de Filesa por la prensa, y, además, por la prensa de la gran conjura, vale, pero, ¿no sabe el presidente del Gobierno de «la» nación que los nacionalistas que le mantienen en este puesto nacional, niegan y rechazan de plano es lo que FG califica como «obviedad»?
Nostalgia helvética desde Castilla. 1ª parte.(El factor suizo.Antonio García Trevijano. La Razón 23-oct. 2003)
Desde hace tiempo di sobradas muestras de admiración por Suiza - que aprendí de la familia y del pensador Denis de Rougemont-, señalando las analogías y reminiscencias helvéticas de la vieja historia castellana, ya en su momento detectadas con agudeza por el portugués Oliveira Martins allá por el siglo XIX y más tardiamente por Anselmo Carretero. Obviamente las declaraciones furibundas de nacionalismo pancastellanista, demasiado análogas al estilo de los nacionalismos periféricso peninsulares se me atragantan cual espina molesta de pescadilla podre. Si algún espíritu nacional deseo a Castilla, al igual que en Suiza lo quisiera lo más alejado posible del nacionalismo moderno. Me temo que por estas latitudes de histeria vocinglera o apatías somnolientas, según los idus, la cosa no tiene visos de prosperar.
Me resulta grato leer algún pequeño reconocimiento y homenaje a Suiza, algo que vaya más allá de las habituales reprobaciones morales del secreto bancario o de la afición usuraria crematística, no obstante la reserva de no compartir muchas de las apreciaciones de los escritos que se aportan.
Espero que mi nostalgia helvética no se considere fuera de los temas de este foro, en el que he introducido de manera progresiva los antecedentes del federalismo tradicional castellano : Oliveira Martins, Luis Carretero Nieva y Anselmo Carretero Jiménez entre otros; federalismo que sucumbió finalmente ante el centralismo con pretensiones imperiales de León, que con el rótulo de corona de Castilla, quedó convenientemente camuflado y pasó a la posteridad como una característicade la política castellana.
Es difícil sino definitivamente imposible restaurar hoy día el sentido antiguo de pacto foral, basado en un sentido de lo sagrado que jamás proporcionará un recuento numérico de mayorías. Federalismo viene de "phoedus" pacto. Ni castellanos, ni vascos, ni catalanesn, ni nadie recuerda ya lo que constituyó un orden político secular que no necesitaba de territorios celosamente delimitados, odios varios al meteco, proclamaciones necias de ilusiorias superioridades y otra serie de majaderías que constituyen el núcleo duro del moderno nacionalismo.
Saludos
RES
El factor suizo
La Razón 23 de octubre 2003
Antonio García Trevijano
Este pequeño y culto país, espejo de civismo donde se miran los grandes, atrae hoy la atención de los medios. La conservadora Unión Democrática de Centro, dirigida por un empresario de Zürich (Blocher), ha roto en las urnas el consenso gobernante desde 1959. Y quiere participar en el reparto del poder ministerial en igualdad con los demás partidos. Pero éstos la vetan por atribuir su aumento de votos a una campaña xenófoba contra los riesgos de la inmigración.
No creo que esto pueda suceder en el país más cosmopolita y menos racista de Europa. Sobre todo porque el aumento electoral de la UDC sólo ha sido del 4,6%, y la crítica de la política de inmigración no va unida necesariamente al racismo. La causa de la inestabilidad gubernamental debe buscarse en otro lado.
Concretamente, en la naturaleza cínica y antidemocrática del consenso de 1959, que fraguó un bloque de tres partidos convencionales con el temor al Mercado Común. Ese prolongado consenso, sin causa patriótica que lo justifique, choca con la tradición liberal de los cantones helvéticos. Lo extraño es que un tradicionalista como Blocher quiera participar en él, en lugar de cambiarlo por la regla de mayorías y minorías propia de la democracia.
