Rinocerontes
JUAN MANUEL DE PRADA
DOMINGO, 23 DE ENERO DE 2022
Al comienzo de la obra se nos presentan dos tipos humanos perfectamente reconocibles. Juan es el hombre sistémico por excelencia, el tragacionista de todas las milongas: aplastantemente vacuo, pomposo y filisteo, se pretende sin embargo un tipo ‘moderno’. Frente a él, aparece Berenger, un hombre modesto, extremadamente sencillo, que se muestra apocado ante los sabihondos (charlatanes, en realidad) que lo rodean, todos ellos infatuados de sus presuntos conocimientos, que no son sino regurgitaciones de papagayos empachados de pienso sistémico. Entonces irrumpe en las calles de la población donde transcurre la obra un rinoceronte; pero todos los personajes de la obra reprimen la sorpresa que les ha causado, por cobardía o pereza mental, tal vez por miedo, y prefieren ignorar su inconcebible existencia, como hoy eludimos realidades incómodas ligadas a la plaga coronavírica que estamos padeciendo, temerosos de que su simple invocación vaya a tornarlos presentes en nuestras vidas. De este modo, los personajes de la obra de Ionesco, en lugar de hablar del rinoceronte que acaban de ver, discuten sobre el número de cuernos que ostentan estos paquidermos, o sobre las distintas especies que integran la familia rinoceróntida, en un esfuerzo por soslayar la cruda realidad que empieza a imponerse. Y esa cruda realidad nos revela que, poco a poco, comienza la metamorfosis de los hombres sistémicos en rinocerontes; pero, lejos de horrorizarse ante lo que les está sucediendo, estos hombres sistémicos aceptan el hecho como algo irremediable, como una necesaria adaptación a las circunstancias, incluso se esfuerzan por ‘normalizar’ los cambios aberrantes que se producen en su organismo, buscándoles grotescos antecedentes históricos o absurdas justificaciones científicas. «Siempre sucedieron fenómenos semejantes», alegan; y también: «En otros sitios están peor»; o bien: «Tenemos suerte, pues nuestra transformación tiene cierta grandeza». Expresiones muy similares a las que emplea hoy el multivacunado que contrae la enfermedad, después de atender las explicaciones de los expertos de la tele, mientras se consuela con las desgracias todavía peores que sufren los réprobos que no han querido vacunarse.
Frente a esta aceptación resignada de la metamorfosis en rinoceronte sólo se alza Berenger, que aún no ha dimitido del sentido común y del juicio crítico, a diferencia de los hombres sistémicos, para entonces ya convertidos en rinocerontes. Pero este Berenger es un hombre humilde y bohemio que al principio de la obra nos parecía, incluso, un pobre infeliz, comparado con los sabihondos y charlatanes que lo rodeaban. Creo que si a este mundo invadido por una plaga de rinocerontes le queda alguna salvación vendrá de Berenger, de los pocos Berengers que para entonces todavía sobrevivan en la tierra. Pues todo Berenger que ose rebelarse contra la metamorfosis será corneado, aplastado, despedazado por los rinocerontes conformes –¡qué digo conformes, encantadísimos!– de su paquidérmica felicidad e incapaces de soportar a ese tipejo que osa recordarles que en otro tiempo fueron humanos.
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