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ESPAÑA
De cómo Cataluña se volvió rica y Galicia,
pobre
LUIS VENTOSO
Día 11/02/2014 - 09.59h
En el siglo XIX los
aranceles proteccionistas establecidos por el Gobierno de
España permitieron el despegue de la industria catalana, una apuesta que relegó
a
otras comunidades
La memoria es corta.
Tendemos a interpretar el pasado filtrándolo por el tamiz de 10 que vemos en el
tiempo presente. Si en una charla de cafetería preguntásemos cuál de estas dos
regiones, Cataluña o
Galicia, contaba con más población en el siglo XVIII, indudablemente la mayoría
de los parroquianos
nos dirían que Cataluña, pues hoy la comunidad mediterránea aventaja a la
atlántica en 4,8 millones
de habitantes. Sin embargo, 10 cierto es que en 1787 Galicia tenía más población que Cataluña:
1,3 millones de gallegos frente a 802.000 catalanes. Los
saludables datos demográficos del confín finisterrano eran
además un síntoma de pujanza. En el siglo XVIII algunos pensadores ilustrados
presentaban a Galicia ante otros pueblos de España como un ejemplo de sociedad
bien articulada
económicamente. Bendecida por un clima
templado y con generosos dones naturales, ya bien conocidos desde los
romanos, buenos amigos de su oro y su godello, entre 1591
y 1752 se estima que Galicia
duplicó su
población. Su éxito se basaba en una agricultura autosuficiente, que recibió un
empujón formidable
con la perfecta y temprana aclimatación del maíz a los valles atlánticos. Pero
había más. Una primaria
industria popular, cuyo mejor ejemplo era el lino. Y también, claro, los
recursos de las salazones de
pescado, donde tanto ayudaron empresarios catalanes; la minería, las
exportaciones ganaderas, el
comercio de sus puertos ... Todo ese edificio gallego, tan perfectamente ensamblado durante
siglos y
triunfal en el XVIII, entrará en crisis súbitamente en el XIX y se vendrá
abajo. Fue un colapso de
naturaleza maltusiana (Galicia se torna incapaz de atender las necesidades que genera
su bum
demográfico) y da lugar a un éxodo de magnitudes trágicas: desde finales del
siglo XVIII hasta los
años 70 del siglo pasado
se calcula que un millón y
medio de personas huyeron de la miseria
de Galicia. Buenos Aires fue durante largo tiempo la segunda ciudad con más
gallegos y ese
gentilicio todavía es allí sinónimo de español.
¿Por qué se hunde
Galicia en el siglo XIX? Porque decisiones
políticas externas voltean su
modo de vida tradicional. La apuesta por la
industria del algodón mediterránea, que será
protegida con reiterados aranceles por parte del Gobierno de España, arruina la
mayor empresa de
Galicia, la del lino. Los nuevos impuestos del Estado liberal, que sustituyen a
los eclesiásticos, obligan
al campesinado a pagar en líquido, en vez de en especie, y lo acogotan. Aislado
del milagro del
ferrocarril, el Noroeste languidece, lejano,
ajeno a los nuevos focos fabriles, establecidos en Cataluña,
con su monopolio de la industria del algodón, yen el País Vasco, cuya siderurgia
pasa a ser también
protegida como empresa de interés nacional.
Stendhal
ante el proteccionismo
El declive de Galicia
en el XIX coincide con el espectacular ascenso de Cataluña, debido al ingenio y
laboriosidad de su empresariado y a su condición de puerta con Francia. Pero hubo algo más. En su
Diario de
un Turista,
de 1839, Stendhal, el maestro de la novela realista,
recoge con la perspicacia
propia de su talento sus impresiones tras un viaje de Perpiñán a Barcelona:
«Los catalanes quieren
leyes justas -anota-, a
excepción de la ley de aduana, que debe ser hecha a su medida.
Quieren que cada español que necesite algodón pague
cuatro francos la vara, por el hecho de que
Cataluña está en el mundo. El español de Granada, de Málaga o de La Coruña no
puede comprar
paños de algodón ingleses, que son excelentes, y que cuestan un franco la vara». Stendhal, que amén
de escritor era también un ducho conocedor de la administración napoleónica,
para la que había
trabajado, capta al instante la anomalía: el arancel proteccionista, implantado
por los gobiernos de
España en atención a la perpetua queja -y excelente diplomacia- catalana, ha
convertido al resto de
España en un mercado cautivo del textil catalán, cuando es notorio que es más
caro y peor que el
inglés. Un premio
colosal, pues no había entonces industria
más importante que la del algodón,
que será pronto matriz de otras, como la química. Esa descompensación
primigenia, el arancel,
reescribe toda la historia económica de España. A partir de esa discriminación
positiva inicial, que
le
permite arrancar con ventaja frente a las otras comunidades, pues España era un
páramo industrial, Cataluña va acumulando
más y más espaldarazos por parte del Estado. Aunque también hay que
ensalzar el ímpetu y la capacidad de la burguesía catalana.
