¡Que las manos van al pan! Era un viejo dicho que se decía a
los niños antaño, que no hacía demasiada mella en ellos. No creo que tenga mayor
efecto en políticos y autoridades de todo pelaje, al fin y al cabo para lo que
hay que comer; desgraciadamente el pan actual es demasiado a menudo un
subproducto de harinas no panificables, frecuentemente mal amasadas con extrañas
mezclas de levadura y bicarbonato y cocidas luego en microondas; no merece
ningún respeto, ni precauciones especiales para intoxicarse con él.
Cualquiera que haya vivido en Madrid sabe de qué se trata.
El pan de Ávila sigue una curva descendente en su calidad; como muestra aquellos
que pudieron probar el pan de aquella pretendida boutique del pan –Don Pan-
hace veinte años y lo comparan con el que venden ahora, pueden comprobar su caída en picado; quién te ha visto y quién
te ve, quién te probó y quien te prueba; vamos, lo que se dice un producto
cuasi madrileño.
Curiosamente el mejor pan que se encuentra en las panaderías
suele ser generalmente de fuera de Ávila
: Muñogalindo, Mediana de Voltoya, Aldea de Rey Niño
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