El voto conservador
Las últimas elecciones han demostrado que España es un país profundamente conservador, no en el sentido de las ideas políticas, sino en el de la praxis, en el del vulgo que reza ¡Virgencita, que me quede como estoy! Contra lo que pueda parecer, el voto a la socialdemocracia es lo más inmovilista que cabe imaginar: se trata de una ideología en retroceso y desaparición en toda la Europa avanzada, esa tan rubia, tan alta y tan rica que siempre hemos admirado. Sin embargo, la Península Ibérica, el rabo por desollar de Europa, vota a los socialistas y ha convertido estas tierras de pan llevar en la reserva moral de Occidente, en la Luz de Trento de una ideología que se agota después de un siglo en el que fue hegemónica.
¿Por qué semejante fenómeno? En primer lugar, y sin lugar a dudas, por el clásico atraso español. Aquí siempre está de moda lo que en Uropa se ha llevado veinte años antes. Somos como esos primos pobres que heredan la ropa ajada de los parientes ricos y que con tan tristes galas presumen de modernos de pueblo. Lo nuestro, en política, es lo palurdo, como una boda civil en los suburbios: el novio que no se sabe hacer el nudo de la corbata rosa fucsia, la parienta de blanco, con el tatuaje de Camarón en el escote, y el concejal de la Pesoe trastabillándose en las lecturas y soltando chascarrillos. Música de fondo de Paquito el chocolatero mientras tíos curdas gritan ¡Que se besen! Algo no muy distinto es nuestra casposa “élite” de icetas, rufianes y garzones.
En segundo término, no podemos olvidar la condición de hortera del “doctor” Sánchez. El presidente del Gobierno lo es en el sentido actual de la palabra, pero más aún en el significado tradicional del término: factor, dependiente vestido de domingo, mozo que merca fajas a las sesentonas en el mostrador del almacén entre piropos rancios, guiños picarones y algún pellizco en las ancas de las muy ladinas: pero el género lo vende. En este caso, el patrón que le paga los viajes en Falcon y el despliegue de boato chabacano al “doctor” Sánchez es el Ibex 35, encantado con este muchacho sin ideas ni inteligencia ni principios, pero que, precisamente por eso, ha podido ser radical de izquierdas, separatista a ratos, socialdemócrata siempre y de vez en cuando liberal. Lo bueno de un cántaro vacío es que se puede llenar con cualquier cosa. Este cacharro de burda cerámica sirve para contener a la extrema izquierda y para que los separatistas no desborden el búcaro. Es un maestro del tente mientras cobro y del ande yo caliente. Su audacia, su obstinación, su cinismo y su desvergüenza lo convierten en un perfecto instrumento de las oligarquías de Bruselas y Madrid. Es el administrador que mantiene la finca de los señoritos y al que se le consienten algunas sisas a cambio de que mantenga el cortijo en paz.
La mayoría de los españoles ni son ambiciosos ni esperan más de la vida que una subvención, una paguita, aunque sea de 400 euros.
Tampoco podemos olvidar que la mayor parte de los españoles ni son ambiciosos ni esperan más de la vida que una subvención, una paguita, aunque sea de cuatrocientos euros, o un aguinaldo público que se combine con un par de chapuzas pagadas en negro. Y así se va tirando, y no del todo mal, en un país en el que quien tiene talento, iniciativa y ganas de hacer algo acaba por marcharse a las grandes ciudades o al extranjero. ¿Para qué criar mala sangre aquí cuando uno puede llegar a ser alguien en Alemania? Haces las maletas, coges el primer avión para Hamburgo y santas pascuas. Para ver nuestro retrato de Dorian Gray, escrute el lector qué palmito lucen los líderes que han conseguido las mayorías absolutas en Extremadura y Castilla La Mancha. Su triste figura en los carteles, en especial la de Fernández Vara, muestra cuál es el talante, cuál el proyecto: “Nada os turbe, sigamos todos, y yo el primero, con las eternas rutinas, con la siesta secular, con la sopa boba”. Hace cien años dormitarían en un casino de pueblo bajo los flatulentos efectos del cocido y pasarían las noches jugando al julepe en la rebotica. No hay nada más parecido a un cacique de Arniches que uno de la Pesoe. Son un mal endémico, un atavismo social, una peña de compadres que controla empleos, subvenciones, ayudas y peonadas y mantiene bajo su férula implacable a una población que prefiere el pan para hoy y el hambre para mañana, porque mañana nunca llega y Dios proveerá. O eso creen ellos.
España lo aguanta todo. Como un burro lleno de mataduras, no nos mueven ni con palos ni con zanahorias. Y es eso, la testarudez de la acémila que masca su puñado de cebada, lo que mantiene el poder de la socialdemocracia. El problema es que los grupos a los que se les extrae el pienso ya no dan más de sí. Montar un negocio en España es llorar, como antes lo era escribir. Basta que alguien muestre un poco de iniciativa para que caigan sobre él, como sobre el faraón de Egipto, las siete plagas en forma de expedientes, apremios, licencias, tasas, impuestos, autorizaciones y demás sacacuartos. Las autonomías y los ayuntamientos idean tales gymkanas fiscales, que uno ya no se atreve ni a tirar un tabique de su casa. Imagínese el lector lo que le espera al audaz y temerario contribuyente que quiera montar un negocio. Una nación no puede sobrevivir si medio país se dedica a explotar a la minoría que produce en la economía real. Hemos sustituido a los nobles y el clero por los políticos y las clases asimiladas de los contratados temporales, los asesores y los beneficiarios de las canonjías de los chiringuitos minoritarios (hoy, ser feminista o secuaz de la memoria “histórica” es como antes tener un estanco). Tarde o temprano se acabarán el arroz y la tartana y llegarán los recortes. Y con ellos se les dará un tajo a las ayudas, subvenciones, subsidios y peonadas, cuyo triste monto entonces será como la cebada en el rabo del burro muerto. Hacia eso vamos por culpa de nuestros pecados, por ser "asín". Nada nuevo bajo el sol. Muy poco hemos cambiado desde Calomarde.
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