¿De verdad la economía pública es el demonio?
Que la economía pública o estatal es el demonio, eso dicen,
mirando a su bolsillo, los capitalistas liberales. Pero también algunos de
quienes los combaten. Bueno sería que tanto unos como otros se dieran una
vuelta por Bielorrusia, ese país tan apasionante como desconocido.
elmanifiesto.com
22 de junio de 2017
Que la economía pública o estatal es el demonio, eso dicen,
mirando a su bolsillo, los capitalistas liberales. Pero lo peor es que hasta
algunos de quienes les combaten empiezan a creérselo, e invocando a troche y
moche el sacrosanto principio de subsidiariedad, creen que todo se arreglaría
con cooperativas, asociaciones libres de productores y otras análogas medidas
de proudhoniano espíritu.[1]
Recordemos el principio de subsidiariedad: el Estado sólo
puede y debe intervenir “subsidiariamente”, es decir, en la medida en que las
instancias inferiores (léase “la sociedad civil”) incumplen la función o el
cometido que es el suyo. Ya, muy bien. Pero resulta que a partir de la
revolución industrial y por lo que a los grandes ámbitos financieros e
industriales se refiere, la sociedad civil incumple, de entrada y por
definición, su cometido. Dejados a sí mismos (“Laissez faire, laissez
passer”…), desprovistos de intervención y coerción estatal, los hombres (todo
el capitalismo liberal lo prueba) tienen una espontánea, irreprimible tendencia
a acaparar a lo bruto, a toda costa —así sea (he ahí nuestra desgracia) a costa
del mundo y la civilización. De modo que más vale que, ante tanta irreprimible
tendencia, el Estado reprima y encauce, interviniendo económicamente, todo lo
que haga falta reprimir y encauzar.
Bueno sería que quienes no lo consideran así se diesen una
vuelta por Bielorrusia. Háganlo, a poder ser, en compañía de nuestro amigo
Cosme de las Heras, que aquí nos habla con conocimiento de causa de tan
apasionante país.
J. R. P.
Uno viaja a Bielorrusia (Bieli-Rossiya: Rusia Blanca, por la
blancura de sus numerosos abedules), ese relativamente desconocido país entre
Rusia y Polonia, y lo que encontrará es una nación con una economía semicomunista:
el Estado controla el sector primario (agricultura) y buena parte del
secundario (industria). El sector terciario (servicios) está casi completamente
liberalizado. Y luego están servicios públicos como infraestructuras, sanidad,
educación, pensiones, vivienda, etc. que se encuentran en manos del Estado.
También hay vivienda privada.
La Iglesia Ortodoxa desempeña un papel muy importante en la
sociedad, aunque el Estado es laico.
Los detractores del sistema bielorruso dicen que Aleksandr
Lukashenko, su presidente, es un dictador. Parece ser que no lo es, ya que en
Bielorrusia existe toda una variedad de partidos políticos libres. Lo que
sucede es que siempre gana las elecciones por goleada. Uno pregunta a la gente
que vive allí, y todos parecen muy contentos con Lukashenko.
En cualquier caso, que le tilden de "dictador", al
camarada Lukashenko se la trae al pairo. Siempre dice: "Mejor ser dictador
que gay". Y se queda más ancho que largo.
Bielorrusia se escapó de la doctrina del shock, estudiada
por Naomi Klein, que asoló a Rusia y a Ucrania en los años 90. Allí hicieron
las cosas con prudencia. Los rusos y ucranianos, e incluso los ruso-bálticos
siempre hablan maravillas de Bielorrusia.
En Bielorrusia se paga un 12% de impuestos tarifa plana, y
los servicios públicos funcionan excelentemente. Cualquiera que haya estado
allí puede corroborar que se trata de uno se los países más limpios del mundo,
con buenas infraestructuras, trenes puntuales, bien cuidado patrimonio
histórico-artístico y natural (Bielorrusia posee una de las mayores masas
forestales de Europa, principalmente de abedules).
La tasa de paro es del 2%, el crecimiento es del 6% anual.
La tasa de delincuencia está cercana al 0%.
Al bielorruso le encanta ir al ballet, al teatro y al hockey
sobre hielo, y también pasar tiempo con la familia en los numerosos parques y
en sus dachas campestres. Casi todas las familias tienen alguna.
Por cierto, que en Bielorrusia se idolatra a los bailarines
gays de ballet. ¡Para que luego digan que es una sociedad homófoba!
En Bielorrusia no existe la pobreza ni tampoco la riqueza
obscena (como sí ocurre en Rusia). Da la impresión de que casi toda la
población pertenece a una sólida clase media.
El Ejército (que sigue siendo, de facto, el Ejército Rojo)
es objeto de culto y devoción, al igual que la Gran Guerra Patria: la Guerra
Sagrada.
La Rusia Blanca es un país demasiado feliz, demasiado
blanco, demasiado eslavo, demasiado cristiano, demasiado familiar, demasiado
sano, demasiado limpio, demasiado culto, demasiado patriota, con mujeres
demasiado guapas... Con razón Bielorrusia fue incluida por la administración
George W. Bush en el Eje del Mal.
La cuestión es: ¿cómo se hace que una sociedad semicomunista
como la de Bielorrusia funcione tan bien y otras sociedades semicomunistas como
las de otros países más meridionales y allende los mares funcionen tan
desastrosamente?
¿No tendrá la raza algo que ver con ello? Me limito a
preguntarlo. Dios nos libre de hacer la menor sugerencia racista.
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[1] Para quien haga falta aclarárselo, “proudohniano
espíritu” significa: espíritu basado en las doctrinas de Pierre-Joseph
Proudhon, teórico francés de un socialismo-anarquismo profundamente opuesto al
socialismo de Marx.
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