Del Estado de Partidos a la República Constitucional
Fernando Gómez
La totalidad de la clase política de este corrupto y despilfarrador Estado de partidos es la culpable de los reaccionarios recortes que el gran capital impone. Estos drásticos ajustes abonan el terreno para revueltas populares, éstas están condenadas a ser aplastadas sin contemplaciones por la represión policial y baldeadas por la manipulación mediática, hasta que encaminen y concreten su acción hacia lo político, contra la partidocracia y audaces líderes la dirijan. Frente al cinismo y la violencia de quienes no quieren ceder sus privilegios legales, se encuentra el sentido común y la inteligencia que los deslegitima, evitando sus dramáticos planes soltando lastre estatal; supresión del Senado, del caciquismo autonómico, de las subvenciones a partidos, sindicatos, ongs y, a los despropósitos culturales y arquitectónicos.
Todo el mundo los sabe, pero no puede haber solución mientras la sociedad, maleducada en el consumo, en el espectáculo de poderes sin control, en la demagogia social y en el oportunismo nacionalista, se limite a especular con prejuicios ideológicos para acabar votando a cualquier lista de partido, sosteniendo al tiránico régimen oligárquico que padecemos y dando cuerda al fraude electoral del sistema proporcional que lo perpetúa. Para solucionar aquello que más nos afecta y concierne debemos tomar conciencia de la realidad, y ésta apunta a razones institucionales, identificando a todos los partidos y sindicatos instalados en el Estado como los auténticos enemigos de la sociedad civil. Todos ellos en complicidad tienen secuestrada la Libertad política colectiva, dejando a la sociedad sin representación ante el Estado.
Para deslegitimar y poner contra las cuerdas el Estado de Partidos es imprescindible la sistemática contundencia de la abstención electoral activa, convirtiendo el pesimismo de la conciencia crítica en optimista voluntad de acción hacia la verdad política. Acción constituyente de la libertad política colectiva. Libertad realizable y vital, fuente de energía social, para alcanzar la apertura de un proceso de libertad constituyente, que permita informar, conocer y elegir el sistema electoral mayoritario a doble vuelta, y las distintas opciones sobre la forma de Estado y de Gobierno, entre ellas la República Constitucional. Sólo con criterios emanados de la libertad colectiva, se puede transformar el egoísmo miserable de la oligocracia de partidos, en la altruista y noble democracia representativa.
La Teoría Pura de la República de Antonio García Trevijano supone una antorcha encendida que desvela la verdad política en las tinieblas de la gran mentira, para que la parte más consciente de la sociedad se guíe, en el momento crucial de la acción colectiva, por el camino que conduce a la República Constitucional, ésta se define en la distinción entre Nación, representada por una Cámara de Representantes elegidos en cada mónada electoral (unos 100.000 habitantes), con potestad de legislar a través del Consejo de Legislación, elegido por la propia Cámara; y Estado, personificación de la Nación, titular del poder ejecutivo, dirigido por el Consejo de Gobierno, designado por el Presidente de la República, elegido en elecciones presidenciales directas. La justicia mantiene la autonomía de la potestad judicial, concretada en el Consejo de Justicia, designado por su presidente, elegido en elecciones directas por los participantes en el mundo judicial. Las inéditas normas de la República Constitucional definen y garantizan el equilibrio entre los tres poderes; el nacional, el estatal y el judicial. También transmite el valor supremo de la lealtad en la política, convirtiendo la lealtad familiar en vecinal, esta en nacional, y a su vez en internacional, por lealtad a la especie y a la naturaleza.
“En el saber, el ser o el estar, el éxito siempre ha venido de la perseverancia”
Antonio García Trevijano
“Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano”
Pablo Neruda