El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, aplaude en un acto del PSOE.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, aplaude en un acto del PSOE.
Estoy emocionada, conmovida hasta la última fibra. No, en serio: se me saltan las lágrimas. 
El presidente del Gobierno de mi país, Pedro Sánchez, ha dado instrucciones para que la 
nave Aquarius, que transporta a más de seiscientos subsaharianos y a la que Italia ha prohibido
 desembarcar en sus puertos, desembarque en Valencia.
De hecho, está tan comprensiblemente orgulloso de su gesto solidario que lo ha anunciado 
en español y en inglés, que el mundo entero sepa de la pasta de la que estamos hechos.
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Alguno podría decirme: “Pero, Candela, hija, no es para tanto: cualquiera puede rescatar un 
barco a la deriva para salvar a más de seiscientas personas”. Qué poco entienden los que así hablan.
Para empezar, no es “un barco a la deriva”. Es un barco propiedad de una ONG bien financiada
 que no los ha rescatado en altamar, sino que ha ido a buscarlos muy cerca de la costa libia, 
en una especie de ‘servicio gratuito de ferry’ que lleva funcionando años. Y, si de verdad se
 trata de una emergencia en la mar, de esas que obligan a un acelerado desembarco, basta 
mirar un mapa para darse cuenta de qué costas están más cerca: exacto, la costa de origen. 
O la de Túnez, o la de Argelia.
“Si Italia se puso así cuando cerraron Grecia, ahora que Italia se cierra, España será el destino, sobre todo después del magnífico gesto de nuestro heroico presidente del Gobierno”
Por eso digo que lo de Sánchez es más que un gesto, y quien dice Sánchez dice los miles de
 españoles que en redes sociales aplauden y apoyan la medida. Porque no hace falta ser un 
hacha para entender lo que significa, ¿verdad?
¿Verdad?
A ver, concedo que pueda haber algún despistado que no se haya enterado de la película, 
pero Sánchez es presidente del Gobierno, un gobierno que tiene incluso un astronauta. 
Él sabe que el Aquarius es solo el primero de una larga lista.
Él sabe perfectamente lo que viene, porque ahí tiene Italia para aprenderlo. Italia, saben, 
ha visto como sus costas, al cerrarse la ‘vía griega’ tras el acuerdo entre la UE y Turquía, s
e han convertido en el destino favorito de los traficantes de ser huma… Perdón, quiero 
decir de los inmigrantes de origen africano. En dos años han inundado Italia 700.000 de
 estos recién llegados.
Y no hace falta ser un lince para deducir que si Italia se puso así cuando cerraron Grecia, 
ahora que Italia se cierra, España será el destino, sobre todo después del magnífico gesto 
de nuestro herórico presidente del Gobierno.
Admítanlo: hacen falta muchos redaños para hacer lo que ha hecho y mis compatriotas tienen 
un corazón que no les cabe en el pecho. Porque hace falta un corazón muy grande para acoger 
a tanta gente que procede de culturas muy distintas y remotas, con valores muy diferentes y,
 sobre todo, a las que hay que vestir y alimentar, dar asistencia sanitaria y educación porque 
no conocen ni el idioma.
Sí, costará sacrificios de todo tipo, desde directamente económicos hasta los inevitables 
problemillas de seguridad de estos casos. Porque no tendría sentido, sería un agravio 
comparativo, mostrarse generoso con el primer Aquarius y no con el número 763, 
que llegará en idénticas condiciones. Cuando uno hace esos sacrificios, los hace con 
los ojos abiertos y hasta el final, no importa el coste. ¿Cómo no voy a estar orgullosa de mis 
compatriotas?
Para Sánchez y sus socios de coalición es, además, un riesgo añadido. Porque si el coste y 
los problemas asociados podemos aprenderlos de Italia, también de ella podemos aprender 
el súbito ascenso y victoria electoral de partidos ‘populistas’ que acaben con el equilibrio 
de los partidos tradicionales.
No es que vaya a pasar aquí, por supuesto. Aunque España es algo menos rica que Italia y tiene
 menos población, no puedo dudar por un minuto que la solidaridad desplegada se mantendrá 
en el tiempo y, pese a los problemas y los sacrificios necesarios, España seguirá votando,
 incluso más abrumadoramente, a partidos tan generosos. No hay el menor peligro de 
que surjan y prosperen en nuestro suelo los ‘populistas’. 
No permito que entre en mi mente siquiera la insinuación de que un aumento de la inseguridad 
y de los delitos sexuales -¿qué van a hacer, si son mayoritariamente varones y jóvenes? ¿Que
 usen Tinder?-, o que la presión inherente al juego de la oferta y la demanda sobre los salarios
 los mantenga bajos en un país con un terrible paro juvenil, vayan a impulsar a mis sacrificados
 conciudadanos a dar su voto a esos fascistas de nuevo cuño.
En serio, paro ya porque me voy a poner a llorar de la emoción.