Bellísima reflexión del psicólogo F. Morelli, que circula
entre nuestros queridos vecinos italianos:
“Creo que el universo tiene su manera de devolver el
equilibro a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas.
Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan que pensar...
En una era en la que el cambio climático está llegando a
niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a
China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al
bloqueo; la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera
considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas,
pero no obstante seguimos respirando...
En un momento histórico en el que ciertas políticas e
ideologías discriminatorias, con fuertes
reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo, aparece un
virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos
en los discriminados, aquéllos a los que no se les permite cruzar la frontera,
aquéllos que transmiten enfermedades. Aún no teniendo ninguna culpa, aún siendo
de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro
alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y el
consumo, en la que todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy
bien qué, sin descanso, sin pausa, de
repente se nos impone un parón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día. A
contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso éste
no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía
cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?
En una época en la que la crianza de los hijos, por razones
mayores, se delega a menudo a otras figuras e instituciones, el Coronavirus
obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a
volver a poner a papá y mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a
ser familia.
En una dimensión en la que las relaciones interpersonales,
la comunicación, la socialización, se realiza en el (no)espacio virtual, de las
redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la
verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se
debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto
hemos dado por descontado estos gestos y su significado?
En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha
vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir
de esta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al
prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que
ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La
corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te
rodean, y que tú dependes de ellos.
Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos porqué ha
pasado esto, y empecemos a pensar en qué podemos aprender de todos ello. Todos
tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus
leyes parece que la humanidad ya esté bastante en deuda y que nos lo esté
viniendo a explicar esta epidemia, a caro precio.
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