Hitler gana la batalla de Inglaterra
(con casi 80 años de retraso)
El caso Alfie Evans es el corolario de lo que viene haciendo Occidente desde
que supeditó el valor de la persona al utilitarismo. Cuando se cruza la delgada
línea roja, se justifica todo: desde el infanticidio a la eugenesia. ¿Y quién decide? El Estado. Si eso no es totalitarismo...
Si Hitler hubiera ganado la batalla de Inglaterra en 1940, neutralizando a la aviación británica
(la épica RAF), Gran Bretaña habría quedado reducido a la condición de país esclavo -
como Polonia o Checoslovaquia-, por dos razones. Porque habría perdido el primero de los
derechos humanos fundamentales, el derecho a la vida. Y porque habría quedado dominado
por un Estado totalitario, que autorizaba a sus verdugos (agentes de las SS) a quitar la vida.
Casi ochenta años después Hitler ha ganado la batalla de Inglaterra. El país ha quedado
reducido a la condición de esclavo. Porque ha perdido el derecho a la vida y porque ha
quedado dominado por un Estado totalitario, que autoriza a sus verdugos (médicos y
enfermeras) a quitar la vida.
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Primero fue Charlie Gard, y ahora el pequeño Alfie Evans. Con la decisión del juez Anthony
Hayden de desconectar a este último, en contra de la voluntad de los padres, y de dejarlo morir de
hambre y sed rechazando la posibilidad de un tratamiento alternativo en Italia, un país de la
Unión Europea pasa a engrosar la lista de regímenes asesinos, como la Camboya de Pol Pot o la URSS de Stalin.
Reino Unido decide sobre la vida de sus súbditos y lo viene practicando desde en 1967, cuando el gobierno laborista de Harold Wilson cruzó un siniestro Rubicón al despenalizar el aborto
Con un poder superior a los sátrapas más sanguinarios de la Antigüedad y más omnímodo
que los señores feudales del Medievo, es el Estado el que decide sobre la vida de sus súbditos
en el siglo XXI. El Estado quien decide qué vidas son dignas de ser vividas y cuáles no.
Reino Unido lo viene practicando desde hace décadas. Desde que en 1967, hace ahora
50 años, el gobierno laborista de Harold Wilson cruzó un siniestro Rubicón al despenalizar
el aborto, adelantándose seis años a EE.UU., que hizo lo propio con la sentencia del caso Roe vs. Wade.
Londres se convirtió en el paraíso del aborto, al que acudían mujeres de otros países para
deshacerse de su problema. Por ese camino, el Estado eliminó 8,8 millones de bebés.
8,8 millones de vidas inferiores, vidas de segunda categoría como las de los judíos,
los gitanos, los discapacitados mentales o los homosexuales perseguidos por
el nazismo o el estalinismo.
Y ahora justifica la desconexión de seres inocentes, como los niños Charlie o Alfie,
el mismo país que hace 30 años eliminó de su Código Penal la pena de muerte para
criminales, porque consideraba que ese castigo era desproporcionadamente cruel.
La clemencia buenista que el Estado muestra con los asesinos no la tiene con aquellos
que se ha convertido en un estorbo: fetos en el vientre, niños incurables o ancianos enfermos y sin familia. Los casos de Charlie y Alfie no son sino un ensayo general de la “solución final” que
el Reino Unido -y otros muchos países de este Continente dos veces Viejo- va a aplicar
masivamente ahora que le está pillando el carro del invierno demográfico.
La raíz de este desprecio por los débiles ha sido a la cosificación del ser humano.
Una cosificación que empieza desde el principio: en el inicio de la vida.
El totalitarismo es lo que tiene. Supedita tu valía a tu capacidad de producir, curar,
hacer vender. Tanto produces, tanto vales. Tanto sirves al Estado, tanto vales. Y si
no… Siberia -en tiempo de los soviéticos- o el abortorio -en este tiempo-.
Como estés conectado a una máquina date por muerto: tu vida no vale un comino. Y es que se ha olvidado el valor intrínseco de la persona
Como estés conectado a una máquina date por muerto: tu vida no vale un comino. Y es
que se ha olvidado el valor intrínseco de la persona, la dignidad de todo ser humano, que
El caso Alfie Evans no es sino el corolario de lo que viene haciendo Occidente desde
que hace años supeditó el valor de la persona al utilitarismo. Cuando se cruza la delgada
línea roja, se justifica todo: desde los vientres de alquiler a la eugenesia… o el infanticidio.
Al cabo, todo se reduce a un pulso entre la tiranía y la dignidad de la persona. Y
de momento el pulso lo va ganando la tiranía: una imaginaria esvástica (o bandera roja
con la hoz y el martillo, tanto da) ondea desde la muerte del pequeño Alfie en las almenas
de la vieja Inglaterra.
Tú no eres un medio para nada: eres soberano como un rey. Pero eso no lo entendía ni
el Führer hace 80 años, ni el Estado británico ahora.
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