El serbio asombrado
El autor relata como un hombre serbio no era capaz de entender que el presidente de Cataluña, tras declarar la independencia, no estuviese en la cárcel.
No hay nada como salir de España para entender mejor España. Hace unos días, durante un viaje por el extranjero, un serbio me preguntó por el tema de Cataluña, que si era verdad que se iban a independizar y tal. “¿Pero quién es el que está moviendo todo el tema del referéndum?”, me preguntó a bocajarro. “Pues el propio presidente de la comunidad autónoma”, le respondí.
A continuación, un rato para explicarle que en España no nos basta con un Parlamento, sino que contamos con 17 más, y que, además de un presidente del Gobierno, tenemos 17 reyes de taifas al frente de cada autonomía, por aquello de mantener la tradición musulmana. Cada una, claro, con sus 17 correspondientes ministerios de Educación, Economía, Empleo, Medio Ambiente y demás mandangas.
– Pero, espera. Entonces, el presidente de Cataluña es el que lidera el proceso de independencia-, me vuelve a preguntar.
– Así es-, le respondo.
– Y estará detenido, claro-, prosigue.
– No.
– ¿Ya le han dejado en libertad?-, insiste asombrado.
– -No… Es que nunca ha estado detenido-, respondo titubeando.
El serbio se me queda mirando como si le estuviese tomando el pelo.
– ¿Me estás diciendo que un dirigente político declara abiertamente que quiere independizar una parte de España y no ha pasado nada?-, vuelve a la carga.
– Así es-, contesto ruborizado.
– Oye… No sé si sabes que, en mi país, la antigua Yugoslavia, ya salimos escaldados de una experiencia parecida-, rememora con dolor alzando su mirada al horizonte.
En España hemos alcanzado un grado de paroxismo y de irrealidad del que seguramente no nos damos cuenta. Ya casi nos parece habitual que un reyezuelo de taifas declare unilateralmente la independencia, o que impida estudiar en castellano en un colegio de España (lo que en ningún caso implicaría dejar de lado los otros idiomas cooficiales) o que no te manden una ambulancia y te dejen morir porque, aunque vivas a pocos cientos de metros de un hospital, si estás en la comunidad autónoma vecina, te corresponde un centro de salud que se encuentra a 50 kilómetros de distancia.
Soñar es gratis. Pero, en ocasiones, es necesario antes de que esos sueños se transformen en realidades. Sueño con una España donde nos levantemos por las mañanas sin estar pendientes de la última gansada que haya soltado el político de turno. Sueño con una España, sencillamente, normal; que no se odie a sí misma ni padezca la esquizofrenia de estar cuestionando continuamente hasta su propia existencia. Una España que no arrastre complejos y que muestre un sano orgullo; donde se rechace la mediocridad, lo cutre y el veneno de la división. Tal vez tengamos que salir de España para comprender mejor España.
A continuación, un rato para explicarle que en España no nos basta con un Parlamento, sino que contamos con 17 más, y que, además de un presidente del Gobierno, tenemos 17 reyes de taifas al frente de cada autonomía, por aquello de mantener la tradición musulmana. Cada una, claro, con sus 17 correspondientes ministerios de Educación, Economía, Empleo, Medio Ambiente y demás mandangas.
– Así es-, le respondo.
– Y estará detenido, claro-, prosigue.
– No.
– ¿Ya le han dejado en libertad?-, insiste asombrado.
– -No… Es que nunca ha estado detenido-, respondo titubeando.
El serbio se me queda mirando como si le estuviese tomando el pelo.
– ¿Me estás diciendo que un dirigente político declara abiertamente que quiere independizar una parte de España y no ha pasado nada?-, vuelve a la carga.
– Así es-, contesto ruborizado.
– Oye… No sé si sabes que, en mi país, la antigua Yugoslavia, ya salimos escaldados de una experiencia parecida-, rememora con dolor alzando su mirada al horizonte.
En España hemos alcanzado un grado de paroxismo y de irrealidad del que seguramente no nos damos cuenta. Ya casi nos parece habitual que un reyezuelo de taifas declare unilateralmente la independencia, o que impida estudiar en castellano en un colegio de España (lo que en ningún caso implicaría dejar de lado los otros idiomas cooficiales) o que no te manden una ambulancia y te dejen morir porque, aunque vivas a pocos cientos de metros de un hospital, si estás en la comunidad autónoma vecina, te corresponde un centro de salud que se encuentra a 50 kilómetros de distancia.
Necesitamos que sea un serbio quien nos recuerde cuál es el final de este desquiciado viajePobre España. Necesitamos que un serbio, que ha sido testigo de cómo unos viles dirigentes pletóricos de codicia y cortedad de miras descuartizaban su nación hasta convertirla en pequeños países insignificantes, nos recuerde cuál es el final de este desquiciado viaje.
Soñar es gratis. Pero, en ocasiones, es necesario antes de que esos sueños se transformen en realidades. Sueño con una España donde nos levantemos por las mañanas sin estar pendientes de la última gansada que haya soltado el político de turno. Sueño con una España, sencillamente, normal; que no se odie a sí misma ni padezca la esquizofrenia de estar cuestionando continuamente hasta su propia existencia. Una España que no arrastre complejos y que muestre un sano orgullo; donde se rechace la mediocridad, lo cutre y el veneno de la división. Tal vez tengamos que salir de España para comprender mejor España.
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