miércoles, 26 de septiembre de 2018

El sondeo del CIS consolida a Pedro Sánchez y convierte a Vox en el perro del hortelano

El sondeo del CIS consolida a Pedro Sánchez y convierte a Vox en el perro del hortelano


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Si tras la llegada de Pedro Sánchez al poder, alguien nos hubiese dibujado un escenario similar al cabo de sus tres primeros meses, una intención de voto del PSOE del 30,5 por cientos y sacando una ventaja de 9,7 puntos al PP, nos habría parecido el relato surgido de una mente disparatada y enferma. Pero no. En la democracia española, ya se sabe, hasta lo inverosímil resulta concebible. Se equivoca el PP si cree que los casos de corrupción van a horadar la credibilidad del partido en el Gobierno. La corrupción nunca ha desgastado a la izquierda española. Recuérdese las elecciones de 1993, con un Himalaya de casos de latrocinio, corrupción y crímenes de Estado planeando sobre la España felipista, y al PSOE imponiéndose al PP de José María Aznar contra toda lógica. Ya se sabe que la  izquierda tiene siempre bula. Y muchos periodistas se disculpan cuando toca hablar de sus robos. Incluso del mayor robo de la historia de la democracia, cometido por el PSOE y su Junta de Andalucía a lo largo de muchos lustros.AR.- No deberíamos extrañarnos de un escenario político tan grotesco como el que dibuja el CIS en su último sondeo. En realidad la democracia española ha transitado siempre entre lo grotesco y lo estrafalario. Sin entrar en la parte de propaganda que la izquierda suele insuflar en todas las encuestas que controla, el CIS de hoy lo que en realidad refleja es que la democracia española transita entre lo grotesco y lo estrafalario. Sería materialmente imposible que un presidente de la derecha conservadora sobreviviera a la tesis plagiada de Sánchez, a la destitución de dos ministros, a los turbios encuentros de su ministra de Justicia con el comisario Villarejo, a sendos viajes en aeronaves oficiales para asistir a un concierto en Alicante y a una boda en Ávila, a un descontrol del gasto, a un chantaje permanente como el que ejercen sobre el Gobierno los grupos parlamentarios independentistas, a una rebelión golpista en Cataluña que ya se proclama sin ningún pudor, a miles de ilegales cruzando nuestras fronteras y a unos datos económicos como los correspondientes al mes de agosto, que solo cabría calificar de altamente alarmantes.
Del sondeo del CIS publicado hoy, la constatación de que Vox está muy lejos de ser esa alternativa identitaria de la que presumen sus líderes. Con una intención de voto inferior al PACMA, Vox logra votos allí donde los pierde el PP. El sondeo del CIS deja al descubierto las limitaciones de Vox, que han sido reiteradamente desgranadas en este medio. Vox no arranca un solo voto procedente de la izquierda ni ha logrado penetrar en los nichos sociales principalmente afectados por las políticas de puertas abiertas a la inmigración. Es decir, que lo que gana Vox es lo que pierde el PP. Así no es extraño que los medios en la órbita de la izquierda y de Ciudadanos estén tan encantados con que Vox ejerza de perro del hortelano.
En el fondo lo que recoge Vox es el fruto del desbarajuste del PP todos estos años. Pero ese trasvase de votos a quien beneficia es a la izquierda frentepopulista. Si extrapolamos los resultados del CIS a un contexto postelectoral, Vox no lograría ningún representante y restaría entre cuatro y cinco al PP por el reparto de escaños con la Ley D’Hondt. Es decir, lo que hace Vox es servir a los intereses políticos de la izquierda frentepopulista con la mascarada del falso identitarismo. Porque si Vox fuese el partido identitario que proclaman sus dirigentes, y no un simple remedo del PP formado por exdirigentes resabiados de este partido, ¿por qué entonces no logra concitar el apoyo de los sectores sociales más directamente afectados por la llegada masiva de inmigrantes y el cambio demográfico? ¿Por qué los españoles más identificados con la ideología identitaria prefieren seguir votando a otras formaciones minoritarias? ¿Por qué ni un solo votante de la izquierda parece dispuesto a mutar la orientación de su voto, como ocurre en Francia entre los antiguos votantes del Partido Comunista y el partido de Le Pen? ¿Por qué no hay trasvases de votos a Vox salvo los procedentes del PP? ¿Por qué Vox sólo convence al pijismo conservador y carece de influencia alguna en zonas castigadas por la inmigración?
Cuando parecemos abocados a una tragedia sin precedentes (nada menos que la ratificación de Pedro Sánchez al frente del Gobierno, avalado por la extrema izquierda y los separatistas), se hace urgente reparar en las causas que nos han llevado a este desastre. De entrada, la responsabilidad de la población española parece lo suficientemente grande como para ahorrarnos cumplidos y expresiones de bienquedismo. Un pueblo que ha perdido el valor hasta de defenderse de cualquier agresión externa es un pueblo que no tiene derecho a la supervivencia. Pura razón natural tras 40 años de oligarquía partitocrática. Lo que tenemos es una masa adormecida, amorfa, hueca, vacía, grotesca, extremadamente manipulable. De ella no se podrá sacar nunca nada bueno, nada positivo. Al igual que otros europeos, pero en grado mucho mayor, los españoles han llegado al último capítulo de la decadencia y la degradación. Este es un organismo en putrefacción avanzado. La carne agusanada de este cuerpo es lo único que realmente se mueve y tiene vida. No es extraño que Sánchez pueda garantizar su futuro económico bajo las cenizas de un sistema que lo ha calcinado todo a su paso.
Es seguro que las próximas generaciones de españoles pagarán dramáticamente los excesos de estos años, ya que lo que se dibuja en el horizonte es una sociedad empobrecida, envilecida y en las garras de un puñado de lobos con los instintos salvajes intactos.
Los españoles ya no sienten ni frío ni calor. Han creado una sociedad de espectros teledirigidos y logrado rebajar nuestras preferencias vitales al nivel de las cloacas.
España está en trance de morir y aquí nadie parece tener nada que decir. Los separatistas huelen la cobardía que hay en el ambiente y ven cerca la capitulación de una nación postrada a sus pies. Y ello sin que a los partidos con representación parlamentaria, ni al presidente del Gobierno, ni al Rey, ni a la prensa pesebrera, ni mucho menos a la sociedad civil parezca inquietarles.
Yo hace muchos años que dejé de creer en esta democracia. A decir verdad, nunca creí en ella. No puedo por tanto sentirme decepcionado por los datos del CIS. Al final sólo nos han dejado el valor de la palabra, aún con grandes restricciones. Por eso proclamo mi desprecio y asco a todos los que han hecho posible este monumental fracaso colectivo, dándonos desencanto, pesimismo, inseguridad, desesperanza y engañándonos con formaciones que, como Vox, responden a la necesidad del sistema de encauzar y controlar la disidencia.