La
época del Imperio español de los Austrias es generalmente considerada como la
de mayor hegemonía castellana. Se dice que la expansión de lo español por el
mundo es una expansión castellana; que la monarquía imperial y el imperio
español son una monarquía y un imperio castellanos; que Castilla fue el corazón
y el centro de este imperio; que ella impuso su lengua, lengua imperial que
los conquistadores castellanos llevaron a todos los continentes; que de
Castilla proviene el absolutismo unitario y centralista; que Castilla soñó con
señorear el mundo mediante una gran monarquía que concibió como.
Una grey y un pastor solo en el suelo,
un monarca, un
imperio y una espada.
Todo
esto constituye hoy un gigantesco lugar común aceptado como verdad indiscutible.
Un
ejemplo muy concreto de tales ideas son las siguientes palabras de un texto que
a la vista tenemos: "Castellanos fueron, con contadas excepciones, los
soldados, los diplomáticos, los misioneros, los teólogos, los hombres de
Estado... que llevaron por el mundo unos valores y una civilización con
pretensiones universales, pero, de hecho castellana". Por otra parte, el
mismo historiador, en la misma página, escribe dos veces los reinos castellanos
-en plural- refiriéndose sin duda a los que integraron lo que él, y la mayoría
de los autores, llaman corona de Castilla. Estamos pues, una vez más, ante la
gran confusión que tiene su origen en llamar abreviadamente corona de Castilla
a lo que era corona de Castilla y de León, y de Toledo, y de otros muchos
reinos v países diferentes; en identificar a Castilla con el conjunto de
entidades histórico-geográficas que ella nominalmente encabezaba; en confundir
el todo con la primera de la larga lista de sus partes. Por otro lado, si es
verdad que el nombre castellano, por un azar circunstancial, encabezaba este
conjunto desde 1230, no lo es menos que antes,
desde 1037, lo encabezó León, y no por casualidad, sino por la sólida razón de que León fue antes que Castilla y por ello
núcleo histórico de la nación que todos estos estados, países y pueblos
contribuyeron a formar. Todo este monumental embrollo quedaría
en grandísima parte resuelto si en lugar de la corona de Castilla se dijera
siempre corona de Castilla y de León, y aún mejor corona de León y de Castilla,
o reinos de León y de Castilla, como acertadamente escribían en el siglo pasado
muy conocidos autores (incluso la Real Academia de la Historia )(27).
Poco
después, en las mismas páginas, el aludido autor afirma que la corona de Castilla
estaba constituida por diversos reinos. Patente y manifiesta es la incoherencia
nominal. Si la corona de Castilla estaba constituida por muchos reinos
diferentes, cuya extensión territorial y número de pobladores eran muy
superiores a los de la sola Castilla, claro está que la mayoría de los súbditos de la corona llamada castellana no eran
propiamente castellanos, sino andaluces, extremeños, leoneses, toledanos, etc.;
y que los famosos soldados, misioneros, diplomáticos, teólogos... castellanos,
en su gran mayoría no eran castellanos.
En
las guerras de Italia y Flandes los soldados procedían de todos los estados y
países del imperio (italianos, borgoñones, alemanes, flamencos y españoles,
éstos de todos los reinos de España, así es que los castellanos eran, por doble
razón, manifiestamente minoritarios). El Gran Capitán por antonomasia era
andaluz, el duque de Alba de Tormes ostentaba un título nobiliario leonés. En
la batalla de Pavía, eran muchos los lansquenetes alemanes del ejército
imperial, el centro de este ejército lo mandaba un francés, el condestable de
Borbón; los otros principales jefes eran: el marqués de Pescara, napolitano;
el marqués de Vasto, también napolitano; y el navarro Antonio de Leiva. Los
tres soldados españoles que hicieron prisionero al rey de Francia eran un
vasco, un gallego y un andaluz. En la batalla de San Quintín fue principal
instrumento de la victoria la caballería flamenca que mandaba el conde de
Egmont (cuando intervino el jefe Filiberto de Saboya, italiano, la batalla ya
estaba prácticamente decidida). Don Juan de Austria, el gran jefe vencedor de
Lepanto, era hijo natural del emperador Carlos V y de una señora alemana; y el
famoso almirante don Álvaro de Bazán, que tan importante actuación tuvo en este
y otros combates navales, era andaluz.
