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LA OPINIÓN DE Juan Manuel de Prada
Aprovechar los nobles anhelos, y también la rabia y el
descontento de mucha buena gente hasta que se logre la conquista del poder
JUAN MANUEL
DE PRADA
Día 21/04/2015 - 12.41h
Con la
autoridad –refrendada por Twitter– que nos da ser uno de los mayores expertos
mundiales en la serie Juego de tronos, escribíamos hace un año en este
mismo periódico que, en una traslación de los avatares de la serie a la
política nacional, Pablo Iglesias sin duda encarnaría a Khaleesi. El propio
Iglesias nos lo confiesa ahora, aunque sea de manera tácita (porque es propio
de las almas privilegiadas cultivar la virtud de la modestia), cuando explica
las razones por las que regaló un pack de Juego de tronos a Felipe VI:
«En Poniente, como en nuestro país, hay un viejo mundo que se desmorona. Los
intereses cruzados de las distintas familias han sumido a los reinos en la
miseria, la violencia y la tristeza. (…) Los políticos del viejo orden se
atrincheran en sus despachos como el rey Joffrey en su Trono de Hierro, o
juegan como Meñique con mentiras y triquiñuelas. Mientras, Khaleesi avanza con
el convencimiento de que la fuerza es la de la gente, la de los esclavos que no
luchan por su reina sino por su propia libertad».
Pero, ¿qué
representa Khaleesi en el imaginario político de Pablo Iglesias? Sin duda, el
espartaquismo de Rosa Luxemburgo. En «El marxismo de Podemos: un experimento
espartaquista», el más clarividente análisis que hasta la fecha se ha escrito
sobre Podemos, José Miguel Gambra desentraña con rigor doctrinal, vastos
conocimientos de ciencia política y la exactitud apabullante de los argumentos
lógicos la filiación ideológica de Pablo Iglesias, así como los métodos
empleados por su partido en la conquista del poder, que son los mismos preconizados
por Rosa Luxemburgo. Frente a los socialdemócratas de la época (partidarios de
cooperar con la democracia, a la espera de que el capitalismo fracasase por su
propia inercia y la burguesía se ahogase en su vómito decadente) y a los
leninistas (que querían que una minoría de vanguardia condujese a las masas,
mediante una disciplina feroz, a la dictadura del proletariado), Luxemburgo
planteaba una tercera vía, consistente en aprovechar estallidos populares
espontáneos, para encauzarlos hacia un fin estratégico que, por supuesto, es la
conquista del poder. Así, Pablo Iglesias, más listo que el hambre, aconseja a
sus seguidores en una charla íntima (pero sus seguidores, menos listos, lo
colgaron en el yutú): «Por eso hay que hablar de unidad popular y por eso hay
que ser humilde. Por eso hay que hablar con gente a la que, a lo mejor, no le
gusta tu lenguaje y a lo mejor no se identifica con los términos con que tú
explicas las cosas. (…) La clave es conseguir que el sentido común de la gente
vaya en una dirección de cambio. (…) O entendemos eso, que esas cosas se pueden
convertir en agregadores, o se seguirán riendo de nosotros».
Queda así
perfectamente explicada la estrategia de Pablo Iglesias, que es la misma de
Rosa Luxemburgo y la Khaleesi en Juego de tronos. Aprovechar los nobles
anhelos, y también la rabia y el descontento de mucha buena gente contra un
sistema opresor que rechaza por diversas razones (por repulsa natural ante la
injusticia, o por adhesión al Evangelio, por ejemplo) como agregadores de
la causa marxista, disfrazada de exigencia ética hasta que se logre la
conquista del poder. Mientras tanto, las masas engañadas piensan ingenuamente,
como los secuaces de Khaleesi, que «la fuerza es la de la gente, la de los
esclavos que no luchan por su reina sino por su propia libertad».
«¡Qué triste
la capacidad de ofuscación humana!», escribe melancólicamente Gambra. Y es que
las masas, esclavizadas por la usura internacional y animalizadas por los
derechos de bragueta, se obnubilan ante la fúlgida melena de Khaleesi,
olvidando que detrás de ella vienen sus dragones, dispuestos a imponer un
reinado de fuego.
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