martes, 22 de diciembre de 2015

El día después

Enviado por José Antonio Sierra

 
 
 

 
 
El día después
   Por Luis Méndez

Dentro de muy poco, pasadas ya las elecciones, seguramente la pregunta más corriente que se plantee sea: ¿Y ahora qué? Y será entonces cuando automáticamente vengan a la memoria recuerdos del pasado, como las justificaciones directas e indirectas sobre nuestro restrictivo encuadramiento eurounionista –que no europeo--; o la herencia lastrante causada por gobiernos anteriores y esgrimida por gobiernos en activo; o, para los que crean que la ruptura del bipartidismo obrará el milagro de los milagros, los antecedentes de otros casos, como Islandia o Grecia; o que la primera y protocolaria reunión de trabajo se suela realizar con la Ceoe –no con la Cepyme o los sindicatos--, etc., etc. Es decir, habremos vuelto a la realidad.
 
Vuelta a la realidad
Pero decir esto no es para provocar un pesimismo estéril, sino para reflexionar sobre la idea de si es posible que quince de días de campaña pueden cambiar la mentalidad de una sociedad, y subrayar, además, la necesidad de tenerlo en cuenta en el futuro. Tal labor, que tiene mucho de pedagógica –y que por si sola es insuficiente--, es larga y ha de realizarse paciente e incansablemente, y ha de comenzar con la pregunta de cuántos actores intervienen en la formación de la opinión pública. Al decir actores pensamos en partidos políticos, medios de comunicación –incluido Internet--, universidades, escuelas, púlpitos, asociaciones, empresas nacionales y multinacionales, la tendencia a asumir en la barra del bar o en el taxi lo que es, no lo que podría ser; el sentido común, que muchas veces carece de sentido, y cien elementos influyentes más, no analizados porque no interesa cuestionar fuentes de legitimidad. Después de todo, la ideología del funcionalismo ha calado en todos, a pesar de que las ideologías no existen.
 
Los partidos políticos como supuesto elemento motor.
De entrada, nuestro sistema político consagra a los partidos políticos como instrumentos esenciales de la democracia. No creo que el verbo sea exagerado, dada la grandilocuencia con que se abordan determinadas cosas. Sabemos que no es un defecto exclusivo nuestro. Recordemos, si no, ese canto del himno con la mano en el corazón e imitado en muchos lugares, cuando después se hurtan la educación y/o la sanidad públicas. Lo peligroso de todo esto es que esas apariencias suplanten a la realidad.
 
Con carácter general, los partidos políticos han realizado y han de realizar múltiples funciones, dependiendo de épocas, regímenes, países, clases representadas, y la propia casuística legal que los regule; no hay que olvidar, por ejemplo, el problema de su financiación, que es más complejo e interesado de lo que parece.
 
Pero, retomando el hilo de los efectos de una campaña electoral, es preciso preguntarse por la naturaleza didáctica de los partidos, es decir, si son organismos activadores del pensamiento, o si por el contrario son simples receptores de ideas externas.
 
Entre los años 70 y 80 se produjo un debate, --sobre todo en la izquierda--, muy aparente y engañoso que giraba alrededor  de qué debían ser esos partidos. A lo largo de la historia hemos visto que unas veces han sido portavoces de minorías privilegiadas; otras, vanguardias de cambios sustanciales; otras más, meras máquinas electorales, etc. Y según esa función, su intervención en el pensamiento aumentaba, disminuía o desaparecía. No hace falta decir que esa graduación determinaba que asumieran o delegaran la labor de crear conciencia. Sintetizando la duda: ¿Han de ser los partidos políticos corazón y cerebro de la sociedad, o por el contrario, han de ser un simple reflejo de ella?
 
La respuesta tiene muchas trampas y contradicciones. Hablar de una “vanguardia” pensante no suena democrático; es más, despierta sospechas sobre el peligro de la manipulación. Pero ¿no sería mejor dejar de interpretar a una Alicia en un  país de las maravillas –una democracia total-- que no existe?
 
Grupos de presión
Por supuesto, lo ideal sería una población autosuficiente, que no necesitara de ningún tipo de faro ni de guía. Recuerdos antiguos hacen repeler tales expresiones, pero ¿por qué llevar las cosas a lo extremo y unilateral y no ver la realidad? En tal caso, hay que buscar remedios.
 
Hoy día sabemos bastante de esa cosa que llaman grupo de presión –lobby en nuestro idioma vehicular, según C´s—que actúa tanto frente a las administraciones públicas, como frente a los propios partidos. No olvidemos tampoco a esos conglomerados de opinión que en cinco, diez metros cuadrados de papel, meten a su antojo una determinada realidad del mundo, y que no operan ya frente a gobiernos, administraciones y partidos, sino directamente sobre la propia opinión pública, promoviendo el pensamiento que más les conviene. Cuestión fundamental es preguntarse quién los financia, a quién representan, a pesar de que se proclamen independientes.
 
Aunque sea una digresión, es necesario resaltar el daño que ha hecho a la familia, a los colegios, a los educadores, a la sociedad en general, esa publicidad televisiva, esas películas tontas o sangrientas, esos programas oportunistas que han socavado la autoridad de la razón en beneficio de la del mercado. Y cuidado, no se está fomentando la tiranía del padre –otro dislate—sino criticando la tiranía de la sinrazón.
 
Volviendo a los partidos políticos, y partiendo del presupuesto de que previamente estarían saneados, cabe preguntarse si, tal como se planteaba, deben ser un motor en el pensamiento de la sociedad, con sus múltiples variedades, o simplemente el altavoz, el reflejo de una opinión pública inducida por otros agentes sociales.
 
Beneficios
Así que no estaría de más que el día después de las elecciones, una de las funciones de la verdadera prensa independiente fuera obligar a los partidos a que tomen postura ante los problemas diarios de la sociedad, a que generen corrientes de pensamiento contrapuestas y abandonen esa prudencia electoralista que les permite poner y quitar velas a conveniencia. Eso les obligaría además a: 1) Tener que enfrentarse a esos grupos que sólo buscan –y no lo ocultan—su beneficio en perjuicio de la sociedad. 2) Ubicarse claramente, sin posibilidad de dobles bazas. Porque, que error admitir unos partidos sin medios de comunicación diaria que los defina coherente y detalladamente en el día a día.
 
Admitir por el contrario que sean simples cajas de resonancia de la opinión pública, sin entrar críticamente en los contenidos de esa opinión, que manga ancha les permite, para luego, en quince días, cambiar el frac por la chaqueta de pana o la sudadera y decirnos lo más bonito que se pueda oír
 
Concluyendo, el miedo a unos partidos demasiado intervinientes nos ha llevado a unos partidos que por omisión hacen lo que quieren y dicen los que les conviene según el momento, al no existir puntos detallados de referencia que denuncien esos vaivenes.
 
Luis Méndez
Funcionario de la Administración local.

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