Si el espíritu nacional no ha sido nacionalista en algún país, es en Suiza. Si el espíritu europeo se ha encarnado en alguna nación, es en Suiza. Si la unión de Europa ha tenido un modelo histórico en el que inspirarse, ha sido la confederación helvética. Si algún pueblo merecía el respeto de su neutralidad, era el suizo. Si algún Estado ha ofrecido un marco ideal para encuentros, negociaciones y organismos internacionales, es el suizo.
Entre montes, valles y lagos, unos cantones confederados convirtieron un ejército de mercenarios en una defensa civil de ciudadanos; integraron en un solo espíritu nacional culturas diferentes (alemana-francesa-italiana); realizaron la síntesis de la oligarquía de las ciudades y la democracia de las montañas («comburguesía»); hicieron de Ginebra la Roma protestante (Calvino); transformaron la Reforma autoritaria de Lutero en un humanismo liberal de inspiración erasmista (Zuinglio); produjeron educadores universales (Rousseau, Pestalozzi), estadistas ilustrados (Necker), literatos excepcionales (Mme. Stael), pensadores de lo moderno (Constant), historiadores geniales (Burckhardt), juristas internacionales (Bluntschli), lingüistas creadores (Saussure), junto a escuelas de psicología profunda (Jung, Szondy) y de arte moderno (Hodler, dadaísmo, Paul Klee).
Cuestiones anecdóticas mermaron en el inconsciente europeo la grandeza cultural de la historia suiza, tan bella y tan rica como su geografía. Del mismo modo que hoy se buscan policías en excedencia como guardaespaldas privados, durante el siglo XVII se puso de moda contratar antiguos mercenarios suizos como guardia personal de papas, reyes y potentados. Racine pudo consagrar entonces la injusta ironía de que sin dinero nada de Suiza («Point d argent, point de Suisse»), como Orson Welles («El tercer hombre») pudo ridiculizar el pacifismo suizo, tras la guerra mundial, con la estupidez de que sólo había servido para inventar el reloj de cuco.
Cuando la prensa habla de un partido nacionalista en Zürich, no parece saber bien lo que dice. En la atmósfera dadaísta de esa europeísima ciudad, un diplomático suizo, que luego se haría tan sabio como su apellido, Karl J. Burckhardt, escribió a su amigo el poeta austriaco Hofmannsthal: «En nosotros existe un sentimiento persistente de afinidades con Alemania, excluyendo todo nacionalismo. Gotthelf, Keller, Meyer, Jacob Burckhardt han demostrado a los suizos alemánicos que si son alemanes por naturaleza no lo son por condición política». Y le preguntaba si tan poca gente era capaz de meditar, ante el arte y la música actuales, «sobre la muerte de la melodía profundamente europea» en el «concierto de las potencias».
Me resulta grato leer algún pequeño reconocimiento y homenaje a Suiza, algo que vaya más allá de las habituales reprobaciones morales del secreto bancario o de la afición usuraria crematística, no obstante la reserva de no compartir muchas de las apreciaciones de los escritos que se aportan.
Espero que mi nostalgia helvética no se considere fuera de los temas de este foro, en el que he introducido de manera progresiva los antecedentes del federalismo tradicional castellano : Oliveira Martins, Luis Carretero Nieva y Anselmo Carretero Jiménez entre otros; federalismo que sucumbió finalmente ante el centralismo con pretensiones imperiales de León, que con el rótulo de corona de Castilla, quedó convenientemente camuflado y pasó a la posteridad como una característicade la política castellana.
Es difícil sino definitivamente imposible restaurar hoy día el sentido antiguo de pacto foral, basado en un sentido de lo sagrado que jamás proporcionará un recuento numérico de mayorías. Federalismo viene de "phoedus" pacto. Ni castellanos, ni vascos, ni catalanesn, ni nadie recuerda ya lo que constituyó un orden político secular que no necesitaba de territorios celosamente delimitados, odios varios al meteco, proclamaciones necias de ilusiorias superioridades y otra serie de majaderías que constituyen el núcleo duro del moderno nacionalismo.
