- obsesión por la “agenda global”, que, a partir de ahora, sustituye a las “agendas nacionales” que no pueden ser sino derivados de la primera y subordinadas a ella, sin tener en cuenta las diferencias de renta, de origen cultural, de desarrollo económico, ni los factores antropológicos y étnicos. De hecho, la Agenda 2030 no ha sido aprobada por los ciudadanos de ningún país, pero si se aplica especialmente en los países occidentales.
- obsesión por la “educación de calidad”, que “permita la movilidad socieconómica ascendente” a 1600 millones de niños y jóvenes que carecían de educación durante la pandemia… sin considerar la diferencia entre las necesidades y las realidades de la educación en África o en Finlandia, o incluso en España, en donde cada reforma educativa ha hundido un poco más a la formación y ha ido aumentando el número de ni-nis (ahora mismo superior al millón, pero que, probablemente tenga una cifra real dos veces superior, a la vista de que el paro juvenil alcanza al 30’7%)
- obsesión por el “hambre cero”, tras lo que se oculta un cambio radical en la alimentación. Bruscamente, apareció el “veganismo” (no ya el vegetarianismo de siempre: los veganos no consumen ningún tipo de producto de origen animal -ni carne, ni pescado, ni aves, ni huevos, ni lácteos, ni miel, ni gelatina: se alimenta de granos, frutos secos, verduras, semillas, legumbres…). No se tiene en cuenta que las calorías que precisa cada actividad, simplemente se subraya que la alimentación “carnívora”, degrada el medio ambiente y acelera el cambio climático (algo que un ministro poco inteligente como Garzón, traduce en metidas de pata continuas). De hecho, de lo que se trata, es de que al hombre -especialmente occidental- le falten calorías y, por tanto, energía suficiente para protagonizar protestas activas. En otras palabras, de lo que se trata es de “amansar” al ciudadano.
- obsesión por el “reciclado”, planteado como “consumo responsable” (olvidando que la publicidad, motor del consumo, conduce a un consumo compulsivo). El “consumo no responsable” tiene “efectos nocivos” sobre el planeta… pero, nos redimimos gracias al reciclado. Los plásticos utilizan el círculo flechado para indicar que se trata de un plástico “reciclable” ¡pero solamente el 2% del plástico colocado en los contenedores para ese fin, termina reciclándose verdaderamente! La insistencia en el “Objetivo 12” dedicado a este tema en el cambio de bombillas es ilustrativo: nos explican que solamente con este gesto se “ahorrarían 120.000 millones de dólares cada año… Así pues, hay que pasarse a los leds. Bien: pero no se dice que los leds, al igual que las bombillas convencionales están sometidas a procesos de obsolescencia programada, que acortan deliberadamente sus vidas. El punto, “ingenuamente”, sugiere que el Covid “ofrece la oportunidad de elaborar planes de recuperación que reviertan las tendencias actuales y nuestros patrones de consumo y producción hacia un futuro más sostenible”. Es la misma idea que difundió Schwab sobre el “gran reset”, colocado como norma en los “Objetivos de Desarrollo Sostenible” de la ONU.
- obsesión por vacunarse de cualquier cosa… inscrito en el “Objetivo 3” de la Agenda 2030. Obsérvese el enunciado: “Garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades es esencial para el desarrollo sostenible”, después de la cual vienen tres párrafos dedicados al Covid. Olvidando el gran fracaso de la filial de la ONU, en materia sanitaria, la OMS, como si no hubiera pasado nada. La vacunación es la solución de esta enfermedad y de cualquier otra para la que exista una vacuna. La Agenda habla de horizontes sanitarios muy distintos: no, desde luego, del que se vive en Europa. Sino que la furia vacunadora se orienta hacia países africanos en donde existen epidemias endémicas. No hay ni una sola palabra sobre “reducir cánceres”, sobre trastornos psicológicos, sobre problemas cardiovasculares generados por ritmos de vida y hábitos insanos, se habla solamente de enfermedades que se resuelvan con vacunas… Ni una sola palabra sobre aditivos, pesticidas, uso y abuso de fertilizantes químicos, vermicidas, fungicidas, que comemos con los alimentos “más sanos” y que reducen la fertilidad masculina, generando tumores y problemas hormonales.
