lunes, 23 de marzo de 2020

Consideraciones espirituales sobre la pandemia. Comité Tradicionalista Civitella del Tronto

Consideraciones espirituales sobre la pandemia. Comité Tradicionalista Civitella del Tronto

22 marzo, 2020

Queridos amigos:
La situación excepcional que estamos viviendo, precisamente por su carácter particularísimo y por sus vastos efectos, exige una reflexión que vaya más allá de la, por otro lado, comprensible, búsqueda de información y novedades. Por ello, sentimos el deber de proponer algunas consideraciones:
1. En esta situación que estamos atravesando nos enfrentamos a lo desconocido, a lo inesperado, a lo ignoto. Lo que se teme (el virus) es un adversario oculto: puede estar en todas partes o no estar en absoluto. Muchos expertos han confesado desconocer cuáles son los conocimientos necesarios para preparar medidas sanitarias probadas y efectivas. Batallamos contra un misterio, ya sea por su significado extenso (lo que ignoramos) o por su significado intensivo (lo que transciende). Ha resurgido el misterio que el positivismo moderno intenta eliminar de la existencia humana y que el practicismo presume haber sometido a la operatividad. Se ha hecho evidente la fragilidad humana y con ello, la necesidad de tomar nota con la necesaria humildad. La epidemia ha puesto de manifiesto la inutilidad del orgullo típico del antropocentrismo moderno. Y lo ha hecho añicos con mucha rapidez.
2. La epidemia está minando rápidamente los mitos más tenaces de la modernidad y de la posmodernidad. Para empezar, el mito de un saber racional, capaz de comprender y de prever todo y, por lo tanto, de dominar cualquier situación, incluso la vida y la muerte. También el mito de la ideología del progreso sin límites, inexorable como el paso del tiempo, capaz de garantizar un incremento cualitativo generalizado, tanto para individuos como para pueblos; y de ofrecer a todos, gradualmente, bienestar, paz y libertad. Por último, el mito de los diseños del globalismo y, en la práctica, de la globalización, que alimentan la esperanza de la desaparición de fronteras, de la interconexión planetaria y del mestizaje invasivo.
La epidemia global está derrumbando todos estos mitos y dándoles su lugar entre los muchos engaños que a menudo logran revelar su naturaleza ilusoria más eficazmente que muchos análisis. En estos momentos, mientras asistimos al atardecer del activismo, de la promiscuidad y de lo efímero, aunque de manera temporal y forzosa, se redescubre la importancia de las fronteras (políticas), de los muros (domésticos) y de la privacidad (personal). Puede incluso que redescubramos también la importancia del silencio y de la reflexión.
3. Las singulares características del virus y de su propagación (sobre todo al principio) dejan la puerta abierta a las más variadas hipótesis. Muchas a lo mejor inquietantes, otras definitivamente desmitificadoras. Sin embargo, rechazarlas porque no las avalan “las versiones oficiales” o los medios de comunicación “acreditados” sería un acto ingenuo y superficial (quizá también servil). Considerar con atención estas hipótesis es una exigencia racional. Valorarlas con serenidad, una exigencia moral. Sobre todo, porque en este caso, como en muchos otros análogos, no es difícil advertir que la representación mediática no coincide con la realidad y que los datos expuestos (no raramente) resultan inverificables. En suma, pese a la sensación de ser informados constantemente hasta el último detalle, en realidad se trata de actos de fe (humana) en una imagen determinada de la situación (que parece requerir solamente soluciones obligadas e inevitables – las que ya están en funcionamiento … ‒ con las consecuencias que puedan acarrear).
4. No debemos pasar por alto que las guerras, catástrofes y crisis han sido a menudo (sobre todo en los últimos dos siglos) ocasiones propicias para llevar a cabo transformaciones revolucionarias, para alterar estructuras y costumbres, para subvertir instituciones, para imponer cambios (normalmente a peor) que de otro modo habrían encontrado oposiciones y obstáculos. De esta manera, la justificación que nace de la excepcionalidad de la situación se basa en el miedo y en la inevitabilidad y consigue vencer reservas y resistencias, o al menos las mitiga y las debilita. ¿Somos acaso el vórtice de un experimento de ingeniería social? ¿Consiste este experimento en comprobar la posibilidad de imponer nuevas formas de control generalizado y de nuevos estilos de vida? ¿Quizá esté relacionado con las innovaciones, consideradas como la panacea que resuelve todos los problemas? Será necesaria una mirada astuta, una capacidad de evaluación lúcida y una vigilancia activa.