Saludos
RES
El factor suizo
La Razón 23 de octubre 2003
Antonio García Trevijano
Este pequeño y culto país, espejo de civismo donde se miran los grandes, atrae hoy la atención de los medios. La conservadora Unión Democrática de Centro, dirigida por un empresario de Zürich (Blocher), ha roto en las urnas el consenso gobernante desde 1959. Y quiere participar en el reparto del poder ministerial en igualdad con los demás partidos. Pero éstos la vetan por atribuir su aumento de votos a una campaña xenófoba contra los riesgos de la inmigración.
No creo que esto pueda suceder en el país más cosmopolita y menos racista de Europa. Sobre todo porque el aumento electoral de la UDC sólo ha sido del 4,6%, y la crítica de la política de inmigración no va unida necesariamente al racismo. La causa de la inestabilidad gubernamental debe buscarse en otro lado.
Concretamente, en la naturaleza cínica y antidemocrática del consenso de 1959, que fraguó un bloque de tres partidos convencionales con el temor al Mercado Común. Ese prolongado consenso, sin causa patriótica que lo justifique, choca con la tradición liberal de los cantones helvéticos. Lo extraño es que un tradicionalista como Blocher quiera participar en él, en lugar de cambiarlo por la regla de mayorías y minorías propia de la democracia.
Si el espíritu nacional no ha sido nacionalista en algún país, es en Suiza. Si el espíritu europeo se ha encarnado en alguna nación, es en Suiza. Si la unión de Europa ha tenido un modelo histórico en el que inspirarse, ha sido la confederación helvética. Si algún pueblo merecía el respeto de su neutralidad, era el suizo. Si algún Estado ha ofrecido un marco ideal para encuentros, negociaciones y organismos internacionales, es el suizo.
Entre montes, valles y lagos, unos cantones confederados convirtieron un ejército de mercenarios en una defensa civil de ciudadanos; integraron en un solo espíritu nacional culturas diferentes (alemana-francesa-italiana); realizaron la síntesis de la oligarquía de las ciudades y la democracia de las montañas («comburguesía»); hicieron de Ginebra la Roma protestante (Calvino); transformaron la Reforma autoritaria de Lutero en un humanismo liberal de inspiración erasmista (Zuinglio); produjeron educadores universales (Rousseau, Pestalozzi), estadistas ilustrados (Necker), literatos excepcionales (Mme. Stael), pensadores de lo moderno (Constant), historiadores geniales (Burckhardt), juristas internacionales (Bluntschli), lingüistas creadores (Saussure), junto a escuelas de psicología profunda (Jung, Szondy) y de arte moderno (Hodler, dadaísmo, Paul Klee).
Cuestiones anecdóticas mermaron en el inconsciente europeo la grandeza cultural de la historia suiza, tan bella y tan rica como su geografía. Del mismo modo que hoy se buscan policías en excedencia como guardaespaldas privados, durante el siglo XVII se puso de moda contratar antiguos mercenarios suizos como guardia personal de papas, reyes y potentados. Racine pudo consagrar entonces la injusta ironía de que sin dinero nada de Suiza («Point d argent, point de Suisse»), como Orson Welles («El tercer hombre») pudo ridiculizar el pacifismo suizo, tras la guerra mundial, con la estupidez de que sólo había servido para inventar el reloj de cuco.
Cuando la prensa habla de un partido nacionalista en Zürich, no parece saber bien lo que dice. En la atmósfera dadaísta de esa europeísima ciudad, un diplomático suizo, que luego se haría tan sabio como su apellido, Karl J. Burckhardt, escribió a su amigo el poeta austriaco Hofmannsthal: «En nosotros existe un sentimiento persistente de afinidades con Alemania, excluyendo todo nacionalismo. Gotthelf, Keller, Meyer, Jacob Burckhardt han demostrado a los suizos alemánicos que si son alemanes por naturaleza no lo son por condición política». Y le preguntaba si tan poca gente era capaz de meditar, ante el arte y la música actuales, «sobre la muerte de la melodía profundamente europea» en el «concierto de las potencias».
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