¡CASTILLA DESPIERTA!
MANIFIESTO DE
COVARRUBIAS
Obligada a asumir culpas ajenas,
maltratada económica y políticamente, víctima de una confusión histórica
acuñada por el centralismo madrileño y el esteticismo literario, Castilla
quiere ocupar también un lugar en un Estado español formado por pueblos
hermanos. He aquí el manifiesto hecho
público en Covarrublas, por el que se funda la Comunidad Castellana.
Por el presente manifiesto se declara fundada la Comunidad Castellana,
cuyo objetivo esencial es la restauración cultural, cívica y material del pueblo castellano; el reconocimiento, afirmación y
desarrollo de la personalidad de Castilla como entidad colectiva en el conjunto
de los pueblos y paises españoles, y la promoción de los intereses y valores de
Castilla y de todos los pueblos, comarcas y tierras que la integran.
Castilla surge en la historia como un país de hombres libres, dueños de
las tierras que labran, con grandes extensiones de propiedad colectiva, que se
emancipan del reino leonés. León representa
entonces la tradición visigótica de Toledo y de su idea imperial. Es una sociedad vertical y jerarquizado. La población castellana, en la que se
conjugan los componentes cántabro,
vasco, ceitibérico y germánico popular, con sus viejas tradiciones de libertad,
forma una sociedad horizontal e igualitaria, que se orienta hacia el País
vasco-navarro y crea el Estado castellano, que es popular, comunero y foral.
Un pueblo original
Castilla no conoce el feudalismo, sino que se articula en una estructura
plural y federal, integrada por hermandades, cofradías, behetrias y comunidades
de villa y tierra que se gobiernan autonómica y democráticamente. Alava,
Guipúzcoa y Vizcaya se unen libremente, por un pacto foral, al reino
castellano.
Los castellanos se comportan como un pueblo original y renovador, en su
lengua, en sus instituciones y en toda su cultura. Su lengua, el castellano, es el menos
arcaizante, el más evolucionado y distante del latín entre todos los romances
peninsulares. Los castellanos nombran
por elección popular los cargos públicos, designan los jueces y administran
justicia en nombre del pueblo. La
justicia no la hacen, como en el Estado leonés, funcionarios que aplican el
romanizado Fuero Juzgo -que habría de regir en toda España menos entre los
castellanos y los vascos-, sino los jueces populares elegidos. Y estos jueces no fallan las contiendas con
sujeción al Libro de León, sino por fuero de albedrio, es decir con arreglo al
buen sentido y a la equidad, dando lugar con sus sentencias, inspiradas en los
usos y costumbres de la tierra, a un
derecho libre que después se formula en los fueros comarcales, creación del
espíritu del pueblo. De esta forma los
castellanos dieron nacimiento a la primera democracia que hubo en Europa.
Esta Castilla original y auténtica ha sido desnaturalizada: por el
régimen señorial, por el Estado moderno, por el centralismo y el absolutismo de
unos y de otros. Se ha inventado una
falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha sojuzgado a
los demás de España, imponiéndoles por la fuerza su lengua, su cultura y sus
leyes. Falsa imagen castellana en la que
creen muchos, en otras regiones y países españoles,
y que tanto daño nos ha hecho a todos, al hacer más difícil la gran empresa del
entendimiento y articulación de las Españas.
El mito que falsifica
Castilla no es eso. No ha habido
una hegemonía castellana ni un centralismo de Castilla. Las instituciones e ideales genuinos de
Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni el imperialismo. La tradición castellana, es popular,
democrática y foral: respeto de la dignidad humana, libertad e igualdad ante la
Ley, estado de derecho consagrado en los fueros, pactos y acuerdos de unos
concejos con otros, con el Rey y con otros Estados.
Si Castilla es el primero de los reinos españoles que pierde sus
libertades tradicionales, no es ciertamente por su voluntad, sino después de
haber sido vencida en la lucha comunera por esas libertades. Castilla no ha sometido a los demás pueblos
peninsulares ni les ha hipotecado su personalidad histórica. Castilla no ha sido culpable, sino víctima:
la primera y más perjudicada víctima del centralismo español.
Pero no sólo del centralismo político, sino de un centralismo cultura]:
del centralismo de la cultura establecida en Madrid que ha desfigurado en todos
sus aspectos -geográfico, histórico, político y cultural- el verdadero rostro
de Castilla.
Los castellanos hemos de denunciar y rechazar la mitología falsificadora
de Castilla. Una literatura centralista,
ignorante de las realidades de nuestro pueblo, ha sembrado brillantemente la
confusión y nos ha enfrentado, injusta y gratuitamente, con los pueblos
españoles. Castilla no puede
identificarse con el Estado español: Castilla no es la que ha hecho a España
-que es obra de todos-; no es verdad que sólo cabezas castellanas tengan
órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral, ni que
Castilla sepa mandar y haya tenido voluntad de imperio.
Ni mando ni Imperio
A los castellanos no nos ha interesado nunca ni el mando ni el
imperio. No es lo nuestro. La vocación castellana es humanista y el
sentido de la vida de este pueblo,
profundamente igualitario, conforme a su aforismo esencial de que «nadie es más
que nadie>.
Desde esta posición, grave y modesta, Castilla -toda Castilla, desde la
Montaña y la Rioja a las sierras celtibéricas- debe ocupar sencillamente un
puesto, igual y digno, en la comunidad fraterna de los pueblos y países
españoles; en una palabra, en la España de todos.
El pueblo castellano, ciudades y villas empobrecidas, campesinos marginados, gentes expoliadas, no ha sucumbido a pesar
de todo. En este crítico momento de su
historia, azotado por la despoblación y por un inicuo proceso provocado de
degradación vital, que compromete dramáticamente su propia supervivencia como
tal pueblo, se levanta para afirmar su derecho y su voluntad de sobrevivir.
La Comunidad Castellana que se instituye en este acto está abierta y convoca
al trabajo a todas las personas que se sientan identificadas con el espíritu de
este manifiesto.
En Covarrubias (Burgos). Delante de la tumba de Fernán Gonzalez y de su mujer, doña Sancha. 27 febrero 1977,
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