- obsesión por las siglas LGTBIQ+. El “Objetivo 5” es “Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas”. Por algún motivo -los dogmas no precisan explicación- se considera que “este es uno de los fundamentos esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible”… También aquí, la Agenda nos habla de una situación que no tiene nada que ver con nuestro ámbito geográfico. Todas las observaciones sobre la “inferioridad de la mujer”, hace décadas, sino siglos, que no se dan en Europa (dioses y diosas del Olimpo y del Walhalla figuraban en igualdad de condiciones testificando cuál era el concepto europeo sobre la sexualidad), sino que son propias de otros horizontes culturales y antropológicos que, por supuesto, no se citan. ¿Por qué hay que insistir más ahora? La respuesta de la Agenda 2030 es conmovedora en su estulticia: “porque la pandemia Covid podría revertir los escasos logros”. Las medidas para alcanzar este objetivo son exactamente las que ha implementado el gobierno Sánchez en nuestro país. Todo, recomiendan, debe examinarse “desde una perspectiva de género”. En la página explicativa del “objetivo global”, tiene la virtud de ser más concreto: cita los países en los que la mujer tiene algún tipo de problema y discriminación. Se citan desde Marruecos a Tonga, desde Sudáfrica posterior al Apartheid hasta las islas Fiji, desde Bolivia hasta Vanuatu, Estados Árabes y el Caribe, Myanmar y Nepaz, Timor-Leste y Paraguay… pero ninguna referencia a países europeos (salvo Bosnia-Herzegovina, país musulmán). En este punto de apoyan los delirios de las distintas especializaciones sexuales que poco a poco van saliendo (y las que irán saliendo, representadas por el signo “+”… sin embargo, la “H” de heterosexual no parece salvaguardada, protegida, ni siquiera aceptable, sino un sinónimo de “machismo”, “homofobia” y “heteropatriarcado”
- obsesión por el “agua sostenible”. Aparece en el “Punto 6”. El leit-motiv vuelve a ser el covid: “el agua salva vidas”, nos dice: “lavarse las manos es una de las acciones más efectivas contra el covid…”. Da incluso una cifra escatológica: 673 millones de personas defecan al aire libre. Precisamente, uno de los logros de la fundación de Bill y Melinda Gates consiste en un WC que puede ser instalado en cualquier remoto lugar, autónomo y que recicla excrementos. No se alude a las grandes empresas que aspiran a comercializar agua en los países occidentales. Todo el ”Punto 6” tiene que ver solamente con la situación en las zonas más deprimidas del “tercer mundo”. Pero también es cierto que pone el dedo en la llaga ante la contaminación de los ríos -los nuestros también-, a pesar de que se cuida muy mucho de no reconocer la procedencia de esta contaminación: vertidos tóxicos realizados por empresas, habitualmente multinacionales vinculadas al “dinero viejo”. Todo el punto viene acompañado de una advertencia apocalíptica: “el cambio climático podría aumentar la escasez de agua”
- obsesión por la “energía no contaminante”. Recomienda la sustitución de cualquier forma de energía por “energías renovables”, “limpias”, “no contaminantes”. En este punto aparecen todos los dogmas puestos en circulación en los últimos años. Pero la realidad energética de la que nos está hablando tampoco es la de nuestro marco geográfico, sino la que se puede percibir en zonas atrasadas del tercer mundo. Nos dice, por ejemplo, que 3.000 millones de personas “depende de la madera, el carbón o los desechos animales para cocinar y calentar la comida”… pero no se dice que está es, hoy, la principal fuente de deforestación que se da en zonas muy alejadas de Europa. Tampoco se dice que las necesidades energéticas son muy diferentes de un país a otro, pero se insiste en que “la energía es el factor que contribuye principalmente al cambio climático”. Pero, si se trata de eso, habría que reconocer que las centrales nucleares (que solamente emiten vapor de agua) son las “menos contaminantes” y las únicas que están en condiciones de proporcionar los volúmenes de energía necesarios para la supervivencia del comercio y del ritmo de vida de la población de todo el planeta. Pensar que una “molineta” o una placa solar, “salvarán al planeta” y estarán en condiciones de facilitar, incluso en días sin viento y nublados, energía suficiente para mantener a nuestras sociedades, es una quimera estúpida.
