Partidarios del partido islamista radical Jamat-e-Islami piden la muerte de Asia bibi en PAkistán, tras su absolución por el Tribunal Supremo. / EFE
Partidarios del partido islamista radical Jamat-e-Islami piden la muerte de Asia bibi en PAkistán, tras su absolución por el Tribunal Supremo. / EFE
A veces ocurren milagros. Que la historia de Asia Bibi haya dado la vuelta al mundo, para mi es uno
 clarísimo. Sobre todo después de ver que la mayoría de los que son perseguidos por su fe como 
ella no corren la misma suerte, el mundo les da la espalda.
Observo una actitud general de silencio ante este tipo de persecuciones. Y lo observo por distintos 
motivos. En el mundo hay 200 millones de cristianos que sufren persecución cruenta y 50 millones 
que sufren otros tipos de persecución. No se me ocurre otro colectivo con estos niveles de persecución 
del que no se diga nada en los medios. ¿Cuántas veces hemos oído hablar de los cristianos perseguidos?
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Y esa persecución no es algo exclusivo del Pakistán. Se da también en nuestros días en muchos 
otros países: Egipto, Irak, Siria, Afganistán, Corea del Norte, Somalia, Sudán, Libia, India, Irán, 
Arabia Saudí, Nigeria, Uzbekistán y una larguísima lista de países.
Y tampoco es algo exclusivo de nuestro tiempo. Se ha dado desde que la Iglesia es Iglesia, es decir, 
hace más de 2000 años. Romanos, musulmanes, tiranos, emperadores, todos sin excepción la
 han perseguido.
La radicalidad de un testimonio de amor, paz y perdón que a los occidentales súper avanzados y modernos nos deja en evidencia y por ende se nos cae la cara de vergüenza
Y tampoco es algo desconocido en España. Hace menos de 100 años, en nuestra patria, los asesinados
 por causa de su fe se contaban por miles. A la cabeza iban sacerdotes y monjas. Algo de lo que ahora 
es mejor no hablar.
Existe una voluntad generalizada de no hablar de este tema. Voluntad que se traduce en una profunda 
ignorancia social. Prácticamente nadie conoce la realidad de más de 200 millones de personas 
perseguidas a diario en muchos países.
Y lo siento por el lector, pero no encontrará aquí el porqué de este silencio, lo desconozco, y sigo
 pensando en sus posibles causas mientras lucho por combatirlo.
Se me ocurren posibles motivos, eso sí, y tienen que ver con la radicalidad de esos cristianos 
perseguidos. Una radicalidad que Occidente no comprende y quizá por eso no explica. La radicalidad 
que supone estar dispuesto a perderlo todo por Cristo, sin reservas. Absolutamente todo. Y hacerlo
 con una sonrisa. Sufriendo mucho, pero con una sonrisa. Perdonando, incluso a aquellos que te han
 arrebatado lo que más quieres, a tu familia. La radicalidad de estar dispuesto a entregar tu vida por
 aquello en lo que crees, sin matices ni medias tintas.
La radicalidad de un testimonio de amor, paz y perdón que a los occidentales súper avanzados y 
modernos nos deja en evidencia y por ende se nos cae la cara de vergüenza. La radicalidad de ser 
creyente,  y no solo decirlo a los 4 vientos, sino, sobre todo vivirlo, hasta las últimas consecuencias.
Quizá por eso Occidente no habla de este genocidio contemporáneo. Porque habiendo dado la espalda
 a todo lo que no entra en nuestra cabecita, resulta complicado explicar algo tan grande, tan increíble,
 tan real, que interpela con tanta fuerza a nuestra conciencia.
Y es genial que historias como la de Asia Bibi, madre de 5 hijos, después de 8 años de cautiverio, 
haya saltado a la palestra. Ha sido absuelta, pero aún corre peligro su vida y la de los que la han a
yudado, a la espera de que pueda salir de Pakistán. El mundo ha visto la punta del iceberg, ahora toca
 sacar agua del océano o sumergirse en él para que vea el iceberg entero.