Hipocresía con las violaciones
en grupo
El 31 por ciento de los hombres que violan en grupo son nacionales, lo cual deja
el 69 restante para la comunidad extranjera en nuestro país. Estas estadísticas
no demuestran que los extranjeros violen más que los nacionales, sino que recaen más en las violaciones en grupo.
El escándalo social es también víctima de las modas. En los años 90, el temor de toda joven y de todo
padre era la de que sus vidas se cruzaran con una violación. A tenor de la importancia que le otorgaban
los medios hasta recientemente, parecía que en la práctica hubieran desaparecido. Su lugar lo ocupan
los asesinatos domésticos, cuando éstos están perpetrados por hombres y la víctima es una mujer.
Ahora, por fortuna, se vuelve a hablar de las violaciones, un grave problema de seguridad que había
desaparecido de la mal llamada “agenda”.
La periodista Ángeles Escrivá ha recabado los datos que hay sobre las violaciones en grupo.
Les llama “manadas” por extrapolación del grupo de energúmenos que, en audaz y sincero gesto,
se autodenominaron “la manada” y recorrían las calles con la misma inteligencia media que
cualquier agrupación de animalitos. Son los que han sido condenados por el Tribunal Superior
de Justicia de Navarra a nueve años por un delito continuado de abuso sexual con prevalimiento.
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La proyección del término “manada” sobre los casos registrados de violación en grupo tiene efecto
espejo: la idea de la comisión de este crimen se vuelve sobre ellos como un hecho probado.
Han sido condenados por dos tribunales, lo cual refuerza la idea de que son culpables. Pero la
condena no es aún firme, por lo que debemos aún considerar la posibilidad de que sean
inocentes. Y ni siquiera el convencimiento moral de un periodista es suficiente para condenar
a nadie. Esta referencia de Escrivá a la “manada” pertenece a ese proceso extrajudicial que ya
vimos en aquélla portada del diario ABC titulada “La mirada del asesino”.
Con todo, el reportaje está muy bien hecho y es interesante. Dice la periodista que “es un fenómeno
del que se desconoce su verdadera dimensión” y sugiere que el Gobierno recabe “estadísticas
específicas”. Creo que su sugerencia se queda corta, y que lo deberíamos es contar con estadísticas
que recojan todas las dimensiones del crimen. Con ellas, expertos, universidades, centros de
estudio y periodistas podrían participar en un debate sobre la cuestión sin dar pábulo a
las declaraciones puramente ideológicas.
Dado que no viven en España un 69 por ciento de inmigrantes, es obvio que hay una sobrerepresentación de extranjeros en las estadísticas de violación en grupo
Una de las vetas de ese debate ha de recaer sobre la inmigración. El reportaje menciona una fuente
de datos, geoviolencia sexual, que habría recogido 15 casos de violaciones en grupo en 2016, 14 en
2017 y 59 en 2018. El Instituto de Ciencia Forense y Seguridad señala que el 31 por ciento de los
hombres que violan en grupo son nacionales, lo cual deja el 69 restante (y no el 49, como ha puesto
en un aparente error tipográfico), para la comunidad extranjera en nuestro país. El 22 por ciento
son magrebíes.
Dado que no viven en España un 69 por ciento de inmigrantes, es obvio que hay una sobrerepresentación
de extranjeros en las estadísticas de violación en grupo. Lo cual suscita tres consideraciones. Una de
ellas es que los inmigrantes no son meros números, sino que son personas; personas reales, tal como
denuncian una y otra vez las ONGs preocupadas por la inmigración. Personas reales, con sus
propios valores y con su cultura. Y también con su edad media, que no es lo mismo una persona
de 25 años que otra de 55. Esto lleva a no pocos, incluso a quienes se reconocen como católicos,
a rechazar la inmigración. Creo que el camino no es cerrarles el paso, sino echar a quien no
cumpla la ley. La segunda consideración es que no sabemos qué porcentaje de los nacionales
son extranjeros nacionalizados. Y la tercera, que estas estadísticas no demuestran que los extranjeros
violen más que los nacionales, sino que recaen más en las violaciones en grupo, una práctica
criminal que, hasta donde yo sé, es extraña a nuestra cultura.
Toda consideración hacia las culturas de quienes vienen a nuestro país no debe impedir qué
estamos haciendo con la nuestra. Hemos asumido, tras un esforzado y sistemático empeño de
la vanguardia moral de la sociedad, que sexo y familia son dos conjuntos disjuntos y que la
liberación personal iba asociada a la satisfacción. Me parece hipócrita escandalizarse cuando
vemos que una parte de nosotros lo asume con naturalidad.
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