EL ROMANTICISMO VEHÍCULO DE DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN
paul_delaroche
El romanticismo es una reacción al racionalismo ilustrado, y
a los principios y práctica de la Revolución francesa. Reacción consistente en
la exaltación de las particularidades propias y del pasado vivido,
especialmente del pasado medieval, resaltando las libertades que los pueblos de
aquellas épocas disfrutaban. Como tal, la reacción es positiva.
Los pueblos no aguantaban más las frías construcciones
racionalistas ajenas a su alma y al calor de sus tradiciones. Porque más allá
de una mera sociedad organizada para fines racionales al modo contractual de
Rousseau, o de la concepción mecanicista del Estado, o del despotismo
ilustrado, más allá de eso el pueblo es una comunidad.
Como reacción al
individualismo burgués, al centralismo uniformador y al naciente capitalismo,
el romanticismo tiene muchos lugares comunes con el Tradicionalismo.
El problema surge
cuando esa exaltación se hace desde una perspectiva meramente “natural”, y
termina en naturalismo puro. No digamos cuando esa mirada al pasado es
totalmente pagana. El movimiento romántico degenera vía naturalismo, por tanto,
en el nacionalismo; y esto es grave porque este naciente nacionalismo arraiga
en zonas tradicionalmente tradicionalistas y de fuerte resistencia a la
modernidad. El nacionalismo será una forma de atemperar su tradicionalismo y a
la larga de diluirlo totalmente: el caso catalán o vascongado es paradigmático.
Este nacionalismo romántico tenderá a idealizar el pasado a
base de “mitos” y por tanto se alejará de la verdadera Tradición siempre
arraigada en la auténtica historia. El nacionalismo es una “idolatría política”
que invierte la correcta jerarquía de principios. La exaltación de la “nación”,
conduce a la larga, se quiera o no, a la relegación de la religión como fundamento
esencial y unificador. Destruyendo así el principio vital que vivificaba las
tradiciones, libertades y instituciones de los pueblos. Incluso los
“nacionalismos católicos” primarán el interés nacional y la religión tanto en
cuanto sirva a la “nación”. Primará la “nación” sobre la “tradición”.
En los aludidos casos
catalán y vascongado la descristianización de sus respectivos ámbitos ha tenido
lugar con ocasión de los gobiernos nacionalistas, habiendo estado esos partidos
nacionalistas, de inspiración o de antigua confesionalidad católica, a la
vanguardia de políticas anticristianas. Ejemplo muy reciente es el apoyo del
PNV al aumento del genocidio legal del aborto con la nueva y sanguinaria ley
propuesta por el PSOE.
El Dios, Patria,
Fueros y Rey es la correcta relación de principios; su alteración es un
principio revolucionario y disolvente.
En el caso de la
América hispánica esos nacionalismos católicos, pese a ser más consecuentes con
su confesionalidad, han bebido de “mitos” y “símbolos” revolucionarios. Es
curioso como en muchos casos exaltan a los “padres de la patria” de sus
“naciones”, siendo estos masones y liberales. Aceptan sus símbolos, siendo
estos igualmente liberales y masónicos en su origen; aceptan todo el proceso de
sus “independencias”, proceso igualmente revolucionario. Y al mismo tiempo ese
nacionalismo les sirve para oponerse a los católicos de otros pueblos hermanos,
impidiendo el proceso de una verdadera restauración que debería conllevar a la
formación de una Comunidad de pueblos hispánicos.
El error romántico de base es el “naturalismo” y el
“sentimentalismo” que lleva parejo; exaltar lo puramente natural, lo que
degenerará en la creación de “idolatrías políticas”: la orografía, las
peculiaridades folclóricas, culturales o lingüísticas, la “raza”, etc. Siempre
en detrimento de la Tradición como ejecutoria histórica y real, y del principio
espiritual sobrenatural que la alimenta y da coherencia.
En este sentido hay
romanticismos de derechas de tipo conservador (que no escapan de ese
naturalismo) y los hay de tipo más liberal (y tono revolucionario). Pero en los
dos casos la raíz anti-tradicional es idéntica. Aun así entre los románticos
habrá quien termine en una verdadera conversión al catolicismo y en una defensa
de la verdadera Tradición y buscando, por tanto, la restauración. Pero lo más
normal es que el romanticismo que en un principio nace con un tono conservador,
degenere pronto en liberalismo, y en muchos casos derive en puro pre-fascismo y
posteriormente en progresismo disolvente (contradiciendo totalmente sus propios
orígenes). Todo ello mediante la exaltación de “mitos” y de elementos puramente
naturales por la asunción del principio de inmanencia propio de la filosofía
moderna de la que no se escapan.
El sentimentalismo romántico ha operado como vehículo de
trasvase de los pueblos tradicionales hacia el liberalismo vía un vaciamiento
del alma de los pueblos, mediante el idealismo romántico. La defensa de la
religión y de las libertades tradicionales, se debe hacer siempre desde una
perspectiva sobrenatural y trascendente que es la que las vivificaba y
unificaba, arrancado ese principio el pasado pierde significación y la
restauración se hace imposible. Sólo la Religión es el centro de una comunidad
y antídoto al individualismo disolvente.
Tengamos mucho cuidado en la no generación de
“Tradicionalismos románticos”. La Fe católica asimilada y vivida debe ser
siempre la norma de nuestro actuar personal y político.
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Ecce Christianus
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