- obsesión por el “trabajo decente”. El “trabajo decente” y el “crecimiento económico” aparecen como temas del “Punto 8” que se enuncia así: “Un crecimiento económico inclusivo y sostenido puede impulsar el progreso, crear empleos decentes para todos y mejorar los estándares de vida”. Nos cuenta que, “con el Covid”, “la mitad de todos los trabajadores a nivel mundial se encuentra en riesgo de perder sus medios de subsistencia”. En realidad, esto último es cierto ¡pero no por culpa del covid! ¡sino a causa de la robotización! Las cifras que da la propia ONU en esta materia están en contradicción con lo que han expresado solo unas líneas antes: “El 2017, la tasa mundial de desempleo se situaba en el 5,6%, frente al 6,4% del año 2000”. Así pues, uno de los “Objetivos del Milenio” que era precisamente “más trabajo”, supuso un auténtico fracaso, antes de que apareciera en el horizonte el covid. Sorprende que no se aporte absolutamente ni una sola medida que crear “trabajo decente”. Y, no solo eso, sino que el gran problema sea el que “los hombres ganan 12,5% más que las mujeres”, o el dato gratuito y no explicado de que “se necesitarán 68 años para lograr la “igualdad salarial”. El punto genera muchas más dudas y, sobre todo, perplejidad. El lector se lleva la impresión de que “no hay trabajo decente por culpa del machismo”, o, lo que es lo mismo, ante la imposibilidad de crear “trabajo decente”, la culpa no es de la ONU, sino del “hombre blanco explotador único de recursos naturales y discriminador impenitente de género”.
- obsesión por las “ciudades sostenibles”. Es el “Objetivo 11”: “Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”. Es un punto antológico: la sostenibilidad de las ciudades vendrá generada por el uso de medios de transporte no contaminante (bicicletas, patinetes eléctricos, coches eléctricos). No hay otras medidas. Esto se une a las visiones apocalípticas habituales de la Agenda 2030: “El impacto de la covid será más devastador en las zonas urbanas pobres y densamente pobladas” (lo cual no ha quedado confirmado ni remotamente por los datos). Se insiste en que las ciudades figuran entre los responsables del cambio climático y generan enfermedades respiratorias (sin olvidar que la tasa de esas mismas enfermedades por campesinos que respiran los vermicidas, fungidas, plaguicidas y abonos químicos, que vierten sobre los cultivos, no es menor). Y, lo más sorprendente son las medidas que recomienda: “participar en la gobernanza de tu ciudad”, “tomar nota de lo que funciona y de lo que no”, “abogar por el tipo de ciudad que, a tu juicio, necesitas”… eso es todo: aceptando que las grandes conurbaciones generan problemas de todo tipo, no son los mismos los generador por Barcelona que los que pueden darse en Lagos, capital de Nigeria, o en Wuhan, donde apareció el Covid. Ni son las mismas, ni su crecimiento ha sido el mismo, ni siquiera, su población tiene los mismos rasgos antropológicos y culturales. Por tanto, resulta imposible dar soluciones, más allá de recomendar el patinete eléctrico y la bicicleta (lo que, dados los niveles de contaminación, resulta todavía más peligroso para quienes optar por estas alternativas de transporte).
- obsesión por el “calentamiento global”. Es el tema estrella que irrumpe en el “Punto 13”: “acción por el clima”. Empiezan propagando una mentira: “El 2019 fue el segundo año más caluroso de todos los tiempos”. La segunda mentira, es considerar que el “cambio climático” se inicia con la era industrial y es, por tanto, exclusivamente antropogénico. Ni se inicia entonces, ni el ser humano es el único responsable y, en cualquier caso, su responsabilidad es imposible de determinar. Los datos que se ofrece son contradictorios y ni siquiera son unánimemente aceptados por la comunidad científica: no tienen en cuenta, por ejemplo, que la evaporación de los océanos es una de las causas de la liberación de los mayores porcentajes de CO2. Lo que pide la agenda, finalmente, es “grandes cambios institucionales y tecnológicos”, precisamente lo mismo que propone Schwab en su libro sobre La Cuarta Revolución Industrial.
