¿Patriotismo
español?
Emilio
Lamo de Espinosa.
EL
País
Jueves,
22 de noviembre de 2001
El nacionalismo español nunca parece
haber sido fuerte. No lo fue a lo largo del siglo XIX por la debilidad del
Estado liberal, aunque debemos recordar que, incluso en Francia, el más fuerte
y centralizado de los Estados europeos, y a finales de ese mismo siglo, los
campesinos aún se sentían bretones o saboyanos más que franceses. De hecho,
fueron las dos grandes guerras mundiales las que azuzarían el nacionalismo en
Francia o Inglaterra. España, por supuesto, no participó en ellas pero sí en
varias guerras civiles durante el XIX más la espantosa matanza del 36-39,
ciertamente no el mejor ambiente para el florecimiento del patriotismo, de modo
que la cultura española se ha regodeado más en la excepcionalidad de nuestra
decadencia que en la de nuestra eventual grandeza. Y por si fuera poco, y de
modo similar a lo que ocurrió en Alemania e Italia, el franquismo abusó de los
escasos símbolos de unidad dejándolos casi inservibles. El resultado, que puede
sorprender a muchos, es que los españoles somos uno de los pueblos menos
nacionalistas.
No es una opinión a la ligera y me
baso para ello en el Informe Mundial sobre la Cultura editado por la Unesco (en inglés en 2000),
y concretamente en el capítulo 14, escrito por Jos W. Becker con datos de una
encuesta internacional realizada en 24 países de todo el mundo. Para comenzar,
los españoles somos muy localistas y, comparados con otros países, nos
identificamos bastante más con la provincia y la ciudad de residencia y mucho
menos con el propio país. Además, el orgullo de ser español sigue siendo muy
bajo. De los 24 países estudiados, y junto con los Países Bajos, somos los que
estamos menos de acuerdo con la frase quiero ser ciudadano de mi país. La media
es del 47% pero en España baja a nada menos que el 25%. Para comparar, en un
país fuertemente nacionalista como es Japón, sube al 72%. Otro tanto ocurre con
la idea de que mi país es el mejor; la media es del 18%, pero en España es del
6% y en Japón del 52%. Son datos reveladores de muy escaso orgullo nacional.
Sin duda por ello exigimos bastante
poco de quien desee ser ciudadano español. Respecto a los criterios necesarios
para ser un verdadero ciudadano somos los menos exigentes en el requisito de
hablar una lengua, sin duda el indicador más fuerte de nacionalismo
identitario; sólo un 32% de los españoles lo exige cuando la media es del 59%.
Pero incluso en el requisito de haber nacido en el país o en el de ser
residente por largo tiempo estamos en los últimos lugares.
Así, y para terminar, no es de
extrañar que cuando el informe de la
Unesco elabora un ranking de los 24 países por su nivel de
nacionalismo, España ocupa el lugar 23, el penúltimo, seguido por los Países Bajos y precedido por
Italia. Hay quien dice que, patriotismo, ni siquiera el constitucional.
Pues bien, eso es lo que parecen opinar ya los españoles, mucho antes de que
tratemos de convencerles.
De modo que la propuesta del PSOE,
aceptada al menos inicialmente por el PP, de hacer del patriotismo
constitucional la base de un nuevo nacionalismo español postnacionalista
encuentra terreno abonado. No debe sorprender por ello que sean los
nacionalismos vasco o catalán quienes se oponen a esta formulación. Ambos siguen
anclados en concepciones decimonónicas de la nación basadas en la lengua, ambos
tratan de enfervorizar a sus ciudadanos con símbolos y ritos, ambos entienden
sus patriotismos de modo sustancial y excluyente y necesitan por ello un
enemigo al que poder zaherir con el argumento de que “ tú sí que eres
nacionalista “. Nada puede desorientarles más que encontrarse con que los
españoles apostamos por una ciudadanía cosmopolita y abierta frente a la cual
carecen de argumentos. Por eso, porque comparto ese patriotismo constitucional,
me irrita y disgusta tanto como a ellos el menosprecio de que han sido objeto
en la composición del Tribunal Constitucional y las impertinentes declaraciones
de su presidente, o el más reciente de la Warner al negarles autorización para el doblaje
de una película al catalán. Por una vez tiene razón Pujol, aunque sea con
argumentos contrarios a los suyos.
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