LA GRAN BORRACHERA. 4
IGNACIO MARTÍNEZ EIROA Teniente General del Aire
Tal vez sería más exacto escribir “embriaguez” pues a
ésta la define el DRAE como “enajenamiento del ánimo” y así nos encontramos
todos los españoles –salvo muy contadas y honrosas excepciones – desde la fecha
en que el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos D. Francisco Franco
Bahamonde entregó su alma al Señor. Si, como algunos pensaban, el finado era el
causante de todos nuestros males, todo serían bienes a partir de entonces. Los
españoles no sólo seríamos “justos y benéficos”, como proclama la Constitución
de 1812, sino que seríamos también prósperos, sanos, ricos y felices. Y, todo
ello ¡gratis!
Ahora al bajar la marea, llega la resaca, y nos cuesta
comprender que no hay nada gratis. Cuando alguien disfruta de un bien es porque
otro lo ha pagado. Y el que no lo paga no lo valora, lo malbarata, lo derrocha.
La España que teníamos en 1975 la habían pagado nuestros padres y nuestros
abuelos. Y muy cara por cierto, y ellos la apreciaban en lo que valía, con sus
defectos y sus virtudes, que también las tenía.
Pensar que un solo hombre puede modelar una nación es una
quimera. La España que bajó el telón en 1975 la habían hecho entre todos los
españoles, a tuertas y a derechas. Como hicieron la de 1936, y la de 1931, y la
del 2 de mayo de 1808, y la del 12 de octubre de 1492, todas y cada una de las
Españas que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos. Las hicieron
nuestros antepasados, los españoles de la grandeza y de la miseria, el heroísmo
y la cobardía, la lealtad y la traición, héroes y villanos. Como todos los
pueblos pero yendo siempre un poco más allá, hacia lo alto y hacia lo hondo,
hacia la grandeza y hacia la miseria. Entre todos hicieron este pueblo en el
que es más peligroso ser Presidente del Gobierno que matador de toros. Hicieron
España entregando su vida, Prim, Cánovas, Canalejas, Dato, Carrero Blanco,
(cinco Presidentes de Gobierno)… y, con ellos, tantos españoles heroicos, cuyos
nombrees no pasaron a la historia; y la hicieron también sus asesinos, unos
para el bien y otros para el mal, el anverso y el reverso de esta moneada que
se llama hombre. E igualmente la hicieron aquellas personas de corazón limpio
que celebraban los triunfos y lloraban las tragedias, mientras realizaban su
tarea diaria, anónima y callada. La fiel infantería.
Ahora nos toca a nosotros, a los españoles que a partir
de 1975 nos emborrachamos de libertad mal entendida y, en nuestra torpe
embriaguez, hicimos una tómbola, y sorteamos pedazos de España. A todos les
tocó una autonomía, hasta aquellos que no habían comprado billete (en mi tierra
Galicia, sólo votó el 19 % del censo, el 11 % SÍ y el 9 % NO) “Café para
todos”, - se dijo entonces – cuando lo que convenía era servir tila, sosegar a
los impacientes, calmar a los ambiciosos, y convocar oposiciones para
asegurarnos de que ningún cargo público estaría ocupado por un analfabeto
funcional. Se propagó la especie de que todos servíamos para todo y así podía
ser Ministro del Gobierno de España un personaje que no había cursado la
Segunda Enseñanza y alcalde su pueblo el repartidor de butano –con todos mis respetos
para tan digno menester, el de repartidor.
Y surgieron de la nada diecisiete reinos de taifas con
sus respectivas cortes, el correspondiente boato, sus representaciones en el
extranjero, y el maná en forma de asesorías, observatorios, subvenciones y
privilegios.
Como botón de muestra nos fijaremos en la noble
institución del aforamiento, arcaica pero justificada en contados casos. Las
personas aforadas gozan de un privilegio, en virtud del cual no están incluidas
en el Art. 14 de la Constitución y, en consecuencia, no son iguales que el
resto de los españoles ante la Ley.
Miremos hacia afuera. En Francia están aforados el
Presidente de la República y los miembros del Gobierno; en Italia el Presidente
de la República; en Portugal el Presidente de la República; en Alemania nadie;
en el Reino Unido nadie; en EEUU nadie; en nuestro Estado de las Autonomías
están aforadas, ¡más de diez mil personas! (Según los catedráticos Sres Esparza
y Gómez Colomer)
¿Y, cuántos embajadores con sus correspondientes séquitos
han dispersado por el mundo nuestros entes autonómicos?
“Que en la diestra y la siniestras tienes tú un par de
agujeros por donde se va a los mares el río de mis dineros… podríamos cantar a
coro los españoles.
Tal vez parte de la peregrina teoría económica de que “el
dinero público no es de nadie” proclamada por una Señora Ministra de esta
tierra del Buscón y el Lazarillo de Tormes, oído lo cual, y al grito de, ¡tonto
el que no corra!, nos lanzamos a una orgía de apaño y derroche que fue el pasmo
de Europa.
