jueves, 24 de diciembre de 2015

La hora de los pomposos

Enviado por José Antonio Sierra

 
 
 
La hora de los pomposos
     Por Luis Méndez

Tras las elecciones, la prensa “mayor”, la oficializada, la de los kioskos, la del respaldo moral y moralista de bancos, instituciones nacionales, personalidades instaladas, organismos europeos, demás gente de bien, coincide en el análisis profundo, grandilocuente, sobre la formación del próximo gobierno, planteado el asunto como si el resto fuera un conjunto de irresponsables inmaduros, incapaz de pensar sensatamente –o de pensar, simplemente--. (Nótese aquí cómo se combinan las máculas: inexperiencia más una responsabilidad que no se sabe de dónde procede, ya que carecen de gestión precedente).

 
Se habla ahora pomposamente --después de la juerga y de la resaca--, de gobernabilidad, como si estas elecciones hubieran borrado de un plumazo todos los desaguisados producidos hasta el momento. La corrupción, la preferencia de una minoría poderosa frente a los españoles de a pié, el blindaje constitucional de las deudas bancarias frente al gasto social, la degradación de la sanidad, de la educación, de los servicios de dependencia social, los parados, las pensiones de 450 euros y un 0,25% de subida, la incertidumbre sobre las mismas, los estudiantes prácticamente desposeídos de becas y ayudas, los juicios demasiado rápidos o demasiado lentos, etc. por lo visto sólo tienen un causante, y … ¡no es ninguno de ellos!
 
Sin embargo, ni un solo artículo de esa sesuda opinión, que flota sobre la España real, se pregunte: ¿Por qué hemos perdido constante y progresivamente millones de votos y, hecho el cálculo sobre las últimas elecciones, cientos de escaños? ¿Qué estamos haciendo mal?
 
No, ya se sabe, la mejor defensa es el ataque constante. Pero ¿acaso esa táctica permite reflexionar imparcialmente a alguien? Porque, cuando se habla de gobernabilidad, de entrada no se puede pretender un sistema electoral que en nombre de esa gobernación provoca crispación y la negación de miles de votos depositados. Hablando de partidos presentados en toda España, mientras se le han otorgado 23 escaños de más al partido más votado, se le han restado 11 al menos, pasando de 13 a 2.
 
Y lo más curioso es que sus invectivas solemnes (el tono que dan es muy importante) se dirigen contra quienes no han gobernado ni un solo minuto, como arriba se señalaba. Es decir, que su mal es meramente el de existir porque… ¿por qué? ¿Por haber rescatado una palabra muy oportuna en el diccionario de la política, es decir, indignación?
 
También figura la opinión del Ibex en esas páginas banderas de la sensatez, pidiendo que se imponga el acuerdo antes que el interés: Curiosa palabra denostada: el interés. Por otra parte ¿qué acuerdo? ¿Cualquier acuerdo? ¿O el acuerdo en el seno del bipartidismo? Aún recordamos esas curiosas noticias que informaban sobre que la bolsa subía cada vez que había despidos en algún lugar.
 
Por supuesto, no faltan referencias a la mal llamada Europa (la UE) para recordarnos y recomendar pactos entre populares, socialistas y liberales. Pena que no se acuerden de esas referencias a la hora de analizar el porcentaje de gasto social respecto al PIB, muy inferior en nuestro caso, o a la no proporcional carga fiscal, o las SICAVs, etc., etc.
 
Hasta hay una referencia a un posible “Frente Popular”. ¡Horror! ¿Y ese es el espíritu que ha de insuflar serenidad a nuestra regeneración?
 
Desde los Pactos de la Moncloa, ese español silencioso no ha hecho otra cosa sino demostrar sensatez y paciencia. Y desde esos pactos no ha hecho sino perder derechos y derechos, mientras los sensatos de turno no conciben esa sensatez sino sobre la base de un bienestar desproporcionado. ¿Cómo pontificar entonces?
 
Terminando: la primera medida democrática y regeneradora es la comenzar a pensar que los votos recibidos legitiman a todas las formaciones, y que quienes las han votado persiguen el fin de que gobiernen y no el de asustar a los demás cual dementes. A partir de ahí es posible que se consiga algo positivo.
 
Luis Méndez
Funcionario de la Administración local.
 

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