5. Si observamos la sucesión de las fases de la epidemia, con las improvisaciones, incertidumbres e incoherencias que las han marcado, se hace necesario recuperar una célebre reflexión de Joseph de Maistre.
Los hombres protagonistas de la revolución francesa parecían liderarla, pero en realidad eran arrastrados por la misma. Los acontecimientos en sí mismos tenían una dinámica que, en el fondo, iba más allá de ellos y les superaba. De esta manera, los que parecían ser los líderes eran en realidad personajes rasos. Aunque algunos vivieran éxitos efímeros, lo cierto es que se encaminaban inevitablemente hacia el olvido. Parecía que eran ellos los que tomaban las decisiones, pero en realidad los acontecimientos las tomaban por ellos. Incluso aunque se hallaran en la cima del poder, no hacían más que establecer las bases de su derrota. Si bien sofocaron a sus oponentes, la verdad es que les tragó el mismo proceso que ellos desencadenaron.
Esta epidemia, sea cual sea su origen y destino, está demostrando que arrastra más que se somete, que alarma más que enseña.
6. Ante esta epidemia, las consideraciones dominantes son principalmente de carácter naturalista y secularista; las respuestas que se buscan y las propuestas que se hacen, de carácter horizontal. Los únicos a los que se recurre en busca de un poco de luz son los expertos en el ámbito biomédico. Les preguntamos el cómo y no prestamos atención al porqué. Y en este torrente continuo de noticias y conjeturas, lo cierto es que quien se deje llevar por él se perderá cada vez más. La acumulación de cifras no hace más que vaciar la mente de cualquier referencia. La ansiedad por poner números a la salud es una vía libre a la consternación y a la soledad.
Como es típico en un mundo secularizado, la ausencia de sacralidad se traduce en un empobrecimiento radical: una “liberación” no de las cadenas hipotéticas sino de la inteligencia de los principios, del propósito sustancial, de la posibilidad de resistir el mal. Ante las tragedias, la secularización no tiene respuestas verticales, sino únicamente cifras que se prestan a las más diversas interpretaciones. El hombre secularizado se descubre huérfano no solo de padre (de Dios padre y de cualquier paternidad), sino también de esperanza.
7. Durante siglos las epidemias, las carestías y las guerras se han considerado desgracias frente a las cuales cabía invocar el perdón y la ayuda del Cielo. El saber cristiano enseña que todo depende de Dios, directa o indirectamente, por voluntad positiva o permisiva. Dios quiere el bien, pero a veces tolera el mal. Y lo hace para conseguir un bien mayor. Nada escapa a la omnipotencia de Dios. Dios no obra solo a través de las leyes de la naturaleza o a través de cauces secundarios, sino que también puede intervenir milagrosamente contra y más allá de las causas naturales. En su búsqueda de una explicación profunda para las cuestiones más graves, la inteligencia (sin menospreciar los esfuerzos por estudiar las causas más próximas) no puede elevarse a lo Alto. Y a la voluntad no le queda otra que invocar la ayuda del Todopoderoso. No se trata solo de una petición de la fe, sino de una exigencia de la razón.
8. Antes las desgracias, lo Santos recurrieron a la penitencia y a la oración. Reconocieron en las calamidades las consecuencias de los pecados y de los vicios. Suplicaron la intervención del Altísimo, rogaron la intercesión de la Virgen. Sin embargo, hoy en día los eclesiásticos no llaman a la conversión, sino a la asimilación de las ideologías predominantes. Hasta el punto de tomar decisiones que, lejos de ser muestra de arrepentimiento, impiden incluso el acceso a las iglesias.


Comité Promotor de los Encuentros Tradicionalistas de Civitella del Tronto

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