El
unitarismo y el centralismo español, que los naturales de los países de la
antigua corona catalano-aragonesa identifican con Castilla, no es de origen
castellano. La monarquía absolutista y el Imperio español poco, salvo la
lengua, tienen de castellano. Y esta lengua
-espontáneamente hablada en Castilla, el País Vasco, Navarra y el Bajo Aragón- no fue impuesta por Castilla, sino por unos reyes de las coronas
unidas que poco tenían de castellanos. Castilla, contra
lo que generalmente se dice no forjó el Estado español, ni hizo a España;
contribuyó a hacerla, junto con los demás españoles, y no precisamente en sus
estructuras políticas y sociales. Hemos visto en capítulos anteriores cómo,
después de la unión de las coronas de León y de Castilla, la herencia social y política de la vieja Castilla
(oposición al Fuero Juzgo; juicios de albedrío; comunidades igualitarias;
concejos de elección popular; propiedad colectiva de los bosques, pastos,
aguas, molinos...; comunidades de ciudad y tierra integradas por municipios
con concejos autónomos, milicias concejiles con enseña propia y capitanes
nombrados por el concejo; funciones limitadas del rey y de sus representantes
en los concejos...) desaparece en lento proceso
de aniquilamiento. Y sabemos que a .partir de la unión de las
coronas la evolución del nuevo Estado hacia formas más modernas se hace de
acuerdo con la herencia de la monarquía leonesa (Fuero Juzgo actualizado con
las Leyes Leonesas o Fuero de León de 1020, municipio leonés, Cortes leonesas
de 1188 ...). Las grandes creaciones de la corona de León y de Castilla, que
territorialmente se expande por la
España meridional hasta la conquista de Granada, desde el
Fuero Real y las Partidas son de estirpe leonesa, y constituyen las bases
jurídicas de un nuevo Estado y una nueva sociedad en formación. En ellas están
los principales orígenes medioevales del Estado español que llega al siglo XX.
Todo esto queda expuesto esquemáticamente -el proceso real no es tan sencillo-
en páginas anteriores.
Un
lugar común que constantemente se asocia al de la Castilla imperial es el
de la alta nobleza y la aristocracia castellana. A los Grandes de España y a
los Títulos de la monarquía española se les menciona frecuentemente como la
gran nobleza y aristocracia de Castilla. Sabido es que una de las
características de la vieja Castilla, dentro del conjunto de los reinos
peninsulares, era la ausencia de una poderosa
nobleza, que en realidad no comienza a surgir hasta después de la unión de las
coronas y nunca llegó a ser tan poderosa como en otras partes de España.
Repetidamente hemos podido comprobar que los más ricos y poderosos señoríos de
la monarquía imperial tenían su asiento en tierras de Extremadura, Andalucía y
Murcia, y que los más antiguos linajes
tuvieron sus orígenes en los países de la corona de León.
Sabemos
que los mejores cartógrafos de aquella época eran en gran parte mallorquines;
y hemos visto que los protagonistas de la gran hazaña del descubrimiento de
América fueron principalmente navegantes andaluces. Repasando rápidamente los
nombres y el lugar de origen de los personajes más famosos de la exploración y
la conquista de las Indias Occidentales y el Océano Pacífico anotamos la
siguiente lista: Cristóbal Colón, Martín Alonso Pinzón (andaluz), Francisco
Martín Pinzón (andaluz); Vicente Yáñez Pinzón (andaluz), Álvar Núñez Cabeza de
Vaca (andaluz), Vasco Núñez de Balboa (andaluz), Juan Ponce de León (leonés),
Francisco Hernández de Córdoba (andaluz), Hernán Cortés (extremeño), Juan de
Grijalva (castellano), Juan de Garay (vasco), Alonso de Ojeda (castellano),
Pedro de Mendoza (andaluz), Juan Sebastián Elcano (vasco), Hernando Magallanes
(portugués), Hernando de Soto (extremeño), Francisco Pizarro (extremeño), Diego
de Almagro (extremeño), Francisco de Orellana (extremeño), Diego de Ordás
(leonés), Gonzalo Jiménez de Quesada (andaluz), Francisco Vázquez de Coronado
(leonés), Gonzalo Pizarro (extremeño), Hernando Pizarro (extremeño), Miguel
López de Legazpi (vasco), Andrés de Urdaneta (vasco), Juan de la Cosa (castellano) Américo
Vespucio (Amérigo Vespucci, italiano), Pedro Alonso Niño (andaluz).
