martes, 7 de octubre de 2014

«El capitalismo es una estructura de pecado» (Juan Manuel de Prada)


lavozdigital.es



«El capitalismo es una estructura de pecado»



El novelista publica 'Morir bajo tu cielo', libro en el que recrea el sitio que sufrieron las tropas españolas hasta junio de 1899 por los filipinos

Juan Manuel de Prada Escritor

Juan Manuel de Prada ha encontrado inspiración en Filipinas, en cuya guerra de independencia los españoles demostraron un coraje que echa en falta en estos tiempos de incrédulos en el que sus compatriotas viven «anestesiados». 'Morir bajo tu cielo' (Espasa), la novela que acaba de publicar, recrea el asedio que sufrió un destacamento español en la iglesia de Baler por los insurrectos filipinos. El libro es un homenaje a los pobres que suplieron la ineptitud de sus gobernantes con sacrificio y valor. «El campo de batalla se libra hoy en el terreno económico», dice De Prada.

-Los españoles sienten una gran indiferencia por Filipinas.

-Es que el europeísmo ha sido una enfermedad lamentable que ha desvirtuado totalmente a los españoles. En el caso de Filipinas concurren otras cuestiones. Estados Unidos devastó el legado español y no sabemos nada de ese país, salvo cuando sufre un tsunami. Es dramático, sobre todo si se tiene en cuenta que es una tierra que ha sido española durante 300 años.

-Su novela es épica. ¿Hay espacio para el heroísmo en los tiempos actuales?

-Los españoles tienen la materia prima de la épica. En el heroísmo hay un componente de afirmación fuerte de aquellas cosas que se sienten como propias y por las que merece la pena luchar, pero también tiene algo de locura. Ahora, sin embargo, estamos europeizados, capados como eunucos, y ese componente de grandeza, de desmesura quijotesca ha sido adormecido y anestesiado. Pero eso tiene que resurgir, el español es lo que es.

-¿Es tan ominosa la Restauración como la pinta en su libro?

-Es una época penosa de la historia de España. La Restauración fue un apaño de las oligarquías políticas y económicas para, bajo una apariencia democrática, dejar fuera al pueblo. Liberales y conservadores se inventaron un sistema de alternancia que dejó fuera a todas las fuerzas obreras y a los carlistas, es decir, a casi toda España. Generó una corrupción brutal y un alejamiento del bien común. Es un periodo que tiene muchas similitudes con la Transición.

-¿Y cuáles son esas semejanzas?

-Hay un paralelismo evidente: en las dos épocas hubo un pacto de oligarquías, de orden político-económico, que se tradujo en el reparto del poder y el dinero, con la consiguiente exclusión del pueblo.

-Comenzó usted con un libro de título audaz, 'Coños'. ¿Se ha ido conservadurizando progresivamente?

-'Coños' era un juego ramoniano, un homenaje a Gómez de la Serna, quien escribió 'Senos'. No soy conservador, soy tradicional, y mi literatura siempre lo ha sido. Pero en mi obra siempre ha habido una radicalidad muy profunda.

Rajoy y Zapatero

-¿Y se considera un escritor antimoderno?

-Soy un antimoderno, en lo personal y lo intelectual. Descreo absolutamente de la modernidad y no digamos ya de las vanguardias, que son las escurrajas, el último vómito de la modernidad. Pero el ser antimoderno no significa en modo alguno ser conservador, que siempre mantiene lo que le dan. Ahí tenemos a Rajoy conservando las leyes de Zapatero. En el arte hay presupuestos estéticos que son eternos. Yo apuesto por recuperarlos y darles nueva vida.

-¿No se engolosina demasiado con las palabras?

-Si renuncio a ser barroco, me convierto en un pelele, en un falso escritor. Si Quevedo se hubiese empeñado en escribir como Cervantes, nos hubiésemos evitado ciertas procacidades y groserías, pero también habríamos quedado privados de todo lo bueno del primero.

-En sus últimos artículos se muestra usted muy anticapitalista.

-Siempre lo he sido. Para mí el capitalismo es una estructura de pecado, por utilizar un lenguaje religioso. El capitalismo, al igual que el comunismo, no es solo un sistema económico, es una antropología que te obliga a vivir de una determinada manera.

-Como católico, ¿con quién se queda si le dan a elegir entre Benedicto XVI y Francisco?

-Me identifico con el rigor doctrinal de Benedicto XVI frente a cierto confusionismo doctrinal de Francisco. Pero me identifico mucho más con Francisco en su inquietud social y en su preocupación ante las grandes cuestiones económicas.

-¿Y qué errores doctrinales atribuye a Francisco?

-En alguna entrevista ha dicho que el bien es aquello que a cada uno le dicta su conciencia, cuando la Iglesia católica lleva veinte siglos predicando que existe un orden moral objetivo. Eso es caer en el subjetivismo. También se ha introducido cierta confusión en la cuestión de la comunión de los divorciados.