- obsesión por la “protección del medio ambiente”. El “Objetivo 15” es una reiteración de ideas que se vienen propagando desde los años 80, solo que con una novedad: el Covid, nos dice, es una muestra de que “todas las enfermedades infecciosas nuevas en humanos (…) están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas”. Así pues, se liga “medio ambiente” a “covid”, retroalimentando el miedo a ambos térmicos. Cuando se lee el punto se percibe inmediatamente una contradicción: se alude a que los bosques es el hábitat de los “indígenas” (que se evalúan en 1.600 millones), cuando, en realidad, estos indígenas los que utilizan leña como “combustible” contribuyendo, tanto a lanzar residuos a la atmósfera, como a deforestar. El origen histórico de las migraciones es, precisamente, éste: comunidades que agotan los recursos en una zona y se trasladas a la contigua. La ONU ofrece además cifras fantasiosas sobre abandono de tierras cultivables (olvidando que la eficacia de las técnicas de cultivo es cada vez mayor y, por tanto, hace falta menos superficie para generar más alimento), da cifras escalofriantes de “deforestación” (sin indicar las cifras de “reforestación” y el hecho de que en el “primer mundo”, hoy existe más superficie forestal que hace 100 años; une estas cifras a la “desertificación” (que se produce por mecanismos que no tienen nada que ver con la actividad humana) y, finalmente, genera pánico e indignación entre los “conservacionistas”, añadiendo que el 22% de las “razas animales conocidas” están en “peligro de extinción” (eludiendo decir que se trata, en gran medida, de invertebrados y ocultando que cada año se descubren especies nuevas, o que, la historia del globo es una historia continua de sustitución de unas especies por otras desde que apareció la primera ameba).
- obsesión por “las instituciones sólidas”. El “Objetivo 16” propone “promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas”… Detrás de esta palabrería se encuentran algunos datos mucho más realistas: se habla de “corrupción policial y judicial”, en absoluto de corrupción política. Se alude a “presos detenidos sin sentencia”, pero en absoluto del “aumento de la criminalidad”. Y, lo más sorprendente, que se evidencia el interés de la ONU en que toda la población mundial esté fichada e identificada: se da como cifra censurable el hecho de que el 46% de los niños nacidos en África “no se ha registrado su nacimiento”. Se manejan cifras de ACNUR sobre número de refugiados (70 millones en 2018, “la más alta registrada por ACNUR en 70 años”) y sobre la “desaparición o asesinato de defensores de los derechos humanos” (357 en 2018). No se dice nada de “refugiados” que no lo son, sino que huyen de países en donde no reciben ayudas sociales y llegan a occidente atraídos por subsidios, subvenciones y demás ventajas. No se dice ni una sola palabra sobre lo que se entiende por “instituciones sólidas”, pero puede deducirse que son aquellas que “fichan” a todos los ciudadanos. Y, finalmente, como no podía ser de otra forma, se une la “justicia y la paz”, al “desarrollo sostenible”, sin argumentación que lo avale.
- obsesión por la “ayuda al desarrollo”. El último objetivo es, en realidad, un resumen y un paradigma de todo lo anterior. Es el “Objetivo 17”: “Revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible” al que solamente puede llegarse, nos dicen, “con instituciones sólidas y cooperación”. Y para ello, son necesarias “asociaciones inclusivas a nivel mundial”. Lo que nos están proponiendo es: 1) considerar el “desarrollo” sólo a nivel mundial, 2) lo que implica que los “países ricos”, deben ayudar a los “países pobres” (olvidando a los “pobres” de los “países ricos”… y el hecho de que los primeros son Estados independientes, con soberanía y gobiernos propios que, de ninguna manera la Agenda 2030 censura por sus actuaciones, su falta de representatividad o su rapacidad), 3) si esta ayuda desciende, no habrá “desarrollo sostenible” (olvidando que las cantidades giradas por Europa al Tercer Mundo, han grandísima medida, han sido dinero tirado al basurero, encubrimiento de corrupción política y desvío de fondos). Dan una cifra apabullante: “El número de usuarios de Internet en África se duplicó en los últimos cuatro años”, para añadir, a continuación, otro que sugiere que debemos ayudar más: “cuatro mil millones de personas no usan Internet, y el 90% de ellos son del mundo en desarrollo”. Luego hay que seguir enviando fondos a África para que hasta el último aborigen esté entretenido con Internet. ¡Como si Internet fuera el remedio universal a todas las carencias del mundo! Es significativo que se hable de Internet y no de alimentos. Lo más ofensivo de este discurso es considerar a los habitantes del Tercer mundo como minusválidos incapaces de valerse por sí mismos y que precisan para mejorar su situación ayudas procedentes de Europa.