martes, 10 de diciembre de 2013

La lucha de Castilla contra su monarquía por la unidad nacional (Diario de Burgos 23-5-1931)


LUCHA DE CASTILLA CONTRA SU MONARQUÍA POR LA UNIDAD NACIONAL

 

Aquello de que la monarquía era consustancial con España es una de las más solemnes bobadas que se han dicho nunca. ¿ Se referían  los que así argumentaban a la monarquía visigoda venida de las orillas del Danubio? Pues ésta fue la que resucitó más tarde en las  montañas de Asturias, y también en Navarra , y se extendió por  León y por Aragón.

 

La confluencia de una y otra fue la que produjo la monarquía  castellana, que se hace tan consustancial con Castilla como puede verse repasando la historia. Nace por el reparto del reino que hace Sancho de Navarra entre sus hijos, y no faltan historiadores que le atribuyen nada menos que haber realizado la unidad nacional. Y no  se podrá negar que, por lo menos en sus comienzos, eso no es una  cosa demostrada.

 

El primer rey de Castilla, Fernando I, el Magno, estaba casado con una hermana del rey de León Bermudo III, que por cierto no  tenía sucesión. ¡Qué ocasión -como hace notar Pi y Margall en  “Las Nacionalidades"- para comenzar el propósito unitario por la unión de los dos reinos bajo el solo cetro del hijo mayor de la real pareja. Pero Femando I aguarda. Declara la guerra a su cuñado, le mata, gana por la fuerza la unión que la Providencia ofrecía sin ningún precio. ¿Impaciencia en su anhelo unitario? ¿Quién puede atreverse a afirmarlo sabiendo que al morir Femando divide por propia  voluntad el doble reino entre dos de sus hijos, que separa también  Galicia para el tercero, y que a sus dos hija doña Elvira y doña  Urraca las crea dos señoríos independientes en medio del territorio leonés?

 

Los historiadores aludidos ponen ahora sus ojos en el sentimiento unitario del nuevo rey de Castilla, Sancho. ¡Allá va a ejercitarle el nuevo monarca! Lanza su clarín de guerra por las tierras castellanas, reúne su ejército y arremete contra todos sus hermanos. Conquista León, conquista Galicia, conquista Toro -todo de manera diplomática- y por fin muere asesinado en el cerca Zamora. ¡Al final de su reinado debía haber unos bonitos sentimientos de solidaridad entre los tres hermanos, muy a propósito asentar las bases de la unidad nacional!

 

Pero aquí llega Alfonso VI, el destronado rey de León, a recoger la herencia de su hermano con el que había luchado, y en cuya muerte no está muy claro que no tuviera una participación relativa. Lo primero que hace es renunciar al otro hermano, García, que a la muerte de Sancho se apresura a ir a tomar posesión del trono, que en, Galicia, como en León y en Castilla, no demanda nadie más que él.

 No devuelve, naturalmente, a doña Elvira el señorío de Toro, que Sancho le había quitado cuando estaba entregada a sus escaro amorosos con un fraile apóstata al que había hecho abad del monasterio de Celanova. Y en cuanto a su hermana Urraca, los juglares, cantaban cómo le forzó a "maridarse", con una para entregarle Zamora. ¡Maravillosa familia ésta que se sacrificaba de tan diversos modos para conseguir la unidad española!

 

¡Y magnífica obra la que se había conseguido! ¡Volver otra a los campos en que la opresión leonesa despertaba el rencor de Castilla! ¡Qué inteligente y qué magníficos políticos eran estos reyes!

 

La protesta de Castilla, entonces, la personifica el Cid. Verdad o no lo de Santa Gadea, lo cierto es que el Cid, del que el pueblo castellano había hecho un héroe popular, salió desterrado por las intrigas de los palatinos leoneses. Como hace notar Menéndez Pida "La España del Cid", el autor castellano del Poema, que toma héroe a un infanzón y se burla de la alta nobleza, prueba este antagonismo que existía entre la democracia castellana y el autoritarismo leonés.

 

Lo mejor de Castilla sale de ella con Rodrigo de Vivar , para fundar fuera de la dominación de los reyes un estado, al que Corominas, en el "Sentimiento de la riqueza de Castilla” califica de “estado errante". Porque el Cid no se va, como estuvo de moda afirmar el siglo pasado, por espíritu aventurero o de soldado de fortuna. Se va porque hay algo que pugna con sus caros sentimientos. Y al marcharse se lleva a Castilla con él. ¡Pero siempre en su mente está el recuerdo de las tierras castellanas a las que no puede volver y siente te envidia de su primo Alvar Fáñez que se dispone a partir para Castilla después de la batalla de Alcocer!

 

"¿Idos vos Minaya a Castiella la gentil?"(4)

 

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(4) En boca del Cid, Castilla florece como una gracia gentil ¿ Que sentimientos para nosotros que, como él, aunque de otra manera, estamos de desterrados de nuestras raíces y de nosotros mismos!

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 Al morir Alfonso VI, deja su reino a su hija doña Urraca, casa  con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Los historiadores hacen  resaltar que fuera el mismo Alfonso VI el que se empeñara en realizar este matrimonio, contra el parecer de los nobles , que querían que casase a su hija con el conde de Cantespina. Pero aparte de que no  hay un gran sacrificio en casar a una hija con  un rey mejor que con un conde, el hecho de que fueran los nobles los que pretendían el otro casamiento, haría sospechar -si no fuera un hecho perfectamente comprobado, como asegura Sánchez Albornoz en su “Reivindicación histórica de Castilla"- que el pueblo castellano veía con  buenos ojos este matrimonio llevado de sus anhelos de unidad.

 

 Porque donde estuvieron siempre los propósitos de unidad  nacional, más o menos expresos según el grado de conciencia de las épocas, fue en el pueblo de Castilla, donde ya de antiguo los arévacos parecen haber creado el sentimiento de unión entre los pueblos. Y es de notar que Alfonso VI es el primer monarca cristiano que afirma su reino más allá del Duero, y pasa la cordillera y llega hasta el río Tajo, ocupando gran parte de las tierras por las que se había extendido la célebre confederación prerromana de los arévacos. Es entonces cuando deben nacer las primeras Comunidades de Ciudad y Tierra, que acaso tenían sus raíces en instituciones más antiguas, según hace sospechar la uniformidad con que aparecen en toda una gran extensión, no sólo castellana sino también al sur de Aragón. ¿Resulta demasiado aventurar que la conducta de Alfonso VI res­pecto de su hija obedecía a una influencia del sentimiento unionis­ta de estos territorios?

 

Sea lo que quiera, lo cierto es que Castilla debió convencerse entonces de que de los enlaces de los reyes no se sacaba nada en limpio. Doña Urraca salió mucho más "batalladora" que su regio consorte, se tiraron los cetros a la cabeza y dos pueblos que no tení­an por qué reñir se lanzaron uno contra otro con las armas en la mano.

 

Pero los pueblos tardan mucho en convencerse. Castilla pone sus ojos en el hijo de doña Urraca, Alfonso VII, le deja proclamarse emperador, llevada de su eterno sentimiento de unidad nacional, le ayuda en sus empresas contra los moros, conquista para él un gran estado con la aceptación del imperio por algunos de los otros... ¡Y Alfonso VII, al morir, reparte su reino entre sus hijos lo mismo que había hecho su bisabuelo!

 

En todos los reyes que se suceden se conducen idénticas ambi­ciones, idénticos conflictos. Apoyan los derechos del pueblo algu­na vez, pero es cuando necesitaban de él para luchar contra la nobleza cuando ésta le es hostil. Pero cuando la nobleza se debilita y los reyes logran crear a su alrededor una nueva que les fortalece, entonces arremeten contra su pueblo, le arrebatan sus derechos y sólo se preocupan de él para complicarle en intereses particulares que a veces traspasan las fronteras, no sólo del reino, sino de la península.

 

Alfonso X, hijo de Fernando III y de una princesa suaba que inició esta política que lanzaba intensamente energías de Castilla, hacia puntos, además, que menor importancia para los intereses castellanos. Esta dirección se refuerza al unirse los tronos de Castilla y Aragón, con los tan cacareados Reyes Católicos, en el momento en que Aragón se lanzaba  de lleno a la política de expansión en el Mediterráneo . Y esta política que adquiere caracteres alarmantes en Carlos I, que no hay que olvidar que, para conseguirla, se ve obligado a pisa libertades castellanas, borrando, verdaderamente a Castilla del mapa de España.

 

Había aún otro motivo que desvirtuaba en el español el espíritu que había querido infundirle Castilla. Era este un  amplio espíritu de tolerancia religiosa, con la intolerancia clerical de la monarquía leonesa, directa heredera de los clericales visigodos. Pero fue este último espíritu el que triunfó en los monarcas  Isabel y Fernando se llamaron Católicos al erigir el  estado español. Y Felipe II se erigía más tarde en defensor de la Iglesia de Roma y se rodeaba de frailes para su consejo. En esto la monarquía no hacía  más que mirar por sus intereses particulares. Convencida de las profundas diferencias de los pueblos españoles y decidida  a no tolerarles su organización particular que mermaba sus prerrogativas absolutas, quiso encontrar en el catolicismo un fundente país.

 

Castilla, y con ello España, se dejó engañar por el brillo de su  monarquía, por sus empresas tentadoras en apariencia de Flandes y de Italia. Pero fue un castellano -Cervantes- el que sintió supremamente, con la más infinita amargura de humor, la  grotesca grandeza de esta aventura. Como los capitanes de los tercios, también don  Quijote era heroico y sublimemente conmovedor en su esfuerzo generoso. ¡Pero qué terrible ridículo -en su grandeza sublime-í este pobre loco, confundiendo, por los caminos de la Mancha los molinos de viento con gigantes, los rebaños con ejércitos y las ventas con castillos!

 

Agotada la de los Austrias, se establece en España una dinastía ya francamente extranjera. Castilla se anula más aún bajo ella, desaparece. Los reyes se complacen en mutilar sus bienes comunales para construir sitios reales. Se traza sobre ella la más arbitra] división de provincias que pudo verse jamás y quedan borradas las tradicionales comarcas de tan admirable vitalidad. Para compensarla, se hace a sus ciudades exangües capitales de provincia y se le da gobiernos civiles, delegaciones de Hacienda y Academias Militares. Con esto en Guadalajara, en Segovia, en Ávila las muchachas pueden tener novios cadetes y celebrar a menudo bailes de casino...

 

Pero el campo castellano se despuebla lentamente, desaparea pueblos enteros, Castilla se muere, se muere poco a poco, sin que siquiera se perciba el estertor de su agonía...

 

("Diario de Burgos", 23 mayo 1931)

 

 

 

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