domingo, 16 de junio de 2013

2º Manifiesto de Covarrubias (Comunidad Castellana 1987)


SEGUNDO MANIFIESTO DE COVARRUBIAS



Castilla surge a la historia en el “pequeño rincón” montañoso situado entre el Mar Cantábrico y el Alto Ebro como un país de hombres libres dueños de las tierras que labran y de grandes extensiones de propiedad colectiva donde pacen sus ganados. Y nace y se desarrolla en Alianza con los vascos (Fernán González fue, no se olvide, el primer conde independiente de Castilla y de Álava, que comprendía entonces la mayor parte del actual País Vasco) independizándose del trono asturleonés continuador de la monarquía hispanogoda toledana, unitaria y de estructuras sociales muy jerarquizadas. La población castellana funde en su suelo viejas estirpes cántabras, vascas y celtíberas, forma una sociedad de tradición igualitaria y crea un Estado de base popular.

La vieja Castilla apenas conoce feudalismo; no medran en su solar grandes latifundios eclesiásticos ni laicos; y en él se desarrollan hermandades, cofradías, merindades y comunidades de ciudad ( o villa) y tierra que se gobiernan autónoma y democráticamente, sin grandes distingos sociales entre los individuos que las integran, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya se unen, libremente y por separado, a Castilla con sendos pactos forales y el vínculo permanente de un monarca común.

Los primeros castellanos se comportan como un pueblo original en sus instituciones, su idioma y su cultura; originalidad que en buena parte viene de sus viejas raíces prerromanas. Su lengua, el hoy llamado castellano, con claras influencias eusquéricas, es el más distante del latín entre todos los romances peninsulares. En la primitiva Castilla los cargos públicos son de elección popular, incluso los jueces, que administran justicia en nombre del pueblo. En Castilla, y en el País Vasco, nace así la primera democracia de la Europa medioeval.

Castilla y León, aunque vecinos, son países diferentes y de muy distintos orígenes y desarrollos. Las estructuras sociales y políticas de los países de la corona de León (Asturias, Galicia y León) están reflejadas en el Fuero Juzgo romanovisigótico, código fundamental en todos ellos (rechazado por los castellanos y los vascos), llamado también Fuero de los Jueces de León, pues con arreglo a sus leyes decidían en la ciudad de León, en suprema instancia, los jueces designados por el rey con jurisdicción en todo el territorio de la monarquía.

León y Castilla contribuyeron en sus orígenes de muy distinta manera a la formación de la nación española. Aquél estableciendo la unidad de un Estado español que – con la excepción portuguesa – llega hasta nuestros días; ésta, defendiendo la personalidad propia de los diversos pueblos hispanos, que también hoy perdura y la Constitución de 1978 proclama.

La historia de la Castilla original y auténtica viene siendo ocultada o adulterada desde hace siglos por una historiografía al servicio de las oligarquías dominantes y por el unitarismo y el centralismo del Estado. Se ha elaborado y establecido oficialmente una imagen de Castilla como pueblo imperialista y dominador que ha sojuzgado a todos los demás de España imponiéndoles por la fuerza su lengua, su cultura, sus leyes y sus concepciones políticas. Falsa imagen castellana que ha causado grandes estragos al dificultar gravemente el buen entendimiento entre todos los pueblos de España.

Castilla no es ni ha sido eso que, tergiversando la realidad, de ella con harta frecuencia se dice. No hay ni ha habido en España una hegemonía ni un centralismo castellanos. Las genuinas instituciones de Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni con unitarismo imperial. La verdadera tradición castellana tiene raíces populares y es comunera y foral: respecto a la libertad de las personas, igualdad ante la ley, Estado de derecho de acuerdo con los fueros y los usos y costumbres del país. “Nadie es más que nadie”, dice una viejísima sentencia popular. Castilla no ha dominado a los demás pueblos de España, ni les ha despojado de su personalidad histórica. No ha sido causante, sino la primera y mayor víctima del centralismo estatal; y no sólo del centralismo político y económico, sino también de un centralismo cultural y homogeneizador que ha desfigurado en todos sus aspectos – histórico, político, cultural, y hasta geográfico – su verdadero ser.

Los castellanos debemos rechazar y denunciar las imposturas de esa mitología falsificadora de Castilla. Esta no puede ser identificada con el Estado español unitario y centralista, del cual sólo fue una parte, y no la de mayor peso. Castilla no ha hecho a España, que es obra de todos sus pueblos; ni nació para mandar, pues surgió a la historia defendiendo su propia independencia; ni ha tenido “voluntad de imperio”; ni es verdad que sólo cabezas castellanas sean capaces de concebir la gran España de todos los españoles.

