CASANDRA CAÑIZARES
JUAN MANUEL DE PRADA
EN una visita reciente a Valencia, promocionando mi novela El castillo de diamante, me ha tocado defender insistentemente al obispo del lugar, Antonio Cañizares, en las entrevistas que me hicieron todos los medios (no pude defenderlo, sin embargo, en los medios de titularidad eclesiástica de la ciudad, que se negaron a entrevistarme). A Cañizares se le ocurrió decir hace unos días que no todos los refugiados que invaden Europa son «trigo limpio»; y enseguida cayeron sobre él los cretinos atufados por la propaganda sistémica, que se creen grandes filántropos y no son más que tontos útiles al servicio del mundialismo. A Cañizares le ha sucedido lo mismo que a Casandra, que advirtió a los troyanos que el rapto de Helena traería la ruina a su ciudad; y que insistió en sus advertencias cuando los troyanos celebraban el fin de la guerra ante aquel caballito de madera tan mono que los aqueos les habían dejado como presente. Pues, en efecto, es una evidencia que, entre las masas de desplazados, están entrando emboscadas en Europa muchas alimañas yihadistas: primero como táctica de infiltración entre el éxodo que ellas mismas han provocado; después huyendo como cucarachas de la aviación rusa y el avance del ejército sirio. Y, en uno y otro caso, con el beneplácito taimado del Nuevo Orden Mundial, que es el urdidor en última instancia de esta migración masiva, cuyo objetivo es vaciar Siria para reconfigurar el mapa de Oriente Próximo y, de paso, diluir (¡todavía más!) la moribunda identidad cristiana del pudridero europeo. Que a Cañizares, por enunciar una evidencia tan gigantesca, se le hayan echado encima todos los cretinos atufados por la propaganda sistémica demuestra que España ya ha entrado en esa fase última del delirio de autodestrucción que concluye con el suicidio. ¡Corruptio optimi pessima!
Pero es natural que a Cañizares le hayan saltado a la yugular los jenízaros del mundialismo, embriagados de odio teológico, y las masas cretinizadas que se tragan su alfalfa sistémica. Mucho más llamativo es que, entre los repartidores de alfalfa sistémica, se cuenten otros mitrados que, desde que estallara la crisis de los refugiados, no han hecho sino ametrallarnos con paparruchas buenistas. Ya sabíamos que una de las mayores pestes del mundo moderno es la filantropía, esa caricatura aberrante de la caridad que convierte la fe religiosa en un patético activismo contra la «estadística de la pobreza»; pero escuchar ciertas paparruchas de mitrados que no paran de hacer el oso, anhelantes de que los jenízaros del mundialismo les pasen la mano por el lomo, como a mascotas caponas y desdentadas, produce en verdad alipori. También resulta muy llamativo que desde círculos sedicentemente católicos se propague de forma acrítica o cómplice la propaganda sistémica en todo lo que se refiere a Oriente Próximo: hace algunos años, pidiendo la deposición de gobernantes como Al Assad que protegen a los cristianos de la región de las cucarachas yihadistas; luego contribuyendo a difundir la especie de la existencia de una fantasmagórica «oposición moderada» en Siria; y todavía hoy execrando la intervención rusa en el conflicto, que los cristianos sirios no se cansan de alabar y agradecer. Pero estas cosas ocurren cuando la fe en el Evangelio de Cristo queda oscurecida por la fe en el evangelio negro de la democracia.
Es una suerte, sin embargo, que todavía tengamos un obispo como Cañizares, con el valor suficiente para contradecir la alfalfa sistémica. Lástima que no pudiese defenderlo desde los medios de titularidad eclesiástica de su diócesis, a la que fui a presentar (¡manda huevos!) una novela sobre su amada Santa Teresa.
Histórico Opinión - ABC.es - sábado 24 de octubre de 2015
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