martes, 20 de septiembre de 2016

Una íntima unidad (Juan Manuel de Prada)

Conviene tener presente algunas nociones básicas convenientemente ocultadas hoy día: se llama gran usura a la creación de dinero mediante crédito a partir de la nada –es decir al dinero bancario; se llama usurocracia al sistema económico, financiero y finalmente político, basado en  la gran usura, expresión suprema de la conquista capitalista del beneficio o mejor dicho del botín. Ni derechas ni izquierdas pretenden cambiar el sistema usurocrático; hace ya mucho tiempo algunas  izquierdas proponían todo lo más la nacionalización de la banca, es decir la nacionalización de la usurocracia, hoy ya ni eso.
Una realidad que no menciona el articulista – a lo mejor se nos está volviendo progre- es el aspecto radicalmente exclusivista del Islam, que cada vez con más frecuencia es directamente un exclusivismo terrorista y criminal, que al personal no le gusta demasiado.
Una íntima unidad
Juan Manuel De Prada
ANIMALES DE COMPAÑÍA
En algún artículo anterior hemos afirmado que los negociados de izquierda y de derecha escenifican una disputa para alimentar la demogresca; pero que en las cuestiones de veras importantes están plenamente de acuerdo. Algún lector me ha pedido que trate de explicar esta afirmación, que a él le parece gratuita. Pero para explicarla habría que empezar por determinar qué es lo verdaderamente importante; pues hay gente tan aturdida por la demogresca que piensa que lo verdaderamente importante son las chorradas que se discuten en las tertulietas televisivas.
Lo verdaderamente importante son los designios que el mundialismo ha diseñado para los pueblos, que básicamente consisten en convertirlos en una papilla amorfa y bardaje, desvinculada e individualista, infatuada de sus derechos e incapacitada para el esfuerzo colectivo. Pues, de este modo, el mundialismo puede hacer con los pueblos lo que le viene en gana, que básicamente consiste en ordeñarlos hasta la consunción, poniéndolos al servicio de la usura. En este sentido, salta a la vista que los negociados de izquierda y de derecha comparten una misma visión antropológica, que consiste en fabricar individuos enfermos de solipsismo, cuyos caprichos sexuales (del adulterio al cambio de sexo, pasando por la infecundidad en todas sus formas) se atienden solícitamente; pues el mundialismo, para crear una humanidad lacaya, necesita gentes flojas y ensimismadas en su bragueta, yermas para el sacrificio. En otros asuntos, sin embargo, los negociados de izquierdas y derechas no muestran una conformidad tan descarada, sino que representan una disputa que en ocasiones incluso puede parecer feroz, como si defendieran posiciones antípodas; cuando lo cierto es que defienden lo mismo, aunque por caminos distintos.
Ocurre esto, por ejemplo, en la cuestión islámica. El negociado de izquierdas ha defendido siempre el multiculturalismo, que contribuye a la creación de esa sociedad amorfa y desvinculada anhelada por el mundialismo, en la que las tradiciones locales hayan sido arrasadas (y muy especialmente si tales tradiciones son cristianas). Desde el negociado de derechas, por el contrario, se alimenta la desconfianza hacia el Islam, que en ciertos sectores neocones puede resultar, incluso, burda islamofobia que elude cuestiones medulares. Así, por ejemplo, se instila el miedo al musulmán sin hacer distingos entre sunitas y chiítas; así, se mete en el mismo saco al llamado Estado Islámico y a los movimientos de resistencia contra el anglosionismo (que, por cierto, suelen proteger a las comunidades cristianas); y, por supuesto, se elude que las organizaciones islamistas más criminales son armadas y financiadas (y a veces creadas) por aquellas potencias extranjeras que acaudillan el proyecto mundialista. Del mismo modo, desde el negociado de derechas se aprovechan las sucesivas avalanchas migratorias de musulmanes para instilar el miedo entre la población europea; pero se calla que tales avalanchas son consecuencia directa de las guerras provocadas en Oriente Próximo (aplaudidas a rabiar desde el negociado de derechas), o bien de una globalización (también aplaudida desde este negociado) que necesita mano de obra pagada con sueldos ínfimos, para asentar más firmemente el reinado de la usura.
Pero, entonces, ¿cuál es la razón última por la que desde el negociado de derechas se instila el miedo contra los musulmanes? No puede ser, desde luego, la defensa de unas tradiciones cristianas que han sido reducidas a escombros gracias a la imposición de una antropología compartida con el negociado de izquierda. Por el contrario, detrás de la islamofobia latente o rampante que se fomenta desde el negociado de derechas descubrimos el odio del hombre moderno hacia una civilización que, a diferencia de la occidental, no ha renegado todavía de sus raíces religiosas; una civilización que aún no está entregada por completo al materialismo, que defiende la institución familiar y repudia los caprichos de bragueta que aquí se atienden solícitamente. En definitiva, desde el negociado de derechas se promueve la islamofobia por la misma razón que desde el negociado de izquierdas se promueve el multiculturalismo: porque, aunque con estrategias distintas (el uno con un rodeo, el otro con un atajo), ambos combaten al mismo enemigo, que no es otro sino la religión. Por supuesto, su enemigo principal siempre será el cristianismo; pero saben que en las demás religiones también hay diseminadas verdades parciales (aquello que san Justino llamaba «semillas del Logos») que son graves escollos para los designios mundialistas.


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