Castilla – toda Castilla, desde la Montaña cantábrica hasta las serranías de Cuenca, y desde la margen derecha del Ebro en la Rioja hasta la izquierda del Pisuerga en Burgos – debe ocupar el puesto, digno e igual, que en la comunidad fraternal de los pueblos de España le corresponde.

En este crítico momento de su historia el pueblo castellano se levanta para afirmar su derecho a la supervivencia y su voluntad de mantenerla.

Así decíamos los castellanos aquí reunidos, el veintiséis de Febrero de 1977, al constituir Comunidad Castellana como asociación abierta a todas las personas identificadas con su espíritu y sus propósitos.

Hoy, diez años después, Comunidad Castellana al repasar la labor realizada desde su fundación, reafirma sus propósitos originales y pone sus ideas de acuerdo con las nuevas circunstancias nacionales.

La Constitución democrática de 1978 por la que se rige la nación española, en su mismo preámbulo, proclama la voluntad de proteger a todos los pueblos de España en el ejercicio de sus culturas, tradiciones e instituciones; idea reiterada en el Artículo 2 que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la nación. La España de las autonomías está, pues, constitucionalmente asentada en la naturaleza varia y plural de una nación española integrada por diversas nacionalidades y regiones.

Promulgada la nueva Constitución, los primeros gobiernos que de ella dimanaron, de acuerdo con los partidos políticos mayoritarios, procedieron a establecer los correspondientes regímenes autonómicos en las diversas nacionalidades o regiones de España. En la mayoría de ellas (Cataluña, el País Vasco, Andalucía, Navarra, Galicia, Aragón, Valencia, las Islas Baleares, las Islas Canarias, Asturias, Extremadura y Murcia) se tomó como base indiscutible el respeto a los territorios de las entidades históricas. Las tres restantes (León, Castilla la Vieja – o sencillamente Castilla – y Castilla la Nueva – básicamente el antiguo reino de Toledo -) fueron suprimidas.

Castilla fue además destrozada en cinco pedazos: uno de ellos (provincias de Burgos, Soria, Segovia y Ávila) ha sido agregado al antiguo reino de León para formar un conglomerado político-administrativo llamado “Castilla y León” - que no es León ni es Castilla -; otro ha sido agregado a un segundo conglomerado llamado “Castilla-La Mancha”; dos castellanísimas provincias (la Montaña cantábrica, solar originario de Castilla y del romance castellano; y la Rioja, foco principal de la primera cultura castellana) antes que verse incorporadas a una nueva región extraña han preferido las correspondientes autonomías uniprovinciales, salvando así su propia castellana personalidad; y para terminar, el territorio castellano de Madrid, incluida en él la capital de España, ha sido convertido también en comunidad autónoma uniprovincial.

Para justificar tan desatinada arbitrariedad los políticos y tecnócratas que la defienden aducen conveniencias económicas y de adaptación al progreso de los nuevos tiempos y de otras razones no menos artificiosas y falaces, como la peregrina “necesidad natural” de que los castellanos reduzcamos el territorio de nuestro histórico solar para que quede dentro de los límites de la cuenca del Duero. Sabido es que las cuencas de los grandes ríos son frecuentemente asiento geográfico de diversas regiones o naciones. La del Duero es castellana por su parte alta, leonesa en la media y portuguesa en la baja. La del Ebro es en sus sucesivos tramos: castellana, vasca, navarra, aragonesa y catalana. Por otra parte, la porción mayor del territorio castellano se haya fuera de la cuenca del Duero: en la vertiente cantábrica santanderina y en las altas cuencas del Duero, el Tajo y el Júcar.

Todos los países afrontan problemas económicos, y cada nación tiene el espacio geográfico que la historia, por muy diversas circunstancias, le ha asignado. Y ninguna ha sido borrada del mapa porque un cónclave de tecnócratas lo haya considerado conveniente para la administración del país. El progreso material no está reñido con la fidelidad a la patria; al contrario los pueblos más cultos y desarrollados son los que con más esmero y cariño cuidan su herencia histórica y las tradiciones dignas de ser conservadas.

Castilla vive hoy una gravísima crisis en la que se halla en juego su propia existencia como entidad histórica en el conjunto de las Españas. Situación que no ha sobrevenido de repente. Por diversas causas, los pueblos castellanos han venido perdiendo la memoria de su pasado colectivo, base más firme de toda comunidad nacional, y más que por propia dejadez porque les ha sido secuestrada por el unitarismo estatal. Mientras a los catalanes, a los vascos y a otros españoles se les atacó desde el gobierno central por defender sus respectivas culturas y demandar el autogobierno regional, a los castellanos – y con nosotros a los leoneses y los toledanos, como si fuéramos un todo homogéneo -, al contrario, se nos aduló poniéndonos como ejemplo de “verdaderos españoles” y, por ello, de enemigos de toda autonomía regional – calificada de “separatismo” - , a la vez que se mistificaba nuestra historia a gusto y conveniencia de las oligarquías gobernantes, hasta el grado de que cuando, de manera general, se planteó en España la cuestión de las autonomías, pocos castellanos tenían idea clara de lo que Castilla significa, y así, sin previo consentimiento, nos encontramos con que nuestra patria regional – anterior al mismo Estado español – ha desaparecido del mapa.

