LUCHA
DE CASTILLA CONTRA SU MONARQUÍA POR LA UNIDAD NACIONAL
Aquello de que la monarquía era consustancial con España es
una de las más solemnes bobadas que se han dicho nunca. ¿ Se referían los que así argumentaban a la monarquía visigoda
venida de las orillas del Danubio? Pues ésta fue la que resucitó más tarde en
las montañas de Asturias, y también en
Navarra , y se extendió por León y por
Aragón.
La confluencia de una y otra fue la que produjo la monarquía
castellana, que se hace tan
consustancial con Castilla como puede verse repasando la historia. Nace por el
reparto del reino que hace Sancho de Navarra entre sus hijos, y no faltan historiadores
que le atribuyen nada menos que haber realizado la unidad nacional. Y no se podrá negar que, por lo menos en sus comienzos,
eso no es una cosa demostrada.
El primer rey de Castilla, Fernando I, el Magno, estaba
casado con una hermana del rey de León Bermudo III, que por cierto no tenía sucesión. ¡Qué ocasión -como hace notar Pi
y Margall en “Las Nacionalidades"-
para comenzar el propósito unitario por la unión de los dos reinos bajo el solo
cetro del hijo mayor de la real pareja. Pero Femando I aguarda. Declara la
guerra a su cuñado, le mata, gana por la fuerza la unión que la Providencia ofrecía
sin ningún precio. ¿Impaciencia en su anhelo unitario? ¿Quién puede atreverse a
afirmarlo sabiendo que al morir Femando divide por propia voluntad el doble reino entre dos de sus hijos,
que separa también Galicia para el
tercero, y que a sus dos hija doña Elvira y doña Urraca las crea dos señoríos independientes en
medio del territorio leonés?
Los historiadores aludidos ponen ahora sus ojos en el sentimiento
unitario del nuevo rey de Castilla, Sancho. ¡Allá va a ejercitarle el nuevo
monarca! Lanza su clarín de guerra por las tierras castellanas, reúne su ejército
y arremete contra todos sus hermanos. Conquista León, conquista Galicia,
conquista Toro -todo de manera diplomática- y por fin muere asesinado en el
cerca Zamora. ¡Al final de su reinado debía haber unos bonitos sentimientos de
solidaridad entre los tres hermanos, muy a propósito asentar las bases de la
unidad nacional!
Pero aquí llega Alfonso VI, el destronado rey de León, a recoger
la herencia de su hermano con el que había luchado, y en cuya muerte no está
muy claro que no tuviera una participación relativa. Lo primero que hace es
renunciar al otro hermano, García, que a la muerte de Sancho se apresura a ir a
tomar posesión del trono, que en, Galicia, como en León y en Castilla, no
demanda nadie más que él.
No devuelve,
naturalmente, a doña Elvira el señorío de Toro, que Sancho le había quitado
cuando estaba entregada a sus escaro amorosos con un fraile apóstata al que
había hecho abad del monasterio de Celanova. Y en cuanto a su hermana Urraca, los
juglares, cantaban cómo le forzó a "maridarse", con una para entregarle
Zamora. ¡Maravillosa familia ésta que se sacrificaba de tan diversos modos para
conseguir la unidad española!
¡Y magnífica obra la que se había conseguido! ¡Volver otra a
los campos en que la opresión leonesa despertaba el rencor de Castilla! ¡Qué
inteligente y qué magníficos políticos eran estos reyes!
La protesta de Castilla, entonces, la personifica el Cid.
Verdad o no lo de Santa Gadea, lo cierto es que el Cid, del que el pueblo castellano
había hecho un héroe popular, salió desterrado por las intrigas de los
palatinos leoneses. Como hace notar Menéndez Pida "La España del Cid", el
autor castellano del Poema, que toma héroe a un infanzón y se burla de la alta
nobleza, prueba este antagonismo que existía entre la
democracia castellana y el autoritarismo leonés.
Lo mejor de Castilla sale de ella con Rodrigo de Vivar ,
para fundar fuera de la dominación de los reyes un estado, al que Corominas, en
el "Sentimiento de la riqueza de Castilla” califica de “estado
errante". Porque el Cid no se va, como estuvo de moda afirmar el siglo
pasado, por espíritu aventurero o de soldado de fortuna. Se va porque hay algo
que pugna con sus caros sentimientos. Y al marcharse se lleva a Castilla con
él. ¡Pero siempre en su mente está el recuerdo de las tierras castellanas a las
que no puede volver y siente te envidia de su primo Alvar Fáñez que se dispone
a partir para Castilla después de la batalla de Alcocer!
"¿Idos vos Minaya a Castiella la gentil?"(4)
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(4) En boca del Cid, Castilla florece como una gracia gentil
¿ Que sentimientos para nosotros que, como él, aunque de otra manera, estamos
de desterrados de nuestras raíces y de nosotros mismos!
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Al morir Alfonso VI,
deja su reino a su hija doña Urraca, casa con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Los
historiadores hacen resaltar que fuera
el mismo Alfonso VI el que se empeñara en realizar este matrimonio, contra el
parecer de los nobles , que querían que casase a su hija con el conde de
Cantespina. Pero aparte de que no hay un
gran sacrificio en casar a una hija con
un rey mejor que con un conde, el hecho de que fueran los nobles los que
pretendían el otro casamiento, haría sospechar -si no fuera un hecho perfectamente
comprobado, como asegura Sánchez Albornoz en su “Reivindicación histórica de
Castilla"- que el pueblo castellano veía con buenos ojos este matrimonio llevado de sus anhelos
de unidad.
