CAPITULO I
CANTABRIA, ORIGEN DE
CASTILLA
MIGUEL ANGEL GARCIA GUINEA
Los recientes movimientos regionalistas que, a mi modo de
ver, han exagerado en muchos casos sus propias motivaciones, están , adquiriendo
en la actual provincia de Santander unos planteamientos que rozan ya los
límites de lo ridículo. La pretensión le trasformar a la Montaña en una miniregión,
—buscando para ello entronques prehistóricos que nada tienen que ver con una
conciencia" regionalista y, lo que es peor, pretendiendo desconocer
acallar los reales fundamentos históricos del hombre actual de Cantabria—, nos
está llevando a una serie de absurdos que, ayudados por el calzador de la
demagogia, no dudamos que pueden, la larga, provocar una errónea disposición
capaz de producir un caos mental en los desorientados ciudadanos de La Montaña.
Por ello, me interesa, recogiendo las notas que para una
ambientación histórica de mi libro sobre El
románico en Santander, en prensa, tengo esbozadas, exponer aquí una serie
de datos clarificadores de la importancia que las montañas y valles de nuestra
provincia tuvieron para la génesis y cristalización del "pequeño
ricón" que originariamente fue Castilla, luego reino y corazón de ruchas
de las esencias fundamentales de España.
Partamos, en principio, de una verdad indiscutible y que
estimo cuy difícil, desde el punto de vista histórico, poder contradecir por
muchos juegos dialécticos o de planteamiento que se hagan: los « Cuales
santanderinos son un sumando más, y muy destacado, de un modo de ser, pensar y
sentir que ha creado a lo largo de siglos esa aventura humana que promovió
Castilla. Santander no puede renegar de Castilla porque ello equivaldría a
renegar de su propia esencia y a quedarse, por tanto, sin asidero firme donde
poder apoyar la razón de un pasado para la edificación de un futuro. Pretender
borrar la historia de un pueblo, —historia clara y consciente que estructuró un
carácter y una cultura , para acomodarse a un snobismo, por otra parte ya en
otros sitios trasnochado, que llamamos "regionalismo", es si no
ridículo, si al menos rechazable desde una perspectiva de seriedad y de
sinceridad. Lo que seremos está en nuestras manos, pero
lo que fuimos escapa a cualquier criterio acomodaticio, está ahí,
permanentemente testificado por unas realidades que no pueden tergiversarse y
que indeleblemente, como las marcas hechas a hierro, han quedado grabadas
constituyendo lo que llamamos "cultura". Y si
la cultura santanderina actual no es la castellana, ¿me pueden decir en qué
anaquel hemos de clasificarla? Se puede hablar, sin sonrojarse, y esto
no olvidando interferencias y relaciones inexcusables, de una cultura catalana,
gallega o vasca, pero nadie se atreverá ante un
público culto a considerar como independiente y propia a la cultura cántabra, desligándola
de la castellana, porque salvando el paisaje, en donde tan inocentemente
se apoyan , Santander es y será —pese a toda pretendida disgregación, y aunque
ésta llegara a conseguirse— una parte de un solo empeño milenario: Castilla.
No vamos nosotros —y ahora— a discutir los antecedentes de
la actual provincia de Santander porque ellos, como en cualquier distrito o
circunscripción europea no es difícil entroncarles, arqueológicamente, con el
pasado paleolítico. Ni tampoco pretendemos hacer una valoración en orden a la
persistencia o no, en algún caso, de tradiciones o reminiscencias que pudieran
adscribirse a los viejos pueblos cántabros que las fuentes nos muestran como
fervientes opositores al poder romano. Lo que sí
podemos asegura es que los santanderinos actuales mantienen tanto de los
cántabros, y en la misma medida, que lo que puedan conservar los palentinos
actuales de los vacceos, los andaluces de los tartesios o los catalanes de los
layetanos. Lo que romántica y poéticamente puede ser admisible no lo es,
como en este caso, en el campo de las realidades.
Para toda España, Roma fue un importante catalizador, un
gran rasero cultural que se impuso —feliz o desgraciadamente, tampoco esto lo
vamos a discutir a la organización y esquema de los puebllos pre-romanos. Por
otra parte, lo que sí está claro, es que las tribus o clanes cántabros nunca
formaron una unidad política ni fueron conscientes de su personalidad
distintiva que sólo es, en cierta manera, una creación de los historiadores
romanos. Y hasta propios límites de estas agrupaciones
que para aquellos era Cantabria no tienen correspondencia ni mucho menos, con
nuestra actual provincia, desbordándola en mucho por el oeste y sur, y
reduciendola por el este, de modo que para las fuentes romanas tan cántabros
eran los pueblos costeros de nuestra actual provincia como
los que vivían en gran parte de las cuencas del Esta, Pisuerga, y alto Ebro,
hasta el que la arqueología sólo ha podido localizar asentamientos de ellos
(Bernorio, Cildá, Miraveche, Celada Marlantes...) en estos grupos cántabros que
podríamos llamar impropiamente "castellanos", desconociéndose así
(anotemos la paradoja) quiénes eran, cómo vivían y cual era la cultura de los
cántabros santanderinos ultramontanos.
Prescindiendo, pues, de todos estos antecedentes que sólo
son válidos, como digo, para un sentimental deseo de remontar en el tiempo, y
románticamente, nuestros entronques, vayamos a buscar el cabo inicial de
nuestra actual cultura allí precisamente donde se inicia, allí donde podemos
percibir que se produce y en el tiempo real en que así se apercibe.
Y este momento es aquél en que, triunfante la invasión
musulmana, nuestros montes y valles santanderinos, junto a los asturianos, se
van a establecer como foco de resistencia bajo un solo y unificado poder: la
monarquía asturiana, de donde van a partir las iniciativas que harán extender
este reino hacia el sur y más allá de los limites obligados a los que las
presiones árabes le tenían reducido.
Es pues a partir del siglo VIII cuando las tierras y valles
cantábricos van a tomar la iniciativa de organizar primero intramontes un reino
con visión política y administrativa unificadora consciente que va a dar
cohesión a estas gentes de muy diversos orígenes: indígenas, tardorromanos y
visigodos, estos dos últimos 'cogidos a las montañas ante la presión musulmana.
Establecida la repoblación interior de este limitado reino,
como veremos, a base de una creación progresiva de monasterios, centros de
explotación agraria, vendría después la iniciativa más emprendedora de abrirse
paso hacia el sur, hacia Castilla, para buscar en la meseta las tierras
naturales de expansión.
Alfonso I representa en el desenvolvimiento de esta empresa
titánica de la Reconquista
la aportación que Cantabria, de cuya tierra desciende, ofrece en los primeros
momentos. La relación miliar que se produce entre el hijo del duque de
Cantabria y la hija le Pelayo, Hermesinda, significaría algo más que un
matrimonio. No nos cabe duda que el duque Pedro y Pelayo tuvieron que tener una
misma finalidad de defensa y, posiblemente, no es difícil que concordasen sus
esfuerzos ante el ataque del enemigo común. Pero a esto las fuentes guardan un
profundo silencio. Pérez de Urbel dice
textualmente del duque. Pedro de Cantabria:
"Fue indudablemente, en los últimos años del siglo VII
uno de los personajes del aula regia, que abandonó en tiempos del rey Rodrigo
para ocupar el puesto difícil de duque de los cántabros... Amaya era una de las
plazas más importantes de su territorio... y fue en ella donde los invasores
encontraron una resistencia repetida y tenaz, dirigida indudablemente por el
eje militar de la región, rechazado una y otra vez en aquella peña famosa.
Pedro optó por abandonar la parte más llana de su territorio, es decir, lo que
tenía es lo que hoy son las provincias de Burgos y Logroño, retirándose a la
montaña propiamente dicha, donde, favorecido por lo accidentado del terreno,
pudo permanecer a cubierto de los golpes del invasor. Si no tuvo su Covadonga,
como Pelayo, logró conservar libre aquella porción de su ducado, llamada a ser el segundo núcleo del naciente reino asturiano".
Supone después P. de Urbel, con bastante lógica, la posible
relación entre Pelayo y el duque Pedro, tal como hemos apuntado quizás con
demasiada concreción para las escuetas noticias de las fuentes; pero no deja de
ser aceptable su montaje hipotético asentad más bien sobre el sentido común.
Dice de ello textualmente:
"Nada nos dice la historia de las relaciones que hubo
entre e caudillo de la independencia cantábrica y el primer rey de Asturias.
Hay motivos, sin embargo, para sospechar que se ayudaban mutuamente en la
empresa de la restauración comprendida acaso con más claridad por el jefe
cántabro que por el asturiano. Es probable que el duque cántabro interviniese
en lo últimos momentos del desastre de Covadonga, dificultando la retirada de
los soldados musulmanes a través de los valles de de Liébana, que pertenecían a
la provincia de su mando".
Dice a continuación que tal vez el duque Pedro:
"Influyendo en la elección de Pelayo, consiguiendo, en
cambio, de él la promesa de casar su hija Enmerinda con Alfonso su
primogénito..."
Nada de esto naturalmente puede documentarse; sí en cambia
que el matrimonio de Alfonso con la hija de Pelayo se hizo por disposición de
éste, tal como apunta el Albeldense.
Alfonso I, el rey asturiano de origen cántabro, uniría en él
herencia de Pelayo y la de su padre el duque Pedro de Cantabria; espacio
geográfico de su reino sería al principio solamente los valles y montañas con
vertientes de aguas al mar, es decir: Asturias ( primitivas y las orientales,
llamadas después de Santillana), Liéba y Trasmiera en el antiguo solar de
Cantabria. La Cantabria
cismontana —norte de Burgos, norte de Palencia y sur d Santander—, aunque le
pertenecía por derecho no pudo en comienzo atenderla por estar bajo el control
musulmán como consecuencia los intereses de Tarik y Muza sobre Amaya.
Tan pronto, sin embargo, la unidad árabe comienza
resquebrajarse con motivo de las insurrecciones bereberes y las luchas
internas, a partir de 741, Alfonso I aprovecha la ocasión par intentar
incorporar al incipiente reino asturiano las tierras
mejores de la vieja Cantabria, es decir las foramontanas, así como las semejantes
al sur de los montes de Asturias. La crónica de Alfonso III especifica
claramente las actividades conquistadoras y develadoras del rey asturiano por
los campos de la meseta y de Galicia, llegando más allá del río Duero. Que el
territorio foramontano más próximo a los límites del pequeño reino de Asturias
estaba ocupado por los musulmanes lo prueba el que entre las ciudades que
somete aparezcan Saldaña, Amaya, Astorga, León y sobre todo Mave, la más
septentrional, indicio de que el núcleo del reino asturiano estaba en los
montes cuyas aguas vierten al Cantábrico.
La llamativa movilidad de los ejércitos de Alfonso I y su
hermano Fruela por las comarcas de Castilla, León y Galicia, no podían concordar
con las reducidas limitaciones de los cuerpos armados de los asturianos que,
como sabemos, se ven obligados a abandonar las ciudades conquistadas llevándose
intrarnontes a los cristianos y matando a los pobladores árabes. Según el
Albeldense "la tierra hasta el Duero la convirtió en un yermo".
Basándose en este texto, Herculano sugirió la hipótesis del desierto
estratégico desde el Duero a los montes Catábricos que ha venido manteniéndose
por los estudiosos y defendido muy conscientemente por Sánchez Albornoz a pesar
de la opinión contraria de Menéndez Pidal y de otros investigadores como Mayer,
Sampaio, Davy, Viñas, Vigil y Barbero, etcetera.
I.as rápidas campañas exterminadoras de Alfonso I y su
hermano Fruela, los cántabros al servicio de la naciente monarquía asturiana,
incorporan ciertamente gran cantidad de meseteños dentro de la más segura zona
ultromontana. Asturias y Cantabria de montes al mar recibrían con ello una
inyección no sólo de numerario humano sino Ir cultura y organización.
"Los inmigrantes godos —dice S. Albornoz— llevaron al
Norte sus tradiciones jurídicas de origen germánico... tradiciones que a partir
del siglo IX aparecen en zonas septentrionales nunca antes gotizadas... Las
llevaron consigo a sus nuevas sedes y las conservaron en ellas liberadas del
peso de la romanizante acción del Estado... No podría explicarse de otro modo
la aparición de instituciones de derecho privado, penal y procesal de estirpe
germánica en Asturias, Cantabria, Vardulia e incluso en Vasconia."
Estas gentes que la política de Alfonso I establece al otro
lado de montañas van a ser colocadas, conforme enumera la crónica de Alfonso III
y de Oeste a Este, en Asturias, (que sería tanto el núcleo propio asturiano
como su prolongación en las Asturias de
Santillana), Primorias (territorio que se viene asimilando a
la zona focal de los comienzos de la Reconquista , es decir las proximidades de Cangas
de Onís), Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza y Vardulia (la primitiva
Castilla), así como en la zona marítima de Galicia . Repuebla así el rey, su
reino, "ad patriam", con todos los emigrantes procedentes de la Meseta , y van entonces a
adquirir las actuales tierras santanderinas una importancia generatriz que
nunca tuvieron, pues de ellas, en años sucesivos, surgirá
un movimiento contrario, hacia los campos llanos de Castilla, en esa reversión
que conocemos como empresa foramontana.
De hecho, esta enumeración de circunstancias repobladas, es
una determinación de las regiones que comprendía el reino de Alfonso I. No
aparece Cantabria porque ésta (Amaya, Mave) estaba perdida política y
administrativamente para Alfonso I. Aquí se va oscureciendo su nombre de región
amplia; por el contrario, como el reino asturiano puede minimizar más las
parcelas, van apareciendo regiones naturales más concretas que perdurarán
posteriormente. La extensión de este reino parece bastante conocida: Galicia en
su parte marítima; Asturias; lo que era la vieja Cantabria intramontana; y Álava,
Vizcaya, Ayala y Orduña. Martínez Díez supone que estas cuatro últimas
comarcas, donde no hubo o no consta repoblación, pertenecían también al reino
de Asturias y fueron, según dice Lacarra "como una avanzada del reino
asturiano", siendo en los pasos del Ebro "donde se realiza la defensa
del reino asturiano en el siglo IX".
Nuestra actual provincia de Santander densificaría enormemente
su población con la inclusión por toda ella de grupos de emigrantes La creación
de una fuerza numérica de hombres cristianos, visigodos o hispano-romanos,
venía a ser una necesidad imperiosa para el reino recién creado. El
"populantur" de la crónica significaría, además, no sólo el hecho de
"repoblar", sino el de repoblar organizando. Las montañas
santanderinas de Liébana, Asturias de Santillana Trasmiera, acogerían gran
número de meseteños y, sin duda, por esto mozárabes venidos de la tierra llana,
—foramontanos—, transmisores de una cultura a un nivel de grado elevado, tal
como fue alcanzada por los visigodos del siglo VII, los valles y montañas de la
vieja Cantabria despertarían a un nuevo sentir que explica su vitalidad y su
empuje. En estos momentos, y en años posteriores, se protegería la creación de
monasterios con monjes traídos de las ciudades desvastadas, creando así focos,
intramontes, de cultura y repoblación. Muchos de ellos traerían consigo las
reliquias de lo santos más venerados con lo que la cristianización de los
indígenas iría rápidamente consiguiéndose. Si nos atenemos a la antigüedad
reconocida de alguno de estos monasterios parece que los más primitivos se
crearon en las montañas de Liébana, ya a partir de esta actividad de Alfonso I,
y durante el siglo VIII, como veremos, mientras que en el resto de la provincia
las citas más antiguas no parecen asegurar agrupaciones religiosas hasta los
siglos IX y X, si bien la carencia de datos no es tampoco razón suficiente para
negar su inicial instalación como consecuencia de las campañas del rey cántabro
y astur y de su hermano. Cosa natural, por otra parte, que Liébana, territorio
magníficamente defendido, oculto y próximo además al núcleo aúlico del reino,
fuese la más beneficiada en esta repoblación, y a donde pudieron llegar, como
es lógico, los grupos más cristianizados de la comarca de Astorga, cosa que
parece manifestarse en el monasterio de San Martín de Turieno, a donde, aunque
posteriormente, fueron llevados las reliquias del obispo asturicense Santo
Toribio.
La arqueología, en otro sentido, viene colaborando, año tras
año,en la comprobación de la existencia de una bastante densa población durante
la alta Edad Media en las montañas cantábricas. Numerosas necrópolis de lajas
aparecen continuamente en las proximidades de la mayor parte de las iglesias o
ermitas de Cantabria, y aunque no conocemos a ciencia cierta el siglo o los
siglos a que pertenecen, es indudable que aseguran del VIII al X una demografía
elevada.
Quizás durante el propio reinado de Alfonso I, y sobre todo
en la zona oriental de su reino, se intentó repoblar hacia la meseta, al otro lado
del Ebro, ensayando los primeros tanteos hacia las explotaciones de los campos
de trigo. Así vemos que en 759, dos años solamente
después de la muerte del rey, y en el reinado de su hijo Fruela, se funda el
monasterio de San Miguel de Pedroso, en la provincia de Burgos, cerca de
Belorado. No sabemos si este deseo de avance hacia el sur se produce en
toda la línea de frontera y, por tanto, si en tiempos de Fruela intentan
asomarse hacia los campos transitivos de las tierras antiguamente cántabras del
alto Ebro y Pisuerga. Más bien creemos que no, pues las excavaciones de Cildá, que
es la acrópolis de Mave, parecen testimoniar que, al menos la muralla, está en
ruinas ya en el siglo VIII. ¿La arruinó y destrozó Alfonso I según hacen referencia las fuentes?. Es lo
más probable .Luego volvió la vida, pero esta ya no se sirve de la muralla.
Cildá se vuelve a ocupar en tiempos de Ordoño I, como
veremos, quizás en el momento en que, en 860, repuebla Amaya, o tal vez algún año
antes. La existencia de pobladores en los siglos IX y X en Cildá está
claramente comprobada por las excavaciones, pero no es la zona e la muralla, ya
entonces inservible.
No creemos, pues, que la salida "a la otra parte"
de los montes de nuestra provincia fuese un hecho organizado en tiempos de
Fruela ni en el de sus sucesores, Aurelio, Silo y Mauregato, y Bermudo I,(757-791).
Fruela tuvo que "vivir a la defensiva a lo largo de unas
fronteras extraordinariamente dilatadas", y en un momento de fuerza árabe bajo
Abderramán I por lo que bastante hizo con conservar sus tierras, asomarse al
Ebro, resistir las sublevaciones de gallegos y vascones, e intentar repoblar
parte de Galicia. Aurelio vivió pacíficamente mediante una paz con los
musulmanes, sin que ,pretendiese mover sus ejércitos en busca de nuevas tierras
acuciado como estuvo internamente, además, por una rebelión de siervos. Si1o,
su sucesor en el trono, prosiguió en la política de paz con los árabes y hubo
de vencer serios levantamientos de los gallegos a los que derrotó en la batalla
del Monte Cupeiro. Mauregato, igualmente, no tuvo problemas especiales con los
islamitas, pero Bermudo, el rey diácono que le sucede, sufrió el interés
combativo del nuevo emir Hixem I, a quien la fortaleza conseguida por el reino
asturiano con la paz de estos años comenzaba a inquietar, por lo que dirigió
unas campañas contra la avanzada de Álava y Castilla, ocasionando que el
pacífico Bermudo abdicase del trono en favor de Alfonso II el Casto. De todas
formas es posible, lo mismo que sucedió con San Miguel de Pedroso, que gentes
aventuradas se atreviesen a intentar la repoblación fuera de montes, pero la verdadera organización repobladora cismontana no
parece que comenzó hasta el reinado de Alfonso II.
Podemos un poco suponer, a pesar del esquematismo de las
fuentes, lo que sucedía en Cantabria en estos años que van desde la muerte de
Alfonso I hasta la llegada al solio regio de Asturias de su homónimo Alfonso
II. La masa de repobladores traídos por el rey cántabro se repartirían por los
numerosos valles del interior en donde hubieron de establecerse un cierto
número de monasterios que irían adquiriendo, conforme el asentamiento de los
nuevos pobladores se afianzaba, importancia especial y destacado valor como
focos de influencia. Sin duda que desde el mismo momento de la huída de los
visigodos estos monasterios habían ido jalonando centros organizativos, pero la
nueva aportación de gentes reunidas como consecuencia de la política de Alfonso
I hace pensar en un afianzamiento de los existentes y en la creación de otros
que pronto iban a evidenciar la nueva sangre culta de aquellos grupos
procedentes de la meseta.
El caso conocido del Monje Beato de Liébana, que vive en uno
de estos monasterios durante el reinado de Mauregato y Alfonso II, prueba hasta
qué punto estos centros religiosos de Cantabria podían competir en sabiduría y
decisión con el propio y central obispado de Toledo. Beato trabajaba en una
biblioteca donde —como dice Sánchez Albornoz— "dispuso de una serie de
textos" que "es muy dudoso que
en el lejano y cerrado valle de la
Liébana existieran antes de la invasión islámica",
lo que exige que fuesen trasladados de otros monasterios más cultos —quizá los
leoneses— al producirse la invasión islámica o la repoblación de Alfonso I.
La vitalidad, pues de los monasterios montañeses queda bien
probada con la presencia y el trabajo de Beato, que en el escondido rincón de
Liébana no estaba ajeno a los problemas religioso suscitados en la época y que
sabe acometerlos con indudable erudición y no menos impulsos. La tranquilidad
que proporcionó la paz con los árabes influiría sin duda en el desenvolvimiento
de nuestros cenobios durante la segunda mitad del siglo VIII y re percutiría
también, y en general, sobre la vida de los núcleos humanos a su amparo
acogidos. Los numerosos monasterios que aparecen documentados en los comienzos
del siglo siguientes son clara demostración de que gran número de ellos hubieron
de surgir con bastante anterioridad. El de San Salvador de Villeña o Bellenna y
el de Santa María de Cosgaya, que se citan, como apuntamos en en 796, pero cuya
vida debió de comenzar bastantes años antes, parece que dan la nota de cómo
serían estas incipientes agrupaciones de monjes, muchas veces dúplices, en
pequeño número y bajo la dirección de un abad. El de Cosgaya era regido en esa
fecha por Pruellus que gobernaba una sociedad de 4 ó 5 "fratres" y
otras tantas a 'sorores"; el de Villeña, sólo masculino, contaba al
parecer, con sólo cinco religiosos. Las posesiones y la organización de estos monasterios
se presenta ya bastante desarrollada: límite de terrenos,precios en especies
con valor reducido a dinero, constancia de que los
monasterios contaban con libros litúrgicos: antifonarios, de
oraciones y "commicum" (lecciones litúrgicas), utilización de especies
monetales en oro (libras) o en plata (sueldos), etc.
El de Aguas Cálidas, que se constituye en el año 790, en las
proximidades del manantial de La
Hermida , en el pueblo de Las Caldas, y mediante un pacto del
abad Álvaro con religiosos varones y mujeres, manifiesta una composición
numérica un poco más amplia que el de Cosgaya: seis varones y doce hembras.
Esta comunidad dúplice, instaurada con un pacto, indica que estos monasterios lebaniegos,
no dejaban de seguir la tradición visigoda. Sánchez Albornoz describe muy bien
el hecho de la fundación de estos cenobios en los primeros momentos de la Reconquista ,
descripción que puede aplicarse en todo a lo que debió de ser tal
acontecimiento en nuestras montañas de Liébana:
"Un presbítero, un abad, un hombre temeroso de Dios o
una mujer piadosa levantaban en su heredad una iglesia en honor de su santo, constituían
junto a ella un claustro, atraían a sí algunos 'gasalianes' o compañeros,
dotaban al cenobio con sus bienes y la nueva comunidad religiosa iniciaba una
nueva vida de oración y trabajo."
Es interesante señalar que Liébana ofrece, desde el siglo
VIII, la creación pactual de los monasterios dúplices. Lo hemos visto en Santa
María de Cosgaya, cuyo pacto se supone; en Aguas Cálidas, en 790, y lo veremos
en el siglo IX en el monasterio de San Pedro y San Pablo de Nauroba (en Naroba,
junto al río Quiviesa, en Vega de Liébana), y en el X en el de Piasca.
Fuera de Liébana, ni el Cartulario de Santillana del Mar, ni
el de Santa María del Puerto, permiten constatar la existencia de monasterios
durante el siglo VIII. Con seguridad que
existieron pero su documentación conservada no ofrece ningún testimonio donde
apoyarnos.
Al iniciarse el reinado de Alfonso II (791) la paz existente
en las montañas cantábricas se va a ver conmovida por la continua inquietud que
representa el saber que los ejércitos y fuerzas musulmanas atacaban de nuevo en
las fronteras. “El momento para sus
súbditos (de Alfonso
II) —dice S. Albornoz - era
gravísimo; las tropas de Al-Andalus penetraron dos veces hasta lo más sagrado
de la tierra asturiana, el joven rey tuvo que huir en más de una ocasión para
no caer en cautiverio". Las gentes de los montes santanderinos, los
monasterios y la vida, en general, de nuestras comarcas se conmovería el año
795 cuando las tropas de Hixem, al mando de Abd-el-Karim, entraban en Oviedo,
la capital de heroico reino asturiano. La conquista fue sólo momentánea, pues
el vencedor abandonó las tierras asturianas y un nuevo respiro de salvación
corrió por nuestras montañas ante el peligro felizmente conjurado. Con la
muerte de Hixem y la subida al Gobierno de los islamitas españoles del nuevo
emir Alhaquen, el ejército musulmán, en el 796, ataca esta vez por los límites
de la región de Castilla. La inquietud de nuestros montañeses se va a convertir
ahora en verdadera preocupación, pues los ejércitos de Ab-el-karim llegaron
hasta la misma costa montañesa. Así lo presume S. Albornoz al interpretar los
textos árabes, ya que, según éstos, los muslines "tuvieron que franquear
una serie de canales donde la marea se dejaba sentir, que los enemigos habían
preparado para que les sirviese de defensa, detrás de los cuales habían situado
a sus familias, animales y bienes". Sánchez Albornoz supone que tal vez se
trate de la ría de Limpias, que ciertamente es la más larga y la más capaz de
aprovecharse como defensa momentánea. Pudieron así los árabes —es simple
sospecha alcanzar la costa a través de
la calzada de Castro Urdiales, llegar costeando hasta la bahía de Santoña, en
cuyas orilla occidentales los montañeses se habían guarnecido; pero esta defensa
vino a resultar inútil pues la caballería musulmana aprovechando la baja marea
consiguió atravesar la ría y hacer
prisioneros a hombres y mujeres llevándose consigo enorme botín.
Y si bien estas "razzias" eran pasajeras, el
desequilibrio que habrían de provocar en la vida normal de nuestros montañeses
forzosamente tuvo que ser grande. Quizás solamente Liébana, la región
escondida, difícil, alta y llena de bosques, fue la única que, hasta cierto punto, pudo sentirse más
tranquila. Y en este mismo año los ejércitos árabes asolaban nuestras costas
orientales, en Liébana, —la perentoria necesidad de vivir acucia a una
normalidad aparente—, los monasterios de San Salvador de Villena y Santa María
de Cosgaya realizaban sus actos corrientes de vida: contratos, ventas, etc..
como si nada estuviese ocurriendo en el reino.
Alfonso II, sin duda por acercamiento al foco más poderoso
de la Cristiandad ,
en busca de apoyo, y porque se le hacía difícil asomarse con tranquilidad y
fuerza a las llanuras de Castilla —dada la situación de Córdoba , amplió las relaciones con Carlomagno al que envió embajadas
en 795 y 797. Pero la situación en Córdoba iba a variar al siguiente
año. Luchas civiles ensombrecen la tranquilidad de la capital andaluza y
Alfonso II, atento a aprovechar las ocasiones organiza la acometida cristiana
más audaz desde que el reino de Asturias tuvo origen: la
toma y saqueo de Lisboa. Es de suponer la alegría y el alivio de
nuestros núcleos montañeses al conocerse el éxito de su rey. Sin duda esa
campaña significaba la demostración de un poderío del que habían dudado en los
amargos años anteriores. El mismo Carlomagno —son siempre estas las
consecuencias de las victorias reconocería, sin duda, la nueva fuerza que
surgía patente en el norte de España al recibir, en otoño de 798, los presentes
elegidos del botín de Lisboa que le enviaba el rey de Asturias. Desde entonces
las embajadas fueron recíprocas. "Con
frecuencia -dice S. Albornorz- marcharon
legados y misivas desde Asturias a Francia, también con frecuencia llegaron viajeros enviados de Francia hasta Asturias".
Por los caminos de la costa, abiertos al tránsito, cruzaría Jonás, enviado de
Carlomagno. En alguno de nuestros monasterios descansarían, después de largas
jornadas de camino, éste y otros personajes que, enlazando los dos reinos,
traerían a Asturias los aires de Europa, y llevarían a Europa noticias de la
situación de la lucha un el poder del Islam. Estas gentes viajeras del otro
lado de los Pirineos, que no sólo serían clérigos, sino canteros, comerciantes,
peregrinos, irían transmitiendo y dejando— por nuestros núcleos humanos de
Cantabria "sueldos de plata carolingios, el sistema de instrucción usado
en las iglesias francas por entonces y además mercaderías, instituciones y costumbres".
El propio Beato de Liébana, por intermedio de un monje, posiblemente lebaniego,
se ,puso en contacto epistolar con el gran Alcuino. Cantabria en estos males
años del siglo VIII había abierto también las puertas a Europa.
El siglo IX se abre con una reacción organizada del emir Alhaquen, atacando en 801, por la zona
fronteriza de Álava, el limes" astur. El
triunfo correspondió una vez más a las tropas de Alfonso II. En años sucesivos
—803, 805— volvieron los cordobeses atacar al reino cristiano, sin éxito. El
805 llegaban los ejércitos de Alhaquen
hasta el Pisuerga. Sánchez Albornoz habla, recogiendo sin duda las fuentes, del
fracaso musulmán "en las hoces del Pisuerga". No conocemos nosotros
más hoces del Pisuerga que el paso hoy llamado de La Horadada , en las
proximidades de Mave, donde el río se abre entre verticales acantilados de
caliza, pues después ya va a correr por terreno llano atravesando los campos de
Palencia. ¿Fué en este lugar donde, aprovechando el terreno escarpado pudo el ejército
cristiano detener el paso de los cordobeses hacia Cantabria?. La sugerencia es
sólo esto, sugerencia, sin posibilidad cierta de comprobación. ¿Intentaría el
ejército de Alhaquen seguir la calzada pie de Pisoraca (Herrera de Pisuerga)
llevaba por Cildá (Mave) y Aguilar de Campóo, hasta Juliobriga y Portus
Blendius?
A partir de este año volvieron a silenciarse los impulsos
árabes. Alfonso II, y su reino en general, disfrutan de una larga paz de años que
contribuiría a la fortaleza interior del territorio. Dentro de las montañas
cantábricas numerosos monasterios son de nuevo
fundados o van ampliando su prepotencia, pues los
cartularios comienzan en el primer cuarto del siglo IX a hacer mención de
diferentes cenobios repartidos ya no sólo por la zona
de Liébana sino por las Asturias de Santillana y Trasmiera. Posiblemente
1. organización del reino provoca una mayor libertad de movimientos de los
grupos humanos montañeses que van diversificando, con otros, los primeros
núcleos establecidos en lugares menos ricos peri más defendidos y ocultos. Al
mismo tiempo que esta extensión por los valles va produciéndose se apercibe el
intento de salir fuera de lo montes, es decir, de repoblar en las tierras
limítrofes de la meseta. La desaparición de las brumas del miedo provoca
también el deseo de evadirse de las auténticas brumas naturales de la costa.
Hacia el sur está el sol, los campos de trigo (esos
que siempre los cántabros envidiaron a los vacceos), y las tierras
queridas que hubieron de abandonar en aquellos momentos críticos de la rápida acometividad
de los árabes. Todavía los coletazos de Córdoba se dejan sentir, sobra todo en Álava
y Bardulia; así el ataque del 816 o de 823 que tan sólo fueron auténticas
aceifas sin éxito alguno de conquista. Pero a partí del 825 Abderramán no deja
tranquila las fronteras del reino asturiano que ha de estar siempre alerta, en
todos sus frentes, ante la posible acometida que, casi siempre durante el
verano, llegaba más menos sorpresivamente. La aceifa que parece más se acercó a
nuestro solar montañés fue la que, dirigida por Faray ibn Masarra, tocaba posiblemente,
y en diciembre de 825, la zona cántabra del Val de Olea, al menos según el
parecer de S. Albornoz, y recogiendo citas d Ibn-al-Atir e Ibn'Idari. Es
posible, según el ilustre historiador, que la fortaleza tomada por los
árabes, citada Al-Kulai'a por Ib Hayyan
y Al-K'al'a según Ibn al-Atir fuese el Monte Cildá que lo documentos medievales
citan como ciudad de Oliva (civitas Olivas) pero Cildá cae bastante lejos del
Valle Olea montañés y, por otra par te, me parece muy problemática la
asimilación de nombres como para permitir tal suposición. Desgraciadamente la
reducida locura de las fuentes nos tiene acostumbrados— y con razón, pues la Historia pide la
intervención complementaria de los esfuerzos del historiado a fabricar
continuamente teorías y supuestos. Pero así como mucho de ellos pueden
firmemente sostenerse, no como hechos reales sin como juicios científicamente
basados, éste del asalto al monte Cildá en 825 creo que no tiene una suficiente
armadura que pueda mantener el intento. Quizás, si la fortaleza conquistad
fuese en el valle de Olea, se refiera al castro de Castillo del Haya donde
nuestras excavaciones han atestiguado cerámicas y cruces del siglo IX.
