Dos modos de profanar las creencias en una sociedad post creyente.
Modo uno. En el Ayuntamiento de Barcelona, durante un acto oficial, una ¿escritora? ¿Clown? ¿Activista? –la sociedad post creyente no cree ni en los nombres– lee un ¿poema? ¿Parodia? ¿Panfleto? –la sociedad post creyente cree en la fluidez de los géneros– del Padrenuestro, que comienza así: “Mare nostra que esteu en el zel, sigui santificat el vostre cony, l’epidural, la llevadora…” –“Madre nuestra que estás en el cielo, sea santificado vuestro coño, la epidural, la comadrona…”–.
La alcaldesa, risueña al escucharlo, le dará las gracias porque “a esta ciudad le conviene dispintinarse. Dejar de lado los prejuicios y que fluyan las ideas y las emociones”.
¿Qué significa “dispintinar”? Solo espero que no sea un nuevo impuesto municipal.
La ceremonia ha costado al menos 140.000 euros. Para que Barcelona se dispintine con éxito, y las ideas y las emociones fluyan, tú y yo tenemos que pagar “religiosamente” al Estado lo que este tenga a bien extraernos. Tienes que ser un poco menos libre para que la performer que hace reír a Ada Colau y la misma Ada Colau puedan serlo del moño para abajo hasta las uñas de la epidural.
Lo sagrado de la democracia, lo que no puedes profanar bajo ningún concepto, consiste en esto: quién tiene aquí la fuerza para transferir la libertad de unas personas a otras. Si todo es sátira, entonces, que lo sea también para las nuevas creencias sagradas de la izquierda, la ideología de género, el cambio climático o el feminismo radical. Todos tenemos sentido del humor. Todos tenemos un lado tabernario y escatológico al que dar rienda suelta. Todos queremos dispintinarnos con todos. Ocurre que, en la práctica, no es tan divertido parodiar un versículo del Corán como parodiar el Padrenuestro, como sugería este martes el portavoz del PP en el Ayuntamiento, Alberto Fernández Díaz, el único que abandonó el Salón de Ciento del Ayuntamiento en pleno dispintine. Al final, todo se reduce a quién tiene aquí la fuerza bruta y quién no la tiene. Lo demás, como decía Góngora, “bien religión, bien amor sea”.
Modo dos. La portavoz del Gobierno municipal de Madrid va a ser juzgada este jueves por profanar en 2011 una capilla en la Universidad Complutense. Rita Maestre entró en el oratorio, junto a otras jóvenes, enseñando los pechos y al grito de “arderéis como en el 36”. Seguramente, habría misa a esa hora; seguro que había alguien rezando. En todo caso, cualquier creyente estaría dispuesto a declarar como testigo ante el juez que es indudable que allí estaba el Señor en el sagrario. Para un católico, esto último es un hecho, no una opinión. Si no se entiende que toda su vida gira alrededor de esa certeza, entonces, es posible entrar a saco en cualquier lugar sagrado y quemarlo.
La periodista y escritora Elvira Lindo, en El País, se pregunta aquí si, en este caso, se estará juzgando, no a Rita Maestre, sino a toda una generación por su malestar y su rebeldía. El cardenal arzobispo de Madrid explica aquí una reciente reunión con la concejal de Podemos, a la que vio “muy cercana”. Carlos Osoro dice que “todos hemos tenido dieciocho y diecinueve años”. Eso es seguro, aunque no todos hayamos usado la fuerza contra los demás. Las dos aproximaciones, la de la periodista de El País y la de monseñor, quizá pasen por alto un detalle del caso: lo sagrado, en una sala de vistas, es que el Estado proteja la libertad individual frente a la violencia. Y ahí, el alegato generacional o el perdón de un obispo importan muy poco. La única creencia operativa es que el Estado va a usar su fuerza para proteger mi libertad, y solo para eso. Si ese contrato se rompe, entonces, que todo arda.– V. Gago
[Con información de Actuall y El País]
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