En la España antigua las casas olían a hombre; no a mujer
... cuando aquellos nuestros hidalgos, de solar, y casa
conocida, y devengar quinientos sueldos, labraban sus casas, tomando el modelo
del valor de los hombres, que las habian de habitar, y no como ahora, que se
labran al gusto, y sabor de las mujeres, que las han de ventanear, afeytadas
como ellas, hechas todas jardines, porque las vidas de sus dueños pasan en
flores, y banquetes, entrando una vez un Rey de Leon en la casa de uno de
aquellos Hidalgos de la Montaña por una puerta labrada à lo antiguo, cuya tapiceria
del recibimiento en el zaguan, eran paredes cubiertas de lanzas, dardos,
chuzos, ballestas, y otras armas de aquel tiempo: entro mas adentro en otra
cuadra, y hallo, que la ocupaban morriones, arneses, paveses, jacos, y cotas, y
llegando al patio de ella, le vió cercado de pesebreras, y sobre ellas algunas
sillas, bridas, y ginetas; que correpondian à la suerte del caballo, que
ocupaba el pesebre: entraba el Rey à cierta necesidad corporal, que se le havia
ofrecido, y como entonces no se usaba la plata en los servicios, sino
escasamente en las monedas, fue fuerza que entrase hasta los corrales, donde
halló arados, aguijadas, calderos de pastores, y como en toda la casa no viese
otra cosa , al salir dixo riendose, Esta casa mucho sabe à su dueño, hombre es
el que la habita, huele la casa à hombre. Si asi fueran las casas, y dueños de
ellas ahora, olieran à hombres, y no a mujeres...
(Antonio Liñán y Verdugo, Guia y avisos de forasteros que
vienen a la Corte, Aviso VII, 1623)
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