Difícil
es encontrar datos numéricos o estadísticas sobre la procedencia regional de la
inmigración española en América en el siglo XVI; y cuando se hallan no dan con
precisión los límites que atribuyen a cada región, por lo que no es posible
averiguar con ellos cuántos de esos inmigrantes procedían del País Leonés,
cuántos de Castilla, cuántos del reino de Toledo y cuántos de otros reinos o
países de España. Quien dejándose guiar por el tópico literario creyera que la
mayoría eran castellanos se alejaría mucho -muchísimo- de la nuda realidad.
En
un interesantísimo trabajo de Guillermo Céspedes sobre la emigración española a
América en el siglo xvi (25) encontramos los siguientes datos correspondientes
al lapso 1509-1534 y a cada una de las actuales provincias españolas. Este
autor nos ha sido más útil en media página, con un mapa y cuarenta y ocho
números, que volúmenes enteros de disquisiciones patrióticas, literarias y
sociológicas pseudocientíficas sobre la gigantesca obra llevada a cabo por los
"castellanos" en el Nuevo Mundo.
Estos
datos incluyen hombres y mujeres. Los varones fueron grandísima mayoría, sobre
todo en los primeros anos. Un diez por ciento de las licencias de embarque se
otorgaron a mujeres, la tercera parte de las cuales eran casadas que iban a
reunirse con sus maridos. Después la distribución de la población entre hombres
y mujeres se equilibró mucho por el nacimiento en América de hijas de familia
y la llegada de las que habían quedado en España. La inmigración clandestina no
fue entonces muy grande.
CUADRO
GALICIA
ASTURIAS
Total 181 2,3%
REINO DE LEÓN
León 103
Zamora 166 Salamanca 652 Valladolid 424
Palencia 156
Total 1682 21,5%
CASTILLA
Santander. 103
Burgos 316 La
Rioja 71 Soria 78 Segovia 153
Ávila
175 Madrid 192
Guadalajara 91 Cuenca 45
Total 1224 15,7%
PAÍS VASCO
Vizcaya 72
Guipúzcoa 85 Álava 59
Total 216 2,7%
REINO DE TOLEDO
Toledo
425 Ciudad
Real 127 Albacete 45
Total 583 7,5%
EXTREMADURA
Cáceres 499 Badajoz 890
Total 1389 17,8%
MURCIA
Total
17 0,2%
ANDALUCÍA
Huelva 223 Sevilla 1365 Cádiz
146 Córdoba 231 Jaén 151 Málaga
45
Granada 78 Almería 6
Total 2245
28.7%
NAVARRA
Total 23
0.3%
ARAGÓN
Huesca 2 Zaragoza 34 Teruel 10
Total 46 0,6%
CATALUÑA
Gerona 15 Lérida 1
Barcelona 17 Tarragona 5
Total 38 0,5%
PAÍS VALENCIANO
Castellón 2 Valencia 20 Alicante 4
Total 26 0,3%
ISLAS BALEARES
Total 0,1%
ESPAÑA:
Total: 7820 100,0%
De
los datos aquí recogidos, bastante significativos porque abarcan cerca de ocho
mil individuos podemos decir que:
a) Los inmigrantes
procedentes de los países de la corona de León y Castilla fueron abrumadora
mayoría.
b) La emigración a
América de los países de la corona catalano-aragonesa fue insignificante.
c) Los leoneses
fueron más que los castellanos.
d) La inmigración
castellana en el Nuevo Mundo fue proporcionalmente pequeña.
e) La región que
aportó mayor contingente fue Andalucía (casi la cuarta parte). Andalucía
juntamente con Extremadura enviaron casi tanta gente como todo el resto de
España.
