Por qué debemos salir de la
OTAN (y III) Por un movimiento regenerador
Pío
Moa
Hemos visto dos argumentos principales
por los que España debe salir de la OTAN. El primero es que esa organización,
lejos de garantizar la paz y la estabilidad, lleva decenios
desestabilizando a diversos países, injiriéndose en sus asuntos internos y
fomentando golpes de estado, invasiones y guerras civiles. Así en países árabes
y Afganistán, o cercando a Rusia y creando un nuevo foco de tensión en el
mundo. España no debe participar en esas “misiones de paz” bajo mando
extranjero, al servicio de intereses ajenos y en idioma extranjero, para más
inri. La OTAN tuvo su razón de ser en la amenaza soviética; desaparecida esta,
debió haberse disuelto. Lo que ha ocurrido es lo contrario, y ese hecho,
responda a los designios que responda, que ahora no vamos a analizar, no
responde ni a los intereses de la paz ni a los nuestros propios.
La segunda razón es que la
posición de España dentro de esa alianza es, y solo puede ser, una posición de
lacayo o de peón de brega de unos intereses que, en el caso concreto de
Gibraltar y Ceuta y Melilla no solo no son los nuestros, sino que son
contrarios por completo a España.
Al analizar la cuestión
militar las razones son igualmente claras. España solo tiene un enemigo
potencial en Marruecos, y ese problema puede afrontarlo solo, sin necesidad de
la OTAN. En cambio a la OTAN le conviene España, por su posición
geoestratégica. Es decir, una España lacaya y servil a sus directrices. Pero
una salida de España no tendría por qué alterar nada esencial, salvo que España
tomara una actitud de abierta hostilidad o alineamiento con otras potencias,
cosa que no tiene por qué ocurrir. España debe volver a la neutralidad,
compartida por Suecia o Suiza en las dos guerras mundiales. Esa sería la mejor
solución, aunque exige una posición firme y sensata hoy por hoy imposible, no
debido a las circunstancias, sino al carácter un tanto bananero de nuestros
políticos y nuestra democracia.
El problema, por tanto, es
político, creado precisamente por una clase política inculta, frívola,
provinciana, sin apego al propio país, a la que corresponde bien la definición
de Azaña para los suyos: “política incompetente, de amigachos, de codicia y
botín sin ninguna idea alta”. Y que de paso ha destruido el estado de derecho,
como observaba hace unos días. Una oligarquía perfectamente a gusto con la
colonia de Gibraltar, a la que ha convertido en un emporio de negocios oscuros
y en la que probablemente tienen dinero negro muchos de sus miembros, que
financia a los separatismos y habla con la mayor naturalidad de entregar
la soberanía “por toneladas” a la burocracia de Bruselas y, por supuesto, al
alto mando de la OTAN.
En otras palabras: el
problema está ligado a otros más internos como son la integridad de España o la
regeneración democrática, que exigen una nueva clase política. La
solución, que no será fácil ni rápida, solo puede partir de un movimiento
popular en esa dirección, un movimiento neutralista y regenerador. Desde luego,
es posible ponerlo en marcha con un discurso y argumentario claros, y yo invito
a hacerlo; pero no hay indicios de que vaya a ocurrir por ahora. En todo caso,
quede ahí la idea.
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