LA ESTUPIDEZ INTELIGENTE
Julius Evola
La expresión estupidez inteligente ha sido acuñada por uno de los más
calificados exponentes del pensamiento tradicional, F. Schuon, para designar la
naturaleza de aquel tipo de “intelectualidad” que ha llegado a prevalecer en
los últimos tiempos en el mundo occidental, y agregaríamos nosotros: sobre todo
en Italia. Esta “intelectualidad” prolifera principalmente en el ámbito del
periodismo, y uno de sus principales centros de difusión y de “cultura” se
encuentra constituido por ese fenómeno deletéreo que hoy es la televisión y los
grandes diarios, además se halla fuertemente representado por lo que se suele
denominar como “crítica”.
Su característica fundamental está representada por una
falta total de principios, de intereses superiores, de compromisos profundos,
todo ello acompañado por la brillantez, por la búsqueda de lo “original” y lo
“interesante”, así como también por lo que es tan sólo un “hermoso escribir”
puramente profesional. La misma es un típico producto de la actual “feria de
las vanidades”: si se la analiza a fondo nos queda tan sólo una pura nada. Todo
es aquí forma, esprit (en el sentido francés), no sustancia. Para los
representantes de esta “intelectualidad” la frase impactante y la observación
“fina”, la toma de posición dialéctica o polémica de modo tal de producir
efecto valen y son sumamente más interesantes que cualquier idea. Para éstos
las ideas son tan sólo un pretexto, lo esencial es aquí “brillar”, “destacarse”,
aparecer como “inteligentísimos”, de la misma manera que para un politiquero
una ideología de partido es un simple medio para hacerse adelante y triunfar,
un instrumento, no un fin al cual haya que subordinarse de manera impersonal.
Desde un cierto punto de vista puede hablarse aquí de
una inteligencia que sería preferible que no existiese, puesto que tanto
respecto de quien es una perfecta nulidad como de quien es un filibustero sería
muy bueno y preferible que la inteligencia no existiese. No se podría para nada
refutar el dicho de que entre todos los géneros de estupidez la más fastidiosa
de todas es la de los inteligentes.
Pero es este género el que hoy en cambio encuentra el
crédito mayor entre el gran público, para el cual por lo demás la “cultura” se
ha convertido en un ingrediente, del mismo género de las diferentes diversiones
sin fantasía, de la radio-TV y cosas similares, pero reservado a los paladares
más delicados. La misma no sirve tanto para pensar, para dirigir la mente hacia
los problemas fundamentales de la existencia, como para no hacer pensar.
En especial en Italia la “estupidez inteligente” se
encuentra sumamente organizada, ocupa casi todas las posiciones claves del
periodismo. Tiene sus camarillas, sus logias y sus redes perfectamente
definidas. Posee un instinto, una finísima sensibilidad para darse enseguida
cuenta de quien no sea de la “gang”.
Tal como se ha mencionado, la “crítica” es uno de los
principales “terrenos de cultura” de la “estupidez inteligente”, en el cual
prospera la variedad más deletérea de la misma. El tema nos llevaría demasiado
lejos. Se trataría de denunciar a la “crítica” como a uno de los flagelos
principales del mundo moderno, flagelo que ha tomado forma en la sociedad
burguesa en modo paralelo al del advenimiento del “hombre-masa” y con la
comercialización de la cultura. Fenómeno éste puramente moderno, el que ha
tenido el desarrollo de un cáncer, pues la “crítica” en cualquier sociedad
normal, de carácter tradicional, era en vez inexistente, o casi inexistente.
Existían los creadores, los artistas, y luego estaban aquellos que apreciaban y
juzgaban directamente las obras: los soberanos, los mecenas y el simple pueblo
sin intermediarios. En cambio en el mundo último, entre el público y los
creadores se ha entrometido en forma
parasitaria el “crítico”.
En muchos casos, dentro de la misma línea de la
“estupidez inteligente”, es él quien manipula los valores, siendo sumamente
hábil en hacerlos brotar allí donde éstos no están, así como en negarlos allí
donde éstos en cambio existen. Debido al carácter supino de nuestros
contemporáneos (los cuales en cambio, de acuerdo a los slogans
democráticos, ya se habrían convertido en “adultos”), en el ámbito artístico e
intelectual se establece una situación análoga a la de la propaganda y de la
publicidad. Nacen así nuevas famas y nuevas obras de arte, sancionadas
inmediatamente por la moda y la boga. Se padece la sugestión, nadie se atreve a
expresar abiertamente lo que piensa por miedo a ser tachados como profanos y
poco informados, luego de los veredictos de la “crítica”, en cuyo campo las
eventuales divergencias de carácter polémico no cambian en nada lo esencial,
pues sirven sólo como un condimento para sazonar mejor las viandas ya
aceptadas.
A tal respecto nos viene a la cabeza la divertida
historia referida a Till Eulenspiegel,
el alegre bufón de la Edad
Media, recordada por el mismo Schuon. Till Eulenspiegel,
luego de haber sido asumido como pintor de la corte, presentó una serie de
telas en blanco, advirtiendo que sobre ellas pesaba una cierta magia: aquel que
era un cornudo y un hijo de mala madre no habría visto absolutamente nada. Un
grupo de cortesanos se presentó inmediatamente para admirar y comentar las
“bellas pinturas” de Eulenspiegel. En modo análogo hoy una cantidad de
personas no se arriesga a expresar un
juicio diferente del de la “crítica” con respecto a ésta o a aquella obra de
arte y en relación a la literatura contemporánea para no sentirse decir que “no
entiende”. En cambio no porqué no se entiende, sino justamente porque se
entiende, en múltiples casos habría que rebelarse y decir pan al pan y vino al
vino, sin términos medios y sin reverencias hacia nadie. No dudaríamos en
manifestar aquí lo que pensamos de tantos autores y artistas que van por la
mayor, incluidos premios Nobel, si tuviésemos espacio suficiente para hacerlo
en aras de una ejemplificación y si nuestro principal objetivo no hubiese sido
el de esclarecer el fenómeno de la “estupidez inteligente” de manera general.
Publicado en El Fortín n°20