K) La sola provincia leonesa de Salamanca
envió a América más colonizadores que las castellanas de Santander, Logroño,
Soria, Segovia, Ávila, Guadalajara y Cuenca juntas.
Claro está que eso
de "castellanos fueron, con contadas excepciones, los soldados,
misioneros... que llevaron por el mundo unos valores y una civilización con
pretensiones universales", tiene mucho más de fantasía literaria -o de
deformación política - que de realidad histórica.
Conviene
anotar que en esta clase de estudios suele no tenerse en cuenta la participación
de Portugal.
Los
conquistadores castellanos llevaron a América la lengua de Castilla, se dice.
La verdad es que siendo, entre los conquistadores de América, pocos,
relativamente, los castellanos, la lengua
de Castilla la llevaron principalmente andaluces, extremeños y leoneses.
Ni en la misma España el desarrollo en
perfección de la lengua castellana era ya obra de los castellanos.
La primera Gramática Castellana la escribió el sevillano Nebrija. De los más
famosos escritores en lengua castellana de la Edad de Oro no eran castellanos: Garcilaso de la Vega (toledano). Ercilla
(sevillano), Gil Vicente (su idioma familiar era el portugués), Lope de Rueda
(sevillano), el cronista de Indias López de Gómara (sevillano), Mariana
(toledano), Arias Montano (extremeño), el cronista de Indias Bernal Díaz del
Castillo (de la Tierra
de Campos), Luis de Granada (andaluz), Ruiz de Alarcón (mejicano), Góngora
(andaluz), Juana Inés de la Cruz
(mejicana), los hermanos Argensola (aragoneses), Juan Luis Vives (valenciano),
Gracián (aragonés), Francisco Suárez (andaluz)...
La
época de Gonzalo de Berceo, el Poema de Fernán González, el Cantar de Alio Cid
y el arcipreste de Hita, cuando la literatura en lengua castellana se escribía
en Castilla, hacía mucho tiempo que había pasado. A la vez que el castellano
se extendía por tierras leonesas y toledanas, en la Tierra de Campos y en
Toledo aparecían los nuevos focos literarios; después brotaron ricos
manantiales en Andalucía, y en el Nuevo Mundo de habla castellana.
Como
los errores se suelen suceder en cadena, se admite también, como verdad evidente,
que los conquistadores llevaron también a América las leyes, las instituciones
y las costumbres de Castilla. Nada más falso. En
el siglo XVI apenas quedaban en algunos lugares de España restos vivos de las
leyes, las instituciones y las costumbres en verdad
castellanas: el rechazo del Fuero Juzgo, los concejos y los jueces de elección popular,
la sociedad igualitaria que se refleja en el Fuero de Sepúlveda, los poderes limitados
del rey y de sus representantes en las merindades de la Castilla cantábrica y las
comunidades de ciudad y tierra de la Castilla celtibérica. Mal podrían llevarlos a
tierras americanas los castellanos que hacía mucho tiempo las habían perdido en
la suya.
Las leyes y las
instituciones que los conquistadores andaluces, extremeños y leoneses pudieron
llevar a América eran las entonces vigentes en los países de la corona de León
y Castilla (mucho más modernas y más acordes con la monarquía imperial que las
viejas castellanas): las que, con raíces en el Fuero Juzgo romano-visigodo del
reino de León, estableció Alfonso el Sabio por medio del Fuero Real y las
Partidas y fueron después continuadas en favor del absolutismo real por los
monarcas de las casas de Trastámara y de Austria.
Y
aquí, otra vez, el doble juego: atribución a Castilla de una obra que, en
general, le es ajena; y ocultación del gran legado histórico de la corona
leonesa.
