lunes, 21 de abril de 2014

Pertenecias múltiples, diversas e irreductibles, no pertenecias nacionales


Pertenencias múltiples, diversas e irreductibles, no pertenencias nacionales

                                                                                                              

 

Conviene aclara algunos extremos.

 

  De una manera rigurosa – que no tengo la menor intención de pormenorizar aquí- tradición no significa pasado, ni siquiera origen sino más bien intemporal y eterno; soy consciente de que esto no es un lenguaje fácilmente accesible en la actualidad. Es decir el que verdaderamente se adhiere a la tradición no sigue a los antiguos sino que busca lo que los antiguos buscaban. Una cosa es aprender del medievo y otra cosa es su imposible resurrección.

 

  La moderna uniformización del estado moderno ha sido la antesala de la uniformización robótica  mundialista, con toda la enorme pérdida de diversidades de todo tipo, difícilmente recuperables. La gestación de la nación moderna y el correspondiente nacionalismo moderno ha producido y sigue produciendo una cantidad tal, de sangre, atropellos, muertes y crímenes millonarios, violencias inauditas y guerras feroces como ninguno de los episodios que se recuerdan desde la aparición del ser un humano sobre el globo terrestre; por lo tanto no veo con alborozo la perpetuación de semejante orden político bajo el adjetivo vagamente honorificiente de que se trata nada menos que de la modernidad, y que por tanto ser nacionalista es algo así como un título de orgullo. Nación y confrontación, nación y guerra, nación y empobrecimiento vital de todo tipo son términos inseparables. Parece que la consigna es: desaparezcamos en nuestras irrepetibles singularidades para sobrevivir (obviamente no como posibles castellanos de ahora sino como vagabundos de un chato mundialismo).

 

  La igualdad formal externa que propugnaba el viejo lema de la revolución francesa, carece del menor sentido si no es precisamente para estimular al máximo la inimitable singularidad interna. Otra cosa es que se pretenda una sociedad cuartelaria (presente en nuestra memoria el comunismo soviético), o el corral de borregos.

 

4º El nacionalismo moderno constriñe y condiciona las pertenencias múltiples, diversas e irreductibles del ciudadano. Los zarpullidos agudos de nacionalismo periférico  en la península ibérica son muy instructivos en ese sentido. El hombre tiene pertenencias múltiples que no es lícito castrar con nacionalismos de vario pelaje. Un hombre es parte de una familia, miembro de concejos varios: locales, vecinales, municipales, regionales, nacionales, continentales; partícipe de asociaciones  profesionales, culturales, miembro de una organización de dimensión espiritual (cada vez menos), perteneciente a una región (Castilla), luego a un reino (en otras épocas eso era España) o nación, a una organización continental que es  el origen del despliegue de una civilización (eso fue antaño Europa, pero mientras no se bombee y achique el nacionalismo es difícil que se recupere esa función). Todo eso por no hablar de la patria que supone un amor, una obra maestra, o un momento de rapto nouménico. La base del error político moderno es intentar castrar las posibilidades humanas con el nacionalismo.

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