Pepito Grillo, el personaje que representaba la conciencia de Pinocho. /Wikimedia
Pepito Grillo, el personaje que representaba la conciencia de Pinocho. /Wikimedia
Hemos matado a Pepito Grillo y en su lugar tenemos el BOE.
Todos recordamos perfectamente a Pepito Grillo, simpático pero un poco inoportuno. Siempre 
pendiente de su amigo Pinocho… ¡En cuántos problemas se metió Pinocho por no escuchar a 
su querida conciencia! ¡Cuántos peligros sufrió Pepito Grillo por intentar corregir a Pinocho!
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La conciencia moral y la dignidad de la persona son temas de los que se habla poco y que
 parecen no ser de actualidad, y sin embargo, de vez en cuando una reflexión acerca de los
 mismos creo que nos vendría a todos muy bien.
Dos conversaciones en esta última semana me han hecho reflexionar sobre estos temas y
 darme cuenta de lo relacionados que están.
La ética no se puede reducir solo a la ley.  Reconocer el valor de la objeción de conciencia,
 es reconocer el valor de la dignidad de cada persona.
Mis alumnos discutían sobre la cuestión de la dignidad de las personas; varios defendían a
caloradamente que no todas las personas tienen la misma dignidad, sino que esta depende,
 entre otras cosas, de los actos cada uno. Otro afirmaba que él habría sido un buen dictador. 
 Intente hacer de un tímido Pepito Grillo, insistiendo en que hay ciertas verdades, que son 
inalienables, una de ellas la dignidad de todos y cada uno, por el mero hecho de ser personas.
La segunda conversación se desarrolló, en una sesión de un comité de Bioética, con unos 
compañeros médicos trabajadores del sistema público. Comentábamos acerca de la indicación 
de distintos fármacos y la importancia de la adecuación de los tratamientos, no sólo a la 
mejora del paciente, sino también al coste de éstos.
“Yo le pregunté: ¿Y dónde queda la conciencia y la autonomía del médico frente a la autonomía de la paciente? No obtuve respuesta”
En ese momento surgió la cuestión de la prescripción y las posibles objeciones frente a distintos
 tipos de tratamientos, ya bien fuera por coste o por no estar de acuerdo con su indicación o, yo
 apunté, en el caso de que los fármacos pudiesen ser abortivos podía surgir la objeción 
de conciencia por parte de los profesionales. Una de mis compañeras, en relación a estos
 últimos fármacos, muy indignada argumentaba: “No nos acabamos de creer la autonomía 
de los pacientes…”
Dato curioso, el tema del coste de un fármaco sí se ve como un tema crucial a la hora de la
 prescripción del mismo. Pero la cuestión del inicio de la vida y la objeción de conciencia 
de un compañero en este punto, sin embargo, a mi compañera le parecían cuestiones prescindibles…
Yo le pregunté: ¿Y dónde queda la conciencia y la autonomía del médico frente a la 
autonomía de la paciente? No obtuve respuesta.
Noto que cada vez más, en el ámbito sanitario y entre mis compañeros, se trata de 
reducir las cuestiones de ética y conciencia a conocer con exactitud el marco legal en 
el que debemos movernos y actuar según la ley.
Pero precisamente las cuestiones de objeción de conciencia surgen cuando un profesional 
no quiere realizar ciertas acciones, porque atentan a su conciencia, aunque este reguladas
 por una ley. La ética no se puede reducir solo a la ley.  Reconocer el valor de la objeción 
de conciencia, es reconocer el valor de la dignidad de cada persona.
Si la conciencia de cada individuo deja de ser importante, frente a la conciencia general 
del estado, supone no creernos la dignidad de cada persona.
Actuar según conciencia, en muchas ocasiones, es complejo, y a mi me ha metido en unos
 cuantos líos. Pero es en esos momentos en los que te juegas ser tú mismo y no convertirte
 en una pieza más del engranaje del sistema.