En
1572 Luis Vaz de Camoens publicó en Lisboa Os Lusíadus, epopeya que canta las
hazañas de los portugueses que llegaron por primera vez a las Indias
Orientales. Es en gran parte un relato del viaje de Vasco de Gama, quien,
doblando el cabo de Buena Esperanza, llegó a Calicut en 1498. Os Lusíadas es la
obra cumbre de la literatura portuguesa y una de las rnás importantes de la
literatura universal. Camoens, como Gil Vicente y como otros portugueses de la Edad de Oro de la literatura española,
fue un autor bilingüe que también escribió poemas en castellanos.
A
pesar de la amplia expansión del castellano como lengua oficial por la mayor
parte de la Península ,
de la concentración del poder en el trono de un solo monarca, de la burocratización
centralista y de las tendencias unificadoras del gobierno central, los
españoles, además de tales, seguían siendo catalanes, vascos, leoneses,
castellanos, andaluces... No sólo en la múltiple titulación de los reyes,
también en la conciencia de los súbditos pervivían las diversas Españas de
origen medioeval y raíces aún más profundas.
Esto
se manifiesta espontáneamente y con toda claridad en la conquista y la colonización
americanas. Cuando algún notable conquistador (o un grupo de ellos en que generalmente
predominan los de alguna región de España) hace escala en un lugar hasta
entonces desconocido o funda un nuevo centro de población, se acuerda de su
patria regional o local y le pone su nombre. Surgen así por toda la vasta
superficie del Nuevo Mundo los nombres de las regiones históricas y las viejas
ciudades-de España, principalmente andaluzas,
extremeñas y leonesas.
Nueva
España fue el nombre que se dio a Méjico y dentro de ella estaban: Nuevo León
(actual estado del mismo nombre), Nueva Galicia (hoy estados de Jalisco y
Aguascal¡entes), Nueva Vizcaya (estados de Chihuahua y Durango). Nueva
Andalucía se llamó a lo que hoy es Venezuela; Nueva Granada, a Colombia; Nueva
Castilla, a Ecuador; Nuevo Toledo, a Perú; Nueva Extremadura, a Chile. También
llamaron los conquistadores Nueva Castilla a la Isla de Luzón, en Filipinas.
Muchos son los
lugares de las Indias Occidentales y del Pacífico a los que los conquistadores
pusieron nombres andaluces, extremeños y leoneses.
En
Méjico (nuestra segunda patria, donde escribimos estas páginas) las huellas que
dejaron los colonizadores del antiguo reino de León son muy notables. Un estado
de la federación (Estados Unidos Mejicanos, es el nombre oficial de la
república) se llama Nuevo León (como llamaron los conquistadores al territorio
que hoy ocupa); una ciudad, León (en el estado de Guanajuato); otra Zamora
(estado de Michoacán); otra Salamanca (estado de Guanajuato), y dos se
llamaban Valladolid (una en el estado de Yucatán, que conserva su nombre, y otra
en el estado de Michoacán, que hoy se llama Morelia).
En
resumen: toda la literatura sobre la hegemonía imperial de Castilla es pura
fantasía o pereza mental de quienes repiten a troche y moche falsos tópicos sin
molestarse en averiguar qué puede haber de cierto en ellos.
La mentira, dice Caro Baroja, es el protagonista principal de la
historia al que no se quiere reconocer su superioridad sobre todos los
demás (26). En el caso de la llamada
"hegemonía imperial de Castilla" en el pasado histórico de España,
estas palabras de don Julio nos parecen muy ajustadas a la realidad.
NOTAS
25) Guillermo Céspedes, en la Historia Social y
Económica de España y América. T. 111. p. 395.
26) Julio Caro Baroja: El mito del carácter
nacional. Madrid, 1970. p. 46.
27) Joseph Pérez: Historia de España 16. T. 6.
(Anselmo Carretero Jiménez. Castilla, orígenes, auge y ocaso de
una nacionalidad. Ed. Porrua, México 1996. Pp 585-592)