¡Maricón el último!
El título de esta columna es metafórico. No aludo con él a la churrigueresca carnavalada del Orgullo Gay, sino al lamentable espectáculo que nos brinda la actualidad política. Lo aclaro para que la brigada de buenas costumbres de la LGTBIXYZ no me imponga sambenitos que no merezco. ¿De dónde demonios viene la identificación universal, carente de toda lógica, entre la democracia y esa especie de liguilla de la Filfa que son los partidos políticos? ¿Por qué todo el mundo la admite sin rechistar? ¿Por qué se da por descontado que para la representatividad parlamentaria de algo tan personal como lo son las querencias ideológicas hay que diluirse en el aguachirle de siglas de una goliárdica peña de chicos de campus? Bien que nos quejábamos cuando el bipartidismo convertía la res pública en un cuello de batalla, digo, de botella, similar al del paso de Roncesvalles, aunque no con la espada de Roldán, sino con el rodillo de la parienta, pero ahora, tras el ratonil parto del multipartidismo, la ruleta de las tres gobernabilidades -la nacional, la regional y la municipal- se transforma en rastrillo de chantajes, contubernios y pagos a cuenta. En eso, y sólo en eso, consisten las dichosas negociaciones. Juego de tronos, cambalache de cromos, reparto de prebendas y guiños de busconas. El señuelo de los programas, y no digamos el de las ideas, quedó atrás. El sonsonete del diálogo es truco de naipes marcados y culebreo de chapas de trileros. La desvergüenza de los políticos es absoluta. Ya ni siquiera fingen un asomo de decencia. Todos revolotean y pían en busca de cualquier nido de cuco en el que depositar su huevo y su fuero. Total... Paga el contribuyente.
¿Hay algún líder que no haya cometido perjurio? ¿No es delito conseguir votos a cambio de embustes?
¿Hay algún líder que no haya cometido perjurio? ¿No es delito conseguir votos a cambio de embustes? ¿No es eso una estafa? ¿No lo es embaucar con sobres del tocomocho a los incautos que se acercan a las urnas provistos de fajos de papeletas? Cierto es que la Justicia rara vez funciona, pero, aun así, me pregunto qué pasaría si alguien se tomase la molestia de denunciar en la comisaría más cercana a los tunantes que ahora hacen lo contrario de lo que prometieron en sus campañas. No seré yo quien peche con ello, pero ahí dejo la idea. ¡Venga, valientes! Seguro que os pilla cerca algún juzgado de guardia. Alguien, algún día, se personará en él, dará con un juez honrado y los timadores acabaran en la trena. Mejor ahí que en los escaños.