Revuelta contra el mundo moderno
Para la supervivencia y el mantenimiento de un pueblo a largo plazo es indispensable la existencia de un tejido social, de unos vínculos y lazos comunes que creen arraigo, sentimiento de pertenencia y, como consecuencia, estabilidad y fortaleza. Que mantengan una población unida, con creencias y con causas compartidas. Pensar en “pueblo” y no pensar en “comunidad” es, utilizando las célebres palabras de Allende en su discurso de Guadalajara sobre juventud y revolución, una contradicción “hasta biológica”.
No obstante, el camino que, desde los últimos años, nuestras sociedades están tomando, y que no parece exista intención de cambiar, se dirige hacia una situación profundamente contraria a lo anteriormente expuesto. Nos encontramos cara a cara con un fenómeno de progresiva pérdida de tejido o capital social, fenómeno que ha sido analizado por el prestigioso politólogo y sociólogo Robert Putnam. En uno de sus estudios conocido como “Bowling Alone” (1995) concluye que, en las sociedades norteamericanas -como representación de la sociedad occidental-, se estaba produciendo un grave y progresivo declive en la actividad asociativa, familiar, vecinal y comunitaria en general, afectando profundamente a las clases medias. Una tendencia que se mantiene y se acrecienta en nuestros días.
Del mismo modo, señala la extremadamente necesaria presencia de estos vínculos para la estabilidad de la sociedad frente a aquellas amenazas que puedan hacer tambalear su integridad. Paralelamente, expone que se constituye como motor principal de creación de este tejido social una sociedad edificada sobre la estructura familiar.
Nos dirigimos a pasos agigantados hacia un modelo de ciudadano moderno, individualista, descomprometido con su sociedad, sin arraigo ni creencia alguna. Fácilmente manipulable a través de las lógicas del consumismo y la mundialización. Esto es teorizado a la perfección por Herbert Marcuse en su “Teoría del Hombre Unidimensional”. En ésta, Marcuse afirma que la sociedad moderna crea falsas necesidades que integran al individuo en el existente sistema de producción y consumo, focalizado a través de los medios de comunicación masiva y la publicidad. La modernidad supone un control cosificador de la conciencia y la mente humana y afirma que la suprema manifestación de este control es el apogeo del individualismo.
Este fenómeno, señala Putnam, es consecuencia de lo que nosotros consideramos la aplicación de la moral y los valores modernos/progresistas. La asimilación de esta nueva “cultura occidental” está resultando en profundas transformaciones sociológicas y demográficas, el drástico descenso de la natalidad, la reducción del número de matrimonios –institución que se vislumbra como un compromiso que restringe al individuo-, el aumento exponencial de rupturas conyugales, todo lo cual ha supuesto un grave daño a la estructura familiar y a los lazos de unión de nuestras sociedades. Especialmente a las familias de clase media, aquellas históricamente más vinculadas a las comunidad.
Del mismo modo, la transformación tecnológica del ocio produce como resultado la individualización y privatización del tiempo libre. La televisión fue claramente ejemplificante en su momento: existen múltiples estudios que revelan la cantidad de tiempo que el ciudadano occidental medio pasaba delante de la televisión, que más allá de mermar su espíritu crítico, resulta en el deterioro de su relación con la comunidad. Hoy, en un paso más, el ocio se ha trasladado a los dispositivos electrónicos, mucho más individuales en su uso y mucho más absorbentes en el tiempo consumido en ellos. Las redes sociales no han venido a complementar, para enriquecerlas, nuestras relaciones humanas con otras personas de nuestro entorno; han venido en muchos casos a sustituirlas y desplazarlas.
Es éste el perfil ideal de ciudadano que ansían crear las grandes potencias y élites financieras. Ciudadanos individualistas, sin arraigos ni creencias y fácilmente manipulables a través de la lógica de consumo. Naciones desestabilizadas, desestructuradas sociológicamente, carentes de soberanía al igual que de identidad para reconocerse a sí mismas, saber cuál es su lugar en el mundo y cuál es su cometido. Naciones conformadas por ciudadanos-consumidores al servicio de los intereses de dichas potencias. Este fenómeno, no quepa duda, es fomentado desde altas esferas de las finanzas internacionales.
Entre muchos otros, el más claro ejemplo es el de George Soros. Día sí y día también encontramos titulares en los periódicos sobre nuevos casos de financiación de todos aquellos fenómenos que puedan contribuir a su causa. Harán todo lo posible por potenciar aquellos acontecimientos que puedan destruir los lazos sociales existentes, desestabilizar nuestras sociedades y hacerlas más apropiadas a sus intereses. Contra esto, la mejor arma es la unión de la comunidad.
Frente al individualismo, la colectividad. Frente al materialismo, la espiritualidad. Frente a la falta de compromiso, la coherencia y la lealtad. Frente a la vida moderna, la vida familiar y de valores. Frente al mal llamado “progresismo”, las raíces. Sociedades unidas, fuertes y de firmes convicciones. La unidad de acción es la verdadera arma que temen los mundialistas.
Emilio Esteban
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