domingo, 16 de junio de 2013

1º Manifiesto de Covarrubias (Comunidad Castellana 1977)


¡CASTILLA DESPIERTA!

 

MANIFIESTO DE COVARRUBIAS

 

Obligada a asumir culpas ajenas, maltratada económica y políticamente, víctima de una confusión histórica acuñada por el centralismo madrileño y el esteticismo literario, Castilla quiere ocupar también un lugar en un Estado español formado por pueblos hermanos.  He aquí el manifiesto hecho público en Covarrublas, por el que se funda la Comunidad Castellana.

 

Por el presente manifiesto se declara fundada la Comunidad Castellana, cuyo objetivo esencial es la restauración cultural, cívica y material del pueblo castellano; el reconocimiento, afirmación y desarrollo de la personalidad de Castilla como entidad colectiva en el conjunto de los pueblos y paises españoles, y la promoción de los intereses y valores de Castilla y de todos los pueblos, comarcas y tierras que la integran.

 

Castilla surge en la historia como un país de hombres libres, dueños de las tierras que labran, con grandes extensiones de propiedad colectiva, que se emancipan del reino leonés.  León representa entonces la tradición visigótica de Toledo y de su idea imperial.  Es una sociedad vertical y jerarquizado.  La población castellana, en la que se conjugan los componentes cántabro, vasco, ceitibérico y germánico popular, con sus viejas tradiciones de libertad, forma una sociedad horizontal e igualitaria, que se orienta hacia el País vasco-navarro y crea el Estado castellano, que es popular, comunero y foral.

 

Un pueblo original

 

Castilla no conoce el feudalismo, sino que se articula en una estructura plural y federal, integrada por hermandades, cofradías, behetrias y comunidades de villa y tierra que se gobiernan autonómica y democráticamente. Alava, Guipúzcoa y Vizcaya se unen libremente, por un pacto foral, al reino castellano.

 

Los castellanos se comportan como un pueblo original y renovador, en su lengua, en sus instituciones y en toda su cultura.  Su lengua, el castellano, es el menos arcaizante, el más evolucionado y distante del latín entre todos los romances peninsulares.  Los castellanos nombran por elección popular los cargos públicos, designan los jueces y administran justicia en nombre del pueblo.  La justicia no la hacen, como en el Estado leonés, funcionarios que aplican el romanizado Fuero Juzgo -que habría de regir en toda España menos entre los castellanos y los vascos-, sino los jueces populares elegidos.  Y estos jueces no fallan las contiendas con sujeción al Libro de León, sino por fuero de albedrio, es decir con arreglo al buen sentido y a la equidad, dando lugar con sus sentencias, inspiradas en los usos y costumbres de la tierra, a un derecho libre que después se formula en los fueros comarcales, creación del espíritu del pueblo.  De esta forma los castellanos dieron nacimiento a la primera democracia que hubo en Europa.

Esta Castilla original y auténtica ha sido desnaturalizada: por el régimen señorial, por el Estado moderno, por el centralismo y el absolutismo de unos y de otros.  Se ha inventado una falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha sojuzgado a los demás de España, imponiéndoles por la fuerza su lengua, su cultura y sus leyes.  Falsa imagen castellana en la que creen muchos, en otras regiones y países españoles, y que tanto daño nos ha hecho a todos, al hacer más difícil la gran empresa del entendimiento y articulación de las Españas.

 

El mito que falsifica

 

Castilla no es eso.  No ha habido una hegemonía castellana ni un centralismo de Castilla.  Las instituciones e ideales genuinos de Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni el imperialismo.  La tradición castellana, es popular, democrática y foral: respeto de la dignidad humana, libertad e igualdad ante la Ley, estado de derecho consagrado en los fueros, pactos y acuerdos de unos concejos con otros, con el Rey y con otros Estados.

 

Si Castilla es el primero de los reinos españoles que pierde sus libertades tradicionales, no es ciertamente por su voluntad, sino después de haber sido vencida en la lucha comunera por esas libertades.  Castilla no ha sometido a los demás pueblos peninsulares ni les ha hipotecado su personalidad histórica.  Castilla no ha sido culpable, sino víctima: la primera y más perjudicada víctima del centralismo español.

 

Pero no sólo del centralismo político, sino de un centralismo cultura]: del centralismo de la cultura establecida en Madrid que ha desfigurado en todos sus aspectos -geográfico, histórico, político y cultural- el verdadero rostro de Castilla.

 

Los castellanos hemos de denunciar y rechazar la mitología falsificadora de Castilla.  Una literatura centralista, ignorante de las realidades de nuestro pueblo, ha sembrado brillantemente la confusión y nos ha enfrentado, injusta y gratuitamente, con los pueblos españoles.  Castilla no puede identificarse con el Estado español: Castilla no es la que ha hecho a España -que es obra de todos-; no es verdad que sólo cabezas castellanas tengan órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral, ni que Castilla sepa mandar y haya tenido voluntad de imperio.

 

Ni mando ni Imperio

 

A los castellanos no nos ha interesado nunca ni el mando ni el imperio.  No es lo nuestro.  La vocación castellana es humanista y el sentido de la vida de este pueblo, profundamente igualitario, conforme a su aforismo esencial de que «nadie es más que nadie>.

 

Desde esta posición, grave y modesta, Castilla -toda Castilla, desde la Montaña y la Rioja a las sierras celtibéricas- debe ocupar sencillamente un puesto, igual y digno, en la comunidad fraterna de los pueblos y países españoles; en una palabra, en la España de todos.

 

El pueblo castellano, ciudades y villas empobrecidas, campesinos marginados, gentes expoliadas, no ha sucumbido a pesar de todo.  En este crítico momento de su historia, azotado por la despoblación y por un inicuo proceso provocado de degradación vital, que compromete dramáticamente su propia supervivencia como tal pueblo, se levanta para afirmar su derecho y su voluntad de sobrevivir.

 

La Comunidad Castellana que se instituye en este acto está abierta y convoca al trabajo a todas las personas que se sientan identificadas con el espíritu de este manifiesto.

 

En Covarrubias (Burgos).  Delante de la tumba de Fernán Gonzalez y de su mujer, doña Sancha. 27 febrero 1977,

 

Comunidad Castellana


 

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