Voto suicida
Los que elijan las listas del PP, del PSOE, de Ciudadanos o de los nacionalistas, actuarán con una aceptable racionalidad y, aunque sus expectativas se vean después defraudadas, como les sucedió a los once millones que apoyaron a Rajoy en 2011, en principio su decisión obedecerá a pautas inteligibles.
El 26 de Junio se acerca, las encuestas se suceden y los ciudadanos se disponen a acudir de nuevo resignadamente a las urnas. Y su mezcla de desgana e irritación tiene fundamento: los cuatro meses transcurridos desde la última convocatoria han dejado en la opinión pública un regusto amargo de pérdida de tiempo y de dinero. El largo interregno seguido de repetición de elecciones ha sido cuantificado por los servicios de estudios de algunas entidades financieras y su coste en términos de PIB es del orden de 4000 millones de euros. Inversiones paralizadas, aprobaciones de normas pospuestas, nombramientos diferidos y otras consecuencias negativas se han ido acumulando y su repercusión sobre el bolsillo del contribuyente, el crecimiento y la creación de empleo está resultando profundamente negativa. Si se tiene en cuenta que los cabezas de cartel de los distintos partidos y la inmensa mayoría de los integrantes de las listas son los mismos que el pasado 20 de Diciembre, se comprende que el entusiasmo de la gente por depositar otra vez su sufragio sea más bien descriptible.
La única formación que aporta un elemento diferente a lo existente a finales del pasado año es Podemos que, con su alianza estratégica con Izquierda Unida, está en condiciones de ofrecer algo que destaca sobre el fondo grisáceo del déjà vu. La maniobra de Pablo Iglesias, astuta como todas las suyas, tiene una doble motivación. Por una parte, enmascarar su anunciada pérdida de votos y, por otra, crear la impresión de que toda la izquierda se une rebasando así al PSOE y animando a sus bases sociales a no faltar a la cita con los colegios electorales. No cabe duda que el profesor no numerario y honorario de la Complutense es hábil en las operaciones de comunicación cuando no le ciega su soberbia.
Ahora bien, dejando aparte el espectáculo en que se ha convertido la política española, Podemos presenta una característica que no posee ninguno de sus contrincantes. Los demás, más o menos, responden a unos intereses bien definidos de los sectores sociales que los respaldan y las papeletas que obtengan estarán dotadas de una cierta lógica. En otras palabras, los que elijan las listas del PP, del PSOE, de Ciudadanos o de los nacionalistas, actuarán con una aceptable racionalidad y, aunque sus expectativas se vean después defraudadas, como les sucedió a los once millones que apoyaron a Rajoy en 2011, en principio su decisión obedecerá a pautas inteligibles.
En cambio, los desdichados votantes de Podemos y sus confluencias harán cola ante las mesas electorales con un propósito determinado, sin ser conscientes de que los efectos de su opción serán exactamente contrarios a los que buscan. Los hijos espirituales del 15-M se disponen a hacer lo peor que se puede llevar a cabo en la vida social, intentar lo imposible. Dado que la realidad es tan tozuda como insoslayable, el empeño en violentarla termina siempre en fracaso y desastre. Todo el programa de Podemos es un desafío insensato a los principios elementales de la economía, al contexto jurídico y productivo de la Eurozona y a los ejes geoestratégicos del mundo occidental. Si se produjese la desgracia de que tuviesen éxito en su sorpasso al PSOE y se formase un Gobierno populista-comunista apuntalado por un socialismo exánime y un independentismo rampante, la Bolsa se derrumbaría, los capitales saldrían de España en estampida, las empresas se deslocalizarían a marchas forzadas, la prima de riesgo volvería a la estratosfera, el paro crecería desmesurado, la recaudación fiscal caería y el Estado entraría en quiebra. Obviamente los más perjudicados por este cataclismo serían los integrantes de los estratos más modestos de la sociedad, precisamente aquellos que habrán depositado sus esperanzas en Podemos y en su agenda pretendidamente igualitaria y justiciera.
De la misma forma que un pez no puede vivir fuera del agua y un ave no puede volar en el vacío, nuestro país no resistiría la aplicación de las ideas colectivistas y disolventes de Podemos. Además de lo señalado en el párrafo anterior, la cadena de referendos de autodeterminación que alegremente ha prometido el partido morado provocaría la desaparición de España como Nación, con lo que la catástrofe sería completa e irreversible. Los que pudiesen marcharse a países normales a tiempo quizá se salvarían junto con sus familias de la hecatombe, pero los que quedasen atrapados en la Venezuela fragmentada y empobrecida engendrada por Podemos se verían sumidos en la miseria.
El voto a Podemos es un voto suicida y encierra una tragedia, la de los que cegados por un resplandor engañoso aspiran al paraíso para precipitarse sin remedio en el averno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario