«Izquierda y género»
por Juan Manuel de Prada
«Izquierda y género» por Juan Manuel de Prada para el
periódico «ABC» publicado el 13/II/2018.
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Toda esta demencia de género que ha estallado, al socaire de
los abusos sexuales de Weinstein, con sus cazas de brujas, sus furores
censorios y sus «portavozas» chillonas (tantas y tan chillonas que ya son
«portavocerío»), habría hecho las delicias de Ernesto Laclau.
Consideraba Laclau que la izquierda, si deseaba alcanzar la
hegemonía política, debía arrumbar en el desván de las reliquias todo intento
de democracia consensual; y, en su lugar, debía suscitar «antagonismos» en la
población, sirviéndose de los movimientos y minorías emergentes. Entre tales
movimientos, Laclau se refería al feminismo, en el que descubría un inmenso
potencial revolucionario, si se sabía azuzar su resentimiento contra las
«estructuras de opresión patriarcal». Laclau quería enervar los problemas
sociales para luego sacarles rédito político; pues consideraba que sólo desde
una sociedad conflictiva, erizada de «antagonismos», se podría construir una
hegemonía de izquierdas. Toda la demencia de género que en estas fechas
respiramos reproduce fidelísimamente el modelo de acción política diseñado por
Laclau.
Otro marxista más ortodoxo, el historiador Eric Hobsbawn, se
declaró en cambio abiertamente contrario a este modelo. Primeramente, Hobsbawn
señalaba sin ambages que, detrás de estos movimientos, hallábamos siempre la
búsqueda de ventajas egoístas, «por ejemplo, discriminación positiva, cuotas en
puestos de trabajo, etcétera». Y para cuantificar mejor las ventajas egoístas
que busca la ideología de género sería interesante conocer, por ejemplo, las
cantidades pecuniarias, procedentes tanto de los presupuestos generales del
Estado como de los fondos europeos, que se destinan a combatir las «estructuras
de opresión patriarcal».
A juicio de Hobsbawn, estos movimientos ávidos de ventajas
egoístas terminarían debilitando a los partidos de izquierda y dando alas a sus
contrincantes. Y advertía que la izquierda sólo ha logrado conquistar el poder
cuando se ha movido por causas universales; y que, cada vez que se ha movido
para representar los intereses de grupos de presión o movimientos sectoriales,
«perdió la capacidad de ser el centro potencial de una movilización general y
popular». Así ocurrió, por ejemplo, cuando Margaret Thatcher supo aprovecharse
de las reivindicaciones identitarias de diversos movimientos apacentados por la
izquierda «para convertir al tradicional Partido Conservador de «toda una
nación en una fuerza capaz de librar una lucha de clases militante».
A juicio de Hobsbawn, las políticas de identidad que había
asumido la izquierda «no sólo aislaron a la clase trabajadora, sino que la
dividieron», logrando que muchos trabajadores terminasen votando a Thatcher,
que por supuesto desde el poder subvencionó opíparamente estos movimientos;
pues, lejos de favorecer el ascenso de la izquierda, la debilitaban y
atomizaban.
¿Tendrá razón Laclau o Hobsbawn? Sospecho que toda esta
demencia de género, con sus cazas de brujas, sus furores censorios y su
portavocerío aturdidor, repercutirá contra la izquierda. El odio al macho le
granjeará la animadversión de una mayoría de hombres; y también la desafección
de muchas feministas ecuánimes, que no soportarán verse mezcladas con burdas
aprovechateguis. Como advertía Hobsbawn, «los grupos de identidad sólo tratan
de sí mismos y para sí mismos, y nadie más entra en el juego. Sin coacción
exterior, en condiciones normales, esta política nunca moviliza más que a una
minoría, incluso dentro del grupo al que se dirige». Aunque la coacción
exterior de lo políticamente correcto propicie por el momento el silencio de
los corderos, la izquierda está firmando su acta de defunción.
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