Cataluña,
siempre lo primero
La primera línea férrea
de España es la Barcelona-Mataró, en 1848. Ga1icia contará con su primer tren
en 1885, i37 años después! La primera empresa de producción y distribución de
fluido eléctrico a los
consumidores se creó en Barcelona, en 1881, se llamaba, y es significativo,
Sociedad Española de Electricidad. La primera ciudad española con alumbrado eléctrico fue Gerona, en
1886. La teoría del
agravio a Cataluña no se sostiene. De hecho, el resto de España todavía
aportará algo más: mano de
obra masiva y barata para atender a la única industria que
existía, la catalana (salvo el
oasis de Vizcaya).
En el siglo XX llegaran
más ventajas competitivas para Cataluña. En 1943, Franco establece por
decreto que solo Barcelona y Valencia podrán realizar ferias de muestras
internacionales. Ese
monopolio durará 36 años. Fue abolido en 1979 y solo entonces podrá crear
Madrid su feria, la hoy
triunfal Ifema. Catalanas son las primeras autopistas que se construyen en
España (Ga1icia completó
su conexión con la Meseta en el 2001 y la unión con Asturias se culminó hace dos
semanas). La fábrica
de Seat, la única marca de coches española, se lleva a Barcelona. Otro hito son
los Juegos Olímpicos
del 92, un plató de eco universal, conseguido, concebido y sufragado como
proyecto de Estado (o
acaso cree alguien que aquello se logró y se costeó solo por obra y gracia del
Ayuntamiento de
Barcelona y el gracejo de Maragall). En los años noventa se completará la
entrega a empresas
catalanas del sector estratégico de la energía, un opíparo negocio inscrito en
un marco regulado. En
1994, el Gobierno de Felipe González vendió Enagás, monopolio de facto de la
red de transporte de
gas en España, a la gasera catalana, por un precio inferior en un 58% a su
valor en libros. Repsol,
nuestra única petrolera, también pasará a manos catalanas. Los modelos de financiación
autonómica se harán siempre a petición y atención de Cataluña. También es privilegiada en
las inversiones de Fomento y se le permite aprobar un estatuto
anticonstitucional que establece algo
tan insólito como que la instancia inferior, Cataluña, fije obligaciones de
gasto a la superior, España.
Todas las capitales catalanas están conectadas por AVE en la primera década del
siglo XXI, mientras
que la línea a Galicia todavía no tiene fecha cierta y los próceres de CiD presionan
que no se construya.
Retroceso
con la libertad
Cuando llegan las
libertades económicas y se evaporan los aranceles y los monopolios, España
logra
crear, contra todo pronóstico, la mayor multinacional textil del planeta,
Inditex. Resulta harto
revelador que la compañía nazca en La Coruña, en el confín atlántico, y no en
la comunidad que
durante un siglo largo disfrutó del monopolio del algodón y el textil. Lo mismo
sucede con las ferias de
muestras de Barcelona y Madrid.
En realidad la libertad
económica, unida al ensimismamiento nacionalista, sienta mal a Cataluña,
acostumbrada a competir apoyada en la muleta del Estado
intervencionista. Según la serie histórica
de desarrollo regional de Julio Alcaide para BBVA, en 1930 la primera comunidad
en PIE por
habitante era el País Vasco y la segunda, Cataluña; Galicia se perdía en el
puesto quince. En el año
2000 Baleares era la primera; Madrid, la segunda; Navarra, la tercera, Cataluña
caía al cuarto lugar; y
el País Vasco, al sexto; por su parte Galicia recortaba varios puestos.
Las
sorpresas del siglo XXI
El corolario de esta
historia es que hoy Galicia coloca sus bonos y presenta unas cuentas saneadas,
mientras que Cataluña vuelve a estar sostenida por el Estado, pues su deuda
padece la
calificación de bono basura y se ha quedado fuera de mercado.
Galicia ha vadeado el
sarampión nacionalista (Fraga fue un disperso presidente regional, pues su
gobernanza era un atolondrado ir de aquí para allá sin proyectos claros, pero
tuvo una idea genialoide:
ocupó el espacio del nacionalismo, creando un galleguismo sentimental e
intrusivo, pero imbricado en
España).
Los gallegos saben que
si un café vale 1,20 euros en Tui y 90 céntimos al otro lado del río, en Valenca
do Minho (Portugal) es porque formar parte de España
reporta un mayor nivel de vida, y asumen
que ese plus es lo que hace viable a Galicia.
Por el contrario
Cataluña, desconcertada al verse obligada a competir en el mercado abierto,
desangradas sus arcas por la entelequia identitaria, se deja embaucar por los
cantos de sirena de la
independencia, inculcada sin descanso por el aparato de poder nacionalista, con
técnicas de
propaganda de trazas goebbelianas.
España es una buena
idea. La libertad, también.
Ya veces, como ahora, libertad y España son
sinónimos.