El marxismo de Podemos (III):
tácticas para sojuzgar masas
7 abril, 2015
Rosa Luxemburgo
Fe marxista, estrategia a largo plazo y táctica de
corto alcance.
En
conjunto, los marxistas mantienen la concepción del mundo que hemos visto como
un meollo doctrinal indiscutido. Su función ha sido comparada por algunos
autores a la de una fe religiosa, semejante a lo que los musulmanes llaman el
Islam. Sin embargo, una cosa es la fe en el proceso determinista de la
historia, que necesariamente abocará a una sociedad comunista, y otra es la
manera de concebir la actividad del proletariado que acelerará la llegada de
esa sociedad sin clases.
Todos
los marxistas, revisionistas incluidos, entienden que la estrategia a
largo plazo, para alcanzar ese fin, exige que el proletariado se haga con el
poder político. Pero hay que distinguir la estrategia de la táctica a
corto plazo, que debe seguirse en cada una de las sociedades, con su diferente
grado de desarrollo económico y social. Marx predijo la inminente realización
de la revolución proletaria en las sociedades avanzadas, en lo cual estaba
evidentemente equivocado, como el tiempo se ha encargado de demostrar. De ahí
que, desde muy temprano, se produjeran profundas disensiones entre los autores
y dirigentes marxistas en lo que se refiere a la táctica a seguir en orden a
que el partido alcance el poder, según las cambiantes circunstancias sociales y
políticas. Esas divergencias se han puesto de manifiesto, especialmente, a lo
largo de las cuatro internacionales comunistas, que asociaron, durante amplias
etapas, a dirigentes marxistas de distintos países en orden a una acción común.
Eduardo Bernstein
Para
entender la táctica de ·Podemos”, hay que situarse en las discrepancias
prácticas que se produjeron en la Alemania de entreguerras. Allí se enfrentaron
dos concepciones tácticas, que dominaron respectivamente la segunda y la
tercera internacional. De una parte estaban la socialdemocracia,
inspirada por Kautsky y Bernstein, que era el partido gobernante,
originariamente marxista, pero que había introducido revisiones muy
importantes, incluso en el meollo doctrinal del marxismo. Su táctica consistía
en cooperar con la democracia favoreciendo a los trabajadores, a la espera de
que el sistema capitalista se destruyera a sí mismo y la burguesía, en virtud
de su propia inercia decadente, acabara por transferir pacíficamente el poder
al partido de los trabajadores. De ahí su oposición a la lucha revolucionaria
violenta que, a su modo de ver, podría detener el proceso científicamente
necesario hacia el socialismo.
Frente
a esa socialdemocracia, tácticamente pacífica y democrática, que dominaba la
segunda internacional (llamada por ello socialista), se sitúa la táctica de la
tercera internacional, fundada por Lenin y Trotski en 1919, para extender
el comunismo más allá de la Unión Soviética. Esa táctica, pensada para la
sociedad semifeudal de Rusia, consistía en dar preeminencia a la minoría de
vanguardia, constituida por el partido bolchevique, para mantener
transitoriamente la superestructura estatal en forma de dictadura. La dictadura
del proletariado, dominada exclusivamente por los bolcheviques, tenía la misión
de dirigir las masas, incultas y alienadas por la costumbre, para que
adquirieran conciencia de clase y llegaran a cooperar en la formación del
estado comunista. La acción de semejante estado debía exigir, según Lenin, una
disciplina sin remisión, que incluía la represión violenta de los propios
trabajadores, para que las masas se adhieran a la vanguardia dictatorial.
Ninguna
de estas tácticas le parece admisible al partido espartaquista, fundado por
Rosa de Luxemburgo junto a Karl Liebknecht, que, a diferencia de los
anteriores, nunca llegó al poder; pero tiene especial importancia para nuestro
asunto. La cuestión que se plantea Rosa de Luxemburgo es la misma que
preocupaba a Lenin: los que, según la doctrina marxista, están llamados a
realizar la revolución, es decir, los proletarios, no por estar en las mismas
condiciones económicas tienen conciencia de clase, ni captan su propio potencial
revolucionario. Al contrario, precisamente los más aplastados por el Capital y
el Estado son los más incapaces de concebir la lucha de clases. La pregunta que
entonces se plantea desde la dogmática marxista es cómo desarrollar esa
conciencia de clase en el proletariado. Para Rosa de Luxemburgo constituye un
error la táctica socialdemócrata de sentarse a esperar que el desarrollo
histórico de las condiciones objetivas (es decir, las circunstancias materiales
y el modo de producción) produzcan, por sí solas, dicha conciencia, cuando el
capitalismo agonice definitivamente. Porque, sin la acción del proletariado, la
socialdemocracia conduce al conservadurismo y a la detención del proceso
revolucionario. Tampoco admite con Lenin que sea una minoría, rigurosamente
disciplinada dentro de un partido, la que empuje al proletariado a la revolución.
Contra
ambas cosas Luxemburgo mantiene que las condiciones objetivas, o económicas,
conducen a explosiones revolucionarias espontáneas que, aun siendo a menudo
parciales, pueden conducir a que el proletariado adquiera “la conciencia de sus
intereses y de sus obligaciones históricas”. En la jerga escolástica del
marxismo, Rosa lo expresa así: “el inconsciente precede a la conciencia y la
lógica del proceso histórico objetivo precede a la lógica subjetiva de sus
protagonistas”. Lo cual no quiere decir sino que los cambios económicos llevan
por sí solos a la toma de conciencia de clase que es, según el marxismo más
ortodoxo, la condición imprescindible para la revolución.
De
acuerdo con esta idea de la espontaneidad de las acciones revolucionarias, que
supone un movimiento vivo de las masas, Rosa de Luxemburgo limita el papel del
partido a una intervención posterior a ese movimiento, cuya finalidad consiste
en darle permanencia y encauzar su espontaneidad hacia el fin estratégico
que, como sabemos, es la toma del poder. Pero el partido debe respetar la
espontaneidad del movimiento y dejarle que, en la acción, y a través de sus
errores, vaya adquiriendo la sabiduría práctica de la revolución, que es mucho
más fecunda que cualquier decisión infalible del Comité Central del Partido.
La
razón por la que insisto en presentar, por someramente que sea, el pensamiento
de Rosa de Luxemburgo es bien sencilla: “Podemos” es un partido ideológicamente
marxista y tácticamente espartaquista, es decir seguidor del pensamiento de
Rosa de Luxemburgo, autora de las Cartas de Espartaco. Eso es lo que
trataré de mostrar en breve.
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