La 'intifada' de la mentira
Por Julián Schvindlerman
Los acontecimientos en Israel y Palestina se suceden con extrema velocidad. Antes de que nos percatemos, nos vemos sobrepasados por una avalancha de información que desorienta. Por varios días ya, jóvenes palestinos, aparentemente desvinculados de agrupaciones terroristas, han estado atacando a israelíes con piedras, puñales, destornilladores, bombas molotov, y los han embestido con sus vehículos, en un frenesí de violencia radical que preanuncia una nueva, la tercera, intifada. Quizás estemos en ese momento bisagra a partir del cual todo empeora, en el que cada día arroja otra tragedia que se suma a la del día anterior, dando forma a un ciclo difícil de parar y menos aún de comprender. Es este, entonces, el momento justo para preguntarnos cómo ha comenzado este lío. Prestemos atención ahora, antes de que, atrapados en el tsunami de datos, análisis, opiniones, olvidemos la génesis, enteramente evitable, de este festival de odio insensato.
Todo empezó con una mentira. Una mentira flagrante, malintencionada y peligrosa, lanzada con descaro por líderes palestinos y árabes-israelíes. En las vísperas del Año Nuevo judío, miembros del Movimiento Islámico en Israel se atrincheraron, armados, en la Mezquita de Al Aqsa, a la espera de que religiosos judíos fuesen a rezar a la explanada para atacarlos. (Las mezquitas del Monte del Templo fueron construidas sobre las ruinas del templo hebreo edificado por el rey Salomón). La Policía israelí los dispersó y la patraña surgió: los judíos quieren dañar esos santos lugares del islam. Arrojar semejante acusación infundada en la región más religiosa y conflictiva del mundo es un acto de irresponsabilidad e incitación extraordinario. Eso sólo bastó para encender la mecha. Luego, el Gobierno palestino en Cisjordania, Hamás en Gaza y parlamentarios árabes y miembros del Movimiento Islámico en Israel echaron más leña al fuego con otras provocaciones.
El jeque Muhamad Salah instó, cuchillo en mano, desde el atrio de la mezquita Al Abrar de la Franja de Gaza: “¡Apuñalen, oh jóvenes de Cisjordania! … Córtenlos en pedazos”. El parlamentario de Hamás Mushir al Masri, blandiendo un puñal, clamó ante una multitud en Jan Yunis: “El puñal es nuestra elección. El puñal simboliza la lucha en Cisjordania y Jerusalén”. La agrupación Fatah, del presidente palestino Mahmud Abás, publicó folletos que celebran como “mártires” a palestinos que han asesinado a israelíes; los folletos llevan fotos de Abás y Arafat. Integrantes del Comité Central de Fatah, entre ellos Nabil Shaaz, exnegociador principal de la Autoridad Palestina, fueron a dar sus condolencias a la familia de Mohamed Halabi, quien días antes mató a dos israelíes. La Asociación de Abogados Palestinos concedió una membresía honoraria póstuma a este joven criminal. Los parlamentarios árabe-israelíes Hanín Zoabi, Basel Ghatas y Aymán Odeh participaron en manifestaciones palestinas en las que se coreó “¡Sacrificaremos nuestras vidas por la Mezquita de Al Aqsa”.
En vísperas de que todo estallara, el presidente palestino, desde el podio de las Naciones Unidas, anunció dramáticamente al mundo entero que los Acuerdos de Oslo, que rigieron las relaciones palestino-israelíes en las últimas dos décadas, habían caducado.
Recordemos este momento. Recordemos este instante en que la hoguera fue encendida. Recordemos quién la prendió y quien avivó el fuego. Antes de que las llamas de la violencia hayan cobrado proporciones infernales y muchas más familias de palestinos e israelíes queden enlutadas, antes de que la prensa internacional nos inunde con sus reportes y las naciones del mundo envíen a sus diplomáticos con urgencia, recordemos. Recordemos cómo empezó esta nueva, caprichosa, inútil y mentirosa intifada.
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