No podemos olvidar, no queremos, que 2020, el año de la pandemia del Covid, se cerró con la aprobación de la Ley de la Eutanasia, el ultimo logro del sanchismo en materia de derechos humanos.

Cualquiera puede morir gratis. De ahí el absurdo de la eutanasia. A ver príncipe: ¿quieres matarte? Pues no líes a los demás, suicídate sin asistencia alguna. Existen múltiples formas. Por ejemplo, tírate desde el balcón o pídele a un amigo policía que te preste el arma y pégate un tiro en la sien. Esto último es rápido y casi indoloro. Pero no líes a un médico, ni a todo el sistema sanitario, ni a los tuyos: eso es impropio de un caballero.

Además, la eutanasia recuerda aquella anécdota que contaba ese gran periodista que es Luis Ángel De la Viuda, sobre cierto director de periódico para el que trabajó mientras velaba sus primeras armas como periodista, en el Madrid de la posguerra. El susodicho advertía a sus redactores de la siguiente guisa:

-Si me entero de que os habéis vendido por dinero, me enfadaré mucho pero os perdonaré. Si me entero de que os habéis vendido por sexo, me enfadaré aún más, pero os acabaré perdonando. Pero si me entero de que os habéis vendido alegando que tenéis una familia que mantener… ¡os despido sin contemplaciones!

La solución final no es solución y nunca es el final. Y matar por compasión es muerte pero jamás compasión

 

A ver, eutanásico: si duele, pide ayuda que medios hay. Si estás deprimido, parte de la culpa es tuya… y hay ayudas. Pero la solución final ni es solución ni es el final. Y matar por compasión es muerte pero jamás compasión.

Pues eso. Miren ustedes: la primera forma de pensamiento es el agradecimiento… por estar vivo. Por el simple hecho de disponer de una vida, siempre formidable. Ahí empieza la construcción racional, libre, del ser humano. Si quieres echarla por tierra, al menos no tengas la desfachatez de liar a los demás en tu salvajada: tírate por el balcón o ábrete las venas, y deja a los demás en paz. Si, salvajada, que no hay homicidio más ingrato y más repugnante que el suicidio.

Ahora bien, cuando, encima, las manías del agonías se convierten en ley cabe exclamar aquello del general Tito, hijo del emperador Tito Vespasiano, el hombre que destruyó Jerusalén en el año 70, una de las matanzas más horribles de la historia profetizada por Cristo y utilizada como imagen y parangón de la etapa final de la historia.

Si quieres matarte, no líes a los demás: suicídate sin asistencia

 

Hablo del sitio de Jerusalén sobre el cual, el historiador y testigo judío -aunque vendido a los romanos- Flavio Josefo habla de más de un millón de muertos. Me refiero a un desastre que propició la diáspora judía, que transcurre desde el año 70 hasta el establecimiento del Estado de Israel, en 1948.

Pero lo más curioso es que Tito se negó a aceptar la medalla conmemorativa del Senado por su conquista de Jerusalén. Insisto, por esa conquista que el mismo Jesucristo ubica como imagen del fin del mundo. ¿Y por que se negó? Tito argumentó para su rechazo que, a pesar de la dureza de la batalla,“no hay mérito en derrotar un pueblo abandonado por su propio Dios”.

La primera forma de pensamiento es el agradecimiento… por estar vivo

 

Y así es. El pueblo judío había sido abandonado como pueblo elegido, que se otorgó a otro pueblo, a la Iglesia. Y Tito, que no era un cristiano y que no creía en más Dios que en su padre, el emperador -es más, su principal empeño en Jerusalén fue destruir el templo de Dios-, percibió que su enemigo tenía poder pero también odio, un verdadero pueblo homicida, enfrentado consigo mismo. En la guerra judía, los paganos romanos fueron crueles con los hebreos: igual de crueles fueron los judíos con los disidentes.

Y resulta que la bestia de Tito no conocía a Dios, pero sabía de los efectos que la divinidad tiene sobre la humanidad. Y allí, en la actitud heroica pero rabiosa de los zelotes, el gran Tito se dio cuenta de que no andaba Dios.

Traducido: ¿cómo no iba a llegar la eutanasia a España si los españoles hemos abandonado a Cristo, cuando hemos convertido en un derecho la muerte del más inocente y más indefenso de todos los seres humanos, el concebido y no nacido?

Buen comienzo para 2021: año eutanásico. ¡Pero qué grande eres, Pedrito!