jueves, 16 de abril de 2015

El marxismo de Podemos (III): tácticas para sojuzgar masas


El marxismo de Podemos (III): tácticas para sojuzgar masas

7 abril, 2015

Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo

Fe marxista, estrategia a largo plazo y táctica de corto alcance.

En conjunto, los marxistas mantienen la concepción del mundo que hemos visto como un meollo doctrinal indiscutido. Su función ha sido comparada por algunos autores a la de una fe religiosa, semejante a lo que los musulmanes llaman el Islam. Sin embargo, una cosa es la fe en el proceso determinista de la historia, que necesariamente abocará a una sociedad comunista, y otra es la manera de concebir la actividad del proletariado que acelerará la llegada de esa sociedad sin clases.

Todos los marxistas, revisionistas incluidos, entienden que la estrategia a largo plazo, para alcanzar ese fin, exige que el proletariado se haga con el poder político. Pero hay que distinguir la estrategia de la táctica a corto plazo, que debe seguirse en cada una de las sociedades, con su diferente grado de desarrollo económico y social. Marx predijo la inminente realización de la revolución proletaria en las sociedades avanzadas, en lo cual estaba evidentemente equivocado, como el tiempo se ha encargado de demostrar. De ahí que, desde muy temprano, se produjeran profundas disensiones entre los autores y dirigentes marxistas en lo que se refiere a la táctica a seguir en orden a que el partido alcance el poder, según las cambiantes circunstancias sociales y políticas. Esas divergencias se han puesto de manifiesto, especialmente, a lo largo de las cuatro internacionales comunistas, que asociaron, durante amplias etapas, a dirigentes marxistas de distintos países en orden a una acción común.

Eduardo Bernstein

Eduardo Bernstein

Para entender la táctica de ·Podemos”, hay que situarse en las discrepancias prácticas que se produjeron en la Alemania de entreguerras. Allí se enfrentaron dos concepciones tácticas, que dominaron respectivamente la segunda y la tercera internacional. De una parte estaban la socialdemocracia, inspirada por Kautsky y Bernstein, que era el partido gobernante, originariamente marxista, pero que había introducido revisiones muy importantes, incluso en el meollo doctrinal del marxismo. Su táctica consistía en cooperar con la democracia favoreciendo a los trabajadores, a la espera de que el sistema capitalista se destruyera a sí mismo y la burguesía, en virtud de su propia inercia decadente, acabara por transferir pacíficamente el poder al partido de los trabajadores. De ahí su oposición a la lucha revolucionaria violenta que, a su modo de ver, podría detener el proceso científicamente necesario hacia el socialismo.Lenin9

Frente a esa socialdemocracia, tácticamente pacífica y democrática, que dominaba la segunda internacional (llamada por ello socialista), se sitúa la táctica de la tercera internacional, fundada por Lenin y Trotski en 1919,  para extender el comunismo más allá de la Unión Soviética. Esa táctica, pensada para la sociedad semifeudal de Rusia, consistía en dar preeminencia a la minoría de vanguardia, constituida por el partido bolchevique, para mantener transitoriamente la superestructura estatal en forma de dictadura. La dictadura del proletariado, dominada exclusivamente por los bolcheviques, tenía la misión de dirigir las masas, incultas y alienadas por la costumbre, para que adquirieran conciencia de clase y llegaran a cooperar en la formación del estado comunista. La acción de semejante estado debía exigir, según Lenin, una disciplina sin remisión, que incluía la represión violenta de los propios trabajadores, para que las masas se adhieran a la vanguardia dictatorial.

Ninguna de estas tácticas le parece admisible al partido espartaquista, fundado por Rosa de Luxemburgo junto a Karl Liebknecht, que, a diferencia de los anteriores, nunca llegó al poder; pero tiene especial importancia para nuestro asunto. La cuestión que se plantea Rosa de Luxemburgo es la misma que preocupaba a Lenin: los que, según la doctrina marxista, están llamados a realizar la revolución, es decir, los proletarios, no por estar en las mismas condiciones económicas tienen concienciaLuxemburgSpeech2 de clase, ni captan su propio potencial revolucionario. Al contrario, precisamente los más aplastados por el Capital y el Estado son los más incapaces de concebir la lucha de clases. La pregunta que entonces se plantea desde la dogmática marxista es cómo desarrollar esa conciencia de clase en el proletariado. Para Rosa de Luxemburgo constituye un error la táctica socialdemócrata de sentarse a esperar que el desarrollo histórico de las condiciones objetivas (es decir, las circunstancias materiales y el modo de producción) produzcan, por sí solas, dicha conciencia, cuando el capitalismo agonice definitivamente. Porque, sin la acción del proletariado, la socialdemocracia conduce al conservadurismo y a la detención del proceso revolucionario. Tampoco admite con Lenin que sea una minoría, rigurosamente disciplinada dentro de un partido, la que empuje al proletariado a la revolución.

Contra ambas cosas Luxemburgo mantiene que las condiciones objetivas, o económicas, conducen a explosiones revolucionarias espontáneas que, aun siendo a menudo parciales, pueden conducir a que el proletariado adquiera “la conciencia de sus intereses y de sus obligaciones históricas”. En la jerga escolástica del marxismo, Rosa lo expresa así: “el inconsciente precede a la conciencia y la lógica del proceso histórico objetivo precede a la lógica subjetiva de sus protagonistas”. Lo cual no quiere decir sino que los cambios económicos llevan por sí solos a la toma de conciencia de clase que es, según el marxismo más ortodoxo, la condición imprescindible para la revolución.

De acuerdo con esta idea de la espontaneidad de las acciones revolucionarias, que supone un movimiento vivo de las masas, Rosa de Luxemburgo limita el papel del partido a una intervención posterior a ese movimiento, cuya finalidad consiste en darle permanencia y  encauzar su espontaneidad hacia el fin estratégico que, como sabemos, es la toma del poder. Pero el partido debe respetar la espontaneidad del movimiento y dejarle que, en la acción, y a través de sus errores, vaya adquiriendo la sabiduría práctica de la revolución, que es mucho más fecunda que cualquier decisión infalible del Comité Central del Partido.

La razón por la que insisto en presentar, por someramente que sea, el pensamiento de Rosa de Luxemburgo es bien sencilla: “Podemos” es un partido ideológicamente marxista y tácticamente espartaquista, es decir seguidor del pensamiento de Rosa de Luxemburgo, autora de las Cartas de Espartaco. Eso es lo que trataré de mostrar en breve.

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