No es necesario creer en
Dios
Imaginemos que el presidente de una gran
compañía aérea –pensemos, por ejemplo, en la alemana Lufthansa, o en la
norteamericana Delta- hiciera unas declaraciones como estas: “No es necesario
volar en avión para viajar con seguridad y rapidez. En cierta forma, la idea
tradicional de la aviación comercial, no está actualizada. Uno puede
perfectamente viajar por todo el mundo sin utilizar jamás el avión. Para
muchos, el automóvil o el ferrocarril son una manera perfecta de desplazarse de
un lugar a otro. Algunos de los más grandes y famosos viajes de la historia se
han hecho sin utilizar para nada el avión, mientras que los más grandes e
impactantes desastres provocados por el hombre han sido los accidentes aéreos”.
Imaginemos además que este conjunto de
frases, que aparecen como un discurso hilvanado a conciencia, son objeto de
difusión masiva en las redes sociales, y generalmente son distribuidas por
personas o colectivos con intereses económicos contrarios a los de las
compañías aéreas, o por aquellos que representan a potenciales rivales
comerciales.
Creo que lo primero que se le ocurriría
pensar al inocente lector sería que se trata de algún tipo de manipulación, que
es imposible que el presidente de una compañía aérea se refiera a su propio
negocio en esos términos. Pero si no se pusiera en duda su veracidad,
supongo que muchos pensarían que ese señor había enloquecido repentinamente.
Además, de ser cierto que se había expresado de esa manera, sería
inmediatamente cesado por el consejo de Administración, y muy probablemente
ingresara en algún establecimiento psiquiátrico por presentar en apariencia
todos los síntomas de un grave trastorno mental.
No podría evitarse el desplome del valor
de las acciones de la empresa en Bolsa, y por su gran importancia relativa,
tampoco la caída de los índices de las principales bolsas occidentales,
viéndose implicadas en ello las empresas del sector turístico, bancarias y
energéticas, y por supuesto, las del sector aeronáutico. La tormenta financiera
se extendería con rapidez, y los medios de comunicación se encargarían de
convertirlas en el detonante de un acelerado descrédito del transporte aéreo,
con la previsible bancarrota de un sinfín de empresas de algún modo
relacionadas con la actividad aérea. La situación acabaría enderezándose, pero
ello tras mucho tiempo y mucha energía desplegada en desmentir aquellas
declaraciones.
Algo parecido a ello está pasando en estos
días respecto a una supuestas declaraciones de su santidad el Papa Francisco.
Son estas:
No es necesario creer en Dios para ser una
buena persona. En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está
actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso. No es necesario ir la
Iglesia y dar dinero. Para muchos, la naturaleza puede ser una Iglesia. Algunas
de las mejores personas de la historia no creían en Dios, mientras que muchos
de los peores actos se hicieron en su nombre.
Circulan profusamente en Facebook y han
obtenido un amplio eco periodístico, con titulares como estos: “Francisco
asegura a los ateos: No tienen que creer en Dios para ir al cielo”, o “No hace
falta creer en Dios para ir al cielo, dice el Papa”. Generalmente son citadas
por personas que se jactan de no creer en Dios, de ser ateas, y en muchos casos
indiferentes e incluso hostiles a la Iglesia Católica.
Pero en realidad, su autenticidad es muy
dudosa, algunas de ellas sí han sido dichas o escritas por el Papa Francisco,
pero en un contexto muy concreto, sin que por otra parte ofrezcan novedad
alguna. Y respecto de otras muchas, reconozco que no he sido capaz de averiguar
cuando y dónde las pronunció o escribió su Santidad.
Con respecto a la primera y más impactante
- No es necesario creer en Dios para ser una buena persona -, aparte de
ser una evidencia y responder al mito del “ateo virtuoso” (que en el pensamiento
moderno, aparece de modo explícito con P. Bayle (1647-1706)), procede de la
respuesta que –por escrito- el Papa dio al periodista Eugenio Scalfari,
fundador y director del diario italiano La Repubblica, intelectual de
izquierdas y ateo, que había dirigido al Papa Francisco varias preguntas sobre
la religión y el hombre en la sociedad actual, a través de una serie de
editoriales que publicó en su periódico en julio y agosto de 2013. Lo que el
Papa escribió fue:
En primer lugar, me pregunta si el Dios de
los cristianos perdona a quien no cree o no busca la fe. Considerando que
-y es la cuestión fundamental- la misericordia de Dios no tiene límites
si nos dirigimos a Él con corazón sincero y contrito, la cuestión para quien no
cree en Dios radica en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla
significa tomar una decisión frente a aquello que se percibe como bien o como
mal. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar.
El Papa recuerda la infinita Misericordia
de nuestro Señor y el hecho de que nuestra conciencia no es más que la voz de
Dios en nuestro interior.
Por otra parte, su impecable respuesta no
supone más que reiterar la doctrina contenida en el Catecismo de la Iglesia
Católica –principalmente inspirado en el Concilio Vaticano II en estos temas-
que, comenzando por la libertad de la fe –“nadie debe estar obligado contra su
voluntad a abrazar la fe” (160)- afirma sin ambages que “creer en Cristo Jesús
es necesario para obtener la salvación” (161) “puesto que «sin la fe… es
imposible agradar a Dios» (Hb 11, 6)”, por lo que “Fuera de la Iglesia no hay
salvación” (846).
Pero a continuación, y citando la
Constitución Apostólica Lumen Gentium (1964), añade que “los que
inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con
sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con
las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden
conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios
necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron
todavía a un claro conocimiento de Dios”.
De modo muy hermoso, y refiriéndose al
Misterio Pascual –la Resurrección- en la Constitución Apostólica Gaudium et
Spes (1965) se afirma: “Cristo murió por todos, y la vocación
suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En
consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este
misterio pascual.”
El resto de las frases supuestamente
atribuidas al Papa Francisco en esta cita –y que son claramente inconexas, por
lo que creo que, de haber sido dichas o escritas por él lo fueron en diferentes
momentos, lugares y circunstancias- son, consideradas por separado, una serie
de axiomas que no requieren más comentario:
“Uno puede ser espiritual pero no
religioso”.
“No es necesario ir la Iglesia y dar
dinero”.
“Para muchos, la naturaleza puede ser una
Iglesia”.
“Algunas de las mejores personas de la
historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron
en su nombre”.
Pero puestas todas juntas y seguidas,
precedidas por la asombrosa afirmación de que “en cierta forma, la idea
tradicional de Dios no está actualizada”, me sugieren una clara manipulación
del mensaje papal, y como tal manipulación, me temo que no está hecha con la
mejor de las intenciones.
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