Porque donde
estuvieron siempre los propósitos de unidad
nacional, más o menos expresos según el grado de conciencia de las épocas,
fue en el pueblo de Castilla, donde ya de antiguo los arévacos parecen haber
creado el sentimiento de unión entre los pueblos. Y es de notar que Alfonso VI
es el primer monarca cristiano que afirma su reino más allá del Duero, y pasa
la cordillera y llega hasta el río Tajo, ocupando gran parte de las tierras por
las que se había extendido la célebre confederación prerromana de los arévacos.
Es entonces cuando deben nacer las primeras Comunidades de
Ciudad y Tierra, que acaso tenían sus raíces en instituciones más antiguas,
según hace sospechar la uniformidad con que aparecen en toda una gran extensión,
no sólo castellana sino también al sur de Aragón. ¿Resulta demasiado aventurar
que la conducta de Alfonso VI respecto de su hija obedecía a una influencia
del sentimiento unionista de estos territorios?
Sea lo que quiera, lo cierto es que Castilla debió
convencerse entonces de que de los enlaces de los reyes no se sacaba nada en
limpio. Doña Urraca salió mucho más "batalladora" que su regio
consorte, se tiraron los cetros a la cabeza y dos pueblos que no tenían por
qué reñir se lanzaron uno contra otro con las armas en la mano.
Pero los pueblos tardan mucho en convencerse. Castilla pone
sus ojos en el hijo de doña Urraca, Alfonso VII, le deja proclamarse emperador,
llevada de su eterno sentimiento de unidad nacional, le ayuda en sus empresas contra
los moros, conquista para él un gran estado con la aceptación del imperio por
algunos de los otros... ¡Y Alfonso VII, al morir, reparte su reino entre sus
hijos lo mismo que había hecho su bisabuelo!
En todos los reyes que se suceden se conducen idénticas ambiciones,
idénticos conflictos. Apoyan los derechos del pueblo alguna vez, pero es
cuando necesitaban de él para luchar contra la nobleza cuando ésta le es
hostil. Pero cuando la nobleza se debilita y los reyes logran crear a su
alrededor una nueva que les fortalece, entonces arremeten contra
su pueblo, le arrebatan sus derechos y sólo se preocupan de él para complicarle
en intereses particulares que a veces traspasan las fronteras, no sólo del
reino, sino de la península.
Alfonso X, hijo de Fernando III y de una princesa suaba que
inició esta política que lanzaba intensamente energías de Castilla, hacia
puntos, además, que menor importancia para los intereses castellanos. Esta
dirección se refuerza al unirse los tronos de Castilla y Aragón, con los tan
cacareados Reyes Católicos, en el momento en que Aragón se lanzaba de lleno a la política de expansión en el
Mediterráneo . Y esta política que adquiere caracteres alarmantes en Carlos I, que no hay que olvidar que, para conseguirla, se ve obligado a pisa
libertades castellanas, borrando, verdaderamente a Castilla del mapa de España.
Había aún otro motivo que desvirtuaba en el español el
espíritu que había querido infundirle Castilla. Era este un amplio espíritu de tolerancia religiosa, con
la intolerancia clerical de la monarquía leonesa, directa heredera de los clericales
visigodos. Pero fue este último espíritu el que triunfó en los monarcas Isabel y Fernando se llamaron Católicos al erigir
el estado español. Y Felipe II se erigía
más tarde en defensor de la Iglesia
de Roma y se rodeaba de frailes para su consejo. En esto la monarquía no hacía más que mirar por sus intereses particulares.
Convencida de las profundas diferencias de los pueblos españoles y decidida a no tolerarles su organización particular
que mermaba sus prerrogativas absolutas, quiso encontrar en el catolicismo un
fundente país.
Castilla, y con ello España, se dejó engañar por el brillo
de su monarquía, por sus empresas
tentadoras en apariencia de Flandes y de Italia. Pero fue un castellano
-Cervantes- el que sintió supremamente, con la más infinita amargura de humor,
la grotesca grandeza de esta aventura.
Como los capitanes de los tercios, también don Quijote era heroico y sublimemente conmovedor en
su esfuerzo generoso. ¡Pero qué terrible ridículo -en su grandeza sublime-í
este pobre loco, confundiendo, por los caminos de la Mancha los molinos de
viento con gigantes, los rebaños con ejércitos y las ventas con castillos!
Agotada la de los Austrias, se establece en España una dinastía
ya francamente extranjera. Castilla se anula más aún
bajo ella, desaparece. Los reyes se complacen en mutilar sus
bienes comunales para construir sitios reales. Se traza sobre ella la más
arbitra] división de provincias que pudo verse jamás y quedan borradas las
tradicionales comarcas de tan admirable vitalidad. Para compensarla, se hace a
sus ciudades exangües capitales de provincia y se le da gobiernos civiles,
delegaciones de Hacienda y Academias Militares. Con esto en Guadalajara, en
Segovia, en Ávila las muchachas pueden tener novios cadetes y celebrar a menudo
bailes de casino...
Pero el campo castellano se despuebla lentamente, desaparea
pueblos enteros, Castilla se muere, se muere poco a poco, sin que siquiera se
perciba el estertor de su agonía...
("Diario
de Burgos", 23 mayo 1931)
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