Enviado por José Antonio Sierra
Mañana será otra la víctima
Luís Méndez
Dice el proverbio que el idiota recomienza su vida todos los días. Sin ser tan severo en el diagnóstico, algo parecido ocurre en la práctica española. Después de dos mil años de historia aún no tenemos claro cuál ha de ser nuestra estructura política, territorial o administrativa. Digo dos mil años porque no es cierto que España comenzara con los Reyes Católicos; todas las experiencias anteriores fueron ensayos y realidades que bajo ningún aspecto se pueden ignorar u olvidar. No siempre España estuvo configurada por reinos diferentes. También hubo periodos anteriores en los que se dio una estructura unitaria, para bien y, por supuesto, para mal.
Ahora le ha tocado a las diputaciones. Y sobre ese aspecto, al margen de quiénes tienen razón y quiénes tienen menos razón, lo que queda bastante claro es que por lo general no se sabe qué son esas entidades. Eso es algo muy usual en nuestra patria: pontificar sobre lo que se ignora. Ya dijo Manuel Azaña que si los españoles en vez de hablar sobre lo que ignoran, se dedicaran a estudiarlo, que gran silencio y sapiencia habría (o algo parecido).
Las formulas sustitutivas, curiosamente, no residen en anular las funciones de esas diputaciones e inventar otras –funcionalmente hablando no se puede- sino en trocear esa función mediante la creación de otras instituciones de menor tamaño pero mayor multiplicidad, llámense comarcas, mancomunidades o como se desee. Es decir, la misma función y seguramente mayor gasto y número de políticos. Por ejemplo, en vez de haber un solo servicio de arquitectura para la provincia, que atienda a los municipios menores de veinte mil habitantes, se supone que habrá varios, pero comarcalizados, con sus respectivos directores técnicos, directores políticos y directores administrativos.
Por otra parte no se analiza la serie de problemas interlocales que resuelven, equilibrando el territorio provincial, cosa que no sería tan fácil realizar entre varias entidades de igual rango y enfrentados intereses. No me extrañaría que hasta se produjeran problemas fluviales ¡entre las comarcas! sobre todo en zonas en vías de desertización.
Así mismo, la identidad que producen las diputaciones en todo el territorio nacional desaparecería y sería sustituida por toda una configuración regional variopinta. Ya ocurre en materia fiscal y organizativa en determinadas comunidades autonómicas.
Pero lo que se trata de decir aquí no es si diputaciones sí o diputaciones no, sino en cuestionar un sistema de trabajo nacional que no puede resultar eficaz. Nuestros políticos no programan un plan, lo estudian, lo corrigen, lo contrastan, lo discuten y lo aprueban. Aquí vamos a salto de mata, parcheando según las conveniencias del momento. Y dicho así, no molesta tanto como si se analizan las causas. Y la causa principal es la ausencia total de un credo. Cada formación no tiene un ideario base que obligue a sus militantes y que determine consecuentemente sus decisiones y le impida contradecirse simplemente porque la idea antitética le resulte particularmente beneficiosa. ¡eso no resulta inmoral! Aquí cada cual construye y riega su reino de taifas mientras puede.
Por otra parte sorprende el protagonismo de alguno de esos políticos por la vía del incordio. Aquí no destaca el que más vale y más soluciones informadas aporta, sino el que resulta más molesto, indiferente todo el mundo a la garantía que puede ofrecer su experiencia y su bagaje formativo.
Por otra parte, miremos un poco más allá: ¿por qué llamarlos partidos? La homogeneidad en los defectos es tanta, que la diversidad en otros aspectos, incluidos los programáticos, desaparece.
Llega el partido A y aprueba un plan de educación, y llega el partido B y lo deshace, y en ambos casos en detrimento de sus directos usuarios. Esto, que ya de por sí es malo, tiene unas causas peores, unas causas que dañan al sistema en la raíz, porque ambos planes, habiendo adoptando formas distintas, se igualan en que no se han atrevido a enfrentarse al verdadero poder que impide un plan racional. Todas esas cautelas ¿cómo se podrían mantener con unos expertos totalmente independientes de condicionante de poderes extra institucionales?
Y así con todas las cosas. Pero ¿sólo son culpables esos políticos? No. Por otra parte tenemos a un electorado acomodaticio que cree que otros pueden pensar y decidir por él. Había un político que decía que la ignorancia no es una escusa, sino una responsabilidad. Un vivir medio bien nos lleva a creer que podemos hundir la cabeza en el saloncito, encendida la televisión con el partido de futbol de turno o el consabido culebrón, y confiar en que esa actitud es la que verdaderamente garantiza ese medio bienestar. Pero no, bastaría con repensar un poco el lenguaje y nos daríamos cuenta de que en su insignificancia contiene claves muy significativas. Por ejemplo: ¿a nadie le trastorna pensar que aquel término despectivo de hace diez o quince años, de mileurista, sea hoy un deseo insatisfecho?
Es decir, que con diputaciones o sin ellas, -mañana será otra la víctima - seguiremos igual, salvo que la cosa cambie en su esencia.
Luís Méndez
Funcionario de la Admistración Local
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