Apañaron más lo que más corrían, y un Ministro afirmó que
España era el país en el que uno podía hacerse más rico en menos tiempo (lo
sabía por experiencia propia, naturalmente)
La Ley de Cajas de Ahorro de 1985 fue el “ábrete sésamo”
que permitió a políticos sindicalistas entrar a saco en la cueva del tesoro y
conseguir que el dinero acumulado en cien años de buena gestión no quedara más
que polvo.
Son un clamor las críticas de todos los españoles hacia
nuestros dirigentes, con preferencia cuando gobierna la derecha, pues la
izquierda es más complaciente con los suyos. Los que nutren ahora las algaradas
callejeras parecen haber olvidado que los promotores del “desahucio exprés” y
el invento de las “preferentes” fueron obra de otros ministros de gobiernos
“progresistas” pero la memoria es flaca y aquella era todavía una época de vino
y rosas.
Pero a lo que iba, estamos decepcionados con el
comportamiento de nuestros políticos, pero los políticos no caen de los árboles,
salen de nuestras filas, estuvieron sentados con nosotros en los pupitres del
colegio, los políticos somos nosotros mismos en unas circunstancias distintas.
Mientras a los niños españoles no se les grabe en su tierno cerebro que copiar
en los exámenes es una punible y el castigo es la expulsión del colegio todos
seremos un remedo, más o menos fidedigno, de Guzmán de Alfarache. Ahora bien,
la responsabilidad es directamente proporcional a la autoridad; no reviste la
misma gravedad la corruptela de un guardia municipal, que la de un Ministro de
Interior, la de un secretario de juzgado que la del Presidente del Tribunal
Constitucional, o la de un obrero que la del Secretario General de su
Sindicato. A mayor honra mayor deshonor. Y hasta para ser ladrón hay que tener
clase; no es lo mismo asaltar el tren de Glasgow que robar el dinero de los
parados andaluces.
Ahora llegó el despertar y con él la resaca, no podemos
abominar del que tarda en traernos la aspirina sino del que nos sirvió el
whisky de garrafa. Somos pobres. España es un país pobre. Importamos a un
precio muy alto cerca del 90% de la energía que consumimos. Cuando el primer
gobierno socialista decretó el parón nuclear cerró a nuestra nación la puerta
de entrada al siglo XXI. Francia tiene 59 centrales nucleares, España 6
incluyendo Sta María de Garoña que está a punto de cesar su actividad. Pagamos
la energía a mayor precio que otras naciones de Europa no podemos competir en
la producción industrial salva bajando los salarios. Podemos vender turismo,
productos agrícolas, arte e ingenio. La inteligencia se cotiza muy alto y no
nos falta, pero hay que cultivarla, como los tomates. Y hay que cultivarla en
las Universidades y las Escuelas Especiales, pero hay que promover el esfuerzo
y la excelencia: si la Universidad no es selectiva no es Universidad (esto lo
oí de labios de Severo Ochoa). El arte y la ciencia son muy exigentes –el día
en que todos los maletillas toreen en la Maestranza se acabó la Fiesta - . Las
becas no son una obra de caridad son una inversión. Y en cuanto al derecho de
todos los jóvenes españoles a tener estudios superiores ya se lo respetamos
pagándoles el 75% de sus estudios, incluso a los que tardan diez años en
terminar una carrera de cinco – y presiden luego una autonomía – o inician tres
carreras y no terminan ninguna, pero triunfan en la política.
Lo importante es la calidad no la cantidad. Una
Universidad no son, simplemente, magníficos edificios en medio de un bucólico
paisaje, una universidad es, en esencia, un grupo de hombres de ciencia con
vocación de enseñanza rodeados de estudiantes ávidos de aprender. Nos faltan
alumnos y catedráticos con afán de superación y nos sobran universidades y
Sindicatos de Estudiantes que cobran cuantiosas subvenciones y, cuyo Secretario
General, que ronda los treinta años, debía haber abandonado las aulas hace
tiempo. En España hay 79 universidades y ninguna de ellas figura entre las
doscientas mejores del mundo; en California hay 10 y tres de ellas entre las
seis primeras. De igual forma, un aeropuerto no es una pista muy larga y un par
de radio-ayudas; un aeropuerto son aviones despegando y aterrizando, son
pasajeros y mercancías en tránsito. Y una estación es un lugar donde paran los
trenes y suben y viajan viajeros. Pero se construyen aeropuertos donde no
aterrizan aviones y estaciones de AVE donde nunca ha parado un tren.
¿Para qué están los estudios de rentabilidad? El
construir obras públicas no es siempre beneficioso para un país, lo es cuando
van a ser rentables aunque sea a medio y largo plazo, de no ser así es pan para
hoy y hambre para mañana, salvo para algunos que se comen el pastel. El célebre
“Plan E” fue una idea digna de los Hermanos Marx que para que anduviera el tren
quemaban los vagones… ¡Más madera!
Yo no diría ¡indignaos! Como Hessel, diría, ¡despertaos!,
no escuchéis a los demagogos qué, como dijo Ortega, son los demoledores de las
civilizaciones.
Saldremos adelante con esfuerzo y trabajo, y recuperando
lo que perdimos en una revuelta del largo camino hacia la Democracia: la
decencia.
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