Durante el resto del reinado de Alfonso II hubo primero un
período de paz derivado de "la
precisión en que se halló Abdrramán de combatir cerca de diez años dentro de
sus estados" período que va más o menos del 825 al 838, y en el cual
el rey asturiano, y el mismo reino todo, vivió un momento de tranquilidad y
desenvolvimiento y que ya veremos, en líneas posteriores, de qué manera afectó
a las tierras cantábricas. Acabadas las condiciones internas que habían
paralizado al emir cordobés, éste volvió a atacar las fronteras del siempre
expectante reino alfonsí. En 838, una razia trabe, que llega hasta el lugar de
Sotoscueva, en la vertiente sur de nuestras montañas, tuvo que alarmar, sin
duda, a los poblados y monasterios ultramontanos de la actual provincia
santanderina. No estaba lejos ni olvidada, aquella acción del 825 que llenó de
espanto a los habitantes de los valles de la Montaña , cuando los pies de los toldados
musulmanes llegaron a marcarse en la arena de nuestras layas. Sin duda
llegarían voces de emisarios con la nueva de que las ropas del infiel se
acercaban al verde solar cantábrico, y conmoverían el ánimo nunca decaído de
quienes fueron testigos o recordaban aquellos trágicos momentos de antaño.
Pero, felizmente, los ejércitos mandados por Said, hermano del emir, no
traspasaron nuestros puertos y todo volvió a la calma. ¡Terrible hubiera sido
que nuestros valles hubiesen sufrido lo que un año después hubo de soportar la tierra
alaves!. Las fuentes árabes dicen que "las
cabezas de los enemigos muertos formaban montones tan altos como colinas, al punto
de que los jinetes no podían verse de un lado a otro de los mismos".
¡Malos tiempos estos para la tranquilidad del rey Alfonso y para sus súbditos!.
La muerte del rey acaecería ya poco después, posiblemente en el 842 se
extinguía el monarca asturiano después de dejar bien asegurada la pervivencia
de un núcleo de gentes que, endurecidas en las luchas casi continuas contra los
empeños árabes, habían adquirido suficiente resistencia y espíritu para aspirar
a algo más que a verse comprimidos entre el mar y la montaña. Alfonso II, rey
de asturianos y cántabros, preparó el camino que apuntaba al sur, la meseta, y
ésta comenzó en adelante a ser aspiración de conquista sueño de "tierra
prometida".
Tan pronto se había iniciado el siglo IX, y debido a los
empeños organizativos y expansivos del rey asturiano, ya hemos indicado que la repoblación
ultramontana adquiere en Cantabria un auge estacado. La existencia de
monasterios, quizás fundados en el siglo anterior, comienza a tener constancia
documental, indicio de la
consolidación de una estructuras cada vez más firmes. Otros
cenobios inician ahora su vida en un intento decidido por
fortalecer zonas desiertas. Las noticias van siendo cada vez más concretas.
En los primeros años del siglo IX, posiblemente, nos consta
que ya en el valle del Pisueña, en la baja montaña santanderina, se construía
otro monasterio dúplice, el de San Vicente de Fístoles. El abad Sisnando y la
abadesa Gudrigia, con otros monjes y monjas, ganaban con su propio trabajo
—"scalidamus de nostris manus"— ,los terrenos yermos de sus
alrededores. En 811, cedían ellos mismos todo lo que habían construido
trabajado al propio monasterio de San Vicente, lo que indica que su actividad
en este valle del Pisueña hubo de comenzar antes. La localización de este
monasterio de
Fístoles se viene suponiendo en el actual pueblo de Esles,
en el valle de Cayón y, ciertamente, parece el lugar más seguro de ubicarse
Cuando en 816 el conde Gundesindo enriquece a este monasterio con una valiosa
donación, las propiedades de San Vicente de Fístoles llegan hasta el mar. La serie
de villas y monasterios que se le ofrece prueban que la población ultramontana
de nuestra provincia no e escasa. La proximidad de muchos monasterios y
poblados como Arce, Velo, Oruña, indica que sobre todo los valles y la costa
debía de estar suficientemente habitados. Sabemos que la villa de Arce tenía
los monasterios de Santa María y de San Pedro y San Pablo; la de Velo (junto a
Arce) el de San Julián: en Oruña, el monasterio de Santa Eulalia; en Liencres,
el también de Santa Eulalia; en Mortera el de San Julián; en Val de Bayón o
Cayón, la iglesia de Santa María de Pangorres; en Sobarzo, el monasterio de San
Martín; en Cabárceno, el de San Vicente; en Penagos, el de Santa Eulalia y la iglesia de San Jorge; el Liérganes, el de
San Martín; en Rucandio, la iglesia de Santa María. Todos estos monasterios e
iglesias, a más d algunas villas —como Bóo, Tuler (?), Letezana (Bezana) (?) la Encin (?) Auterus (Tolero),
Saucum (?), Paites (?)— fueron concedidas San Vicente de Fístoles por el citado
conde Gundesindo, de quien nos ocuparemos algo más adelante cuando tratemos de
conocer afán expansivo de la repoblación en estos años iniciales del siglo IX
en terrenos foramontanos.
De los documentos de Fístoles se deduce, como apunta P. de
Urbel, la existencia de una familia notable en la parte central de la
"Montaña", emparentada entre sí, con figuras como un obispo Quintila
, un conde Gundesindo y los fundadores de monasterio. Parece
indudable que la labor repobladora se lleva cabo merced a la colaboración
político-religiosa; estas dos fuerzas la vemos muchas veces íntimamente ligadas
a esta empresa. Primero es la constitución de un monasterio en lugar yermo como
una necesidad de ir ganando terrenos incultos ante una población en crecimiento
Luego suele añadirse la ayuda material de un gran propietario —e este caso el
conde, más tarde fue el rey— que seguramente, había sido el promotor de la
creación del nuevo monasterio. San Vicente y San Cristóbal de Fístoles debió de
iniciar con fuerza su andadura. En 82 el obispo Quintila, que parece tenía
posesiones comunes con conde, contribuye con la parte que le correspondía en
aquellas. El propio conde Gundesindo debió de considerar muy suya la fundación
del nuevo cenobio dúplice cuando expresa en el propio documento de cesión que
deseaba ser sepultado en San Vicente ("ubi corpus meum tomulare
desidero"). Parece que S. Vicente de Fístoles nace, pues, por la
participación y deseo de una familia, siguiendo aquella costumbre visigoda de los monasterios
familiares.
Es muy probable, aunque no nos haya llegado su constancia,
que este monasterio de San Vicente de Fístoles se estableciese según norma
corriente entonces del pacto monástico. Liébana seguía fundando conforme a esta
tradicional estipulación. Así, en 818 (28 de febrero) se creaba el monasterio
de San Pedro y San Pablo de Nauroba mediante un pacto entre cinco mujeres y
siete hombres con abad Argilego. El lugar elegido estaba a pocos quilómetros de
la Villa actual
de Potes, al sur, junto al río Quiviesa, hoy Venta de Naroba, y sería uno más
de estos monasterios de carácter particular que iban puntuando desde el siglo
anterior la geografía de la marca. El pacto establece la sumisión de los
firmantes a la autoridad del abad y
también la fidelidad de todos los componentes a las reglas del monasterio, así
como las garantías de aquellos frente a actuación inconsiderada del abad. El
abad Argilego aporta al monasterio todo su patrimonio —"omnia quicquid
ganabi vel ganare potuero"—, tanto de bienes muebles como inmuebles que
tenía en Colunga, en Vernejo y el monasterio de San Julián de Periedo. El abad
de San Pedro de Naroba tenía posesiones en los alrededores Cabezón de la Sal , y sus entregas al
monasterio prueban esta proopiedad dispersa que desde su creación van teniendo
los cenobios montañeses. Se ve que dentro del reino astur-cántabro existía una
libertad de movimiento, que no se reduce a regiones delimitadas. Los propios
documentos (ya veremos el de San Pedro y San Román de Toporías) ya señalan esta
amplitud de acción en cualquier lugar del reino que testimonia una gran visión
política de unidad.
Lo mismo que el documento de Fístoles, éste de Naroba nos atestigua
que ya en los comienzos del S. IX la repoblación había saltado
la línea divisoria del macizo Cantábrico, fuera de montes. En inclusión
que se hace en el documento de una "traditio" de Arias, al monasterio
se incorporan ya posesiones en Cervera de Río Pisuerga, Arbejal y Resoba que
concretamente señala “foris monte".
