El peligro de la ultra corrección
política
La gente está hasta el moño de la corrección política y de ideologías absurdas
que solo triunfan gracias al poder del estado. Hasta el moño de que haya temas
tabú y de no poder opinar sobre lo que quiera, hasta el moño de que le digan
que es radical por pensar.
A raíz de las elecciones andaluzas, los medios y la casta política se han llevado las manos a la cabeza.
Y algunos dicen: ¡La ultraderecha ha entrado en las instituciones!
Incluso algunos han alentado a los suyos a tomar las calles para frenar el avance del fascismo en España.
Y los autodenominados antisistema, obedientes a sus poderes, han salido a la calle con palos y banderas.
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España está dividida. La mitad pasa de estas tonterías, y la otra mitad se ha convertido en experta en movimientos sociales y se dedica a etiquetar al rival de extrema derecha, ultraderecha y otros tecnicismos.
No se salva nadie. Se han escrito ríos de tinta sobre la ultraderecha, sobre sus rasgos principales, sobre
el porqué de su crecimiento y cien milongas más.
En lugar de decir: hemos fracasado, cada vez hay más gente harta de nosotros, y como caballeros aceptar la derrota, se erigen en dioses, patalean, lloran
Definirlo es mucho más sencillo de lo que parece, no hace falta vestirlo de palabras pomposas y teorías
elaboradas.
La gente está hasta el moño de la corrección política y de ideologías absurdas que solo triunfan gracias
al poder del estado, hasta el moño de que haya temas tabú y de no poder opinar sobre lo que quiera,
hasta el moño de que le digan que es radical por pensar, hasta el moño de que con ligeras variantes,
todos tengan el mismo fondo. A la postre, harta de que sea tan peligroso defender en la esfera
pública, lo que es de sentido común.
Y el sistema es tan cobarde que, ante los resultados de unas elecciones, y en lugar de decir: hemos
fracasado, cada vez hay más gente harta de nosotros, y como caballeros aceptar la derrota, se erigen
en dioses, patalean, lloran, dan los últimos coletazos, visten a su oponente político de señor de las tinieblas,
humillan a sus votantes, envían a sus lacayos a las calles a protestar e intentan, con juego
sucio, tapar la boca de cientos de miles que poco a poco empiezan a decir BASTA.
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