-¿Qué piensa de Podemos?

-Podemos no hace sino recoger los frutos que han sembrado nuestras oligarquías. Lo malo es que no lo anima un propósito regeneracionista, sino revanchista. Es el problema que sacude a las sociedades que han perdido la fibra espiritual.

 

Un mundo felicísimo (Juan Manuel de Prada)


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Juan Manuel de Prada


Un mundo felicísimo

En octubre de 1949, pocos meses después de que George Orwell publicara su célebre distopía 1984, Aldous Huxley le escribía una carta, ponderando sus virtudes literarias y... juzgando, sin embargo, que Orwell estaba por completo equivocado en su visión del futuro y de la nueva forma de poder omnímodo que emergería, para tener controlados a los hombres. «Mi opinión escribe Huxley es que la oligarquía dominante encontrará maneras menos arduas y derrochadoras de gobernar y satisfacer su sed de poder y que esas maneras se asemejarán a aquellas que describí en Un mundo feliz». Y añade, más adelante: «Pienso que, en la próxima generación, los amos del mundo descubrirán que el condicionamiento infantil y la narco-hipnosis son más eficaces como instrumentos de gobierno que las cachiporras y las cárceles; y que el anhelo de poder podrá colmarse tan satisfactoriamente sugiriendo a la gente que ame su servidumbre como flagelándola y golpeándola hasta conseguir su obediencia».

Como suponía Huxley, las oligarquías que gobiernan el mundo han desdeñado el flagelo y han descubierto la eficacia del «condicionamiento infantil», de la caricia halagadora, del entontecimiento hipnótico que nos convierte en zombis. Orwell, un comunista que había acabado tarifando con sus camaradas, se imaginó el futuro gobernado por una suerte de estalinismo hipertecnificado que impone una dictadura agobiantemente censoria y somete a escrutinio y vigilancia todas las inquietudes intelectuales y espirituales; pero lo cierto es que la tiranía que finalmente se instauró no necesitaba vigilar nuestras inquietudes intelectuales y espirituales, por la sencilla razón de que previamente se había encargado de anularlas, mediante un bazar de entretenimientos idiotizantes que nos euniquizan mentalmente y nos abrasan el alma, a la vez que nos convierten en ególatras dominados por nuestras gónadas. Orwell urdió la pesadilla de un mundo en el que se han cegado todas las fuentes de información; pero lo cierto es que nuestro mundo está anegado de información, una catarata informe y atosigante de información que no podemos digerir y que, a la postre, nos convierte en un rebaño de autómatas pasivos, incapaces de cualquier reacción, o bien en jenízaros que obedecen las consignas de la propaganda al modo pauloviano. Orwell, ingenuamente, pensó que una inexpugnable telaraña burocrática impediría que supiésemos la verdad de las cosas; pero lo cierto es que en nuestro mundo la verdad es menospreciada, ensordecida por un estruendo de dulces mentiras, y quienes la portan son execrados como profetas de calamidades. Orwell, con escasa perspicacia, pensó que toda forma de rebeldía contra el poder omnímodo y controlador sería severamente castigada mediante técnicas represivas de derechos y libertades, incluso mediante la tortura; pero lo cierto es que en nuestro mundo todo amago de rebelión es desactivado mediante técnicas de exaltación de derechos y libertades y mediante el suministro de placeres idiotizantes. Huxley avizoró el mundo felicísimo que venía; Orwell, más allá de algunos aciertos parciales, no supo penetrar la entraña del nuevo poder que confiscaría nuestras almas deificando nuestros apetitos más viles.

A mucha gente bienintencionada (pero ilusa) le sorprende que, ante el alud de injusticias en que naufraga nuestro mundo, la gente se muestre incapaz de reacción; o que su reacción sea una rabia enviscada y destructiva que, tras el desahogo, conduce a la postre a la esterilidad y la melancolía; o que, en el mejor de los casos, su reacción sea un puro aspaviento inane que no contribuye a cambiar el estado de iniquidad en el que chapoteamos: organizar una manifestación en defensa del trabajo digno que se mezcla en las calles con la celebración de la hinchada de tal o cual equipo de fútbol; crear estúpidamente un hashtag en Twitter, protestando por tal o cual calamidad, para quedarnos enseguida amuermados, tras el desahogo. Meras respuestas emocionales (¡emoticonos!) que se diluyen en la inanidad ambiental y que enseguida se extinguen entre el bombardeo de gratos estímulos que nos dispensa la nueva tiranía.

Somos víctimas de aquel «condicionamiento infantil» y de aquella «narco-hipnosis» que avizoró Huxley, mucho más eficaces que las cachiporras y las cárceles. Y como ahora los artilugios tienen la pantalla táctil podemos, además, hacernos la ilusión de que la hipnosis que nos suministran la hemos elegido nosotros libremente. Así han hecho de nosotros siervos satisfechos (¡con derecho a decidir, oiga!) en un mundo felicísimo.