Pero de esta expansión y de otras tendentes a la meseta y partiendo de nuestros
valles montañeses ya hablaremos después en el apartado respondiente.
Siguiendo con nuestra repoblación "intramontes"
nos sale al paso en 836 la fundación, en 18 de enero, de un monasterio familiar
el valle de Soba, en un lugar, Asía, que dio nombre a los puertos Montañosos de
La Asía o Sía.
Su carácter familiar está claramente determinado pues son sus fundadores el
presbítero Kardellus y su padre Valerio, y su advocación consta como San Pedro,
San Pablo y San Andrés. Del testamento de Kardellus se deduce que los fundadores
lo levantaron en tierras de su propiedad y crearon iglesias, casas, huertos,
pinares; las tierras incultas las transformaron
En cultivables y los montes los hicieron prados. Toda esta enumeración
de actividades parece estar describiendo lo que era una auténtica repoblación y
una puesta en vida de terrenos antes abandonados a la propia naturaleza. Este
monasterio debió de permanecer independiente hasta que en 1011, el conde Sancho
y su mujer Urraca, al fundar el de Oña le incorporan a éste. También sabemos
por este documento de 836 que ya en la costa había sido fundado un cenobio que
iba a tener posteriormente gran influencia en la zona oriental de nuestra
provincia, el de Santa María del Puerto, en Santoña. Entre los confirmantes de
la escritura del presbítero Kardellus figura el primer abad conocido de Puerto,
un tal Zezius, que al firmar en primer
término puede quizás indicarnos que ya este monasterio portuense comienza a ser
conocido y que has pudo tener algo que ver en la fundación del de San Andrés de
Asía
En esta primera mitad del siglo IX, pues, estamos viendo
cómo actividad repobladora no se detiene en todo el territorio de la actual
provincia santanderina. Nuevos monasterios están surgiendo constantemente y
aunque la documentación en este aspecto es muy limitada creemos que la mayor
parte de los que por primera vez serán citados en el siglo siguiente habían
surgido casi con seguridad en los primeros cincuenta años del siglo noveno.
Desde Liébana hasta Asón, la vida se apercibe movida y organizada. Parece obvio
pensar que al reino cristiano de Alfonso II continuarían llegando emigrantes
mozárabes que huyen de las tierras ocupadas por los árabes. Ello tendría que
obligar a la roturación de terrenos y a la explotación máximo de las tierras y
prados. No podemos saber la densidad población existente en estos momentos,
pero dada la proximidad los núcleos urbanos que muchas veces transparentan las
citas documentales, hay que pensar que la mayor parte de los centros habitados
en la actualidad tienen su origen en estos primeros siglos repobladores.
Liébana ofrece continuamente nuevas advocaciones monasteriales: en 826 nos
consta que, además de Santa María de Cosgaya y San Salvador de Villeña, ya
existentes a finales del VIII, de San Pedro y San Pablo de Naroba, ya tenía
vida el monasterio San Esteban de Mieses o Mesaina, en las proximidades de Potes
y era regido por un abad de nombre conocido: Lavi. Dos años después - 828—
consta que existía organizado el de San Martín de Turieno origen del futuro
Santo Toribio de Liébana—, en donde igualmente aparece gobernándolo un abad
Eterio. En 829 un nuevo monasterio va a ser constatado en las fuentes, el de
Osina, cuya localización sido discutida. Argaiz lo situaba en Cosgaya, pero
Jusué, quizás más acertado, lo coloca en la Hermida.
Una efervescencia de vida de los valles ultramontanos Cantabria,
tal como la atestiguan los documentos, no podría comprimirse sólo a las
vertientes que lanzan aguas al mar. Como antes apuntábamos, existía al sur una
"tierra prometida", que podía contemplarse desde las cumbres, soleada
y rica, a la que siempre los acogidos de la meseta o sus hijos veían como algo
que les pertenecía que era preciso y urgente reconquistar. El pan acuciaba y
aunque muchas tierras, hasta de la propia costa, sembrarían cereales, el clima
no podría en muchas ocasiones darles la sazón suficiente y necesaria Razones,
pues, de variado tipo impulsan a los cristianos de primera mitad del siglo IX,
y quizás algunos años antes, a lanzarse a una política y a una acción
repobladora ya directa y continua, hacia las tierras luminosas de los viejos
campos góticos. Si tal vez con Alfonso I ésta ya pudo iniciarse pasando
ampliamente la línea del Ebro, con la fundación de San Miguel de Pedroso, en la
zona de Oca, junto al río Tirón, en 759, la salida fuera de montes representa
ya una acción que parece concertada. Algunas escrituras de los comienzos del
siglo IX que se nos han conservado en sus textos, señalan normalmente
posesiones y bienes al otro lado de las montañas que, ,posiblemente, ya estaban
habitadas años antes de su constancia documental. Las gentes de la Montaña es claro que se
ponen en movimiento para poblar las cuencas altas de los ríos Pisuerga y Ebro
sus primeros afluentes. La situación, además, permite un respiro más amplio y
una mayor seguridad en el establecimiento de nuevos monasterios y pueblos. A
partir del año 805 las acometidas árabes se debilitan, en tanto que los
cristianos astur-cántabros se ven fortalecidos con la política de su rey
Alfonso II, y aún cuando conocemos, como hemos visto, aceifas musulmanas que
llegan hasta las mismas fronteras y las atraviesan hasta el mar, la fortaleza
del reino asturiano parece que no puede temer acciones definitivas de sus enemigos
que se ven minados por sublevaciones internas. La densidad de población en el
interior de las montañas sería también la razón para provocar la salida fuera de
montes que lograría así la ampliación del reino.
Pérez del Urbel ha recogido en el capítulo "Los primeros
repobladores", el V de su conocido y ya clásico libro "Historia del condado de Castilla",
los testimonios documentales más significativos de estos asentimientos
organizados al otro lado de los montes, hacia lo que son los campos de la Castilla Norteña.
Nosotros no nos vamos a detener detalladamente en estas empresas por realizarse
en terrenos ya fuera de nuestra provincia, pero sí .mencionaremos al menos
aquéllos que documentalmente consta se originan por gentes que parten de los
montes de Santander.
Sabemos que el primer escape de repoblación, saliendo sin
duda de nuestro límites de la actual provincia, se origina en las cuencas de los
primeros afluentes del Ebro, en la zona oriental del reino asturiano, territorios de Mena, Losa, etc., la antigua Bardulia que más
tarde será el núcleo originario de Castilla. Por aquí atacaban
frecuentemente los musulmanes y fue siempre una de las vías la del Ebro- de
penetración hacia el Norte. La geografía es agitada,
montañosa, con abundantes masas de bosque y, por tanto, apta para la defensa.
Altas y escarpadas colinas - auténticos
castillos naturales— permiten otear el panorama. La cuenca del Ebro es, al
mismo tiempo, una aspiración. Es una lástima que la documentación sea tan
raquítica y sólo nos pueda hacer suponer —con algunos ,reducidos ejemplos— lo
que debió significar el anhelo de escape fuera de montes. La fundación de San
Miguel de Pedroso, en 759, quo acabamos de indicar, es un testimonio de que ya
desde Alfonso I la política de expansión cismontana es un hecho por esta región
oriental del reino. No nos cabe duda que estos primeros repoblador bajan de
nuestras cumbres cántabras orientales (montañas de Pas, Soba y Ramales), pero
desconocemos la permanencia de estas incipientes repoblaciones y también qué ocurría
en ellas cuando los cuerpos de ejército árabes atravesaban circunstancialmente
su territorio. Es de suponer que estos iniciales focos de presura y habitación
tuvieran muchas veces que rehacer sus aventuradas avanzadas y comenzar otra vez
de nuevo; otros, quizás más escondidos o apartados de las rutas normales de penetración
abandonarían momentáneamente sus expuestos reductos retornarían otra vez a su
vida normal cuando la tormenta pagana hubiese concluido.
En lo que sabemos, y tampoco parece presumible aventurar
mucho más de lo que los documentos nos pueden hacer sospechar, el movimiento
repoblador originado a partir de las cumbres de occidente de nuestra provincia
(montañas de Liébana y Reinosa) tuvo en principio menor importancia y quizás es
algo más tardía. Una razón que pueda explicar esta diferencia pudiera esta
precisamente en la diversidad del paisaje a repoblar en uno y otro punto.
Mientras el Este es una zona muy accidentada, con pequeños valles, montañas más
verdes, etc., el Oeste tiene, muy próximas a la misma ladera de los montes
limítrofes, las planicies meseteñas y aún el reducido ámbito de transición
nunca alcanza el aspecto cerrado de los valles orientales. La repoblación,
pues, en las tierras del Este parece menos aventurada que aquella que pudiera
hacerse en territorio llano y abierto meseteño donde la defensa, la huída y la
ocultación se hacían casi imposibles.
