La manifestación feminista del sábado significa básicamente que España ya es un Estado laico y monoteísta en la ideología de género. Lo que iba a ser un acto multitudinario para denunciar la violencia contra las mujeres –ni una pancarta clamando por el aumento de la violencia contra los niños– se convirtió en la demostración del odio como motor de la relación hombre-mujer, una visión que aspira a ocupar todas las esferas de la vida convertida en una nueva doctrina de Estado. Dinero de los contribuyentes, y a espuertas, no le falta al feminismo radical para lograrlo. Esos fondos públicos pagan, desde los talleres de educación sexual en los colegios y las leyes con perspectiva de género, hasta las pancartas de la manifestación del sábado, incitando a quemar la Conferencia Episcopal, o a abortar, abortar, que el mundo se va acabar. No hay nada más violento que una manifestación feminista contra la violencia.
Los partidos políticos, autoridades civiles y militares, medios de comunicación, intelectuales, todas las fuerzas vivas o medio zombies asumen la obligación de cumplir con la emergente teocracia totalitaria y sus desfiles forzosos. Se retrataron todos: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Ada Colau, Manuela Carmena, Andrea Levy del PP, gente de Ciudadanos, de UPyD, hasta de Vox, si bien, en este último caso, se presentaron con una pancarta alternativa a las consignas de circulación oficial y tuvieron que abandonar la manifestación escoltados por la policía.
Ahora que ya no hay fiestas de guardar y puedes ir de compras, va el fascismo feminista y LGTB y te impone las manifestaciones de guardar, con sus pendones, su masa rugiente, sus filas prietas, su estado de trance en el odio, como una nueva mística para fieras. Este culto ciego y unánime es uno de los hechos diferenciales de España en una Europa que empieza a levantarse contra la dictadura de la ideología de género. – V. Gago
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