Reiteradamente hemos afirmado, ante la indiferencia o la incredulidad general, que Castilla ha sido la primera y mayor víctima del centralismo estatal; pero nunca habíamos llegado a pensar que pudiera ser destrozada y eliminada del conjunto español.

¿ Qué hacer en tan grave situación ? Ante todo afirmar nuestra condición de castellanos y nuestra conciencia colectiva con el mismo vigor que otros pueblos de España ponen en mantener la suya.

Hemos de cuidar también la solidaridad permanente entre todas las provincias castellanas, cualesquiera que sean sus actuales condiciones políticas, tanto las incluidas en las nuevas entidades administrativas de “Castilla y León” y “Castilla La Mancha” como las que tienen uniprovincial autonomía.

La Montaña de Cantabria y La Rioja son dos trozos de Castilla que mantienen su propia personalidad histórica y hoy poseen una autonomía que en el futuro puede y debe hacer de ellas baluartes decisivos en la lucha por la reconstrucción de una nueva y cabal Castilla. Ambas provincias han sido partes fundamentales de la Castilla histórica y deben serlo de la Castilla del porvenir. Una Castilla sin las tierras de la Montaña cantábrica y de La Rioja es para nosotros una Castilla tan inconcebible como una Cataluña sin Gerona, un Aragón sin Huesca o una Andalucía sin Córdoba o Granada.

Tampoco podemos olvidar la naturaleza castellana de las tierras de Madrid, aunque esta provincia, por albergar la capital de España, revista un carácter singular. Por ello creemos conveniente para la provincia de Madrid, para Castilla y para toda España en general que la villa de Madrid sea dotada de un estatuto especial adecuado a la función de capitalidad. Ayudaría a estos fines el traslado del gobierno autonómico de la comunidad provincial a otro lugar de su territorio (por ejemplo Alcalá de Henares).

En estas confusas circunstancias, cierta propaganda pretende enfrentarnos a castellanos y leoneses. Es preciso deshacer tan torpe maniobra. El que muchos leoneses anhelen, como nosotros castellanos, la propia autonomía, lejos de ser causa de enemistad entre ambos pueblos debe ser motivo de alianza. Los leoneses y los castellanos debemos estar unidos y actuar juntos, no sólo como españoles – que todos lo somos por igual – sino como víctimas e este caso de una misma injusticia; juntos – que no unificados en un amorfo conglomerado – unos y otros para defender el derecho de nuestros pueblos a las respectivas autonomía regionales.

Una de las características más notables de Castilla es su interna variedad. El viejo reino castellano – y antes el condado independiente – estaba constituido por una multitud de comunidades autónomas en su gobierno interno, como un jefe común, conde primero, rey después. El devenir histórico ha ido reduciendo, en las estructuras políticas de Castilla y en la conciencia de los castellanos, el número de aquellas primeras comunidades al de las actuales nueve provincias.

Si la Castilla autónoma y cabal que propugnamos ha de darse en lo posible una organización interna acorde con su tradición y su naturaleza, debe constituirse como una mancomunidad de todas sus provincias en la que cada una de ellas mantenga la mayor autonomía propia, partiendo del principio que trata de evitar toda opresión centralista – de grande o pequeño radio – de que lo que pueda hacer bien el municipio – o la comarca – no debe hacerlo la provincia; lo que ésta sea capaz de realizar no debe absorberlo la región, y lo que la región pueda llevar a cabo no debe estar a cargo del Estado español.

El resurgir de Castilla tiene que ser obra de sus propios hijos. Lo que no hagamos nosotros para defender nuestra personalidad nacional y obtener nuestra autonomía, no nos lo hará – no debe hacérnoslo – nadie.

Castellanos: la tarea que tenemos por delante es larga y muy dura. A trabajar sin desmayo por una Castilla nueva y tradicional a la vez, fiel a lo que de noble y ejemplar tuvo su pasado y empeñada en levantar un mejor porvenir, a forjar la Castilla cabal de todas sus provincias y comarcas, Comunidad Castellana os convoca a todos en décimo aniversario de su fundación.

En Covarrubias, ante la tumba de
Fernán González, 26 de Febrero de 1987

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