Pero en general, aunque haya existido repoblación anterior
reinado de Alfonso II, ya hemos dicho que cuando ésta se patentiza abierta y
documentalmente, con actuaciones ya no aisladas sin sucesivas, es precisamente
durante el gobierno del rey Casto. El primer año del comienzo del siglo, el año 800, consta que al sur de los montes de Ordunte, en
territorio de Mena, se fundaban el monasterios de San Esteban de Burceña y de
San Emeterio Celedonio de Taranco, por el Abad Vitulo y su hermano el
presbítero Ervigio, hijos de un matrimonio Lobato y Muniadona— que año antes
habían iniciado la vitalización y cristianización de estos valle foramontanos.
Ellos siguen la empresa, extendiéndose hacia el oeste hacia tierras de
Espinosa, donde aprovechando las ruinas de un vieja villa romana —Area
Patriniani— levantan otra iglesia dedicada a San Martín. No parece aventurado
suponer que en la repoblación sobre todo de este último monasterio participasen
montañeses de la sierras de Pas y de Soba. Tal vez el presbítero Eugenio y otra
personas más que en 807 incorporan a Taranco otras iglesias muy próximas a Area
Patriniani, procediesen de tierras intramontes de la Cantabria montañesa. Sin
embargo es muy difícil señalar el origen procedencia de los repobladores si los
documentos, cosa que no es normal, no lo dicen. El mismo Cortázar apunta que
gran parte de los que pueblan en Mena y Oca parecen más de procedencia leonesa
que vascona y el documento de 871 del monasterio de Acosta lo atestigua uy
concretamente ("que de Legione
venerunt ibi"). Pero esta ya es a fecha relativamente avanzada, sin
embargo, para que pueda servirnos de orientación sobre la procedencia de los
primeros pobladores de finales del VIII y comienzos del IX. Como los meros
documentos referentes a repoblación —exceptuando S. Miguel de Pedroso— aparecen
haciendo referencia a puntos muy próximos a la línea de montes, lo más normal
parece suponer que son movimientos producidos como consecuencia de salidas de
grupos del interior de las montañas, por lo que, aunque estos primeros
pobladores no fueran originariamente cántabros, sino visigodos o mozárabes
acogidos al asubio de nuestras defensas naturales, de hecho, y realmente, la
primera política repobladora tendría como origen geográfico los valles de
nuestra provincia.
Se trata, al parecer, lo hemos visto con Lobato y Muniadona,
de familias pudientes que, sin duda acompañados de sus siervos, inician los pasos
convenientes para volver a la tierra de donde procedían ellos o sus abuelos o
padres. Pero con ellos —de origen romano, visigodo o mozárabe— llevarían gentes
cántabras, vasconas o asturianas unidos en la aspiración de conocer mejores
tierras de cultivo y espacios más amplios.
Que en los comienzos del IX corrientes repobladoras ya
habían cruzado las cumbres santanderinas llegando en parte la repoblación hasta
casi los bordes mismos de la meseta, y qué estos repobladores son gentes que
todavía viven intramontes demostrando así, sin ningún género de duda o
suposición, que son montañeses, es algo que está
documentalmente comprobado. Tanto en Liébana, como en Reiosa
y Pas nos constan personajes que favorecen las fundaciones ultra montanas pero
que, al propio tiempo, son propietarios ya de tierras y poblados hacia los
campos llanos.
Veíamos así, en líneas anteriores, cuando nos referíamos a
la fundación de San Pedro de Naroba, el año 818, que entre los que hacen
"traditio" al monasterio figura un tal Arias que se entrega con sus bienes
tanto los que tiene en Liébana como los que posee "foris
monte",
citando entre estos el lugar de Zerbaria (Cervera del Río Pisuerga), Erbeliare
(Arbejal) y Resouba (Resoba), todos puntos próximos a esta primera villa
palentina ya fuera del límite de ubres. Hay nombres también de monjes que
llevan como apellido
locativo de Cervera,
y un Adefonso que ofrece toda su heredad "dentro de Liébana como
"foris monte". 'Hay que suponer, pues, que ya a finales del siglo
VIII, al menos, estas comarcas del norte de Palencia recibirían las primeras
corrientes de repoblación y estos núcleos poblados están en directa relación
con Liébana, de la que con seguridad proceden.
Por los mismos años, 816, ya vimos igualmente que entre las
donaciones que el conde Gundesindo, —tal vez el gobernador de zona en esa
época concede el reciente creado
monasterio de S Vicente de Fístoles, figuran, además de una serie de villas
monasterios ultramontanos, otras 'foras
monte, in Castella", que nomina Sotoscueva, Cornejo, Botares, etc., es
decir al otro lado los montes de Soba. Todo ello nueva prueba de que en los
inicios d siglo IX se estaba repoblando la alta cuenca de los primeros afluentes
del Ebro por gentes originarias o residentes intramontes. El interés del conde
Gundesindo por enterrarse en San Vicente de Fístoles prueba su enraizamiento en
los valles de Pas y Miera.
Dos años antes, en 814, se había producido un movimiento
emigratorio que las fuentes señalan escueta pero claramente "Exierunt foras montani de Malacoria et
venerunt ad Castella “. Quizás pueda referirse ello un poco al hecho
general de repoblación de fuera de montes que, sin duda, hacia estos comienzos
de siglo tiene su mayor actividad. Pero la señalización tan tajante de año nos inclina a pensar que se trata de la
constancia concreta de grupo de repobladores que salen de Malacoria y pueblan
en Castilla. Sus localizaciones han sido diversas, pero lo más probable es suponer
la identificación de Malacoria con Mazcuerras (próxima Cabezón de la Sal ) y hacer salir de aquí el
movimiento repoblador que tuvo que atravesar el valle de Campóo, por la calzada
que entraba en Cabuérniga, y extenderse por Valdeolea y Valderredible.
Tal vez la cabeza directora de esta empresa fuese el conde
Núñez que Pérez de U rbel cree que gobernaba Liébana y Campóo tiempos de
Alfonso II y a quien, con su esposa Argilo, vemos repoblar documentalmente en
824 el lugar de Brañosera, al otro las de los montes de Campóo, junto a la
misma calzada que por el collado de Somanoz atravesaba Campóo y por Sejos se
adentraba Cabuérniga. La carta puebla de Brañosera,
"la más antigua carta esta índole que encontramos en España"
tiene un interés especial. conde lleva consigo a repoblar a una serie de
personajes que cita con todas sus familias (“atque universa sua genealogía"). Corroborándose así el
carácter de agrupaciones familiares que ordenada y preconcebidamente se trasladan materialmente a la nueva tierra elegida.
El coto ofrecido para la repoblación y asentamiento aún hoy podemos delimitarle
claramente en sus términos. Lo mismo que los monjes de Arca Patriniani, la
repoblación se hace cerca de una ciudad antigua ("civitatem
antiguam") y vecina a una calzada que en este caso concreta el documento
la frecuentan asturianos y cornecanos",
prueba que en esta época ya se nominaban asturianos
a los ultramontanos de nuestros valles montañeses, y es perfectamente
determinada la comarca o "territorio" de Cabuérniga (Kaornuega,
cornecanos). El hecho de que por esta vía o calzada (cuyos restos aun se
conservan) especifique la carta "qua
discurrunt asturianos et cornecanos" es prueba fehaciente de que había
un tránsito de gentes del interior de nuestros valles santanderinos hacia lo
que es hoy el norte de la provincia de Palencia y que la población pues, al
menos hasta Cervera de Pisuerga, era ya un hecho posiblemente desde los años finales del
siglo VIII. El análisis detenido de las fuentes parece que cada vez va determinando
con más seguridad, qué focos repobladores se habían establecido desde antiguo
en los pliegues montañosos que des de las altas cumbres de la cordillera
cantábrica van perfilando la transición de paisaje hacia la meseta, e incluso
nos atreveríamos a puntar que cuando Alfonso I se lleva consigo a las gentes de
la meseta, las cabeceras de las cuencas de los ríos Esla, Pisuerga y Ebro, al
norte de León, de Mave y de Amaya—, no son abandonadas talmente por los
cristianos. La misma repoblación de Brañosera, en lugar tan inhóspito tal como señala la carta,
"inter ossibus et renationes", no es explicable sin antes haber
poblado lugares más fáciles de vivir y no por ello peor defendidos, lugares sin
duda con los que, por parte de asturianos y cornecanos, existiría una
demostrada relación e intercambio a través de la calzada que salvaba las líneas
divisorias de aguas, y que con casi seguridad no se despoblaron nunca
totalmente.
Lo que ahora, en tiempos de Alfonso II, se produce en estas tierras
foramontanas del norte de Palencia, sur de Santander y norte Burgos, no es, a
mi entender, una repoblación "ab initio", es decir sobre un
territorio desierto, sino una corriente emigratoria que sale los valles de
aguas al mar en un momento de mayor seguridad del
reino y cuando, posiblemente, al aumento demográfico de esta
zona hacía difícil la vida de muchos grupos humanos en una geografía no muy
apropiada para cultivos de primera necesidad.
Decíamos en líneas precedentes que el movimiento organizado
de población "fuera de montes", que habíamos visto iniciarse desde el
interior de nuestros valles montañeses y que tiene constancia documental en la
carta de Brañosera continuó, sin duda, profundizando hacia el sur. Estos grupos
humanos que ahora se desarramaban por
vertientes y cuencas de hacia la
Meseta , necesitaban una línea avanzada de defensa que pudiese
controlar y cerrar las vías de penetración más usuales del Ebro y Pisuerga por donde,
aprovechando las calzadas romanas, las aceifas musulmanas podían más fácilmente
inquietar a los aventurados repobladores. De aquí que, a mediados del siglo IX,
el rey Ordoño I comprenda que ha llegado el momento y la necesidad de adelantar
las líneas defensivas la los campos llanos al sur de toda la línea montañosa de
su reino dominar la calzada principal que iba de este a oeste por Iruña, Segisamo,
León y Astorga. La conquista de las viejas ciudades, cuyo recuerdo aún pervivía
como nostalgia del "pasado perdido", es posiblemente otro de los
fines políticos de Ordoño. Tuy, Astorgá, León y Amaya a ser repoblados en su
reinado. La crónica de Sebastián lo dice así textualmente: "Civitates desertas, ex quipus Adefónsus maior caldeos eiecerat,
iste repopulavit, id est, Tude Astoricam, Legionem et Amagiam Patriciam".
La repoblación de Amaya, que es la que más afecta al movimiento repoblador
salido d nuestras montañas, parece tuvo lugar el año 860 por acción directa del
conde Rodrigo, de Castilla, y por orden del rey Ordoño ("per mandatum domini Ordoni regis").
Si atendemos a la redacción Rotense de la Crónica de Alfonso III, Amaya fue fortificada con
Murallas y de nuevo la fortaleza cántabra, abandonada desde acción emigratoria
de Alfonso I, vuelve a ser efectiva para la defensa de los repoblamientos que
en estos momentos se extienden por nuestros valles de Valdeprado, Olea y
Valderredible.
En este momento habrá que suponer se realiza la construcción las iglesias rupestres que se
extienden por estos valles, en las cuenca altas del Ebro y Pisuerga. El tipo de
construcción de ellas: arcos medio punto, pilastras cuadrangulares o
rectangulares, altura veces considerable (Presillas de Bricia), etc., nos
llevan, más que a tendencias visigodas, a recuerdos asturianos. Por otra parte
excavación en el exterior de una de ellas (Presillas), realizada por nosotros,
ofreció cerámicas de la alta Edad Media. Sin duda estos iniciales grupos
repobladores, asentados en las proximidades de las vías de penetración de las
razias árabes, construyen sus iglesias pequeños monasterios perforando la
arenisca que aflora en estratos naturales. Así estas reducidas capillas o
cenobios gozaban de un mimetismo con el paisaje que las hacía difícilmente
localizables por enemigo, que tal vez pasase cerca de ellas sin apercibirlas.
Por otra parte su destrucción por incendio o derribo era prácticamente
imposible por lo que, pasado el peligro musulmán, volvían a ponerlas
inmediatamente al servicio del culto.
El siglo X, comienza como una continuidad de los anteriores,
en los documentos apenas se aprecia ninguna variación significativa todo parece
seguir un ritmo de vida muy semejante. Algo, si embargo, podemos apercibir, y
en bloque, que nos permite señalar un cierto nuevo sentido en el ámbito
político de nuestras tierra montañesas. En primer lugar, la absoluta
tranquilidad que los valle ultramontanos van a disfrutar en relación con las
posibles intromisiones árabes. La línea defensiva, como sabemos, ha avanzado
hacia el sur y es ya imposible que se repitan aceifas, come aquellas del 867,
que llegaban hasta las propias fuentes del Ebro. El miedo ha desaparecido y
nuestros pueblos y monasterios son ya rincones de paz continuada. Pero con
ésta, el nerviosismo y vitalidad se aplacan, sobre todo la vitalidad política.
El núcleo neurálgico, activo y decisorio, pasa al otro lado de los montes, a
Castilla joven y despierta. Es aquí, ahora, donde se cuecen novedades y donde
existe una contínua aspiración de grandeza y libertad. La Montaña vive bajo una
cierta apatía directiva y ha dejado de ser la inspiradora de la época
repobladora. De nuevo vuelve a repetirse la situación, en cierto sentido, que
veíamos en los momentos en que Cantabria iba a ser atacada por los romanos: la prepotencia
de las tierras foramontanas sobre las ultramontanas. El
viejo solar de los cántabros meridionales, los más densos y los más cultos, los
extendidos por las cuencas altas del Ebro y Pisuerga (Cildá, Amaya, Monte
Bernorio), va a revivir otra vez, mientras los del interior, ya más
pacíficos, parecen perder gran parte de sus impulsos. A pesar de ello no deja
de repoblarse intramontes, pues, en tiempos de Alfonso II, posiblemente, dos
presbíteros, Recemiro y Betelu, hacían presuras (' fecimus presuras") y
fundaban la iglesia de San Pedro y San Román de Toporías, "in patria
Cabezone". Por la escritura que esto testifica podemos comprobar que estas
"presuras"
Se hacen por orden expresa el rey —"pro iussione
Adefonsi regis" y le quienes recibían esta concesión podían, a su vez,
conceder licencia, a otros, para poblar en sus cotos, pues el presbítero
Osonio, que había llegado a Toporías desde Liébana constituye a esta población
con licencia —"dedisti mihi licentia"— de Recemiro.
Los diplomas y escrituras de nuestros cartularios guardan un
casi absoluto silencio sobre quienes eran los condes que gobernaban nuestros
valles interiores (Liébana, Asturias de Santillana, Trasmiera) por delegación
de los reyes asturianos y leoneses Alfonso I I muere en 910, García (910-914),
Ordoño II(914-924) y Fruela II
(924-925).
Ya en los comienzos del X, y debido a los progresos de
Castilla, hemos de creer en una línea de tendencias derivadas, quizás, de las relaciones
directas de los condes de Castilla con las Asturias de Santillana, Trasmiera y
Campóo, de donde sin duda proceden las cabezas directoras de la repoblación
castellana, y de aquellas otras concomitancias entre Liébana y la repoblación
leonesa. Creo que debe existir una razón que explique por qué el ámbito de
Castilla se tiende enseguida a todas las comarcas montañesas, excepto a Liébana,
y pienso que ella ha de ser el de que siempre los condes castellanos sentían
como solar de sus antepasados los valles y las montañas de nuestra provincia.
No creemos pueda soslayarse el que conde Gonzalo Fernández, de Castilla,
llamase "abuelo", en 912
a Nuño Núñez, otorgante de los fueros de Brañosera en el
824; ni
podemos pensar una invención sin base alguna la leyenda de
hacer la infancia del gran conde Fernán González muy cerca del mar santanderino,
en las proximidades de Laredo; ni desconocer que los condes de Castilla tienen
propiedades en nuestros valles, indicio de un arraigo secular así comprobado.
Pero los tiempos ya no estaban para el predominio de
Cantabria, obligada por una especie de destino inevitable a caer en el área de influencia
de aquel centro neurálgico donde se estaba ya creando una
poderosa levadura de independencia, Castilla, que ella misma había construido y
organizado.
Cantabria, que se había vaciado por dar nacimiento a una
empresa histórica de mayores logros, se hace parte, en adelante, esta misma
unidad de cultura y de pensamiento que, iniciada en ella, estaba abocada a
superiores proyecciones.
Si Cantabria creó a Castilla se unió después a ella, como
primer generador sumando, para crear una historia única que las hizo para
siempre inseparables.
Castilla como necesidad
Colección Biblioteca de promoción del pueblo nº 100
Varios autores
Edita zero zyx S.A.
Madrid 1980
Páginas 25-48
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